10.2.19

domingo


Jara y sus amigas frecuentan mucho ese café de la Plaza del Dos de Mayo que es carísimo y cuyos camareros son exageradamente maleducados, pero donde de vez en cuando, según se dice, va gente del cine y las incomodidades parecen así justificadas.
Jara me invitó para que sus amigas me dieran otra oportunidad, porque he vuelto cambiado de mis viajes y ya no soy como antes, y no sé qué más chorradas (es que hace un par de años escupí a una de ellas y desde entonces no soy bien valorado en ese círculo).
Así que fui y estuve entre Jara y tres modernillas ajadas, resentidas y con aire de estar de vuelta sin haber ido a ningún sitio, conteniendo el salibazo, cuando apareció el actor madurito ése que se trajinó a una famosa tonadillera sin vomitar, que ya son ganas, el tal Jota Coronado, y las chicas se pusieron en celo, y a gesticular y a posar, para que el tipo se fijara en ellas, que lo hizo, pero no por mucho tiempo porque en seguida vino una veinteañera gloriosa, creo que también actriz, a sentarse con él, y se embriagó de su juventud y ya no tenía ojos para nadie más.
Para amenizar intenté disertar sobre el paralelismo entre la séptima sinfonía de Shostakovic y el último disco de Godspeed You Black Emperator, pero Jara y sus amigas parecían decepcionadas por haberse vuelto invisibles para el galán. Estaban apenadísimas y no quisieron escucharme, así que no pasó nada reseñable en las dos horas siguientes. Solo hablaron entre ellas de tonterías; parecían la versión barata de Sex and the city.
Al final intuí que Jara también se aburría y que secretamente estaba deseando que yo tomara alguna medida; pero como no quería quedarme castigado sin follar no corrí ningún riesgo. Fue ella la que a medianoche anunció que se hacía tarde, que una lástima pero que nos íbamos; y yo pues listo, nos vamos.

Paseamos por un barrio de Tribunal gris y algo tristón, como vaciado de bullicios pretéritos. Jara me habla con cariño; pero siento, como desde el primer día, que en su fuero interno le soy indiferente.
Hace mucho tiempo, juntos en la cama, en una de esas primeras madrugadas oníricas y etílicas, ella encendió la televisión y dijo:
-Me tranquiliza poner los anuncios del Teletienda porque indican que hay electricidad y que nos quieren vender cosas. O sea que el mundo tal y como lo conocemos todavía funciona.
Yo me obnubilé ante tan ingeniosa y sensible criatura.
Sin embargo, para mi desilusión, le oí repetir esa frase docenas de veces en los años sucesivos. En fiestas, en conversaciones de café… cada vez que quería resultar interesante en algún evento social soltaba aquello.
La verdad es que es la única sentencia memorable que le recuerdo y llego a dudar que sea realmente suya, pero quien no la conoce queda epatado inicialmente por la frase. Yo nada que reprocharle, claro, también tengo mis frases comodín...

Su nanoapartamento está en Tirso de Molina. Se quita los zapatos y los pantalones. Llena un vaso de vino para mí y otro para ella, y se sienta en el sofá ofreciéndome un espacio a su lado.
-¿No te gustaría tener una familia propia?-me pregunta.
Me inquieto. Es una de esas preguntas tramposas que te pueden dejar sin sexo justo cuando ya parecía seguro.
-No me creo a las familias –respondo.
Jara asiente y me dice que le parece bien eso de que vea a la familia biológica como una tortura, pero también añade que no entiende porque no tengo más gente a mi alrededor que haga las veces de una familia.
-A estas alturas ya deberías de tener un núcleo afectivo consolidado- me explica.
-Tengo al Charlie.
-Me refiero a alguien normal- responde irritada.
Guardo silencio. Miro al vacío. Claramente no sé qué añadir. Suplico mentalmente que haga o diga algo.
Resopla y me besa sin demasiada convicción.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que dolorosa la forma en que vivimos hoy la decadencia del cuerpo, no digo que otras no lo fueran,aunque supongo que poner el culpable fuera ayudaba.Ajados y amargados,escapamos alguno de esa definición pasados los treinta...en fin !animo! siempre quedara nuestra propia compañía y sus aliados nuestras manías. Conocernos es ver el transpantojo de la repetición, y cogerle el cariño que podamos reconociéndola como un mecanismo contra la decrepitud. Oh!!que maravilla si la pudiéramos encontrar gloriosa,hija de nuestro encuentro con nuestro tiempo y sus memeces, a nuestros ojos una visión del mundo.