3.3.19

Rastros de carmín, de Greil Marcus



El nuevo mes nos trae la buena noticia de que Anagrama reedita Rastros de Carmín de Greil Marcus. Esta obra apareció en 1989 y desde entonces han sido multitud de libros los que han seguido su estela, casi se puede decir que ha inaugurado un género. El subtítulo reza Una historia secreta del siglo XX, lo que resulta poco explícito, como seguramente era la intención. En realidad se trata de una genealogía, por supuesto parcial, de la contracultura occidental del siglo pasado.   
Empieza con dadaísmo, sigue con el situacionismo y finiquita con el punk; alrededor orbitan otras trasgresiones y rebeldías. Marcus recibió críticas por cierta falta de consistencia académica, pero se sobrepone sin problemas por su coherencia: nadie puede esperar que un  autor que exalta a Johnny Rotten como uno de los grandes virtuosos de nuestra época se atenga a una exquisita epistemología.
Entre una erudición y talento expositivo abrumador, se intercalan referencias elogiosas a Loca academia de policía 2 o se establece un paralelismo entre el Minima Moralia de Theodor Adorno y las letras de los Sex Pistols. Y todo funciona. Rastros de carmín es un gran gesto de desprecio con el dedo medio a la alta cultura. Sus propuestas estéticas quedan claras; los artistas subterráneos salen a la luz y ya nunca los olvidaremos.
Leído de joven puede muy bien convertirse en un libro amigo; una lectura vigorizante que encauza hacia un interés por la cultura bastante loable. Pero igual siendo ya más creciditos y menos vehementes vemos ciertos puntos flacos que no nos acaban de convencer. Marcus habla del nihilismo y de la imposibilidad de encontrarle salida. Ninguna de las corrientes que expone logran crear un sentido alternativo o superar de alguna manera la modernidad; se quedan en el grito. Y gritar mucho acaba agotando.    

Juan José Sebreli es un filósofo argentino del que hemos hablado aquí. Tiene una serie de libros en los que sostiene que la modernidad ha sido liberadora y la defiende de los ataques que se le hacen desde la política, la filosofía o la religión. En uno de los libros, Las aventuras de la vanguardia (2002), se centra en radiografiar con gran tino las vanguardias artísticas que abominan de nuestra era sin ser capaces de ofrecer otra cosa que irracionalidad, desesperación y totalitarismos. No consta que leyera a Marcus, pero pareciera que ambos discuten. Sebreli también habla de explosiones de creatividad que surgen desde la modernidad para anatemizar su líquido amniótico. Sin embargo, acierta más al subrayar que el arte abstracto, la música atonal, o el rock industrial serían imposibles en cualquier otro momento y lugar.
La protesta entra en bucle y nos lleva a destinos peores que los puntos de partida. El arte que vive a la contra permanente tampoco acaba de convencer, o peor, convence de infamias. Estaría bien exigirle más responsabilidad a la hora de disparar sus armas.
O quizá, claro, es que sencillamente nos hemos hecho mayores y ya no nos gustan los ruidos innecesarios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿ Hacerse mayores es encontrar el lado bueno a mas y mas asuntos? ¿ tener menos necesidad de romper juguetes, de hacer ruido? Me gustaría que fuera así para todos, y que miráramos a los cachorros,incluido el que fuimos, con cariñosa condescendencia. Volver a leer lo ya leído con otra perspectiva, como ejercicio de redescubrimiento del entorno y de nuestra tripa,una propuesta seductora.Empezar por lo mas amado,un ejercicio de valor.Acepto el reto y lo agradezco