10.4.19

jueves

Hay algo indigno en seguir viviendo en la ciudad en la que creciste, en la que permanece tu familia y donde los amigos de cole todavía te reconocen por la calle. Quedarse, conformarse con las raíces heredadas y no construir una vida lejos tiene algo de biografía deficitaria, de fracaso existencial.
Paseando con Jara por San Bernardo me he encontrado inesperadamente con mis padres. En veinte años jamás les he hablado de ella. Y Jara todo lo que sabe de mis progenitores es que me aburren. Soy partidario de las distancias. Sin intromisiones, sin que nadie se crea con derecho a opinar.
-Hola
-Hola
-¿Quién es tu amiga?.
-Nadie. Tenemos que irnos. Adiós.
El encuentro duró 7 segundos.
Jara ni me ha pedido explicaciones ni le ha extrañado. Me ha vuelto a decir que soy un salvaje. Pero esta vez sonreía.


1 comentario:

Anónimo dijo...

de acuerdo a medias.... no salir nunca me parece estrechar el foco, hay que ser muy observador, curioso y libre de prejuicios, para hacer una saber vertical de tu entorno si no conoces otro. Cuando digo esto pienso en la película Smoke, en la que desde un estanco salían a hacer una foto todos los días en el mismo sitio, esto esta al alcance de mi pocos. La mayoría tenemos que irnos muy lejos y mucho tiempo, para poder volver sin encontrar nuestro rincón ni mejor ni peor que los demás, o quizá mejor que muchos y peor que otros tantos.Para considerar nuestra familia unos desconocidos que aprecian al que fuimos, y con los que aprendimos a ver el mundo aunque sea para dar la vuelta a su relato. Una gente a la que damos sentido.