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En una mesa de al lado un grupo de chicas y chicos glutean a pesar del aviso
en la entrada en contra de hacerlo, pero ya nadie en Madrid se toma estas
prohibiciones retrógradas en serio. Una señora de aspecto magrebí que está
barriendo el suelo ladea la cabeza impostando al verlos una cierta
desaprobación, pero se nota que ya está acostumbrada y que en el fondo le da
igual.
Esta escena anticipa la charla que voy a tener que encarar por enésima
vez con Rita, y siento una leve punzada en el estómago aderezada con agrura de
teína oriental.
Miro a la wallscreen de mi izquierda para intentar distraerme. No hay
sonido, pero las infografías anuncian que es un programa de vídeos musicales
vintage. Es un especial sobre el trap, cuentan, el género que anticipó el mundo
actual. En las imágenes se ven planos de un tipo con un cono de helado tatuado
en la cara, que se intercalan con los de una modelo con kimono que bebe champagne
de un cuenco como si fuera una gata.
A mi derecha, la otra wallscreen emite un especial, el enésimo de la
semana, sobre el blanqueamiento. Que si para mí era una cuestión de principios,
grita una concursante de Operación Triunfo mientras muestra el retrato del Ché
Guevara que se ha laseado, que si ser presidente del gobierno no implica que
viva al margen de la sociedad, asegura Pablo Iglesias mientras nos glutea el
escudo constitucional.
Empiezo a sentirme desubicado, pero fin aparece Rita, que me saluda
entusiasmada y se sienta. La veo bellísima, pero intento no fijarme en eso
porque le he prometido no cosificarla más. Intercambiamos alguna banalidad; y
aunque no dice nada, me doy cuenta de que está orgullosa de que haya pedido por
fin algo moderno para beber, y no alguna excentricidad de las mías como agua o
un batido de chocolate. Su mirada brilla y hace un mohín inocente con la boca
que yo sexualizo mezquinamente. Temo que mi machismo interiorizado delate mi
deseo y que Rita me someta de nuevo a un boner shaming público, así que soy yo
el que saco el dichoso tema de mi blanqueamiento para distraer mis pensamientos
rijosos y opresores.
-He pensado que tienes razón, cariño, voy a blanquearme -le digo sin atreverme
a mirarla.
-¡Por fin te unes a los albos! -exclama con alegría.
Se levanta y me da un abrazo. Yo me quedo rígido porque sé que es como
quiere que reaccione ante sus muestras de compañerismo intersexual. Pero luego,
en lugar de volver a sentarse, se queda unos segundos mirándome de pie con una
dulzura desafiante en los ojos. Tras unos segundos se lleva las manos al botón
de los pantalones y se lo desabrocha.
-¿Sabes qué?- me dice con una tierna sonrisa- quiero glutearte mi último
diseño.
Entonces se gira, inclina su espalda hacia delante, agacha la cabeza, se
baja los pantalones, y con las dos manos separa al máximo sus glúteos,
dejándome ver un puño morado sobre lo que años atrás fue sencillamente un ano.
-¿Qué te parece? -me pregunta volteando la cabeza desde la altura de sus
tobillos.
-Formidable, formidable -le digo convencido de mi sinceridad.
Satisfecha, Rita se sube los pantalones y regresa a su taburete. Sin
esperar mis respuestas empieza a perorar:
-Está bien que empieces por blanquearte, luego ya decidiremos qué te
laseas, qué diseño hablaría mejor de ti. Cada vez es más barato relasearte, no
te preocupes. A ti te pegaría un libro bien grande y aburrido, pero si luego no
nos convence pues vuelves al blanco. Aunque la verdad, creo que tu personalidad
va con quedarse sin nada, invisibilizado. Lo importante es que dejes de ser
retro, con esa cosa horrible ahí. Pero pasar ser albo es un buen comienzo ¡Por
fin voy a poder llevarte a mis eventos sociales!
Confirmo repetidamente con la cabeza que estoy de acuerdo con todo lo
que dice.
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