5.2.20

Una ficción distópica


flickr

La noche rezuma bullicio. Estoy esperando en un concep-coffe de moda, uno que antaño fue una reprografía a la que la digitalización convirtió en exotismo arqueológico. Las fotocopiadoras hacen ahora las veces de mesas incómodas pero pintonas y tenemos que sentarnos de lado en minúsculos taburetes. He pedido la especialidad del lugar, un té birmano que me produce acidez, y se ha enfriado porque no quiero acabármelo antes de que llegue Rita y lo vea.
En una mesa de al lado un grupo de chicas y chicos glutean a pesar del aviso en la entrada en contra de hacerlo, pero ya nadie en Madrid se toma estas prohibiciones retrógradas en serio. Una señora de aspecto magrebí que está barriendo el suelo ladea la cabeza impostando al verlos una cierta desaprobación, pero se nota que ya está acostumbrada y que en el fondo le da igual.
Esta escena anticipa la charla que voy a tener que encarar por enésima vez con Rita, y siento una leve punzada en el estómago aderezada con agrura de teína oriental.
Miro a la wallscreen de mi izquierda para intentar distraerme. No hay sonido, pero las infografías anuncian que es un programa de vídeos musicales vintage. Es un especial sobre el trap, cuentan, el género que anticipó el mundo actual. En las imágenes se ven planos de un tipo con un cono de helado tatuado en la cara, que se intercalan con los de una modelo con kimono que bebe champagne de un cuenco como si fuera una gata.
A mi derecha, la otra wallscreen emite un especial, el enésimo de la semana, sobre el blanqueamiento. Que si para mí era una cuestión de principios, grita una concursante de Operación Triunfo mientras muestra el retrato del Ché Guevara que se ha laseado, que si ser presidente del gobierno no implica que viva al margen de la sociedad, asegura Pablo Iglesias mientras nos glutea el escudo constitucional.
Empiezo a sentirme desubicado, pero fin aparece Rita, que me saluda entusiasmada y se sienta. La veo bellísima, pero intento no fijarme en eso porque le he prometido no cosificarla más. Intercambiamos alguna banalidad; y aunque no dice nada, me doy cuenta de que está orgullosa de que haya pedido por fin algo moderno para beber, y no alguna excentricidad de las mías como agua o un batido de chocolate. Su mirada brilla y hace un mohín inocente con la boca que yo sexualizo mezquinamente. Temo que mi machismo interiorizado delate mi deseo y que Rita me someta de nuevo a un boner shaming público, así que soy yo el que saco el dichoso tema de mi blanqueamiento para distraer mis pensamientos rijosos y opresores.
-He pensado que tienes razón, cariño, voy a blanquearme -le digo sin atreverme a mirarla.
-¡Por fin te unes a los albos! -exclama con alegría.
Se levanta y me da un abrazo. Yo me quedo rígido porque sé que es como quiere que reaccione ante sus muestras de compañerismo intersexual. Pero luego, en lugar de volver a sentarse, se queda unos segundos mirándome de pie con una dulzura desafiante en los ojos. Tras unos segundos se lleva las manos al botón de los pantalones y se lo desabrocha.
-¿Sabes qué?- me dice con una tierna sonrisa- quiero glutearte mi último diseño.
Entonces se gira, inclina su espalda hacia delante, agacha la cabeza, se baja los pantalones, y con las dos manos separa al máximo sus glúteos, dejándome ver un puño morado sobre lo que años atrás fue sencillamente un ano. 
-¿Qué te parece? -me pregunta volteando la cabeza desde la altura de sus tobillos.
-Formidable, formidable -le digo convencido de mi sinceridad.
Satisfecha, Rita se sube los pantalones y regresa a su taburete. Sin esperar mis respuestas empieza a perorar:
-Está bien que empieces por blanquearte, luego ya decidiremos qué te laseas, qué diseño hablaría mejor de ti. Cada vez es más barato relasearte, no te preocupes. A ti te pegaría un libro bien grande y aburrido, pero si luego no nos convence pues vuelves al blanco. Aunque la verdad, creo que tu personalidad va con quedarse sin nada, invisibilizado. Lo importante es que dejes de ser retro, con esa cosa horrible ahí. Pero pasar ser albo es un buen comienzo ¡Por fin voy a poder llevarte a mis eventos sociales!
Confirmo repetidamente con la cabeza que estoy de acuerdo con todo lo que dice.


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