El sótano es oscuro y
húmedo. La lluvia tamborilea en la noche sobre una única ventana enrejada. Nos iluminan
solo una docena de velas desperdigadas por la sala que crean una atmósfera de
fantasmagoría e irrealidad. Lucy, la última novia psicópata de Charlie, nos ha
convocado esta noche para una sesión de espiritismo. Mi amigo me ha pedido que
vaya. Sé que es una loca inquietante, me dice, pero está muy buena. Le
entiendo, los dos somos hombres de fuertes convicciones. Nicasio, menos
idealista que nosotros, no considera que esa sea suficiente razón como para
aguantarla, así que no ha venido.
Estamos los tres sentados en
el suelo en torno a un extraño dibujo esotérico, una especie de sol negro con
muchas bocas, y tres vasos llenos de un líquido desconocido.
Lucy, o sea Lucía, porque es
de Alpedrete, lleva una bata negra y se ha pintado una estrella de cinco puntas
en la frente. En las manos sostiene un candelabro y recita unos versos en algún
idioma ininteligible. Cuando termina su salmodia nos invita a
beber de los vasos. Al vernos algo reacios a hacerlo, se pone pie, se quita la
bata y queda blanquecinamente desnuda. Si no bebéis, advierte, no podremos
seguir con el conjuro.
Hechizados y sin voluntad,
nos tragamos inmediatamente de un sorbo lo que fuera que hubiera en nuestros
respectivos vasos. El hecho de que ella también se beba el suyo nos tranquiliza
levemente. El sabor es acuoso con un toque amargo, no consigo descifrarlo. Lucy
coge una brocha con pintura roja (espero que fuera pintura) y empieza trazarse
rayas en el cuerpo mientras vuelve a lanzar conjuros en el idioma extraño de
antes.
Yo estoy obnubilado, mirándola,
y tarda en sorprenderme que las líneas que se ha pintado empiecen a flotar en
el aire y a rodearla, girando como una cinta en torno a una bailarina.
Lucy se dirige a mí en su
dialecto satánico, que ahora entiendo. Me pregunta que si estoy dispuesto a
convocar al señor de las tinieblas. Yo le pregunto que si eso se hace mediante
sexo. Me dice que sí. Miro a Charlie para ver si me concede su bendición, pero
no le veo. Entonces me llama desde el techo, donde está colgado. Se ha
convertido en una araña gigante con gafas. Bájame, tío, me implora asustado.
Mientras esté allí arriba, pienso, podré invocar al señor de las tinieblas ése
sin que él se entrometa. Le digo que aguante, que vaya flipe, y que disfrute de
su experiencia que no tardaré mucho.
Me quito la ropa y busco a
Lucy, pero ahora ella es un cuervo que me habla. Tómame, me exhorta. ¿Cómo? le
pregunto desconcertado. Charlie se desliza por la pared, rodea a Lucy, y mientras
la hace girar va escupiendo una tela con la que la envuelve. Luego empieza a
comérsela por las patas. La cabeza del cuervo sobresale del ovillo y antes de
ser devorada completamente me grita enfadada: así es que cómo hay que tomarme, inútil.
Cuando Charlie termina de
engullirla resopla y se pone panza arriba. Ahora algunas de sus extremidades
vuelven a ser humanas. Empieza a roncar.
Algo confuso subo por las
escaleras y abro la puerta de la calle.
Pervertido, asqueroso, me
grita una señora mientras me pega con el bolso. Me doy cuenta de que estoy
desnudo en fuera del sótano porque tiemblo de frío. Lucy, que vuelve a ser una humana
con ropa, me agarra por detrás, se disculpa con la señora y le dice que soy especial,
que lo siente muchísimo.
De vuelta al sótano Charlie,
también humano de nuevo, no parece consciente de mi presencia, tiene la mirada
focalizada en la ventana.
Lucy me ayuda a vestirme y
luego gateo hacia una esquina. Me abrazo a la pata de una mesa. Entiendo por
qué Charlie mira al ventanuco. Por allí entrará la luz que anuncia el nuevo
día.
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