9.3.20

De la hegemonía y otros aburrimientos

wikipedia

Alfonso Sastre, que por si alguien necesita coordenadas era un autor comunista madrileño próximo al mundo batasunero, decía en un libro de los años noventa que el panorama opinativo español era tan monocorde que convertía a Sánchez Dragó en alguien interesante, ya que por lo menos él sí decía cosas diferentes a las de los progres de salón que estaban todo el día con su monserga en los medios.
Hoy tampoco han cambiado mucho las cosas.
Como una especie de rara avis en el mundo democrático occidental, tenemos seis canales de televisión y, más allá de cierta crítica táctica necesaria para disimular, ninguno verdaderamente cuestiona al gobierno, y no solo eso, sino que tres de ellos se dedican sistemáticamente al derribo de la oposición. Todo ello con una propaganda continua y omnipresente incluso en programas que en principio no daban para su politización. 
La agenda ideológica es implícita en toda la parrilla, y explícita en los programas con contenidos abiertamente políticos, donde queda crudamente al descubierto el sectarismo machacante y la falta de argumentaciones basadas en hechos, ya que todo es propaganda. Los seis canales se ajustan al canon progre sin salirse ni un ápice.
Tampoco hay mucho que alegar; moviendo los hilos hay gente con poder que defiende su trono. Hacen lo que tienen que hacer, luchar por lo suyo, y si la oposición no ha entendido cómo se libran las batallas en nuestro tiempo, allá ella; merece la derrota.
Pero ¿es necesaria tal repetición de clichés, ése no salirse del kitsch permanente? Es decir, en España hay pensadores marxistas, feministas, postmodernos y de lo que se quiera de primer orden ¿no podrían contratarles para que den cursos de formación a los tertulianos?¿por qué todos los presentadores de late shows tienen que ser tan mediocres intelectualmente?¿no podría haber ciertas diferencias de enfoques entre los distintos canales y programas?
El Gran Wyoming, por ejemplo, tiene unos prejuicios muy claros y hace gala de ellos, perfecto, pero ¿por qué no convence a Santiago Alba Rico o Fernández Liria para que le den tutorías privadas y traten de darle una mínima formación intelectual y que así no sea tan vergonzoso escucharle hablando de teoría política?¿Marina Garcés no podría asesorar a tertulianos de La Sexta para que en lugar de escupir bilis fueran capaces de construir argumentos desde la izquierda en favor del legado ilustrado?¿Tan mala idea sería que Santiago López Petit escribiera argumentarios para los programas matutinos y elevara un poco el nivel del debate?
Asumimos la existencia de un Estado orwelliano basado en una propaganda constante orientada a crear un imaginario progubernamental, pero ¿es tanto pedir que lo hagan desde cierto nivel intelectual?



En Estados Unidos hay un potente canal conservador, la Fox, por lo que la libertad de expresión en los grandes medios no es unidireccional, como aquí. Pero además hay una gran pluralidad ideológica entre los propios voceros mainstream de izquierdistas, que siguen siendo mayoría. Por citar algunos ejemplos, Bill Maher es anticlerical y cripto libertario; Stephen Colbert, por el contrario, es católico progresista y volcado en cuestiones sociales; Jimmy Kimmel es gaseosamente antirepublicano; mientras que John Steward se alinea con el centrismo de la dirección del Partido Demócrata.

No son intercambiables, como aquí. Entre ellos hay divergencias, aunque sea dentro de un mismo marco, por lo que no es lo mismo escuchar los comentarios a una noticia que puedan dar unos u otros. También presentan otra característica que aquí es inconcebible: aunque a veces hablan de política local, en la mayoría de sus programas critican el propio funcionamiento de las sociedades occidentales, por lo que un extranjero puede seguirlos con interés.

En España no hay matices dentro del canon progre, Wyoming y Buenafuente, Ferreras y Jordi Évole, no tienen grandes diferencias ideológicas, dicen lo mismo. Y sobre todo son ininteligibles para foráneos, porque toda su obsesión y limitación son las cuestiones biliares patrias, que no dan para mucho más que espumarajos sin mayor interés.
Hemos llegado a un punto en que aceptamos vivir bajo un Estado que considera que adoctrinarnos en parte de sus funciones. Está bien. Pero lo que sí imploramos es que nos adoctrinen con cierta calidad, que incluso no nos demos cuenta de lo que nos hacen, y que nos libren de sentirnos insultados por gentuza mediocre que ni siquiera sabe hacer su trabajo disimuladamente. 

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