15.5.20

Hotel Nómada, de Cees Nooteboom


Hoy se cumple el segundo mes de encierro y decido castigarme leyendo literatura de viajes. Hotel Nómada, del holandés Cees Nooteboom (n. 1933), es un ejemplo excelente de este subgénero. Son doce narraciones independientes que tienen en común el deambular por algún lugar más o menos remoto del globo, siempre salpimentadas, como es de ley, con reflexiones sobre el hecho mismo de viajar, y la condición de extraño y extrañado del forastero.
Nooteboom es un escritor de los de la mejor especie: escribe bien sin que se note. Nos lleva en su mochila y sentimos con él el aire del desierto o la indefensión del viajero en tierra hostil, pero no sobrecarga el texto con florituras adjetivas ni gesticulaciones falsamente profundas; cuando describe lo hace con concisión, y reflexiona lo justo sin excederse nunca más de un párrafo en ello. Se agradece la contención.
Añade muchas fotografías también, algunas muy bellas, que ilustran los textos y parecen dar razón de que lo que se cuenta es cierto.
En cuanto a los viajes, visita distintos países africanos y latinoamericanos, para cerrar el libro en España, país del que se ve que sabe bastante y al que evita “orientalizar” a la manera de Gerald Brenan (Nooteboom nos ahorra toreros, flamencas telúricas y pasionales, y campesinos premodernos que le enseñan el significado de la auténtica felicidad).
Hay una serie de lugares comunes en estos libros, que más o menos asentó Bruce Chatwin, y que por mucho que Nooteboom intente distanciarse, son inevitables y forman ya parte del canon. Por ejemplo, lo de identificar el viaje con una huida de sí mismo, que él intenta ridiculizar en las primeras páginas aunque cae en ello más adelante; o lo de encontrarse con nativos bondadosos y sabios que le hacen revelaciones epifánicas, que aquí se desmienten con algunos personajes bastante ingratos, subrayando que la imbecilidad humana no conoce fronteras.

La particularidad es leer Hotel Nómada cuando llevo dos meses sin haberme movido de un kilómetro a la redonda, sin haber visto o hablado en persona con casi nadie, de estar hasta la pico de la boina del monotema del virus.
En la primera página se nos arroja a la cara, como quien no quiere la cosa, la cita de un sabio árabe del siglo XII, Ibn `Arabi: “El origen de la existencia es el movimiento. Esto significa que la inmovilidad no puede darse la existencia, pues de ser ésta inmóvil, regresaría a su origen: la Nada”.
Cada viaje del libro empieza más o menos con el dilema de si viajar o no, y si sí, a dónde. Eso es algo que ahora parece ciencia-ficción. Uno de los primeros capítulos, por ejemplo, iba a ser una visita al Sahara español, pero al no conseguir el permiso en Madrid, decide irse a Gambia como quien elige cambiar de supermercado en el último momento. Nooteboom se mueve en aviones, bicicletas, y coches; camina kilómetros por desiertos y veredas de ríos. Y sobre todo conoce cientos de personas, conversa con extraños sin mascarillas ni distancias de seguridad; come con compañeros de viaje, y comparte alojamiento con ellos.
¿Cuándo podremos volver a hacer algo tan básico nosotros? ¿cuándo será de nuevo posible legal y económicamente navegar por el río Gambia, pernoctar al raso en la Bolivia interior? ¿hacer amigos de periplo, amistades efímeras pero inolvidables? ¿volveremos a los caminos alguna vez o ya serán un mero recuerdo? ¿se convertirá la literatura de viajes en paradigma de una época finiquitada?
Cuando Josep Pla rememora su juventud viajera, la desmitifica diciendo que fue producto del valor de la peseta tras la Primera Guerra Mundial. Sospechamos que a nuestra generación mochilera le pasó un poco lo mismo: no eran tanto búsquedas espirituales o interés por otras culturas, sino que era más bien que teníamos euros en los bolsillos. 
Nooteboom viaja mucho porque es holandés y no ruandés. Y porque la mayor parte de su existencia transcurrió en la segunda mitad del siglo XX, la época de mayor florecimiento económico de la historia (y de mayor paz interna y externa en una mayoría de regiones del planeta).
Hotel Nómada es un producto de la globalización y de una buena balanza de pagos, pero no nos importa. Queremos viajar igual y ya no podemos. Nos han inmovilizado y nos arrastran hacia el origen, hacia la Nada.

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