25.5.20

Una vida sin fin, Frédéric Beigbeder


No nos engañemos, Frédéric Beigbeder no entrará en el canon literario. Sus libros se leen bien, son divertidos a la par que ácidos, y sabe tocar temas polémicos que agilizan las ventas. Pero seguramente llegará un día en que le olvidemos con la mayor de las tranquilidades y tampoco pasará nada. Su referente es Houellebecq y de hecho siempre intenta que los relacionen, pero no llega a esos kilovatios de potencia, su pesimismo no es tan refulgente como el del maestro.
Aunque dicho esto, sus libros son buena compañía en las tardes sin mucho que hacer. Ha publicado varias novelas en los últimos años, y como son de autoficción, o sea que narra más o menos él mismo, hemos podido ver su evolución personal, desde el joven talentoso y psicoactivo de 13,99 al cincuentón con miedo a la muerte de su última novela, Una vida sin fin. 
Publicada en Anagrama y ubicada en un supuesto género de “ciencia no-ficción”, ésta es una novela que incluye entrevistas a científicos reales insertadas en la narración, así como listados independientes de cosas por las que merece la pena vivir, y las diferencias entre tener veinte o cincuenta años, y las ventajas y desventajas de los robots, y alguna otra lista más.
Cuenta las vicisitudes de un presentador de televisión que triunfa con entrevistas a gente famosa, que se llama también Frédéric Beigbeder, y que empieza a sentir que su salud ya no es la misma tras cumplir el medio siglo. Además una de sus hijas le pide que por favor no se muera nunca. Con estas dos premisas inicia un periplo por distintos países, indagando sobre las posibilidades científicas de alargar la vida o incluso hacernos amortales, y en el que se mezcla la nostalgia por la religión tradicional, del que se siente huérfano.
No es un gran libro, pero sí refleja sin grandes gesticulaciones las inquietudes que están en el ambiente. Con el avance científico acelerado cada vez viviremos más y no es absurdo pensar que un día llegará “la muerte de la muerte”. La cuestión es hasta dónde llegaremos nosotros individualmente, si moriremos o no a las puertas de la tierra prometida. Nosotros, los adultos de hoy, seguramente no lo veremos, pero los nacidos ya en este siglo, como sus hijas, como nuestros hijos o nietos, sí llegarán a vivir ciento cincuenta años, lo que realmente ya es un pasaporte para la eternidad voluntaria; porque para el siglo XXII, si el planeta sigue girando, sí que habrá posibilidades de perdurar que hoy no podemos concebir. En algún momento Beigbeder dice que siente celos de sus hijas, por el horizonte que les aguarda.
Como tiene en todo momento un tono irónico y autodenigrante, no resulta pedantesco ni pretencioso. Plantea cuestiones profundas si cargarnos con un fardo a la espalda. Tiene partes bien escritas y reflexiones de cierto calado. Creo que la parte en la que ve a su hija rezar, y quiere poder creer con ella está bastante lograda, por ejemplo. Las explicaciones científicas, que se supone que son reales, están bien hilvanadas y se aprende sobre el posible volcado de la mente a la máquina, entre muchas otras cosas. 
Por supuesto, y como es habitual en todos los libros de este autor, en Una vida sin fin abundan las frases potentes que sentimos que queremos subrayar por su genialidad (“El selfie es un comunismo: es el arma del soldado en la guerra del glamur”, ”El buen sexo tiene lugar cuando dos egoístas dejan de serlo”, …)
Tal vez con menos páginas (tiene 343) se mantendría mejor el interés, ya que a ratos pierde algo de fuelle, pero no es una lectura para lamentar. Además, llevamos dos meses encerrados en casa por la pandemia, y salimos ahora tambaleantes a las calles, y entramos enmascarados y extrañados en las librerías. 
Es una buena elección. Mejor empezar por libros que sin ser banales tampoco ambicionan alimentar nuestro desconcierto.

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