6.8.20

Esta salvaje oscuridad, de Harold Brodkey


Estoy muriendo…Venecia está muriendo…El siglo muere…Mueren las imbéciles certezas de las últimas tres cuartas partes del siglo.

 

Harold Brodkey fue un célebre escritor norteamericano que murió de Sida en 1996. Narró sus dos últimos años de vida en Esta salvaje oscuridad. La historia de mi muerte, que Anagrama tradujo al español en el 2001.

Éste es uno de esos libros de no ficción imprevistos, escritos sobre la marcha al dictado de la realidad, y que son un poco la intrahistoria de nuestro mundo. Suelen ser bastante más interesantes, en mi opinión, que la mayoría de elaboradas ficciones, con sus manidos tropos y sus conocidas tramas.

Brodkey descubre que está enfermo en las primeras páginas y nos manifiesta su perplejidad, ya que no había tenido devaneos sexuales de riesgo desde su juventud, y ahora es un hombre en sus sesenta años, casado y con hijos, que se sentía a salvo porque no esperaba que el virus apareciera después de tanto tiempo. Sin embargo aparece y lo hace en un tiempo en la que todavía no había medicamentos eficaces contra el virus.

Así que sin mucha esperanza de curación, el escritor se siente arrastrado hacia la salvaje oscuridad del título.

El libro es contenido; no hay sabiduría estoica que ayude a afrontar la muerte, ni lirismo new age que temple el drama. Tampoco abusa de las frases filosóficas en las que sería tan fácil caer. Sencillamente Brodkey se muere y tiene miedo, pero su cuerpo se va deteriorando y tampoco quiere seguir viviendo así.

Todo el trayecto lo hace acompañado de su esposa Ellen, mujer/fortaleza a la que los lectores compadecemos y queremos en su lucha.

Brodkey habla con el médico, recibe resultados, su mujer hace lo que puede, de los amigos algunos están a la altura y otros no, hay angustia y dolor, y al final aceptación. El libro termina con su último aliento.

No hay mucho más que decir de Esta salvaje oscuridad. Son ciento setenta y cinco páginas escritas a matacaballo, con fragmentos inconexos y algunos sin desarrollo. Lo normal para quién garrapatea en la cama de un hospital.

 

Pocos libros son tan descarnados como éste.

Pero releer ahora algo tan testimonial de finales del siglo XX tiene algo de simbólico. Brodkey, que es muy hijo de su tiempo, es consciente de que con él se muere toda una época. Y quizá ahora, más de veinte años después, con el Covid, los populismos y la crisis económica, ya nos enteramos por fin de que aquello está definitivamente enterrado, que la muerte de la centuria pasada es completa y total.

 

(Por ejemplo Brodkey se queja desde los optimistas años noventa de que casi no hay interés por el pasado: También es una especie de locura el delirante anhelo de que el futuro reemplace la noción de historia. Hoy en cambio vivimos en un eterno presente que no hace más que mirar hacia un pasado petrificado y esquematizado en luchas identitarias, con el futuro abolido. Así que igual ese zeitgeist de progreso permanente y liberal que supo encapsular tan bien Fukuyama era bastante mejor que presentismo de resentidos en el que vivimos hoy.)


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