16.3.21

El ocio y la vida intelectual, de Josef Pieper

Josef Pieper (1904-1997) fue un célebre catedrático de antropología filosófica de la Universidad de Münster. Escribió varios libros, entre ellos este El ocio y la vida intelectual que Rialp publica en nuestro idioma. La obra tiene cuatro partes de distinta extensión que mantienen cierta autonomía, pero les vertebra la unidad temática que se desvela en el título.

Aunque lo que nos interesa es en concreto el principio de la segunda parte, titulada “¿Qué significa filosofar?”, creemos que hay que hacer mención a unas referencias que Pieper hace en la primera parte a Ernst Jünger, ya que las conceptualizaciones de este autor alemán van a estar rebatidas en el resto del libro, incluido el capítulo mencionado.

Tanto Jünger como Ernst Niekisch, que también aparece específicamente citado, vivieron en la Alemania de entre guerras, cuando parecía inminente la llegada de un totalitarismo (término que Jünger acuñó, o cuanto menos popularizó) de signo todavía indefinido. Niekisch, que acabó siendo un marxista ortodoxo, defendió la causa nacional/bolchevique, que no tuvo mayor recorrido, pero en la que era esencial la figura del Trabajador. Jünger no se posicionó tan claramente como su amigo Niekisch, y desarrolló una obra tan potente como ambigua en la que consideraba ya inevitable el imperio del totalitarismo, sin importar que fuera rojo o pardo, y lo que se trataba era de salvar ciertas esferas de individualidad dentro del mismo.

Jünger cuenta que escribió El Trabajador escuchando a comunistas y nazis en los bares de Berlín. Este libro propone, junto con otros suyos menores de la época como La movilización total o Sobre el dolor, un nuevo tipo de hombre cuya plenitud es adherirse a las dos figuras o tipos humanos que resumen el siglo, el Soldado o el Trabajador, dependiendo de la situación bélica del momento. La figura del Soldado aparece en otros libros, incluidas sus memorias de la Gran Guerra. Y la tercera figura, la de Emboscado es posterior a la IIGM.

Nos centraremos en la figura del Trabajador por ser la que está presente en El ocio y la vida intelectual. Para Jünger el mundo nuevo que se fragua con la técnica, y sobre todo la maquinización de la guerra, hace inviable cualquier vuelta atrás hacia los valores humanísticos. El nihilismo domina a Europa. La guerra ha llevado al Estado liberal a convertirse un Estado total, que mantiene el control de toda la esfera pública y privada mediante el mantenimiento de la Movilización Total (otro término atribuido a Jünger). Cualquier iniciativa personal se orienta hacia el trabajo. Todo es trabajo. El trabajo es el esfuerzo colectivo y sin excepciones de toda la nación al servicio del Estado.

El Trabajador es por ello algo distinto a lo que podría serlo para un marxista. No es necesariamente un proletariado.  “Ciertamente yo no quepo en el sistema de Marx, pero Marx sí cabe sin duda en el mío…” dirá Jünger. Para él el Trabajador es un individuo que se incorpora al zeitgeist nihilista renunciando a toda forma de autonomía e introspección. No es tanto una cuestión de clase social sino de adaptación al Estado Total y a las fuerzas del trabajo. Un poeta o el directivo de una compañía son trabajadores siempre que orienten su esfuerzo hacia este fin.

Al trabajador jüngeriano el único arte que le interesa es el realismo heroico, que canta las glorias del trabajo. Su única religión es la técnica, que está cambiando el planeta. Ni siquiera se puede permitir sentir dolor, y anula cualquier forma de sentimentalismo mediante la mecanización de su cuerpo. Llega a decir que igual sería oportuno favorecer el analfabetismo si eso fuera a evitar distracciones que desviaran del fatum del trabajo.

Aunque El ocio y la vida intelectual se ubica después de la Segunda Guerra Mundial, y el trabajador que hemos descrito parece felizmente incompatible con la sociedad de consumo que se consolidaba en Alemania Occidental, sí creemos que cuando Pieper habla del trabajador, del mundo laboral totalitario y demás, es importante subrayar que se refiere a algo que supera de alguna manera al capitalismo o al marxismo. Es la visión, tan enraizada en el idealismo alemán, de que hay un espíritu empujando a la historia en una dirección. No es por tanto un concepto materialista o inmanente. No es sólo un vendedor de coches estadounidense o el empleado en una cadena de montaje soviético, que bien pueden conservar su intimidad inviolada, o que cuando fichan al final de la jornada se vuelven a casa a disfrutar de una comedia surrealista en televisión. No. El trabajador jüngeriano nunca se quita el uniforme, todo en su vida es trabajo. La persona ha cedido orgullosa el puesto a la figura (gestalt). 

Por eso, aunque ya no es el mismo trabajador que en los años treinta, Pieper se sigue refiriendo más a una fuerza espiritual que a un dato sociológico.  

 

En las páginas 69 a 85 de El ocio y la vida intelectual, que bien podrían considerarse el núcleo del libro, lo que encontramos es una defensa del esparcimiento frente al mundo del trabajo, del ensimismamiento contra la movilización permanente en aras de un beneficio. El tema principal del texto es la defensa de unas humanidades, y en concreto de una filosofía, exentas de tener que rendir cuentas ante el utilitarismo de la producción. Una teoría que, desde el punto de vista del Estado laboral totalitario, no sirva para absolutamente nada práctico. 

Una de las cosas que llaman la atención es lo latino que resulta el germánico de Pieper. Tal vez es por la influencia de Santo Tomás, pero sus páginas evocan a Luis Racionero y su defensa del otium cum dignitate mediterráneo frente a los laboriosos vecinos del norte, cuyo capitalismo el catalán considera salvaje porque al ser ellos de sustrato bárbaro no tienen sentido de la medida, y trabajan como se emborrachan: sin límites, hasta perder el conocimiento.

Max Weber por cierto acusaría a Pieper de alta traición. O tal vez corroboraría su teoría de que los católicos, aun alemanes, no son compatibles con el esfuerzo que requiere el capitalismo.

Uno de los subtemas que atraviesan el texto es -y aquí volvemos a Jünger- el fin de las fronteras entre el trabajo y el ocio. Cuando el mundo del trabajo regulariza el ocio nos da más trabajo encubierto, aunque sea en forma de pseudo arte, con carteles propagandísticos que nos recuerdan indirectamente que mañana hay que madrugar, o con alegatos políticos escritos para no olvidar el lenguaje burocrático. También se nos puede dar momentos de ocio mercantilizados sometidos a estandarizaciones iguales que las de una oficina, como si los sábados fuera mandatorio ir a un bar o los domingos una ordenanza de la junta directiva nos obligara a personarnos en el fútbol.

Si el trabajo aquí descrito es una fuerza espiritual, como hemos dicho, el ocio también ha de serlo. Tiene que ser un espíritu igual de potente, que su rugido amedrente al totalitarismo laboral. 

Otro de los subtemas es la preocupación de Pieper por la intromisión del trabajo en la universidad. Creemos que está claro que no se refiere a que se enseñe a gestionar negocios o incrementar la productividad de una central eléctrica. Una vez más, creemos que se refiere a que el pensar humano quede capitalizado por su utilidad dentro del nuevo poder técnico-nihilista.

Esta parte es especialmente rebatible. Recordemos que Pieper es catedrático de antropología filosófica; aunque le preocupe la universidad en general, su prioridad es la filosofía. Él aboga por una filosofía libre y teorética, que sea especulativa aunque así, o precisamente por ello, no tenga utilidad económica alguna.   

Nos surgen preguntas a este propósito: ¿quién decidirá entonces qué filosofía hay que hacer? ¿Cómo mediremos su importancia si carecemos de referencias externas?

Está claro que hay que salvar a la filosofía del mundo totalitario del trabajo. Pero sin que eso sea una excusa para sacarla de la realidad. El problema de considerar orgullosamente que la filosofía es inútil, o que no debe tener una finalidad concreta, es que le da carta blanca a los comisarios políticos, a los eruditos vacuos, y a los enamorados de las jerigonzas, que pueden atrincherarse en las facultades, e impedir así que fluya el verdadero pensamiento.

Hemos creído importante hacerle esta pequeña matización a Pieper.

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