Jim
Goad (n. 1961) es un escritor norteamericano que no parece el mejor de las
personas. Es más, si una décima parte de lo que se cuenta en su perfil de
Wikipedia es cierto, podríamos calificarle sin miramientos como abyecta escoria
humana. Pero lo que nos trae aquí no es su lamentable desempeño vital sino su
primer y potentísimo libro, el Manifiesto redneck.
Este
libro-sismógrafo se publicó en Estados Unidos en 1997 y sólo recientemente ha
aparecido en nuestro idioma. Este lapso de tiempo sin embargo sirve para que
comprobemos cuánto del terremoto político que predecía se ha ido convirtiendo
en una realidad social innegable. Y si bien los que ni somos estadounidenses ni
vivimos allí tendríamos que tener más cuidado a la hora de opinar sobre la
política de allí, podemos ratificar que por lo que cuentan los noticieros que
Goad acierta. Y es más, traducir muchos de sus vaticinios al devenir de nuestro
propio país.
El
Manifiesto es un grito de cólera contra la omnipresencia de los temas
raciales en los medios de comunicación. Goad sostiene que eso no es más que una
cortina de humo para evitar la verdadera dialéctica política, que es la de las
clases sociales. Estados Unidos no se divide entre negros y blancos, sino entre
ricos y pobres. Los redneck, la basura blanca, los paletos blancos maltratados
son lumpen a los que encima les acusa de ostentar un “privilegio blanco”. No
son solamente explotados económicamente, son además la clase social más
vilipendiada, ridiculizada y culpabilizada de crímenes históricos en los que no
tuvieron parte ni beneficio.
Goad
sueña con blancos pobres y negros pobres haciéndose conscientes de que les une
la dificultad para llegar a fin de mes, y actuando en consecuencia.
Según
la contraportada de la magnífica edición de Dirty Works, hasta el gran Chuck Palahniuk
celebra el estilo de Goad. Hay que decir que el tipo escribe fenomenalmente
bien. Son casi cuatrocientas páginas de adrenalina y frases inolvidables. Se
nota que ha leído mucho y que sabe argumentar. Y desde luego tuvo buen ojo al
intuir una rebelión de los blancos de clase baja contra lo “políticamente
correcto” -lo “ideológicamente estreñido”, como dice él- cuando votaron en
masa, en dos elecciones seguidas, por alguien como Trump, cuyo principal logro
fue ser unánime anatemizado por las élites progres urbanas.
Aquellos
fueron votos-peineta de gente muy cabreada. Ahora los que dirigen el cotarro
pueden intentar comprender el origen de tanto rencor, y tratar de mitigarlo, o
puede seguir metiéndole el dedo en el ojo todos los días la clase trabajadora
desahuciada por el proceso de desindustrialización, hasta que vuelvan a saltar.
Entonces
sabremos si Trump originó el terremoto, o por el contrario lo contuvo
temporalmente.
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