5.2.22

Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, de Guy Debord

 

Entre mis lecturas juveniles estaba Guy Debord, el instigador de la célebre Internacional Situacionista. Su libro fundamental, La sociedad del espectáculo, se me antojaba ininteligible, pero lucía bien pretender que lo leía en los pasillos de la Facultad.  En cambio su autobiografía, Panegírico, me pareció auténticamente divertida. En cuanto a In girum imus nocte et consumimur igni, Consideraciones sobre el asesinato de Gérard Lebovici y El planeta enfermo, o tenían una genialidad críptica que se me escapaba, o sencillamente eran tres fabulosas tomaduras de pelo.

Con el paso de los años me inclino más por la segunda opción.

Sin embargo el libro de Debord que recordaba como claro y potente, y sobre el que he vuelto recientemente, es Comentarios sobre la sociedad del espectáculo.

No me fallaba la memoria; en efecto, es certero como una bala.

Comentarios apareció en Francia en 1988, veinte años después de la publicación de La Sociedad del espectáculo; también de los marcobotellones de Mayo del 68, en los que tanto influyó aquél libro. Aquí llegó por primera vez en 1990; mi edición es 1999 en Anagrama.

El título juega con la ambivalencia de glosar tanto al texto anterior como al fenómeno analizado. El “espectáculo” era para Debord “el dominio autocrático de la economía mercantil que había alcanzado un status de soberanía irresponsable y el conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que acompañan ese dominio.”  O sea, si lo traducimos de un brochazo mal dado, es la nueva realidad que ha surgido de la colusión del capitalismo y la tecnología, y que ha sustituido a la realidad real.

Como anécdota manida pero iluminadora, el joven Jean Baudrillard se formó en las filas de la Internacional Situacionista, y más tarde escribió Simulacra y simulation, que es el libro que sostiene Neo al principio de The Matrix, y que es la principal base filosófica la película.

Comentarios está muy bien escrito; las frases que hay que subrayar son tantas que invitan a tener un sacapuntas a mano. Debord empieza con una justificación un tanto arrogante, anunciando que no puede ser muy explícito en su exposición, ya que lo que tiene que decir es demasiado peligroso, y hay agentes gubernamentales merodeando a su alrededor.  Pero lo cierto es que se entiende bien lo que dice. Y si es verdad que estaba escrito contra el capitalismo postfordista de su tiempo, conserva su carga anti-Poder intacta. Casi podría haberse publicado hoy como una crítica a los superseñores de la sociedad digital.

Para el teórico situacionista, el poder espectacular tuvo al principio dos formas: la concentrada, un tanto tosca y propia de los totalitarismos, y la difusa, que tiene que ver con el capitalismo y la libre oferta de mercancías. Sin embargo la perfección gradual de esta última había llevado a una nueva forma de poder espectacular, la espectacular integrada, en la que la alienación se convierte en el hábitat inconscientemente asimilado, o sea, en una dulce prisión.

Éste es el punto en el que estamos:

“La sociedad modernizada hasta el estadio de lo espectacular integrado se caracteriza por el efecto combinado de cinco rasgos principales que son: la incesante renovación tecnológica, la fusión económico-estatal, el secreto generalizado, la falsedad sin réplica y un perpetuo presente.” (pág. 23)

Las características que describe son evidentes en nuestra vida cotidiana. Lo de la “falsedad sin réplica”, en concreto, es otra manera de llamar a sentarse ante una pantalla. Desde ellas nos ametrallan argumentos que ni siquiera son tales, pues no tienen la coherencia mínima como para serlo. Son mentiras, y mentiras ilógicas, pero tenemos que acatarlas o seremos expulsados de la vida en común.

La pantalla emana irracionalidad y acaba haciéndonos irracionales:

“La primera causa de decadencia reside claramente al hecho de que ninguno de los discursos que se exhiben en el espectáculo deja lugar para la respuesta; y la lógica sólo se ha formado socialmente en el diálogo. Por lo demás, cuando se ha difundido el respeto hacia lo que se habla en el espectáculo, que se tiene por importante, rico y prestigioso, y que es la autoridad misma, entonces se difunde también entre los espectadores el deseo de ser tan ilógicos como el espectáculo, para alardear de un reflejo individual de tal autoridad (…) Esa pereza del espectador es también la de cualquier ejecutivo intelectual, del especialista de formación acelerada que en todo caso intentará ocultar los estrechos límites de sus conocimientos mediante la repetición dogmática de algún argumento ilógico de autoridad” (pág.41)

Podría estar hablando de nuestro maravilloso mundo de los políticos, de Twitter, de los tertulianos de la Sexta y los cuñados que aplauden…

 

Debord no veía mucha salida liberadora en su tiempo.

Me pregunto qué hubiera pensado de Internet.

El espectáculo situacionista define bien a los media, al Estado, el consumismo y hasta el sistema educativo, pero se queda en el siglo XX, antes de que surgieran las islas piratas que hay en el mundo virtual y que escapan a las terminales del poder.

De hecho la forma espectacular integrada ya no está claro que funcione. Más bien parece que hemos regresado a la forma concentrada, la simplonamente totalitaria, donde sólo los palos de la cancelación social hacen que se mantenga la apariencia de que la narrativa espectacular sigue siendo hegemónica. Pero a poco que se salga a la calle, se ve que sólo se mantiene por la fuerza de la coacción, no de la persuasión.


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