20.5.16

El sosiego hoy


Francisco Umbral dice en algún sitio que nunca matamos del todo a nuestros demonios interiores, que simplemente a cierta edad se nos aburren. La idea es reveladora y de un optimismo bastante paradójico, ya que deja claro que siempre lidiaremos con nuestros traumas, pero que ellos se hartan de acosarnos. Nos hacemos mayores y se hace tedioso torturarnos: esa desidia suya es lo que podemos llamar madurez, paz interior o estar a buenas con uno mismo. No es gran cosa, pero tampoco es nada.

A eso hemos llegado muchos adultos, la mayoría tal vez. No nos damos besos en el espejo cuando nos levantamos por las mañanas y no estamos del todo satisfechos con nuestras vidas, pero nos contentamos con salir adelante, con querer a unos pocos allegados y que nos quieran, o al menos no hacer daño a nadie y evitar así empeorar más este mundo. Nos encontramos en definitiva muy lejos de ser felices, pero tampoco exudamos bilis.

No es ésta empero la actitud que exhiben muchas minorías ruidosas que tienen la exclusiva de la queja y el lamento, y a los que nunca nos atrevemos a contradecir por una empatía no siempre sincera hacia ellos. Hay gentes convenientemente sobredimensionadas por los medios de comunicación que están infamando a diario, enrabietados, diciendo que esto es una hecatombe y que no hay nada que hacer porque todo está perdido y este país no tiene remedio. Seguramente confunden su mediocridad y miseria interior con la sociedad en la que viven. Es ese resentimiento de “yo debería de ser estrella de rock o premio nobel, y aquí estoy, muerto de asco, hablándoos” que satura y cansa, pero sobre todo lo hace cuando aboca a un negativismo desesperanzado, a la pasividad social o a un nihilismo casposo.

La situación política es lamentable, nadie lo niega, pero la sociedad aguanta. Los márgenes de libertad siguen siendo amplísimos. No está justificado claudicar. Hay muchas cosas que hacer y mil variantes para mantener la dignidad; eso no nos lo han quitado, aunque pareciera deducirse que sí según muchos discursos imperantes.

¿De dónde viene ese pesimismo mórbido que ya era previo a la crisis y que también imperaba cuando las cosas iban mejor? Seguramente de los demonios interiores de muchos, que no se han cansado lo suficiente, y no contentos con vejar a sus anfitriones, deciden salir en forma de espumarajos para desazonar a los demás viandantes. La solución no es fácil porque los altavoces mediáticos hacen mucho ruido y podemos llegar a confundirlos con música ambiental.  Igual hemos de repetirnos, como un mantra, no nos arruinarán el sosiego, no nos arruinarán el sosiego, no nos arruinarán el sosiego…y seguir luchando como hasta ahora, sin rendirnos.

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