17.5.16

Intelectuales y fútbol

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I

Y algo sucedía.
Sucedía que aquél día, 13 de Agosto de 1898, Manila se había rendido. En Cavite , 87 proyectiles de 203 y 152 milímetros habían incendiado nuestra escuadra casi sin combatir.
Pero, en cambio, el "Mico Chico" se había revelado como un coloso, arreando un sopapo de órdago hasta los dátiles.

En el Diario Íntimo de Eugenio Noel se describe el día en que llegan las noticias del fin del imperio hispánico de ultramar y multitudes de madrileños optan por ir alegres a ver una corrida de toros a la plaza de Carabanchel. Páginas similares se encuentran en Pío Baroja y Joaquín Costa. Todo indica que aquella parsimonia de los españoles ante el Desastre debió de consternar a los intelectuales del momento. La mayoría seguramente lo verían como un ejemplo de la falta de educación y civismo patrios, considerando el desahogo taurino como anecdótico. De ahí la casi total displicencia que tributa la intelectualidad española de los últimos siglos a la Fiesta. Apenas hay referencias a la misma, ni para enaltecerla ni para aborrecerla; es un tema tangencial y menor en las obras de casi todos. Se asume que es propio de gente inculta y que cuando haya desarrollo e incorporación al nivel europeo, las corridas desaparecerán. Poco se detecta además de preocupación por los animales o la ética del espectáculo; hasta entonces todo es la dicotomía entre la alta y la baja cultura -signifiquen estas categorías lo que signifiquen- de la que no escapan ni siquiera los pocos hombres de letras que han defendido los toros, todos ejemplos de aproximaciones condescendientes desde arriba hacia abajo: los poetas fascinados por lo popular, como Lorca, o pensadores interesados en el carácter español, como Pérez de Ayala; también escritores brillantes como Valle-Inclán, que se decía taurino como una excentricidad más que colgarse en la solapa. En el siglo XIX los krausistas rechazaban la Fiesta, y pensadores más conservadores como Menéndez Pelayo la defendían sin ser sinceramente aficionados, más bien por oponerse a los primeros. Y la Generación del 98 fue casi unilateralmente anti taurina bajo la decisiva influencia del ya citado Noel.
Eugenio Noel nació en Madrid en 1885 y murió en Barcelona en 1936. Seguidor de Joaquín Costa, consagró su vida a las campañas anti flamencas, en las que incluía como simbióticos el cante y los toros, ambos igualmente responsables para él del retraso español. Fue el único ensayista hasta entonces que dedicó su obra a combatir las corridas, lo que le llevó a la fama y a los hospitales, ya que no era raro que los aficionados de apalearan tras alguna conferencia. Sus libros, olvidados hoy, no resultan sobresalientes pero sí merecedores de mejor fortuna editorial.  Lo que es indudable es su presencia capital en la cultura española del primer tercio del siglo. Unamuno y Azorín le escribieron y escribieron sobre él; Ortega le consideraba, según cuenta el propio Noel en su Diario, uno de los grandes escritores de su generación, y tal vez era verdad porque Ortega medió para que Espasa publicara dos de sus libros.
Las arengas anti taurinas fueron perdiendo eco en vida del propio Noel; pero como nos recuerda Rosario Cambria en su imprescindible Los Toros: tema polémico en el ensayo español del siglo XX, Noel tuvo unos años, sobre todo en la década de los diez, de prevalencia absoluta en la polémica taurina. Un ambiente intelectual fervorosamente antitaruino que no pudo dejar indiferente a nadie del gremio, donde presumir de afición era algo así como hacerlo de halitosis.
O sea, que hasta mediados del siglo XX, los toros provocaban en los intelectuales indiferencia o rechazo, y solo una minoría se dedicó a ensalzarlos. Después perdieron interés, pues ya no son un fenómeno de masas (en la actualidad solo el 7% de los españoles reconoce ser seguidor de la Fiesta).
El gran opiáceo pasó a ser el fútbol.

II

Ojalá el fútbol entonteciera al país y ojalá pensaran en el fútbol tres días antes y tres días después del partido. Así no pensarían en otras cosas más peligrosas.
Vicente Calderón.

El fútbol es un ejemplo nítido de cultura populista, que nada tiene que ver con la cultura popular: no surge del pueblo, como los toros que llevan siglos de arraigo y son sin duda cultura popular aunque no nos guste reconocerlo. El fútbol, al contrario, nace de decretos y políticas estatales concretas para hacer de algo venido de Inglaterra, en brevísimo tiempo, una supuesta "cultura popular" patria. No hay duda de que sin la maquinaria político-mediática, el fútbol, que ni siquiera es rentable económicamente, no hubiera podido llegar a España y  hoy no tendría la audiencia que tiene.
El fútbol llegó antes, pero con la Dictadura se movilizaron grandes esfuerzos para homogeneizar los gustos de las masas. Auparon al el deporte rey y fomentaron rivalidades entre equipos para canalizar las tensiones regionales. El panorama futbolero actual es creación directa del régimen anterior.  (Es recomedable leer Franquismo y fútbol de Duncan Shaw, donde se explican la disposiciones de Fraga y otros para imponer el fútbol). La respuesta de los intelectuales fue al principio la misma que ante los toros: indiferencia y rechazo, dejando solo para una minoría populista y neoromántica las vindicaciones. Se asumía, con toda la razón, que el Franquismo utilizaba el fútbol para aborregar a un pueblo sometido.
Sin embargo en la actualidad lo que prevalece entre los profesionales de la opinadera y escribientes varios es una aclamación sistemática y acrítica del espectáculo (y eso que ahora hay muchas más retrasmisiones que antes). No hay ningún personaje público que quiera hablar por los millones de españoles a los que el fútbol no nos importa ni lo más mínimo -o incluso nos disgusta- y cuando sucede, como en el caso de Sánchez Dragó, se atribuye la disidencia a una excentricidad suya, cuando hace unas décadas lo excéntrico era defender el fútbol.
Pero hoy lo guay no es solo defender el fútbol, sino hacerlo desde el nivel más bajo. Cuando Pérez de Ayala escribía elogios de los toros, lo hacía con belleza y profundidad. Aunque creamos que los intelectuales no deberían legitimar la escabechina de la plaza, por lo menos le reconocemos talento. Pero lo alucinante de las columnas de Javier Marías o las procacidades de David Gistau, es que hablan de fútbol como lo haría un hooligan -y además cobran por ello.
¿Dónde radica el problema?¿Por qué no hay en nuestro tiempo un Eugenio Noel que lance campañas antifutboleras, cuando es evidente que el futbolismo es uno de los mayores problemas sociales de la actualidad, y que mientras no sea encarado -o por lo menos pensado- no habrá recuperación nacional posible?

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