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Arte y desmayo es una de esas inúmeras salas de
teatro alternativo que perseveran en el paisaje cultural madrileño sin
hacer mucho ruido, pero con cierta estela de trabajo continuado y bien
hecho. Están en Madrid, Carabanchel, en Baleares 14, una calle agónica y
secundaria. La sala es modesta pero bastante bien organizada, aunque la
puerta de entrada cae directamente sobre el escenario, lo que no deja
de ser llevaderamente incómodo. Cuentan ya más de cincuenta representaciones de Equus, todo un hito en mundo teatral capitalino.
La obra fue escrita por el dramaturgo inglés Peter Shaffer
y representada originalmente en Londres en 1973; tuvo un gran éxito que
luego se reprodujo en los distintos países a los que se trasladó. Hubo
hasta adaptación cinematográfica. A España llegó en 1975, y tuvo
especial repercusión en su momento, ya que incluye los desnudos finales
del chico y la chica protagonistas. Anécdota aparte, que además es
nimia, ya que al menos en esta versión se oscurece el escenario sin
dejar mucha genitalidad a la vista, la obra es interesante y bien
desarrollada.
Cuenta la historia, supuestamente real, de un
adolescente que fue internado en un psiquiátrico tras haber cegado a
varios caballos. A partir de ahí se inicia un develamiento mutuo entre
el chico y el psiquiatra encargado del caso, que quiere entender las
motivaciones de semejante crueldad. Gradualmente, mediante escenas
retrospectivas y la aparición de personajes secundarios, acabamos
entendiendo qué impulsó el acto. El psicoanálisis y los movimientos de los sesenta están muy presentes entre las líneas de los diálogos,
ya que hay una refutación constante a la herencia occidental, tanto a
la cristiana que encarna la madre del chico, como a cientifismo moderno
que habla por boca del padre.
Y más centrándonos en esta versión, lo que vemos sobre el escenario de Arte y desmayo es todo correcto.
Los actores, cuando aparecen simulado ser caballos, cumplen
sobradamente, y ahí era difícil no caer en lo grotesco; cuando
interpretan a los personajes secundarios están creíbles. El psiquiatra y
el paciente, la pareja protagonista, están soberbios; el médico mejor,
más contenido, el adolescente resulta a ratos demasiado inaguantable,
imposibilitando la empatía, como si al actor se le hubiera ido de las
manos.
Solo hay una objeción de peso que ponerle a esta adaptación, por lo demás formidable: su intento de actualizar el texto mediante accesorios externos de nuestra época.
Abundan los móviles, las referencias a Internet y la música es tecno.
Nada de eso queda natural en el texto y aparece como pegotes. Los
diálogos y la trama rezuman años sesenta y setenta. En ese contexto
encajan, en la actualidad no. Por ejemplo, hay un momento en que la
chica sugiere ir a un cine porno. Y el chico dice que eso se puede ver
en internet, pero aun así van, y además luego se dan cuenta de que el
padre de él está entre la audiencia ¿No queda todo un poco falso?¿Quién
va hoy por hoy a esos cines, si hubiere todavía alguno, cuando hay
internet? Manteniendo un montaje menos actual, más como en el original,
ubicando la historia en su momento, hubiera ganado autenticidad.
Pero
sobre todo el tema de fondo no es creíble para una historia de nuestro
tiempo. La represión sexual y el sentimiento de pecado no son
mayoritariamente nuestros infiernos, no es en lo que el grueso de la
sociedad haya su desasosiego. Solo es una minoría la que hoy se puede
sentir así, por lo que estos personajes no adquieren la
representatividad que se pretende. Shaffer hizo muy bien al buscar una
situación límite (maltrato equino) para hablar de las entrañas de su
época, no de la nuestra; hubiera sido mejor haber respetado eso.
Aun así, el Equus de la sala Arte y desmayo es de lo mejor que hay en los escenarios madrileños hoy.
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