12.10.16

Planeta de ciudades basura, de Mike Davis


Se nos dice que la mayoría de la población mundial vive en ciudades, pero no se nos explica que “ciudad” está entendido es su sentido más amplio, incluyendo las periferias hiperdegradadas de los países subdesarrollados. El slum* es la realidad en la que viven más de mil millones de personas en todo el planeta. Son océanos de infraviviendas que crecen en torno a los centros urbanos, hechas de material desechado, sin planificación ni servicios, sin autoridad estatal, a veces violentos y siempre insalubres. Pueden cobijar a unos centenares de personas, como en Europa, o a millones, como en Kenia. Sus habitantes están excluidos del bienestar, pero no necesariamente del Sistema. Muchos trabajan, pero sus sueldos no les permiten pagar el transporte, por lo que tienen que buscar alojamiento cerca de sus empleos; en el Sur, allí donde hay bonanza económica -zonas financieras, centro comerciales,…- crecen los asentamientos a una distancia prudencial, para que los friegaplatos y conserjes puedan ser puntales sin tener que pagarles en autobús.

En vastas regiones del globo es la forma urbana predominante, el equivalente de la marcha a la ciudad que caracterizó la modernidad europea. Sin embargo el slum no es muy tratado en círculos intelectuales e inexistente en la cultura de masas. Visitarlo una vez en la vida o, por lo menos, ser conscientes de su existencia es necesario para entender en mundo en el que vivimos.

Mike Davis publicó en España Planeta de ciudades miseria, que los expertos en la materia consideran flojo, pero que a los que no lo somos nos sirve como impagable introducción al tema. Davis se aproxima aquí a la características generales del slum y pronostica que será el escenario geopolítico del futuro.

En este libro se explica que ha crecido paulatinamente en los últimos años ante la desidia de los gobiernos afectados, que no han sabido o querido atajar estos lugares caóticos donde las enfermedades se expanden con facilidad y cualquier manifestación de la Naturaleza supone desastres humanitarios, ya que la construcción de infraviviendas se tolera porque se hace precisamente donde el terreno no vale nada por inhabitable: colinas con desprendimientos, en torno a ríos con crecidas, tierra fangosa, proximidad antihigiénica a vertederos…

También se niega cualquier conato de idealización anarquizante. En efecto, la autoridad estatal no existe en el slum (“la policía sólo entra para cobrar sus sobornos”) pero esto no ha generado autogobierno ni sentimiento comunitario. Priman las bandas y el abuso del menos débil contra el más débil. Las ONG occidentales son nefastas por canalizar la escasez de medios hacia el clientelismo y sólo las diversas sectas religiosas hacen las veces de sociedad civil.

A la vez se produce, al estar todo tan relacionado con la concentración de riqueza, un status quo de guerra no declarada en la que la minoría opulenta vive aterrorizada en condominios ultravigilados y la mayoría pauperizada reconcentra un odio que explota en distintas formas de violencia. De haber un proletariado en el sentido marxista existe aquí.

Podemos no querer ver el slum, hasta que caiga sobre nuestras cabezas.

La desalentadora dialéctica de zonas de seguridad contra lugares urbanos demoníacos nos lleva a una oscilación siniestra e incesante: noche tras noche helicópteros de combate acechan enemigos desconocidos en las estrechas calles de barrios miserables, arrojando fuego sobre chabolas o coches que huyen. Por la mañana la miseria replica con suicidas que provocan grandes explosiones. Si el imperio puede desplegar las tecnologías represivas de las que habla Orwell, sus oponentes tienen a los dioses del caos de su parte.

Davis termina así Planeta de ciudades miseria, anunciando la nueva expresión de la lucha de clases.

En una entrevista posterior pone de ejemplo ilustrativo la película Black Hawk Derribado. En ella se cuenta la derrota real sufrida por un comando de élite estadounidense en Somalia. Con toda la superioridad de su parte, son vencidos cuando los habitantes del slum convierten la ciudad en un avispero.

*En español tenemos docenas de voces que lo nombran -ranchos, chabola, invasiones, barriadas, poblados…- pero su acepciones varían demasiado según los países, a veces son específicos de la realidad nacional y con frecuencia se refieren a las construcciones individuales pero no a su conjunto, o al urbanismo pero no a la estructuras. Así que por abreviar, y porque el término inglés es universal, unívoco y se refiere a la casa, su ubicación y al concepto, recurrimos a él: SLUM.


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