14.5.17

La ceremonia del porno, de Andrés Barba y Javier Montes


El pensador anarco-sufista Hakim Bey decía que la pornografía es capaz de cambiar vidas porque descubre los verdaderos deseos. Por supuesto la cita se las trae porque se puede contestar que no descubre deseos sino que los configura, por no mencionar que la idea liberadora que subyace en la propuesta también es discutible: el deseo no amplía nuestros horizontes, lo que hace es esclavizarnos y nos acaba arrastrando a ese estado tan célebre de “deseo sin objeto”, que no es más que otra manera de hablar de insatisfacción crónica.

Sin embargo algo hay de cierto en la proposición. La pornografía cambia nuestras vidas, nos habla de quién podemos ser y de la máscara que según Ortega todos llevamos y bajo la que “se retuerce nuestra personalidad erótica”. La pornografía nos interpela, nos descubre quiénes somos y nos hace más nosotros.

Además es un hecho cultural y socioeconómico fascinante. Es un género sin límites definidos. Hay películas de todos los matices y de todos los gustos posibles. Las páginas web especializadas presentan un repertorio abundante de opciones, solo hay que pinchar en la etiqueta que nos atraiga y elegir luego entre innúmeros vídeos de duración variable. Podemos concluir que es un mercado segmentado y plural donde las leyes de la oferta  y la demanda funcionan eficazmente.

De hecho la industria del cine porno mueve más dinero que el cine “normal” de Hollywood. Eric Schlosser, por ejemplo,  en su Refeer Madness estudió la importancia económica del porno, y concluyó que es uno de los pilares del PIB norteamericano.

En consecuencia, y tras unas breves aproximaciones académicas previas casi siempre admonitorias, ahora ya se puede hablar del tema con más o menos neutralidad. Así, aunque al principio de tapadillo, han surgido los porn studies que tratan de explicar el fenómeno.

Hay teóricos que trabajan desde ángulos distintos, como el feminista, el sociológico o el antropológico. Algunos son más sesudos que otros, muchos manejan una jerigonza urticante que aleja a los legos, pero afortunadamente también unos cuantos se pueden entender bien.

Un ejemplo de libro introductorio al tema, accesible e iluminador, es el premio Anagrama de Ensayo del 2007, La ceremonia del porno de Andrés Barba y Javier Montes. Se trata de un texto que requiere cierto esfuerzo, pero se puede con él. Los jóvenes autores explican lo que significa mirar porno, y de vez en cuando sueltan alguna reflexión impagable, como que siempre nos convertimos en otro cuando lo hacemos o aquello de que es una ceremonia privada. Analizan las formas que tenemos de relacionarnos con el género, y alguna de las consecuencias sociales que tiene este nuevo imperio global de la pornografía que ha llegado con internet.

El libro no tiene más de 200 páginas, por lo que es obvio que ningún tema es tratado en profundidad, pero dan pistas suficientes para que profundicemos en lo que más nos interés con un buen aparato bibliográfico. O sea, además es un buen artefacto divulgativo.

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