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La homosexualidad ha transitado durante siglos
criminalizada y oculta en las periferias de la sociedad, primero como
pecado y luego como enfermedad. Se obligó a innúmeras generaciones a
vivir como quienes no eran, a querer a quienes no podían querer. No
importaba destrozar vidas, arrojarlas a la inautencidad y la sordidez;
lo que se buscaba era que en apariencia fuéramos todos felices y
normalizados heterosexuales.
Afortunadamente la mayoría de las
sociedades entendieron que esto estaba mal y abrazaron los derechos LGTB
como parte de su patrimonio cívico, como un pilar innegociable de la
libertad. Que en tan poco tiempo se haya prácticamente vencido el
prejuicio homofóbico, tan arraigado y longevo, será pronto estudiado y
asimilado como un momento culminante de liberación en la historia de la
humanidad.
Hay partes del mundo, en cambio, que no participan de
este proceso; allí se tortura, encarcela y mata a las personas que aman a
otras personas de su mismo sexo.
El sentido común nos llevaría a
pensar que los gays de todo el mundo deberían de simpatizar con los
países donde se respeta a sus pares. Sin embargo el sentido común no
rige en la esfera pública
Vivimos tiempos extraños. Están
sucediendo los mayores cambios sociales y desarrollos científicos que se
recuerdan tal vez desde el inicio de la Modernidad, y los intelectuales
y otros muñidores de quejas, en lugar de centrarse en cuestiones
importantes y graves, se dedican a buscar causas políticas absurdas a
las que dan solemnidad acuñando además términos de lo más pintorescos.
Por ejemplo, existe un movimiento llamado pinkwashing
que se dedica a denunciar que los gobiernos que toman partido por los
derechos de los gays lo hacen solo por postureo y con el único interés
de dejar en mal lugar a otros, principalmente islámicos. Además acusa a
los gays que se identifican con los países gay-friendly de ser “homonacionalistas”,
es decir “nacionalistas”, un término de evidentes connotaciones
negativas y ajenas al horizonte de tolerancia en que se supone que
alguien que ha sufrido la discriminación tiene que moverse.
La
cuestión es absurda. Preferir las latitudes donde se te respeta y a los
que podrías viajar sin problemas, en lugar de aquellas donde querrían arrojarte al vacío desde un edificio o someterte a las pruebas
más humillantes, no es nacionalismo, es supervivencia. Estigmatizar de
“homonacionalistas” a quienes se identifican con Israel, por ejemplo, el
único Estado democrático de la región, frente a las satrapías
homofóbicas que lo amenzan, es una abyección intolerable.
Además los militantes del pinkwashing
reconocen implícitamente algo aterrador y deleznable: no niegan que
haya regímenes cruelmente homofóbicos, simplemente consideran que esto
no es lo prioritario, ya que estos regímenes están en el lado bueno de
la causa antioccidental y antisemita, que es más importante, por lo que
no viene a cuento echarles nada en cara. Es decir, no solo no hay que
denunciar que maten a hombres por el mero hecho de ser gays, es que
además hay que asumir que no se va a hacer nada al respecto, que esas
muertes son solo daños colaterales en una guerra justa.
Que existan tarados como los del pinkwashing
no es raro, ya que sabemos que en política cualquier majadería
encuentra quien la defienda (y rentabilice) . Pero que existan tantos
gays que bajen la cabeza ante su cantinela, y callen ante los insultos a
países libres mientras se glorifica a los de las lapidaciones y
ahorcamientos, da que pensar sobre el poder de estas hegemonías de
pacotilla que silencian a las mayorías.
Tal vez deberíamos de
empezar por exhibir todos como una medalla el insulto que nos arrojan:
“homonacionalista”. Seamos homonacionalistas sin prejucios. Si estar con
el matrimonio gay, la igualdad de derechos y las leyes
antidiscriminación es ser homonacionalista, pues lo somos. Si estar en
contra de la violencia y la represión contra el colectivo LGTB es ser
homonacionista, pues adelante y a mucha honra.
Y es más, que este
Orgullo Gay que está por venir sea homonacionalista, que aprovechemos
para recordar a los gays del mundo que sufren persecuión. Ondeemos las
banderas de los países amigos, rechacemos las de nuestros enemigos y las
de los que nos piden que callemos. No toleremos la homofobia en ningún
caso; tampoco a sus cómplices.
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