17.3.18

Contra Debord, de Frédéric Schiffter


Paul Bowles decía aquello de que la diferencia entre el turista y el viajero es que el primero parte sabiendo su fecha de retorno, mientras que el segundo desconoce cuándo volverá. Con el mundo intelectual pasa lo mismo. Hay pensadores valientes que caminan fuera de las rutas asfaltadas; van con la mochila vacía porque presienten que la llenarán de alhajas y convierten el viaje en una búsqueda sin miedo a lo que puedan encontrar. 
Y luego están los otros, los que inician el trayecto con todo planificado, sin lugar a las sorpresas ni cambios de última hora; asegurándose que llegarán puntualmente en el aeropuerto a la hora convenida. Son los que viajan para levantar acta de sus propias descripciones de la realidad, un acta que ya estaba prácticamente escrita antes de salir. Estos son los pensadores-notario, turistas del pensamiento, con su jerigonza críptica y fieles seguidores.

Contra Debord de Frédéric Schiffter habla de los pensadores del segundo tipo.
Como advierte el motto de la editorial: “Melusina[sic] propone al lector una serie de reflexiones concisas, contundentes y microcósmicas sobre aspectos básicos de la condición contemporánea.” 
Aquí tenemos un librito de apenas cien páginas que con una crítica al endiosamiento de Guy Debord aprovecha para cartografiar los perfiles de un hecho social abrumador pero no especialmente tratado: la charlatanería de ciertos popes intelectuales y la sumisión intelectual que generan.
Desde una inteligente lectura de la ontología de lo real propuesta por Clément Rosset, a quien está dedicado el libro con un guiño (“Al lógico de lo peor”), Schiffter analiza el ánimo que estimula a ciertos egotistas a crear un discurso intelectual hermético que se recrea en sí mismo sin encarar nunca la realidad. Son megalómanos devenidos en resentidos al hacerse conscientes de su propia naturaleza finita. Odian a un mundo que les desmerece y su opción vital es la crítica destructora constante. A partir de ahí todo lo que hacen es “no narrar más que sus propias gesticulaciones”, principalmente porque carecen de enjundia.
Los autores citados son Lacan y sobre todo Debord. Ambos son un tipo de autor, nos dice Schiffter, que “no está hecho para ser efectivamente enseñado, sino para ser a lo sumo señalado mediante alusiones en su discurso”.
Es una farsa que todos hemos presenciado en los cenáculos diletantes de cualquier ciudad europea: grupos en los que impera la cita continua de estos chamanes modernos a los que “se les supone todo el saber”, y por ello cuanto más complicados sean mejor, porque hará falta una cofradía de intérpretes que nos los traduzcan en pequeñas dosis, salpimentando siempre sus charlas con referencias continuas a ellos. Luego, ya en casa, leemos los textos originales referenciados y comprobamos que son ininteligibles, o cuanto menos grotescos. Si bien a los seguidores eso les da igual, porque miden las capacidades intelectuales de sus contertulios según el canon del maestro. O sea, para un lacaniano, o un husserliano, o un zubiriano, sus gurús no se equivocan y si discrepamos es porque sencillamente no entendemos.   
Son grupos en los que sabemos antes de que empiece la investigación cuál va a ser el resultado. Cualquier tema o enfoque por el que el maestro no hubiera transitado los consideran una pérdida de tiempo. No irán a cualquier otro sitio al que éste no hubiera arribado. 
Es un cul de sac bastante honesto, por otro lado, ya que quién se mete allí sabe de entrada que no tiene salida.   

Hay más características comunes a todos estos charlatanes. Comparten lo que Rosset llama la “mística de la autenticidad”, creen que hay una esencia virtuosa en algún sitio, que lo que nos rodea no es más que una degeneración de esa pureza prístina que se pervirtió con la llegada del capitalismo –o desde el minuto cero de la humanidad, eso algunos no lo tienen claro-. Para Debord, por ejemplo, todo es un espectáculo alienante, pero la clase obrera, que vista por él parece más una mónada que algo real, algún día conquistará los cielos y todo será auténtico y libre.
Trasladando esta visión a los seres humanos concretos, por supuesto, parece como si hubiera un individuo omega en algún sitio que está luchando por romper las cadenas que les imponen sus semejantes y la publicidad cosificante. Lejos de ponerlo en el futuro, hay algunos filósofos que lo ponen en el pasado, por muy ridículo que esto parezca. En las cavernas o la Edad Media, según parece, éramos más auténticos, desde que usamos jeans todo se echó a perder. Sostiene Schiffter que no es anecdótico que Debord sea el traductor al francés de las coplas de Jorge Manrique.
Evidentemente solo quien no haya superado el destete puede pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.   
Lo más indignante de estas sectas de servidumbre intelectual es que colapsan los lugares en los que mana el saber. Allí donde están sabemos que no surgirá nada importante. Fundaciones y universidades sufren esta lacra y se convierten en instituciones zombis que caminan muertas, alimentándose de subvenciones y patronatos que, pareciera ser, se regalan precisamente con el criterio impedir que en la sociedad haya inteligencia y buen hacer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En esta cruzada contra los textos sagrados y sus interpretes, a favor de lecturas asequibles,eres incansable y resulta un sinsentido no darte la razon, si quieres que te entiendan para que la jerga.En el caso de Lacan psiquiatra para entrar en el mundo de los filosofos, tengo la mala idea de que quería ser un Sartre en guapo. En el caso de Debor ni idea pero no encuentro su lectura voluntariamente opaca, a lo mejor porque hago una lectura superficial que es como según Vargas Llosa leemos las mujeres..