Seguimos esperando a que Hombre Nuevo Ediciones continúe publicando las lecciones que impartió Estanislao Zuleta sobre historia de la filosofía. De momento solo hay dos que son propiamente sobre la materia y que tengan cierta homogeneidad y extensión. Uno es Arte y filosofía y el otro Lógica y Crítica. Del primero ya hemos hablado, así que nos centraremos en el segundo.
Lógica y crítica sí viene datado y sabemos que son
diez y nueve lecciones que impartió en 1976 en la ciudad de Cali. La mayoría de
los temas desarrollados tienen que ver con Platón y Aristóteles, con
recurrentes visitas a otros filósofos posteriores y ejemplificando con la
realidad colombiana.
Como
casi siempre con Zuleta, sus exposiciones son claras y pedagógicas. Presenta
las cuestiones filosóficas haciéndolas accesibles sin necesidad de convertirlas
en alguna nonada para consumo fácil. Se orienta hacia la filosofía práctica, o
sea la ética y la política, dejando disquisiciones metafísicas para otros. Todos
los problemas que plantea se ven y entienden dentro de la vida cotidiana, sin que
por ello dejen de ser graves y complejos. Hay una voluntad constante y
específica de buscar la sabiduría frente a la erudición que Zuleta, siguiendo a
Kant, considera la forma más incómoda de tontería. No se encuentran aquí, pues,
tecnicismos ni exhibiciones retóricas.
Este
libro estudia varios de los diálogos de Platón (“El Banquete” y “El sofista”,
sobre todo) y termina con un interesantísimo repaso de las falacias
argumentativas que denuncia Aristóteles. Esta última parte, por cierto, revela
lo actual del análisis aristotélico, ya que pareciera un tratado contemporáneo
de storytelling. Los diálogos vienen reproducidos en minúsculas
notas a pie de página, lo que no facilita precisamente la lectura, pero seguramente
los editores consideraron que era necesario por si el lector no tenía a mano
los textos.
Lógica y crítica es menos permeable a la actualidad
política que Arte y filosofía. Como
todo lo que escribió Zuleta tiene intencionalidad política, pero aquí es menos
evidente. Tampoco parece que quiera aportar un pensamiento suyo original; asume
sin reparos su condición de fuente secundaria de la filosofía, de comentador, y
se lo agradecemos. Muchas veces las fuentes primarias no son más que vueltas de
tuerca a conceptos forzadas e innecesarias, mientras los que trabajan desde la
exégesis nos interpelan mucho más.
Como
indica Alberto Valencia Gutiérrez en la introducción, y se percibe en la
lectura, hay algunas sesiones que no se grabaron y por ello no se pudieron
transcribir.
Aquí
topamos con el mismo hándicap de siempre. La alergia de Zuleta a la escritura,
tan socrática, que nos ha privado de la mayor parte de su obra, que él consideraba oral, conversacional. Como tampoco se
preocupaba de grabarlo todo muchas de sus investigaciones y propuestas se han
perdido para siempre; las conocemos tangencialmente por sus alumnos, o por transcripciones
incompletas, como sus estudios sobre Nietzsche o Sartre, de los que apenas se
conservan unas sustanciosas páginas, sabroso aperitivo de un manjar que nunca paladearemos.
El
propio Valencia, discípulo directo de Zuleta, cuenta en la biografía que
escribió de su maestro que en los años setenta en Cali hubo una auténtica
“fiebre de zuletismo”; el pensador fue una moda y dejó huella en los jóvenes de
entonces. No lo dudamos. Pero lastimosamente no se esforzó por ser audible más
allá de su tiempo. El pensamiento en español en general e iberoamericano en
particular ya lo tiene difícil de por sí; si encima se descuida su pervivencia
mal destino le espera.
Se
podría decir que Zuleta no tenía derecho a hacer lo que hizo. Él o sus
discípulos tendrían que haber protegido mejor el legado. Hoy no sería tan
difícil defender que hubo un gran pensador colombiano llamado Estanislao Zuleta.
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