4.2.19

viernes

El Charlie y yo estamos en la Casa del Libro de Gran Vía, perdidos en su reforma; intentando desentrañar el laberinto de transparencias y movilidades que es ahora, una modernez luminosa que nos expulsa, nos anuncia que somos viejos porque ya tenemos nostalgias que van por décadas. El Charlie y yo nos recordamos en ese cálido verde de los años noventa, con sus estanterías protectoras que tanto abrigaban. Esa Casa del libro de antaño en la que podíamos hablar de comics sin necesidad de susurros, porque no esperábamos a los del fútbol para collejearnos por pringaos, por mierdecillas frikis. Allí éramos los normales y nos encontrábamos con otros chicos que sentían como nosotros, que leían lo mismo que nosotros; otros que también tenían sus nucas coloradas (así nos reconocíamos), y charlábamos y hacíamos logia. En la Casa de Libro descubrimos que nosotros no éramos los defectuosos, simplemente teníamos vidas apestosas en las que nos rodeaban gente que sí era defectuosa; solo había que resistir un tiempo para salir del barrio, y encontrarnos con los otros nucas coloradas supervivientes de otros barrios, y hacer cosas todos juntos, como encontrar por fin a esas mujeres de leyenda que, como sabíamos por los comics, elegían a los chicos como nosotros y no a los del fútbol.
(En honor a la verdad hay que decir que todo fue como esperábamos. No somos ricos ni famosos, claro, y las cifras de las mujeres con las que nos hemos acostado resultaron ser más discretas de lo soñado, pero el Charlie y yo en general somos unos adultos más o menos prósperos y a los del fútbol nos les fue precisamente bien, nos cuentan por ahí para nuestra sádica alegría.)
Estamos pues, en la Casa del libro, evocadores, con un poco de postureo a lo pureta, cuando el Charlie decide sincerarse conmigo. Da la sensación de que me estaba siguiendo el cuento lírico mientras esperaba el momento de cambiar de tema.
Ha perdido una novia y un trabajo en una misma semana. Enfrenta días grises. Desapegado del mundo, solo ve contornos tétricos. Se arrastra de la cama a la calle y mientras camina entre homúnculos fantasea con lluvia radiactiva y un punto final. Es todo angustia.
-Nada importa y además morimos -me informa ante la sección de gastronomía.
Le explico que su visión es una fantasmagoría originada por sus circunstancias. Lo normal es valorar la existencia y tratar de merecerla. La derrota es abandonarse; la depresión injustificable.
Mis palabras, huelga añadir, le resbalan.
Me cuenta que anoche ligó con una chica por Internet. Dice que era guapa y que congeniaron. Luego se fueron al apartamento de él y cuando estaban en la cama, desnudándose, empezó a torcerse todo. Ella insistía en ir despacio, en querer hablar, en comentar la decoración del apartamento e interrogarle sobre sus novias anteriores; llegó a preguntarle que por qué no había fotos de sus padres en la casa.
Charlie dice que su deseo sexual se evaporó y que casi le falla la fisiología; subraya el casi.
-No soporto a las mujeres que insisten en introducir ruido de fondo en el sexo- sentenció al final.
- Sí… son insoportables- le replico sin tener muy claro de qué me habla.
De repente la atmósfera de la Casa del Libro es demasiado plúmbea, ya no me apetece verme merodear por ella con gesto afectado. Para mis adentros reconozco que no quiero seguir a solas con Charlie, que está en plan melancólico trascendental, o sea un coñazo.
Le convenzo para salir. Caminamos hacia la derecha, apuntando hacia la Red de San Luis, cuando a los pocos metros nos topamos con los punkis de Gran Vía, icónicos como siempre, y como siempre anclados en su puesto, guardianes de la vieja gloria de cierto Madrid auténtico y lisérgico que se perdió irremediablemente.
Como son buena onda, y más o menos me conocen de otras veces, veo en ellos la oportunidad de encasquetarles al Charlie; dejarles a los tres charlando y buscarme una excusa para irme por mi cuenta.      
-¡Chicos!¿Cómo os va hoy?-les pregunto afable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La melancolía aliada con la sensación de ir por detrás de la propia vida,son compañeros plumbeos, los punkis seguro que siguen la cadena, y se lo encasquetan a la taquillera del metro, que con suerte le oye como quien oye llover....
No se porque es tan difícil de soportar el erotismo femenino que se juega inventando intimidad, donde solo hay según parece,el deseo de intercambiar orgasmos¿ es tan complicado integrarlo entre los preliminares como quitarse el sujetador?
La Gran Vía como el paseo de la añoranza,me gusta mas que como corredor comercial.