1.9.19

Cartago, de Emilio Tejero Puente

La sombra de Cartago ha sollozado así para que los hombres tuviesen conocimiento de la posibilidad de ese exterminio total. Cartago es el océano; aparición tan sólo, nube solamente.
El libro de Cartago. Juan Eduardo Cirlot

De Cartago recordamos que estaba en el norte de África, que luchó contra Roma en las guerras púnicas, y que uno de sus generales más celebres, Aníbal, atravesó los Alpes con un ejército en el que había muchos elefantes, pero que finalmente fue derrotado por Escipión el Africano y al verse vencido se suicidó. Unos años después de esa batalla los romanos decidieron acabar de una vez por todas con sus eternos enemigos, y arrasaron aquella ciudad comercial completamente, y cubrieron de sal las ruinas para que nada creciera allí nunca más.  
Pero realmente se sabe poco de ella, ya que los romanos destruyeron la ciudad pero también toda la memoria que había de ella. Lo que por supuesto ha convertido a esta república púnica en un símbolo. Para el gran poeta Juan Eduardo Cirlot, por ejemplo, Cartago simboliza toda existencia aniquilada. En toda su obra poética Cartago aparece y reaparece representada en una mujer de tez morena que le recrimina ser hijo de Roma, la gran exterminadora.
Plantearnos qué hubiera sucedido si se hubiera impuesto Cartago y nuestro mundo fuera cartaginés y no romano es un divertimento baladí, como toda ucronía, pero no deja ser revelador de cierta insatisfacción por el presente. A Cirlot, solitario y melancólico  -“Cartago se parece a mi tristeza”-, le lleva a concebirse como un exiliado milenario, arrancado de su verdadera patria y arrojado a estos epígonos romanos.

Cartago. El imperio de los dioses de Emilio Tejero Puente es una novela histórica de mucha menor potencia lírica que los poemarios cirlotianos, pero se pueden entender ambas lecturas como complementarias.
La novela de Tejero Puente arranca poco antes de la devastación final. Cartago está muy vigilada por el imperio romano, que no quiere que vuelva a alzarse como potencia antagónica, y los cartagineses han aprovechado sus limitaciones militares para volcarse en desarrollar una red comercial fabulosa, florecer como civilización y consagrarse al arte y la buena vida. El estoico y muy pelmazo Catón llega como embajador de Roma, y al ver tanto esplendor, vuelve horrorizado a casa. Además, los cabildos de empresarios romanos, incapaces de competir por las rutas comerciales con los cartagineses, le animan a que promueva una guerra de aniquilación.
Hay un pasaje glorioso de la novela, y que sucedió realmente, en la que Catón exhibe en el senado un apetitoso higo cartaginés, y afirma con vehemencia que un pueblo capaz de cultivar y exportar tales manjares es peligrosísimo para la paz mundial. Y termina su arenga exhortando a destruir Cartago.
En general los romanos son descritos por el autor como campesinos brutos pero tenaces, enemigos de la cultura y del mercado; una potencia continental, en suma, militarista y saqueadora. Por el contrario los cartagineses aparecen como una civilización marítima dionisíaca, negociante y laboriosa. Cartago tuvo sacerdotes e iglesias, pero no se sabe mucho de su religión; Tejero Puente aprovecha para dar a entender que ésta no tuvo peso. Y como forma de gobierno pasó de monarquía a ser una república controlada por los sufetes, una especie de aristocracia comercial, que aquí se describe como fácilmente corrompible, pero aun así no autoritaria.

Cartago es una novela libertaria, tal vez involuntariamente. La dicotomía Roma o Cartago aquí tiene ropajes políticos. Es la república mercantil contra el imperio extractivo. Con Cirlot nos quedamos con Cartago como una civilización mediterránea que fue destruida por Roma, y sus recuerdos nos atormentan ya que somos cómplices de alguna manera por ser hijos del Imperio.
Pero ahora le añadimos la perspectiva socioeconómica; los cartagineses eran mejores y más prósperos. Cartago es tristeza porque era promisoria, bella y marítima, y fue destruida por los mismos ineptos para lo económico que describe Antonio Escohotado en su primer volumen de Los enemigos del comercio; esto es, unos estoicos pobristas, que solo concebían hacer dinero mediante la rapiña y los impuestos. 
Roma o Cartago. De ahí venimos y aquí seguimos. 

(Coda: La novela está narrada desde el presente por no se sabe bien qué narrador. Esto permite citar a Borges o hablar de que el malo tiene un "piercing". Supongo que esto acerca al lector actual, pero lastimosamente también alejará al crítico que mañana tenga que decir si esta libro pinta algo o no en la historia de la literatura española.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una vez mas el recuerdo,mejor dicho la constatación de que vivimos en una realidad extractiva y mediocre lo manejas con acercamiento y esa tristeza que empiezas a compartir de un Cirlot con el paraíso perdido...me apena y me resulta prematura .Aun están los higos por madurar