16.1.20

La luz que se apaga, de Ivan Krastev y Stephen Holmes


Francis Fukuyama publicó El fin de la historia y el último hombre en 1992, y vapulearle por ello se convirtió en expresión de decoro intelectual. Hoy sin embargo lo vemos como un libro brillante que encapsuló su tiempo en conceptos, como pedía Hegel. Que ahora sus planteamientos hagan aguas por todas partes, lejos de ser un motivo de regocijo, provoca zozobra y nos demuestra que vivimos en tiempos inquietantes, porque no olivemos que Fukuyama era esperanzador y veía a la democracia liberal como definitivamente triunfante tras el colapso de la URSS. De hecho, otro libro de por aquél entonces, más beligerante y mucho menos optimista, parece haber profetizado con más tino, El choque de civilizaciones de Samuel Huntington.

 

Ambos libros aparecen profusamente referenciados en La luz que se apaga, escrito a cuatro manos por el búlgaro Ivan Krastev y el estadounidense Stephen Holmes, y que tiene el diciente subtítulo de “Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz”. Su ámbito de estudio se encuadra dentro de la cada vez más extensa bibliografía sobre el post-liberalismo, al que parece que estamos inevitablemente abocados, y que en la academia anglosajona ya es el principal tema de preocupación de la filosofía política.     

 

Esta obra, que se ha traducido en Debate, es en concreto una aproximación al fenómeno de los gobiernos conservadores-populistas de Europa del Este. En los últimos veinte años, Polonia y Hungría, entre otros países, han pasado de ver el fin del comunismo como una esperanza a regresar a formas de nacionalismo identitario que no casan fácilmente con el liberalismo europeísta.

 

Lejos de caer en anatemas y explicaciones fáciles, los autores estudian los orígenes, causas y consecuencias del fenómeno. Siguiendo a René Girard, hablan de una “era de la imitación”, en la que los países mencionados intentaron copiar los modelos occidentales de democracia pensando que así llegarían a sus cuotas de bienestar. El referente más claro y concreto que tuvieron fue Alemania, que se reconstruyó tras la Segunda Guerra Mundial repudiando todo su pasado y creando una nueva identidad nacional basada en su Constitución y el orgullo por su desarrollo económico y humano.

 

Pero las cosas no funcionaron como se esperaba cuando se trasladó el modelo al Este. Ni estos países atesoran un bienestar alemán del que jactarse, ni tienen una relación tan angustiosa con su propio pasado. Los húngaros y polacos no vieron bien que las élites liberales renunciaran a los símbolos nacionales como hicieron los alemanes, porque ellos no los sentían vergonzantes. Los partidos liberales centrados en las grandes ciudades se desentendieron de la nación, dejando el terreno libre a los populismos identitarios que recogieron las banderas patrias desde las provincias y acabaron haciéndose con el poder en las capitales.

 

Lo que los autores llaman la “nueva ideología alemana” ha demostrado ser un fracaso en el Este y ha favorecido el ascenso de los nuevos nacionalismos. Es evidente que el “patriotismo constitucional” no es exportable donde el orgullo por atesorar una identidad nacional tiene vitalidad.

 

El político populista más tratado en este libro es Viktor Orbán, aquí convertido en paradigma. El presidente húngaro nació en un entorno humilde y de campo. En el Ejército se concienció políticamente contra el comunismo, y al principio fue un liberal convencido, pero poco a poco se fue desencantando del liberalismo. Pero sobre todo, según los autores, en su formación política fue decisivo el desprecio al que le sometió la intelectualidad cosmopolita de Budapest, a la que inicialmente admiró; el elitismo excluyente de las elites liberales y europeizantes originó un resentimiento en él que hoy perdura y explica muchas de sus decisiones.

 

Un tema muy interesante, y que en este libro se menciona pero sin profundizar, es la cuestión de los intelectuales populistas que crean relatos legitimadores para estos políticos. Cita algunos autores, desconocidos aquí, que parecen tener las ideas claras. Pero sobre todo llama la atención que el propio Orbán se formó como gramsciano. Aprendió del filósofo marxista que para tomar el poder hay que construir hegemonía primero. Da la impresión de que esta línea de acción ha cuajado en todos estos populismos identitarios. Han copiado la estrategia de la izquierda de ganar la batalla de las ideas si se quiere tomar el poder, pero sobre todo para mantenerse en él. 

 

Las regresiones antiliberales en Europa del Este no se entenderían sin el papel de Rusia, que también tiene mucho peso en estas páginas. Putin nunca fue liberal, y pasó del comunismo al nacionalismo como algo natural. Pero no perdona la derrota en la Guerra Fría, y castiga hoy a Occidente con las maniobras disolventes y el cultivo de enfrentamientos internos, que fue como Estados Unidos consiguió desmembrar la URSS.

 

Un caso peculiar que también es crucial es precisamente el de Estados Unidos. Donald Trump, ya en los años ochenta decía a quién quisiera escucharle, que no fueron muchos, que era mejor dejar de liderar el mundo libre y volverse un país centrado en sí mismo, sin mesianismo externos. Predicaba un egoísmo nacional igual al que tenían, según su visión, los demás países. Porque además, lo que los autores han llamado “era de la imitación”, en Japón o Alemania había durado ya muchas más décadas y allí sí había funcionado. EEUU derrotó a ambos países, los reconstruyó a su imagen, y estos países aprovecharon para superar al mentor en muchos campos tecnológicos y económicos. Trump quería volver a hacer grande a Estados Unidos igualándolo en desarrollo y prosperidad con estos antiguos enemigos, aunque supusiera tener que soltar amarras en la política exterior para concentrar los esfuerzos en casa.

 

El problema, dicen Krastev y Holmes, es que la imitación sigue actuando, y ahora los países que pasen a imitar a EEUU lo harán de un modelo iliberal. Porque la otra potencia global candidata a ser emulada es China, pero el país asiático no puede ser desde luego un modelo de democracia liberal. De hecho los conflictos que inevitablemente se avecinan entre EEUU y China no serán ideológicos porque ambos son ya de hecho iliberales; serán luchas económicas que exigirán posicionamientos de los demás países, pero ya no habrá banderas liberales en esas luchas. 

 

Los autores concluyen diciendo que el orden liberal global es la luz que se apaga referida en el título, ya sin remedio posible. Fukuyama se equivocó y no hay una marcha histórica hacia la democracia generalizada. No quiere decir que todos los países vayamos a convertirnos en iliberales, pero nos tocará subsistir entre grandes bloques que sí lo serán.

 

La lectura de La luz que se apaga no es halagüeña, pero sí necesaria; tiene algo de manual de supervivencia en tiempos de caos. Ante sus páginas, uno no puede evitar recordar a aquel personaje de la serie británica Years and years, que ante el calamitoso presente en que vive, pregunta exhalando nostalgia a sus amigos: “¿recordáis cuando los informativos eran aburridos?”. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las regresiones del Este en los dos paises mas grandes y que no redefinen sus contornos,en los otros me temo que es aun peor,( me impresiono el montaje de los hermanos Karamazof de Padura que contaba eso) son procesos tan dolorosos para quienes los viven segun cuentan, como lo fue su socialismo.Desde la subjetividad uno puede conocer Polonia con "Napoleon" la pelicula de Wajda y la novela "La tierra prometida" de Wladislaw Reymon, ademas de con los poetas de Cracovia y Kieslowski, pero sobre todo con los polacos que vamos conociendo por aqui, emigrados a los que les cuesta renunciar al orgullo y la doble moral de quien vivio siempre escondido de alguien.Respecto a los Hungaros,de los que han recalado por aqui,recuerdo a los futbolistas y sus familias,a Ladislao Vadja amigo de mi padre, que hizo una peli "Mi tio Jacinto" sorprendente en el director de Marcelino pan y vino, y un par de pacientes.Son muy curiosos y criticos (Lubitsch`s) son muy divertidos." La trilogia Transilvana de Miklos Banffi te ayuda a conocer Hungria como Magda Szabo sobre todo en su "Calle Catalin" y en "La Puerta".
Todo el Este se hizo para mi distinto despues de "La historia de las Cruzadas " de Steven Runziman
Asi que pondre este libro que recomiendas entre los proximos a leer, y de los primeros ( si no seguiria en la lista mil dias)Los paises que mencionas me intrigan mucho,y la idea de la imitacion me parece clarificadora tambien para valorar nuestra peninsula aqui y ahora.