14.4.20

Dos libros de Escohotado para la cuarentena


wikipedia
Antonio Escohotado cae bien porque es notoria su indiferencia hacia el canon progre. En sus libros, o en sus múltiples entrevistas y conferencias, defiende lo que cree que es la verdad sin que le importe por ello ser excluido de esa buena moralidad izquierdista que lo acapara todo, que lo juzga todo, y que finalmente lo constriñe todo. En su ya larga vida ha podido estudiar mucho y escribir sobre distintos ámbitos, como las drogas, la física y la economía; siempre desde una perspectiva más o menos libertaria. Es uno de los pocos intelectuales españoles que no es intercambiable; nadie dice lo mismo que él ni de la misma manera, y cualquier de sus páginas es reconocible por su estilo y temática.
Todavía no existe un manual introductorio a su pensamiento, ni que se sepa una tesis doctoral de libre acceso en internet. Una pena. Si bien es una obra que el lector medio puede afrontar, siempre está bien que alguien docto que ha navegado más hondo en un autor oriente un poco nuestra lectura de profanos.
Escohotado tiene libros espesos, como Realidad y sustancia, pero en general es bastante comprensible. Sin embargo peca, creo yo, de un exceso de erudición. Esa metodología suya de arrojar datos y más datos en sus grandes investigaciones para que el lector saque sus propias conclusiones, si bien tiene una intencionalidad loable, a veces desconcierta.
Aunque sus libros de artículos, o sus ensayos más breves, vienen más ligeros que sus manuales. Precisamente en la última antología de artículos suyos que ha aparecido, Frente al miedo, encontramos lo más parecido a una autobiografía intelectual y alguna entrevista bastante ilustrativa. En una de ellas empareja, años después de su publicación, dos de sus libros, Majestades, crímenes y víctimas, de 1987, y El espíritu de la comedia, de 1991. Ambos, nos dice, son una sociología del poder político; el primero del poder legislativo y el segundo del poder ejecutivo. Leídos ahora sí que se pueden entender como complementarios; y en estos días de pandemia y postliberalismo, además, como una referente contra al colectivismo total que se nos anuncia.

Majestades es una selección de artículos de periódico y de revistas científicas, pero tiene cierta unidad temática. Es una crítica al derecho esgrimido por los estados para inmiscuirse en las vidas de los adultos. Hace un repaso histórico desde la aparición de las religiones y su paulatina sustitución por políticos y jueces como garantes de una especie de moralidad militante que no es más que una sociología del terror, que lo mismo persigue brujas que a drogadictos; siempre en busca del chivo expiatorio sobre el que sustentar su dominio.
Escohotado sostiene que no hay que reeducar al delincuente que no hace daño a nadie, salvo a sí mismo si acaso, sino a la propia ley que se empeña en juzgar los llamados “crímenes sin víctimas”, que a diferencia de los crímenes reales contra la vida o la propiedad, solo se manifiestan en forma de escándalo para quien tenga ganas de escandalizarse. Pornografía, anticlericalismo y el tema de las drogas son los ejemplos.
De esto último Escohotado ha escrito mucho y aquí es el tema principal, pero centrándose en las consecuencias del prohibicionismo, que desde que se ha convertido en un campo de batalla para los gobiernos, han creado un problema que antes no existía y ha dado origen a la “era del sucedáneo”, que es realmente de dónde vienen las calamidades de las drogas, no de ellas en sí. Lo que mata de la droga es lo que le añaden las mafias; nadie moría cuando se podían comprar normalmente en una farmacia.   

El Espíritu de la comedia fue premio Anagrama de ensayo en 1991. Se le supone estar escrito desde el principio como una unidad, aunque tiene dos capítulos un tanto autónomos, uno dedicado a Carlos Castaneda y otro a Ernst Jünger, pensador alemán de gran influencia en Escohotado.
Este libro sigue por la senda libertaria, pero centrándose en el poder ejecutivo. De hecho utiliza el término “casta” para referirse a la clase política, algo que tanto se ha popularizado luego. También analiza mucho la parte más obscenamente represora de los estados, con sus “traficantes de seguridad” que tienen “seis policías por cada delincuente” (delincuentes que crea la propia ley con la prohibición, claro).
Escohotado insiste mucho en que las sociedades mantienen su vitalidad siguiendo ciertos ritos autónomos, y que de hecho en ellas hay un respeto hacia el otro y una convivencia saludable que las más de las veces no necesita arbitrio estatal. Es más, es el Estado el que suele causar los desajustes. Y desde luego en él el que bombardea desde su maquinaria propagandística con “historias bien distintas de Fuenteovejuna”, en el que el vecino es el enemigo y solo cuando aparece el comisario vuelve la paz.
Como ya hiciera en Majestades, cita bastante y con pertinencia a Thomas Jefferson, al que ha estudiado mucho y cuya impronta en él es evidente. Como toda la Revolución Americana, que frente a la Francesa, sí considera un ejemplo de virtud y de descentralización del poder.
Los dos últimos capítulos son los del apéndice, que en la introducción Escohotado dice que han quedado relegados al final por ser más estrictamente filosóficos. La verdad es que versan sobre Heidegger, pero desde luego no son el trabalenguas habitual en estos casos y se entienden con facilidad. El segundo además es una aproximación a este filósofo alemán desde la crítica que le hace Savater, que como siempre es claro y desprejuiciado.

Majestades, crímenes y víctimas, y El espíritu de la comedia son dos libros complementarios que exponen una “filosofía de la libertad”, que es la etiqueta con la que se puede resumir la obra completa de Escohotado, según él mismo dice. Además, leídos en tiempos de cuarentena y pandemias, con una casta política que sigue envenenando la convivencia desde sus medios propagandísticos, se nos antojan más reales que la información que nos llega por vía televisiva. Llevamos cuatro semanas de estado de emergencia y la sociedad cumple, no hay incidentes y reina la concordia; únicamente el Estado inepto no ha cumplido sus cometidos. Solo le queda enfrentarnos entre nosotros para sobrevivir él.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enfrentarnos entre nosotros, la condena que azuza nuestra "casta" politica y en la que parecemos retozar a gusto.
Miedo de lo que va a significar eso de delitos de odio: ser juzgados por pensamientos y no por actos, un paso mas alla que la carga de la prueba.
El tema de las drogas y su uso, me trae a la cabeza como y con que naturalidad trasiegan opio los personajes de la novelas de Tolstoi, y como usaba la codeina mi abuelo que fue medico de la marina, para quitar el dolor a los marineros.
Los nuevos "malos" los hombres,hasta que demuestren lo contrario se les supone testosteronicos como se suponia tontas a las mujeres.
Personalidades frente a identidades tu propuesta a seguir