26.8.20

lunes

 

Es domingo por la mañana. Estoy desayunando en una cafetería y veo que entra una pareja de novios veinteañeros. Caminan abrazados, levitando; el resto de la humanidad no somos más que el decorado de su felicidad. Se sientan y enseguida se empiezan a besar y a susurrarse amoríos al oído. Es evidente que llevan todo el fin de semana queriéndose. Ella es bella y alada, rezuma una sexualidad luminosa.  Él sólo es levemente guapo, pero tiene un cuerpo joven y fibroso que todavía no renquea. Al rato ella se levanta y va al baño, pero antes de entrar vuelve a mirarle con complicidad y deseo. Él se queda solo, abstraído, como relamiéndose en lo vivido en las últimas horas. Me dan ganas de acercarme y darle las malas noticias: “Tío, has alcanzado el cenit de tu existencia. A partir de ahora ningún éxito futuro podrá igualarse con el fin de semana que acabas de tener”. Obviamente no lo hago. Para qué. No tardará en darse cuenta él mismo.


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