Hugo de San Víctor fue un
teólogo del siglo XII. Nació en Sajonia pero vivió siempre en París. Su obra
más célebre es el Didascalicon, palabra griega que más o menos se puede
traducir por “asuntos de la introducción”, y que es una guía para los monjes
que van a adentrarse en el estudio. En ella se sostiene que el arduo camino de
la sabiduría acaba llevando a Cristo.
Sobre Hugo de San Víctor, ya
en el siglo XX, Ivan Illich escribió uno de los estudios más
bellos y sugestivos que hemos leído nunca, En el
viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al
Didascalicon de Hugo de San Víctor. Aquí no sólo se expone lo poco
que se sabe de la vida del teólogo sajón, también se analiza el contexto y la
finalidad de su obra; y sobre todo el período de transición que vivió, en el
que el modo de lectura como liturgia colectiva se iba apagando por los avances
técnicos y la propia evolución de la escolástica. Del saber entendido como
tarea de memorización grupal de los textos sagrados se pasó gradualmente a la
ya moderna actividad intelectual libresca y solitaria. La culminación del
proceso vino con el tomismo y la llegada de las universidades, ya en el siglo
XIII.
Illich cuenta también que
cierta simpleza doctrinal del medievo tuvo que ver con lo deficiente de los
medios de escritura. No es casual que cuando empezó a llegar el papel barato de
China, un siglo después del Didascalicon, apareciera ya una filosofía
más elaborada en Europa. El sistema de enseñanza que representaba esta guía
terminó con Santo Tomás de Aquino, pues sus lecciones eran tan complejas que no
había modo de memorizarlas colectivamente. Hubo que repartir papeles
a los alumnos para que tomaran notas: había empezado la clase moderna con la
toma de apuntes individuales.
En el siglo XII todavía se
trabajaba en carísimos papiros o con piel de animal, que se apuraban al máximo,
escribiendo las frases sin espacios, en líneas prietas. Semejaban entonces las
rayas de un campo arado, y de ahí que el maestro les dijera a sus alumnos que
recolectaran los frutos del texto.
Si quisiéramos hablar del Disdascalicon
nos resultaría muy difícil separarnos de Ivan Illich, la fuente secundaria que
leímos antes que el original. Pero no entenderíamos la belleza y profundidad de
lo que lo que nos dice Hugo de San Víctor sin haber tenido esta ayuda. Por
ejemplo, ahora sabemos que éste escribe para ser pronunciado, no leído. Son
frases para recitarse en grupo, en “comunidades bisbiseantes” como se decía entonces,
cuando los alumnos no escribían nada y tenían que memorizar las lecciones.
Las instrucciones que da Hugo
de San Víctor son bastante lógicas y actuales. Disciplina y humildad; ningún
conocimiento es inútil ni la inteligencia trabaja por sí sola. No hay ciencia que
pueda subsanar la necedad del apático.
Una de las ideas que repite
Hugo de San Víctor es que la búsqueda del conocimiento es como el exilio en una
tierra extranjera. Parece querer negar que sea necesario el viaje literal para
el conocimiento, uno como el propuesto por Homero, porque con viajar a través del
saber basta. Pero por otro lado sabemos, gracias a Illich, que por entonces se
consideraba que la vida conventual era una peregrinatio in stabilitate,
por lo que no hacía falta enfrentar mares y carreteras, ya que cada día de
meditación y estudio era una larga jornada por territorios ignotos.
Insiste mucho también en la
meditación como esencial en el camino a la sabiduría. Y la meditación creemos
que se tiene que entender como sosiego y humildad; como un conocimiento más
moral que erudito. A Hugo de San Víctor, que subrayaba que hay que estudiar sin
prisa, disfrutando, y con el abrazo de Cristo como meta, seguramente el saber
técnico de “la barbarie del especialismo” orteguiano le hubiera incomodado. No
es un conocimiento para dominar a la naturaleza u otros hombres a lo que se
refiere. Es una vía de santidad.
Leyendo el libro de Illich nos
entra cierta nostalgia de las abadías y monasterios medievales, que vivían
volcadas hacia el estudio y donde se salvaguardaba la cultura clásica. Y nos
sentimos hermanados con todos lo que a través de los tiempos han considerado
que aprender era no sólo lo que nos hace humanos, si no un verdadero placer.
Es conocido que sabemos poco
del periodo que va desde el siglo V hasta el XIII. Tenemos una falta de datos
que ha fomentado la idea de que fueron tiempos de oscuridad. Pero en los
monasterios había maestros amables como Hugo de San Víctor que mantenían la luz
de las ciencias humanas encendida. De ahí surgió la escolástica que nos acabó
trayendo la modernidad filosófica. No pudo ser tal páramo si germinó tal
bosque.
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