La amalgama o silogismo de la falsa identidad es el razonamiento de los que no tienen capacidad de razonar. Es sabido que esta falacia argumentativa consiste en establecer una relación de identidad entre dos sujetos diferentes pero que tienen alguna característica común: Hitler era vegetariano, Katty Perry es vegetariana, no te puedes fiar de Katty Perry. Además de una cansina, repetitiva y mezquina estrategia de confrontación política, también puede ser una trampa para quien camine desprevenido. Es posible caer en ella involuntariamente, desde la ingenuidad. Por ejemplo, la innegable instrumentalización de todo lo que suene a indigenismo iberoamericano puede llevarnos a asociarlo instintivamente con los populismos y la hispanofobia. Pero dejarnos manipular por esas amalgamas es precisamente lo que quieren que hagamos gentes que son democráticamente deficientes.
Nuestro deber es
incorporar lo indígena al canon cultural hispánico. Máxime porque como bien
explica Severo Martínez Peláez en La patria del criollo, de lo indígena
precolombino realmente ya queda muy poco; casi todo lo que hoy entendemos por
indígena está mediado por la presencia de misioneros y virreyes españoles,
desde los ropajes (antes los indígenas iban desnudos, lo que hoy consideramos
sus ropas tradicionales es cómo se vestían los campesinos extremeños del siglo
XVI) a la religiosidad (que aunque conserve ciertos ritos ancestrales es
eminentemente cristiana).
Un ejemplo de
todo esto es el magnífico y no muy celebrado Popol Vuh, que es un relato
sagrado de los mayas k´iche´, y que hoy conocemos en forma de libro transcrito en
maya pero con alfabeto latino por un fraile dominico llamado Francisco Ximénez
de Quesada (1666-1722). Los mayas desconocían la escritura y esta leyenda
fundacional donde se explica la creación del universo y los seres vivos se
transmitió oralmente desde innúmeras generaciones atrás hasta que, presumiblemente
ya en siglo XVI, un indígena al que los frailes habían enseñado a escribir lo
convirtió en manuscrito.
Esta primera
versión se ha perdido y la que tenemos es la revisión que hizo de aquél primer
escrito Ximénez de Quesada que, como ejemplo de lo que hemos sostenido al
principio, la “cristianizó” convirtiendo el relato fundacional maya en algo
asimilable por el catolicismo (obviamente la pérdida del original es una
tragedia, pero no debemos condenar al buen fraile, que seguramente sólo quería
defender a los indígenas demostrando que si sus textos sagrados eran de alguna
manera cripocristianos era porque Dios les dio la gracia de entender la
Revelación y por ello no podían ser esclavizados ni maltratados).
El hecho es que ya en las primeras
líneas, Ximénez de Quesada introduce dentro del poema unos versos en los que
dice que el Popol Vuh narra la creación del mundo pero que le falta “el
instrumento [el cristianismo] para ver con claridad /llegado del otro lado del
mar”. Por ello ha existido mucho debate
sobre si el Popol Vuh es un relato autóctono, y en qué grado, o incluso
si es una invención propiamente hispánica. Desde luego la mano de Ximénez de
Quesada es evidente y la organización del texto es demasiado occidental, pero
en el año 2009 un arqueólogo llamado Richard D. Hansen encontró un panel en la
ciudad maya de El Mirador, Guatemala, del año 200 a.C. que representa a los míticos
héroes gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, cuyas aventuras narra el texto. En
ciudades próximas se hicieron hallazgos similares con escenas y personajes del relato
mítico. Así que si bien la narración que nos ha llegado está claramente
filtrado por el fraile, las leyendas sí son primigeniamente mayas.
A este respecto
tenemos que justificar que lo consideremos un libro de lo que en categorías
occidentales llamaríamos “época antigua”, ya que aunque la versión final se
deba a un español del siglo XVII, el origen del relato original se pierde en
siglos anteriores, y es desde luego una mitología que explica la creación sin
atisbo alguno de ciencia, completamente premoderno.
El Popol Vuh,
que también conocido como “Libro del Consejo”, se ha traducido varias veces y
con más o menos fidelidad al original en maya. En Penguin Clásico tenemos la
que han hecho dos académicas mexicanas, Michela E. Craveri y Laura Elena
Sotelo, que han respetado al máximo la poética maya, tal vez en prejuicio de su
accesibilidad para el lector actual. La introducción de esta edición está a
cargo de ellas mismas y es sin duda una gran ayuda para adentrarse en el texto
(La página de Wikipedia también es bastante informativa).
Hay partes que
son épicas y perfectamente inteligibles, pero lastimosamente el Popol Vuh
está demasiado alejado de nuestro imaginario cultural como para poder
recomendarse su lectura a un público no específicamente interesado en el
tema. La métrica es semántica y basa su
ritmo en la repetición de conceptos, algo que leído en versión española queda
un tanto extraño. Sin embargo en youtube
se puede escuchar parte de la lectura que hace del texto maya el profesor René
Acuña, donde la repetición de palabras tiene una potencia estética perceptible
aunque desconozcamos lo que dicen.
El texto empieza con
la creación del mundo en tiempos remotos, y termina mencionando a algún
conquistador. Al principio no se dividía partes y era todo un flujo narrativo
sin capítulos. Pero en 1861 el abate Charles Étienne Brasseur de Bourbourg lo
publicó en francés con seis partes diferenciadas, que se convirtieron en las
canónicas, y por primera vez con el título con el que hoy lo conocemos, Popol
Vuh, ya que el manuscrito de Ximénez de Quesada se llamaba Historia de
la provincia de Santo Vicente de Chiapa y Guatemala.
(La edición de
Penguin Clásico tiene cuatro partes porque sus responsables han preferido
reagrupar los capítulos así. Desconocemos la versión canónica de Basseur así
que no podemos juzgar lo acertado de esta decisión, pero acatamos la estructura
de esta edición).
La primera parte
narra cómo los dioses crean el mundo. Luego generan a los animales, que pronto se
convierten en malditos porque no saben rendir culto a los dioses, por lo que
estos les castigan convirtiéndolos en alimento. Para tener criaturas dignas de
ellos intentan crear a los hombres, pero los primeros los hacen con barro y no
duran mucho; luego los intentan hacer con madera, pero no desarrollan
sentimientos, así que como tampoco sirven los dioses los convierten en monos.
Mientras, los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, hijos de dioses, tratan de asesinar
al mezquino dios Vucub Caquix, pero no lo consiguen.
Estos mismos
gemelos son los protagonistas de la segunda parte. Engendran a otros gemelos y
se enfrentan a los dos hijos de Vucub Caquix. Hay mucha magia y mucha lucha
sangrienta en una sucesión de dioses hermanos enfangados en una violencia
mimética continua que seguramente haría las delicias de René Girard. Al final los
gemelos principales vuelven del inframundo para convertirse en el sol y la luna
(para seguir un poco el hilo de tantos dioses es de mucha ayuda el índice de
personajes de la Wikipedia).
En la tercera parte
tenemos los primeros linajes de hombres y mujeres, y sus formaciones pre-políticas.
Tras tanto fracaso originando hombres, los dioses se pasan al maíz como elemento
base, y éste sí resulta ser un buen material para crear humanos. Los hombres y mujeres de maíz tienen hijos y
la humanidad empieza su andadura. Lo malo es que también empieza los conflictos
entre las ahora diversas tribus, cada una con su idioma, y hay guerras
rituales.
La cuarta parte y
concluyente cuenta la migración de los hombres de maíz a la tierra mítica de
Tulan, donde fundarán su reino kìche`, aunque
también tendrán que guerrear con otras tribus y no habrá paz. A raíz de tanta
lucha se consolidarán las grandes familias y los señores sagrados kìche`, los
últimos de los cuales ya serán españoles.
El último verso del
Popol Vuh nos recuerda que ya todo esto narrado se perdió y que aquel
reino estaba donde estaba entonces la ciudad de Santa Cruz, hoy Santa Cruz del
Quiché en la República de Guatemala.
Como ya hemos
dicho, este libro sagrado y fundacional no es una lectura fácil, si bien leer
sobre él sí es harto interesante. Hay que decir que tampoco la Eneida nos
resulta accesible hoy, aun siendo un texto fundacional de nuestra civilización.
Por otro lado, nosotros tenemos como españoles de bien la obligación moral e
histórica de salvar e incorporar en el canon cultural de la humanidad estos
textos indígenas. La otra opción es dejar que lo hagan los que vienen con
agenda política, y entonces este legado quedará una vez más mancillado e
instrumentalizado.
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