29.1.11

celebridad





Rivas-Vaciamadrid tiene algo de evasión para capitalinos a punto de explotar.
Está conectado por Metro con Madrid, tiene buenas instalaciones deportivas, sanatorios, y hasta un centro comercial con cines y un Starbucks. Pero también, a diez minutos andando de la zona antigua, hay un bonito lago con peces y pájaros de colores.


Es otro poblado mesetario del sur reconvertido en ciudad prótesis de Madrid, perfecto para quien trabaje en la metrópolis pero le guste vivir en casa unifamiliar con jardín –y por supuesto no quiera prescindir de los privilegios urbanos ni sea partidario de la inevitable endogamia de los pueblos verdaderos.


Chía y yo la recorremos, despacio, imaginándola tal vez como lugar futuro de residencia. Ella me pregunta por los nombres de las calles, que le sorprenden, porque en Bogotá las calles no tienen nombre, solo números.


Calle de Almudena Grandes, de Rosa Montero, de Juan José Millás…y aun más: Centro Cultural Pilar Bardem, Auditorio Miguel Ríos…


Y de repente, empiezo a darme cuenta de que estoy en progreland, y muchas calles y edificios tienen nombres de faranduleros sin más valía que su obediencia política y una filiación sin fisuras a lo que se ha venido a llamar la Cultura de la Transición.


El sitio me parece entonces un epifenómeno del régimen actual y empieza a asquearme (puesto que Chía ya tiene bastante con lidiar con mis taras personales, intento disimularle mis taras nacionales, y con suavidad sugiero irnos antes de que anochezca).

En el regreso en el Metro, sin embargo, no consigo quitarme de la cabeza la autocomplacencia de este bautismo vial: ¿quién lo decide?¿y no tienen derecho a veto los tributados, todos vivos e incordiando? Es decir, cuando a Pilar Bardem le llega la notificación de que van a poner su nombre a un centro cultural ¿no tiene la facultad de agradecerlo pero sugerir amablemente el nombre de otras personas que lo ameritan mucho más? Cuando a Juan José Millás le dicen que una rua llevará su nombre ¿no es decente reconocer que es absurdo, que habiendo tantos escritores muertos buenos pero ignorados, sería bueno aprovechar la ocasión para reivindicarlos?


Luego pensé en gente que merecería una distinción así y que murió sin ella. Chicho Sánchez Ferlosio no se me ha quitado de la cabeza. 

En casa, mientras Chía hablaba con su madre por Skype, he aprovechado para ver, una vez más, el documental sobre él, Mientras el cuerpo aguante. Y he dejado de lamentar que falte una placa azul con su nombre en Rivas– allí solo hay gente cuya vida y obra no así de fueron ejemplares.


(Revisando la compilación de poemas y prosas de Chicho, encuentro un texto donde dice que sospecha que una mención honorífica que tuvo la película en el Festival de San Sebastián se debió más bien a las redes amistosas del jovencísimo director, Fernando Trueba, que a la calidad artística, que pone muy en duda. O sea, que se confirma lo banal de este lamento mío de arriba: quien de verdad vale se pasa por el forro las recompensas y laureles).