24.2.21

Autosuficiencia energética



Ciertamente es un lugar común distinguir entre la política y lo político. La política en la España de hoy es una astracanada bufa que la partitocracia interpreta a diario para nosotros; es el teatro que nos cuenta que decidirnos entre un partido político u otro puede cambiar algo en nuestras vidas. O más divertido todavía, es eso de que entre los partidos políticos hay diferencias ideológicas de peso y no meras peloteras personales por ocupar los cargos públicos. La política actual es en suma elegir quién nos mangonea.

Otra cuestión es lo político. Las tensiones por el proyecto de país, la economía nacional e internacional, la revitalización del Estado frente a la globalización, y otras cuestiones de este calibre sí son batallas en las que merece la pena luchar.

Un tema esencial de lo político es el tipo de energía que consumimos y qué empresas públicas o privadas abastecen a nuestro país. De hecho es algo de una importancia sistémica: sin electricidad, por ejemplo, o con una defectuosa, nuestra sociedad se extinguiría en pocos días.  Sin embargo mientras se nos deleita con chascarrillos parlamentarios, con los dilemas existenciales de Leo Messi o con la telenovela de la familia Pantoja, la distribución energética o de combustibles se decide entre bastidores. La ciudadanía ni pincha ni corta en algo en lo que les va literalmente la vida. La falta de libertad política es esto, ser espectadores mudos de lo que acontece en la esfera pública por muy esencial que sea para el país.

Si yo pretendiera que sé algo de este tema ameritaría el doctorado cum laude en cuñadismo. Pero sí puedo aconsejarles modestamente la escucha de un podcast en el que participio, Triálogos. En el episodio 22 contamos con un invitado de lujo, el catedrático Ángel Cámara Rascón, un experto en minería y fuentes de energía que, con buena pedagogía y mucha paciencia, nos explica a los legos que contrariamente a lo que se piensa el fraking bien hecho es más seguro que las formas tradicionales de extracción de petróleo, y que recurriendo a este nuevo método en España tendríamos petróleo para más de treinta años, o que ahora la extracción del carbón ya no contamina y que en Europa hay reservas para doscientos años…y más datos que dejarán al oyente medio planteándose lo poco que sabemos en general de algo tan importante, y lo mal que nos explican estas cosas los medios de comunicación.

La posibilidad de autosuficiencia energética de España contrasta con todas las noticias que nos llegan de corporaciones extranjeras comprando casi la totalidad de las empresas energéticas nacionales, con el riesgo que eso supone, o nuestras esclavitudes hacia los países que nos proporcionan el gas o el petróleo. También llama la atención que tengamos unas de las leyes más draconianas contra el cambio climático; una que prohíbe incluso la investigación sobre hidrocarburos cuando potencias mucho más contaminantes que España ni se plantean limitar su uso.

¿Qué intereses oligárquicos y globales hay en ello?¿Por qué hablar de autosuficiencia energética está vetado?¿Por qué nos dan tantos argumentos en contra de ella supuestamente ecologistas que luego resultan ser falsos?¿Cuántas horas duraría Sánchez en la presidencia si defendiera la independencia energética del Estado?

19.2.21

Ortega y la técnica

 

Introducción

Uno de los grandes misterios de filosofía es el orden de sus prestigios. ¿Qué hace que determinados filósofos sean reverenciados como oráculos modernos y se les cite hasta la saturación, mientras que otros de mayor mérito sean arrojados al averno de los ignorados? 

Sabemos que hay una dependencia de la geografía hasta niveles obscenos, y que un galimatías manchando un papel se considerará un hito del pensamiento si viene escrito en alemán o francés, mientras que obras innovadoras y bien estructuradas pasarán desapercibidas si fueron escritas en idiomas con menor celebridad filosófica. La política juega claramente un papel principal, y el respaldo de estados fuertes explica sin duda la prevalencia de determinados autores. También está la importancia de la industria editorial, que es lo mismo que decir el peso económico del país donde publica un autor. Pero sobre todo, como factor definitivo, encontramos a las inercias intelectuales, o sea, la cobardía constitutiva de los académicos que hace que se regurgiten sin fin aparente a tres o cuatro autores con los que se sienten seguros, en lugar de desafiar los prejuicios de su casta y ampliar su horizonte intelectual con nuevos pensadores que presenten enfoques novedosos.

Aunque la verdad es que nada explica satisfactoriamente este cul de sac en el que vive la filosofía hegemónica, que parece no haber descubierto que hay más siglo XX que el de Husserl, Foucault y Deleuze. Y sobre todo que el de Martin Heidegger, una persona moralmente abyecta y con una formación mediocre que no tenía ni los más mínimos conocimientos de disciplinas como la economía, biología o historia, y que sin embargo figura como el gran pope del que lleva bebiendo la filosofía occidental desde hace ya casi un siglo (En el 2027 se cumplirá en centenario de la publicación de Ser y tiempo. Igual va siendo hora de asumir que no se puede exprimir más esta obra y buscar otros textos sobre los que trabajar).  Su talento para los juegos de palabras y las propuestas vacías pero gesticulantes no han tenido parangón, eso sí, y desgraciadamente sigue siendo un tótem incontestable.

No consta que su legado intelectual haya aportado nada la liberación individual, al progreso social, ni al avance civilizatorio. Queda pendiente para una verdadera Teoría Crítica dilucidar qué ha salido mal en Europa para que no se considere necesario cierto compromiso con el Bien como condición para ser encumbrado como filósofo de referencia.

 

10.2.21

miércoles

No ser fiel ya ni a las propias obsesiones. 

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Los filósofos tenemos suerte de que la filosofía sea cortésmente ignorada por el público general. Si llegara a grandes audiencias todo el mundo se daría cuenta de lo ridículos que somos. Nuestros ritos, nuestras fobias, nuestras cobardías. Imagino a los comediantes sacándole partido: ¿Saben aquél que diu que unos beatos se reúnen en concilio bizantino para decidir si San Foucault había empezado al final de su vida a venerar al maligno neoliberalismo?¿Saben aquél diu que de una secta que veneraba a un tal Hegel que decía que si la realidad contradecía a su sistema pues que peor para la realidad?

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Si observamos cómo reaccionan las personas ante los dilemas éticos comprobamos que suelen elegir hacer el bien, y en caso de que no quieran o no puedan actuar por sí mismas apoyan a los que lo hacen.  La mayoría de la gente no quiere el perjudicar a nadie y mucho menos a sí mismos. Los rechazos hacia los discursos del postureo moralista no son a las causas que defienden, sino no la agenda política que ocultan. Félix Rodrigo de la Fuente despertó la preocupación por la naturaleza en todo un país porque no se le veía con segundas intenciones. Muchos de los ecologistas de hoy se  nos antojan a sueldo de Telsa.

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Educar a la población en la detección de la falacias argumentativas cortocircuitaría el debate político público actual


5.2.21

Imitación del hombre, de Ferran Toutain

 

La cosa fue más o menos así. Hace mucho tiempo unos simpáticos cavernícolas dejaron atrás su animalitas, e imaginaron una red de significados cada vez más amplia y compleja que acabó rigiendo sus vidas.

Es lo que hoy llamaríamos el amanecer de la cultura humana.

Explicar el porqué de este amanecer y de su desarrollo es muy complicado. Durante más de dos milenios tuvieron vigencia las narraciones helénico-cristianas, pero desde el siglo XIX priman las interpretaciones antropológicas, que todavía hoy intentan darnos una explicación convincente del origen de la cultura. Para ello suelen coger un instinto un poco al azar y darle prevalencia. Por ejemplo, para los marxistas todo empezó por el instinto natural de proveerse de medios materiales de subsistencia; la cultura vendría de ahí. Para Freud lo libidinal será lo determinante. Nietzsche, por el contrario, defenderá que el instinto definitorio es el de dominio sobre los otros, mientras que Cassirer apostará por la tendencia innata hacia lo simbólico…

Y así toda una serie de aproximaciones sectoriales que acabaron convirtiéndose en las diversas teorías de la cultura con las que lidiamos hoy. Lo malo de estas teorías es que no son falsables; no hay manera de demostrarlas. O sea que suelen convertirse en relatos acientíficos que aceptamos según nos convenzan o se adapten a nuestros intereses. 

La teoría mimética es un ejemplo de esto. Si la resumimos en dos brochazos viene a decir lo que singularizaría al hombre frente al animal es su condición mimética. El ser humano se forma desde su nacimiento imitando a sus semejantes. Imitamos a nuestros padres, luego a los vecinos, a las masas o a las estrellas de rock. Toda nuestra autoconstrucción identitaria se debe a un plagio masivo. No hay un “yo” prístino que haga nada original.

Aunque por supuesto nunca podremos remontarnos a los albores de la humanidad para comprobar si con el reflejo mimético empezó todo, o poner a unos cromañones en un laboratorio a ver si se imitan, hoy por hoy ésta es una teoría de la cultura que nos resulta plausible a muchos y sus interpretaciones nos parecen las más adecuadas para explicar el mundo presente.

 

Imitación del hombre (Editorial Malpaso, 2020) del barcelonés Ferran Toutain es un buen texto introductorio a la teoría mimética. El libro tuvo una primera edición en catalán en el 2012, y ésta es una revisión castellana de aquella. Se compone de cuatro partes que teóricamente se corresponden con cuatro núcleos temáticos, pero la verdad es que todo acaba mezclado en un feliz flujo de ideas nutritivas que solo al final pierden algo de sabor por no presentar una conclusión más potente (concluye apelando al humor, a no tomarse nada en serio).

Toutain escribe muy bien y lo hace para un público no especializado. Cada página contiene algo reseñable y alguna propuesta que nos puede agradar o no, pero que en ningún caso nos deja indiferentes. 

Estamos ante un ensayo muy de nuestro tiempo, es decir, de género híbrido. Tiene algo de autobiografía, de digresión, de divulgación histórica, y de análisis de actualidad (las visitas al paisaje político actual son continuas). No consigue profundizar como lo haría un tratado riguroso, pero también nos ahorra los tecnicismos y la prosa encorsetada propia de los papers universitarios.

El estudio de los orígenes de la teoría mimética en Platón y Aristóteles está bastante bien trabajado. Pero sobre todo se considera que han sido los novelistas modernos los que han conseguido penetrar en los arcanos del ser humano describiendo sus reflejos miméticos. Por ejemplo, el Julien Sorel del Rojo y Negro de Sthendal es un paradigma de personaje compuesto exclusivamente de influencias.   

El principal representante de la teoría mimética es René Girard, un antropólogo francés recientemente fallecido cuyo nombre no suena a gran celebridad intelectual, tal vez porque su momento está por llegar.

Girard es el referente en Imitación del hombre, como también lo es el escritor polaco Witold Gombrowicz, cuyas frases salpimentan el libro. Nos topamos así mismo con muchos otros contribuidores más o menos voluntarios al desarrollo del concepto de mímesis, que desde la Atenas clásica ha estado vagando por la historia del pensamiento occidental hasta su eclosión definitiva en nuestros días. Lastimosamente la edición carece de índice onomástico, que facilitaría las consultas porque la artillería de citas y referencias es atronadora.

Por supuesto, el tema de los nacionalismos, los populismos, el deporte, y toda forma de comportamiento social mimético atraviesan sus páginas. El libro tiene algo de manual de supervivencia ciudadana en la Cataluña (y España) del siglo XXI. Hay muchas frases logradas de esas que nos deslumbran, y que subrayamos para memorizar y poder soltar en los eventos sociales como si fueran nuestras y epatar a la gente.

Solo habría alguna enmienda que ponerle a este libro. Mientras que Girard es un pensador católico que ve esperanza y redención en la teoría mimética, Toutain va más por una senda descreída e irónica, algo que fácilmente podría derivar en cinismo. Y con esta teoría eso puede resultar peligroso; nada más fácil para los enemigos de la libertad que reducir al hombre a la categoría de mono imitador.   

Juan de Mairena advertía a propósito del struggle-for-life darwiniano que “es lo que pasa siempre: se señala un hecho; después se le acepta como una fatalidad; al final se convierte en bandera”.

Hay que tener cuidado con los que quieran hacer una bandera de la teoría mimética. Puede justificar la despersonalización. Es fundamental usarla con responsabilidad.


1.2.21

domingo

 

Navego por internet leyendo cuestiones de antropología. Llego hasta a un investigador en concreto y Wikipedia me cuenta su vida y obra, y luego añade la información de que es un tipo racista. Atribuyo esto último a la corrección política y empiezo a leer un paper de él. Al poco me doy cuenta de que, en efecto, dice que el mestizaje entre razas baja el nivel de inteligencia medio. Me asquea leer aquello, pero me asquea más pensar en la banalización de los términos. La acusación de racismo (o machismo, o fascismo) se hace con tal frivolidad y mezquindad política que ya no significa nada. Hace diez años si te decían que tal autor era racista era porque lo era, y entonces pasabas a otra cosa y listo. Ahora lo primero que piensas cuando es que el pobre señor hizo un mal chiste, o sencillamente se ha descubierto que no es progre y por eso se merece la cancelación.

El postureo moral es peligroso. Hace que no nos fiemos de las señales de peligro.