20.11.21

1985, de Anthony Burgess

 

1984 de George Orwell es una novela tan icónica que todos creemos conocerla bien aunque no la hayamos leído, ya que ha permeado en la cultura occidental para crear un imaginario que todos identificamos al instante. Hasta ha originado un adjetivo, “orwelliano”, que utilizamos a discreción en nuestra vida diaria. Pero conviene no dar por leído este libro, que es mucho mejor de lo que su trascendencia social deja ver. La prosa de 1984 es potente y sabia; siempre que ojeamos una página al azar nos cuenta algo sobre nuestro tiempo presente.

Esta novela es uno de los hitos culturales del siglo XX y es inevitable que haya generado inúmeros debates, epígonos, copias o/y homenajes. 1985 de Anthony Burgess, es un obvio ejemplo. Publicada originalmente en 1978 en el Reino Unido, Minotauro ha tenido a bien reeditarla este año en español en su cuidadísima colección de clásicos de la ciencia ficción.

Es un libro extraño, se compone de dos partes independientes. Una primera, que son artículos y reflexiones sobre la obra de Orwell, y luego una novela independiente, que más allá del guiño del título y de pertenecer también al género distópico, no se desarrolla en el universo de 1984, por lo que en ningún caso se podría considerar una continuación.

La primera parte es, en mi opinión, mucho más nutritiva. Burgess medita sobre el género distópico (que él prefiere llamar “cacotopía”), compara la novela reseñada con otras similares como Un mundo feliz o Nosotros, analiza las políticas implícitas del Gran Hermano, y hasta menosprecia su propia novela más célebre, La naranja mecánica.

La segunda parte es un relato de ciencia ficción en la que Inglaterra se retrata como un Estado fallido controlado por los sindicatos, y su protagonista es un profesor de historia que se convierte en un paria tras romper su carnet de afiliado, y como castigo por sus insolencias termina en un centro de reeducación. Está bien, es una novela políticamente heterodoxa y con mala baba, pero es un ejemplo de ese tipo de literatura en la que toda la trama parece subordinada a momentos en los que los personajes tengan excusas para soltar monsergas ideológicas. El conjunto no acaba de cuajar; aunque 1985 es una lectura grata, no podemos dejar de sospechar que si la hubiera publicado un autor con menos renombre, no ameritaría aparecer en una colección de clásicos.   

De cualquier manera, si bien ninguna de las dos partes tiene grandes aportaciones, sí que resulta una lectura curiosa. Viene con una introducción de Andrew Biswell, biógrafo de Burgess, que contextualiza todo y da datos interesantes, como que Orwell nació rico, fue a colegios finos, y toda su vida fue un intento por borrar su pasado y hacerse socialista, mientras que Burgess conoció una infancia con estrecheces, y terminó siendo conservador y elitista. Son cosas de la vida, esto suele pasar. Aunque si los comparamos intelectual y literariamente, Orwell es muchísimo más provechoso.   

8.11.21

Filosofía: quién la necesita, de Ayn Rand

 


Siempre consideré a Ayn Rand la Bruja Avería del liberalismo; una señora que en su empeño por defender lo indefendible acaba convertida en una caricatura de la amoralidad, facilitándole así la tarea a sus adversarios. Me desconcertaba que tuviera unos lectores tan fieles en Estados Unidos, y que su influencia entre ciertas minorías dinámicas de aquel país fuera tan profunda. Claro, que también tengo que reconocer que sólo había hecho una lectura superficial de su obra.

Sin embargo la Editorial Deusto se ha lanzado a republicar en español nuevas y cuidadas traducciones, y le he dado otra oportunidad. Compré Filosofía: quién la necesita, en parte porque pensé que sería un ataque contra la disciplina, y resultó que es un apasionado alegato a favor de la misma y una crítica a los impostores (véase Kant y sus herederos) que la han convertido en una forma de irrealismo. Se nota que Rand tiene formación filosófica, mala uva, y que no le importa pisarle los callos a los popes del gremio, lo que le hace a ratos subversiva y a ratos hilarante.

Filosofía: quién la necesita son dieciocho capítulos independientes y reunidos tras la muerte de la autora por su discípulo Leonard Peikoff. Es una buena selección y el orden es muy acertado. Empieza por los más densos filosóficamente y termina con los más circunstanciales. Peikoff recomienda que los legos en el universo randiano empecemos por el capítulo 7, que es una conferencia introductoria al objetivismo, el sistema filosófico de Rand. Doy razón de que es una sugerencia acertada, porque creo que no hubiera entendido nada si hubiera empezado por el principio.

Ahora que tengo unas nociones muy básicas de lo que decía esta buena señora, soy consciente de que me equivoqué y de que es mejor escritora de lo que suponía. También me doy cuenta de que su alegato por el egoísmo es menos literal de lo que yo pensaba. Sin embargo, ya estoy muy mayor, y muy ajado, como para aspirar a ser un hombre independiente, superior y productivo, que es el ideal randiano, y quiero seguir queriendo a mis semejantes y pensando que el mundo es mejor si nos ayudamos los unos a los otros. 

Ayn Rand me pilla cansado.

 

¿El randismo como hegemonía?

Para mí es tarde, digo, pero me intriga qué sucederá con la nueva traducción de las principales obras de la autora. Ahora que parece que se va a distribuir en condiciones por primera vez en España, nos queda saber si aquí surgirá una generación modelada por sus propuestas, como ya sucedió en Estados Unidos. Será interesante ver qué sucede, pero sigo pensando que nuestro país es demasiado católico en su ADN y dudo que alguien que sostiene que el altruismo es malo pueda tener mucho recorrido más allá de ciertas minorías. Aunque también me desagrada pensar que si estas minorías obtuvieran el poder eventualmente, tendrían la capacidad para imponer su nuevo ideal sobre una sociedad que les resultaría hostil.

Porque la otra cosa de hacerse mayor es que uno ya no quiere decirle a nadie lo que tiene que hacer. Cada día siento más rechazo por los colectivistas woke que se meten en nuestras vidas para decirnos qué comer, cómo desear y cuánto de culpables somos, y me posiciono sin dudarlo con las resistencias de la gente de la calle; estoy con la mayoría silenciosa que empieza a estar hasta el gorro del canon progre. Pero para mí no sería la solución imponer otro imaginario igualmente contrario a las convicciones mayoritarias, y el objetivismo randiano lo sería sin duda. Porque éste, como aquél, es potente, cohesionado y da respuestas fáciles. Tiene una antropología, una estética, y una teoría política; además exhibe cierto tono desafiante que resulta especialmente atractivo para soliviantar a los jóvenes. Lo tiene todo para ser una narrativa de poder; cumple con los requisitos.

Si el público randiano se queda en un colectivo bullicioso y con ganas de hacer cosas inspiradoras me parecerá magnífico. Si sale de esos márgenes, y poderes económicos y mediáticos lo apoyaran, y un grupo de poder hiciera bandera de ello para imponerse socialmente, me repugnaría tanto como lo hace el izquierdismo actual.

Las ideologías están bien cuando están a libre disposición del consumidor. Son aberrantes cuando se convierten en monopolios que entran en nuestros hogares. Me declaro enemigo de Gramsci y de todos sus pupilos.  

A lo primero que tendríamos que aspirar políticamente es a dejar de atragantar a las personas con hegemonías que les producen arcadas.