6.2.23

Una ficción: ÚLTIMA TARDE EN EL CLUB CAZADOR

 

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ÚLTIMA TARDE EN EL CLUB DELAZADOR

Max Argote subió una vez más al pequeño montículo que reinaba sobre la ladera oeste del antiguo Club Cazador. Como siempre hacía en aquella soledad, respiró hondo y dejó que el olor a pinaza y humedad serpenteara por sus pulmones. Con los ojos cerrados, muy sereno, evocó los años gloriosos del Club, cuando él y los otros emprendedores se bebían sus triunfos y brindaban por un futuro todavía más promisorio.

Regresó al edificio principal despacio, casi renqueante, como si realmente no quisiera llegar. Pasó al lado de la piscina, donde tanto se había divertido, y lamentó verla sin agua, repleta de sillas arrojadas por el viento y cubierta de hojas otoñales que ya formaban una viscosa capa marrón. Luego vio las estructuras para barbacoas que él mismo había financiado, ya sin las placas metálicas que seguramente algún expoliador había robado, y rememoró aquellas cenas informales e interminables con gente luminosa y prometedora.

La antigua casa de estilo colonial era ya la sombra de lo que fue. Convertida en refugio nocturno por los jóvenes del pueblo, sus paredes lucían feas pintadas, con acaso nombres, varios insultos y bastantes dibujos obscenos. Había por doquier rastros de fogatas que se habían alimentado con el desguace de los muebles modernistas que los fundadores habían importado desde el extranjero. Los arcos del techo, otrora tan bellos, estaban tomados por telas de araña y nidos de palomas.