Carlos Fernández Liria enseña
filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Fui alumno suyo hace años y
le recuerdo como un buen profesor, con un discurso propio, pero tal vez demasiado
volcado hacia sus estudiantes más devotos, varios de los cuales formaron
Podemos poco después. Aprendí mucho con él, pero por obvias cuestiones
políticas aquél no era mi ambiente. Sin embargo ahora que ya nadie de aquel grupo sigue en el partido (y por lo que he oído hasta el propio Liria está vetado por
Irene Montero), es interesante releer su libro En defensa del populismo,
del 2016, para comprobar que sí hubo ideas profundas e innovadoras en los
orígenes podemitas, y que si hubieran seguido fieles a ellas igual ahora
estarían dirigiendo el cotarro.
Liria es marxista de vía
ilustrada. O sea, que no quiere que todo arda y que los tártaros asalten finalmente
a una Europa lechosa y patriarcal. Defiende por el contrario un Estado fuerte y
eficaz, que salvaguarde la redistribución económica, y la sanidad y educación
públicas. Por supuesto también es consciente de que reducir la política a escupir bilis no es la mejor manera de
ganarse su apoyo, y que hay ampliar la base electoral, y crear pueblo y esas cosas tan pronto olvidadas.
Liria como autor es prolífico
y publica libro por año. Acaba de aparecer Sexo y política. El significado
del amor. Como los otros libros suyos que he leído, no es una obra genial
de lectura imprescindible, pero tampoco se lee con indiferencia. Merece la
pena.
En mi opinión el título
es un poco sensacionalista y desatinado; también la cubierta del libro, que
viene con la pintura de una veintena de personas en pelota picada. Hay
reflexiones sobre el sexo en algunos capítulos, pero no sólo sobre sexo; no
tanto por lo menos como para titular así. Parece más bien que la editorial lo vio
como un gancho comercial.
Nos encontramos con un
texto dividido en cuatro partes bastante autónomas, algo muy típico de los
libros publicados por profesores universitarios, que cosen como pueden
distintos trabajos independientes que tienen dispersos en distintas revistas o
invernando en sus ordenadores.
Los dos primeros capítulos
sí hablan de amor/sexo, desde un punto de vista antropológico, y van avanzando con
referencias a canciones tradicionales o pop, que como subraya el autor suelen
tratar casi siempre del asunto. Tiene argumentaciones interesantes, aunque tal
vez menos de lo que aparenta, pero para alguien joven o que no haya leído
todavía libros más profundos sobre la materia le pueden valer como introductorios.
El tercer capítulo es
realmente una exposición de la teoría psicoanalítica, tema que Liria ha
trabajado mucho y que sabe explicar muy bien; y el cuarto es otra reformulación
sobre su visión de la filosofía platónica, que ya encontramos en ¿Para qué
servimos los filósofos?, y que su discípulo y amigo Luis Alegre desarrolló más
extensamente en El lugar de los poetas.
(En mi opinión esta última
parte del libro, sobre la Grecia clásica, es la que tiene un mayor interés
filosófico y la que perdurará.)
De cualquier manera,
Liria es un filósofo de clara vocación política. Es en lo que más destaca. Y como
hemos dicho, no se conforma con declamar desde su cátedra; se mueve y pasa a la
acción, trata de transformar la sociedad. Y todo lo hace sin perder su vocación
pedagógica; se nota que no quiere epatar al personal con jerigonza, se esfuerza para que
sus alumnos y lectores comprendan y asimilen. Seguramente no es uno de los
pensadores marxistas más brillantes de la actualidad europea, pero pocos serán
tan claros y accesibles. Hace falta estar mínimamente instruido para seguirle,
pero incluso sus obras sobre Marx son accesibles al lector medio.
Es en suma un autor que
ayuda a cohesionarse un sólido esquema intelectual claramente izquierdista. Si
nuestras jóvenes celebridades progres ambicionaran algo más que regodearse en el
calorcito de la superioridad moral podrían leer los libros de Liria, formarse con
ellos e incluso contratarle como profesor privado. Así al menos tendrían un
argumentario de peso y no los cuatro tópicos de siempre que repiten hasta el
hartazgo.