6.1.16

Sobre el combate, de Dave Grossman


La falacia hobbesiana del hombre como lobo para el hombre no es más que la argumentación del Poder para que le dejemos ser Poder. Somos malos y destructivos, nos dice, y sin calabozos y diezmos nos devoraríamos los unos a los otros. Basta ver las guerras: ¡qué malo es el ser humano!¡en cuanto le dejas ametralla prisioneros!¡empala niños!¡hacen falta más restricciones o esto es el apocalipsis!¡Bendito sea el Poder!

La lectura de Sobre el combate conmueve. Y lo hace precisamente por las simpatías que despierta el supuesto mal que denuncia. Es un libro escrito por un teniente coronel en la reserva del ejército estadounidense, Dave Grossman, y es un análisis de todas las deficiencias que el soldado tiene a la hora de matar. El autor, especialista y asesor sobre el tema, plantea lo que hay que hacer para aumentar la eficacia asesina de los ejércitos y las contrapartidas que esto tiene. En la introducción dice que su libro es manual en West Point y que es la lectura de cabecera de los generales destacados en Iraq y Afganistán.

Toda la primera parte es un recorrido histórico en el que demuestra que matar a los semejantes no está en la naturaleza humana; un soldado no es más que un tipo cualquiera al que le han puesto un uniforme y le han dicho "a por ellos". Para conseguir que mate hay que emplear adoctrinamientos y sanciones apabullantes. La inmensa mayoría de los soldados se pasan las guerras intentando no lastimar a nadie. El hombre uniformado no ha perdido su moralidad y tiene las reticencias que tendríamos nosotros: "¿por qué matar a alguien que no me ha hecho nada?". Desde tiempos de Napoleón hasta nuestros días, sólo el 2% de la población, los llamados psicópatas, disfrutan reventando cabezas, el 98% restante tiene que ser ferozmente empujado a hacerlo.

El condicionamiento moderno empezó a raíz de un informe llamado “Hombres contra el fuego” del General S.L.A. Marshall, donde viene a decir que el soldado americano de infantería fue incompetente en la II Guerra Mundial. Sólo entre el 15% y el 20% estaban dispuestos a disparar contra los alemanes. Pudieron vencer porque tenían superioridad material, pero sus soldados no demostraron agresividad. Las divisiones eran demasiado grandes y con pocos oficiales, por lo que era fácil escaquearse. Las bayonetas -que ya ni se ponen en los fusiles por ser un gasto económico absurdo- casi nunca se utilizaban por escrúpulos, no falta de oportunidades. Grossman insiste en que el cine nos ha dado una imagen falsa de esta guerra. Ni de lejos todos los soldados aliados eran intrépidos; ni todos los alemanes perros rabiosos, por cierto, ya de hecho las estadísticas de ineficiencia eran similares entre las potencias del Eje.

Por ello los militares transformaron los ejércitos. En Corea se incrementó el en control sobre el soldado, mucho más fácil ahora con las mejoras tecnológicas. La propaganda deshumanizó mucho mejor al enemigo. La historia de la guerra es la historia de las mejoras para condicionar al hombre y que supere su resistencia innata a matar a sus hermanos, dice Grossman. En Corea hasta el 50% de los soldados llegaron al campo de batalla dispuestos a disparar.
 
Y luego llegó Vietnam.
 
Jóvenes melenudos forzados a ser asesinos. Toda la maquinaria pauloviana al servicio de transformar en bestias a jóvenes pacíficos. Los oficiales, la propaganda y el planteamiento mismo de la batalla (conseguir "distancia emocional", que el soldado no vea las caras de los que va matar, bombardeos, evitar el cuerpo a cuerpo, gases...) se orientaban principalmente en evitar situaciones delicadas. Al principio funcionó, fue todo un éxito, y hasta el 90% de los soldados llegaban a la jungla predispuestos a disparar. Y lo hicieron. Era el punto álgido del condicionamiento, pero también la última guerra en la que se utilizaron levas. Porque se originó un problema que nadie esperaba y que centra la segunda parte del libro: los daños psicológicos que causa obligar a un hombre a matar a otros. Vietnam ha sido la guerra que más traumas ha causado precisamente porque fue la primera en que todos los soldados mataron. Una vez pasaba el éxtasis bélico, volvían a casa con sus conciencias destrozadas. Fue una llamada de atención. Al ciudadano de a pie puedes convertirlo en un asesino dedicando impagables esfuerzos, pero una vez pase el condicionamiento, se dará cuenta de lo que ha hecho. Y se desestabiliza. Por ello a partir de entonces los ejércitos tuvieron que ser exclusivamente profesionales.

En las guerras actuales, sin embargo, tampoco se está mejorando mucho. En Iraq y Afganistan hay desplegados docenas de miles de soldados. Una cifra absurda para combatir enemigos en clara inferioridad, pero es la única manera de garantizar la victoria. Los soldados siguen ingeniándoselas para no disparar a nadie. Sobre el combate, en definitiva, resulta un libro de esos que desenmascaran las narraciones del Poder. Interesante y de fácil lectura, cuando lo terminamos salimos a la calle y vemos a nuestros vecinos un poco menos enemigos, más humanos, sin siluetas lobeznas.

Coda española. Aquí la inquina ibérica se supone que arreció en la Guerra Civil. Que si guerra entre hermanos, que si barbaridades generalizadas en ambos lados. En el maravilloso Desertores de Pedro Corral se niega toda la visión que nos imponen de la contienda. La inmensa mayoría de los españoles no cometieron crímenes. Es más, evitaron combatir. No creían en la guerra y más de tres millones de varones en edad militar se las apañaron para no alistarse -frente a los dos millones en total que sí fueron obligados a hacerlo. No hay un mal intrínseco en los españoles. Esa es la excusa del Poder que fue quien provocó el enfrentamiento. Aquí los pocos dispuestos a acuchillar a su vecino lo están tras haber sido emponzoñados por los políticos, pero la mayoría son gente de paz.

2.1.16

Metafísica del bipartismo


Hay un texto de Heidegger, y cito de memoria, en el que quiere explicar la diferencia entre el ser y el ente. Ejemplifica diciendo que desde la ventana de su despacho se ve el Instituto Geológico Alemán, o sea un edificio, con su personal, sus horarios, sus objetos de investigación…o sea el ente, lo que existe. Él, claro está, lo que quiere conocer el ser, lo que es. Pero ¿qué es el Instituto Geológico Alemán?¿cuál es su espíritu o alma, su naturaleza etérea y sempiterna?¿dónde hallarlo? Se preguntaba, nos imaginamos, trémulo, con gesto estreñido, mientras se tiraba del poco pelo que tenía (y así pasaba el rato y además le pagaban por ello, por cierto).

Esta diferencia entre el ser y el ente me viene mucho a la cabeza cuando hablo con simpatizantes, que alguno queda, del PSOE. Hablan de este partido como de una idea pura y angelical, que merece una devoción perpetua, encarnación del bien absoluto. Cuando yo les digo que es el partido del autoritarismo felipista, la cultura del pelotazo, el GAL y la calamidad de ZP, me dicen que no, que eso de lo que hablo es el ente del PSOE, es lo que existe, pero que la realidad del PSOE es otra, un proyecto, su ser, lo que es.

Como he leído mucho existencialismo como para creer en esencias, insisto en que el partido es el brazo político de los Botín y Prisa, y que si contamos los años que han gobernado desde última constitución, ganan abrumadoramente a los otros partidos –y sabemos que si fueran un partido realmente incómodo para la oligarquía, ni hubieran podido llegar al poder, ni muchos menos les hubieran tolerado que mandaran durante tantos lustros.

Entonces, como los hombres de fe son especialmente refractarios a los disidentes, pasan a la descalificación ad hominen recurriendo al argumento político que esgrimen los que no tienen capacidad para argumentar políticamente: la falacia del “silogismo de la falsa identidad”, o sea, eres contrario al PSOE, el PP es contrario al PSOE, eres del PP. O quieres combatir la pobreza, los comunistas quieren combatir la pobreza, salud camarada. O, por qué no, Katty Perry es vegetariana, Hitler era vegetariano, no dejen que Katty Perry se acerque a un arma.

Y así, con estas dialécticas, hemos llegado al hoyo donde estamos. No conciben que entre la Pepsi y la Coca-Cola elijas el zumo de naranja. Para el partidario del bipartidismo, si no se está con uno se está con otro. Y estar con otro es lo más grave que puede suceder y además se pierde el derecho a ser un interlocutor legítimo.

Sin embargo –siempre hay un “sin embargo” salvífico- estos planteamientos son caducos ya. Estertores de un régimen que se acaba. Antes de la crisis todavía eran hegemónicos, pero la irrupción de los líderes de como Pablo Iglesias o Albert Rivera lo ha cambiado todo. Hoy los lectores de Ernesto Laclau sabemos que los sujetos políticos no son preexistentes (izquierda-derecha, centro-periferia, católicos-laicos) sino que se construyen sobre la marcha en torno a las demandas (desahuciados frente a la casta, por ejemplo). Incluso si Podemos o Ciudadanos se desmantelaran ahora, han abierto una brecha en el discurso cuarteador social de este régimen, que se ha mantenido treinta años en el poder sembrando vinagre entre los españoles, como diría Julián Marías.

Lo que los afectos al bipartidismo no entienden cuando buscan estigmatizarte como del otro lado, es que ya no hay otro lado. O ya no importa si lo hay. Las encuestas dicen que los votantes con estudios se han desplazado hacia Podemos y Ciudadanos, la gente con preparación niega ya la mayor. Es muy raro encontrar votantes no vergonzantes del PPSOE. El régimen ya ha perdido a lo que García Trevijano llama el “tercio laocrático”, esa tercera parte de la población capaz de pensar y organizarse políticamente. Los hooligans pueden seguir con sus espumarajos, porque los que creemos en la política estamos ya en otra cosa.