11.1.14

Óscar Amador Vicente y la perversión ontológica


Probablemente Óscar Amador Vicente ha leído a los filósofos del Realismo Especulativo o Nuevo Nihilismo, tan en boga desde que fueran citados como los inspiradores de la exitosa serie televisiva True detective.  Si lo ha hecho, fabuloso; querría decir que ha aprehendido estas teorías que consideran que el género de terror es el mejor medio para expresar la sinrazón de todo.  Si no, pues mejor aún, significaría que este escritor madrileño es capaz de intuir por dónde van las corrientes del género y que ha captado los miedos y lenguajes del zeitgeist.
Thomas Ligotti es el más accesible de estos nuevos nihilistas y su gran ensayo La conspiración contra la especie humana es una lectura imprescindible para cartografiar la exasperación del nihilismo moderno en general, y la literatura de terror contemporáneo en particular. Hay una parte en la que describe la esencia del género y lo llama la “perversión ontológica”, que es cuando aparece algo que no debería ser, pero es. Más inquietante que cualquier monstruo, vampiro o sacamantecas es la paradoja “hecha carne”, lo que no tiene lógica en un contorno al que le correspondería tenerla. Las gasolineras que no son lo que parecen, los viajeros que no tendrían que desplazarse en esa carretera, los barcos que no son detectados por ningún radar…todas esas constantes de la narrativa de Amador que irrumpen en sus cuentos son la perversión ontológica de la que habla Ligotti, los elementos turbadores que nunca olvidaremos.

Es raro encontrar en estos relatos a varios protagonistas. Lo suyo son más bien historias en las que uno o dos personajes están inmersos en una situación que les supera, que no controlan, y que finalmente les devora siempre que no consigan pactar una débil e insignificante tregua. Personajes arrojados a una inconmensurable soledad desde la que hacen frente a la hostil existencia. O sea, pura literatura de terror (o suspense, o fantasía, como quiera que lo llamemos) en su mejor variante, esa que entre cadáveres, neblinas y viejas puertas chirriantes nos habla de cómo es la condición humana.

El pesimismo antropológico que caracteriza los textos es evidente, pero va más allá de minusvalorar a los hombres como meros homúnculos incapaces de sobrevivir. Estos no solo sufren, es que además nunca entienden la razón última de sus desdichas. Al contrario que toda la tradición científica occidental, que cree que al final podemos conocer el orden del mundo, para Amador no hay un por qué, no hay explicación lenitiva, nada tiene sentido. Desconfía de la razón humana y todo queda en una especie de eterno retorno de absurdo y muerte. Encontramos a sus protagonistas atrapados en una vivencia inquietante y les dejamos encadenamos en una desasosegante. O si el cuento tiene un final más grato conseguirán retornar a la inquietud, pero lo que ninguna vez veremos es un nuevo amanecer redentor.

El pesimismo es literalmente cósmico. No parece que una variante de seres humanos mejores, más sabios o incluso inmortales fuera a mejorar las circunstancias. El ser humano es solo un epígono de lo real y por ello es incluso inocente, de ahí que veamos cómo a menudo cuenta con la piedad de narrador. El verdadero problema es el Cosmos, ese gran todo de vacío y polvo donde es imposible enraizarse, del que hemos sido desgajados por nuestra conciencia antinaturalmente desarrollada: nunca podremos encajar del todo y sin embargo estamos inhabilitados para escapar. Es la fatalidad de haber nacido, seguida de la imposibilidad de que el suicidio subsane el hecho de que hemos venido a este mundo.