29.11.19

sábado

En un bar de Tirso de Molina, herrumbroso y sucio, nos reunimos unos cuantos diletantes del pensamiento los domingos al mediodía. Estamos leyendo poco a poco los tres volúmenes del opus de Immanuel Wallerstein sobre el sistema-mundo. Son mil quinientas páginas en conjunto donde el historiador marxista destripa los últimos cinco siglos de existencia occidental conjugando varios saberes (economía, sociología, epistemología, filosofía…).

Ajenos todos a la academia, mis contertulios tienen muy buen nivel, y se traen preparados los capítulos semanalmente. Utilizando a Wallerstein como marco, cada uno lleva la temática hasta otros terrenos y trata de cartografiar la situación actual de nuestro mundo. Tras estos maratones cerebrales quedamos agotados pero satisfechos de entender -acaso solo atisbar- un poco más de la realidad.           

Cuando se disuelve la tertulia, me queda tiempo para merodear por el centro y tal vez quedar con algún amigo. El último domingo quedé con A, que es una post ninfa (ya tiene 31 años) que ha descubierto a Bolaño. Me habla maravillada de los juegos metaliterarios, de lo ingenioso de alguno de sus cuentos, de la creación de espacios míticos en la literatura…y yo me aburro hasta lo indecible.

Tal vez acaba siendo una pérdida, pero cuando uno se sumerge en grandes pensadores para desentrañar sus complejidades, estos autores de mediopelo como Bolaño, Borges, Cortázar y compañía se presentan como meros divertimentos parvularios, como el consuelo de los que no pueden ir más allá. Puedo disfrutar de Stephen King, que sabe asustarte con estilo, y tal vez podría hacerlo con estos otros autores si nadie se empeñara en presentarlos como alta literatura cuando no son más que cuenteros con poquísimo alimento intelectual. 

(Sobre esto por cierto hay un dato entrañable en la biografía de Estanislao Zuleta: el filósofo colombiano sufría por no poder decirles a sus amigos, para riesgo a herirles, que detestaba leer a Borges.) 

11.11.19

jueves


Escucho una vez más la canción del grupo manchego Surfin bichos, Gente abollada. Habla de personas cerrando bares, solitarias y adictas, bordeando la locura. El estribillo dice “gente abollada, luces en la ciudad”, y se intercala entre descripciones de personajes concretos abatidos en lugares que huelen a orín y derrota.     
Describe líricamente una realidad y por ello amplia mi horizonte expresivo.
Más de una vez me la he tarareado al ver por la mañana los residuos andantes de la noche madrileña.
Algo que sería imposible en inglés. Dented people, city lights”, dice mi traductor de Google. Eso nunca que me hubiera emocionado, casi ninguna canción en un idioma que no dominamos puede servir a nuestra formación sentimental.
La imposición de canciones inglés hace que nos perdamos cierta poética que nos vendría bien. Los cantantes podrían tener algo de educadores; ayudarnos a poner en palabras lo que pensamos, lo que vemos, lo que nos duele. En Estados Unidos y Reino Unido sucede, pero allí escuchan las canciones en su idioma.
Además es grotesco. Guachu guachu. Nuestras abuelas eran esos seres ridículos que caminaban con velas en procesión recitando el rosario. Nosotros los que íbamos a homilías rockeras a gritar guachu guachu, ¡guachuuuu!

8.11.19

lunes

Tenemos unos vecinos que son una pareja algo mayor que nosotros y que se pasan el día discutiendo. Sus chillidos reverberan en los pasillos y es habitual que ella se vaya a casa de sus padres anunciando a gritos que se va para siempre.
"Para siempre" dura hasta el día siguiente.
Ella habla mucho con Chía, y le ha dicho que no quiere dejar a su novio porque el sexo con él es excelente.
Argumentación que actualmente se escucha mucho cuando alguien no se atreve a iniciar una nueva vida. Comparte podio en su falsedad y cobardía con aquella más clásica de “no nos separamos  por el bien de nuestros hijos”.

4.11.19

jueves


A nuestra edad la especie se escinde en dos tribus cada vez más impermeables entre sí, la de los que tienen hijos y la de los que no.
Aunque seguramente sería más feliz entre seres estériles, estoy atrapado en el mundo de los papis risueños que se reúnen en los parques y se ametrallan con consejos para evitar la gripe.
Hoy se presenta un nuevo bebé y tengo que ir a celebrarlo.
Me citan en la Plaza de Prosperidad. Por fin ha empezado el frío y caminar por Madrid deja de ser un tormento de sed y sudores.
Toño ha sido padre. Llego y le veo sonriente. Le rodean una docena de miembros de la asociación. Hay buen ambiente.
Toño me abraza y agradece mi visita. Le doy el regalo, un sonajero con la cara de Goffy.
En el centro de la comitiva, en un carrito algo deshilachado, está el bebé.
-¿Cómo se llama el recién llegado?-, pregunto.
-Zoe-, responde Toño con amabilidad.
Veo que tiene un gorro rosa.
-¡Ah!¡Qué bien, es una niña!
Se hace el silencio. Toño me mira algo incómodo y responde:
-No vamos a darle una identidad sexual por el momento. Le hemos llamado Zoe por ser un nombre neutro. Ya elegirá en su momento si quiere ponerse etiquetas.
Una señora con vestido morado y pelo verde que está a su espalda asiente orgullosa.
Me empieza a sobrar el abrigo.
-Pero…¿nació con pene o vagina?-, pregunto algo cortante.
-Órgano masculino. Sí. Al principio me decepcionó. Luego lo hablé con mi compañera y decidimos que no teníamos que criarlo como a un hombre, como parte del problema. Así que Zoe va a crecer si género definido.
Miro al niño y me hundo en un sentimiento de piedad infinita.
Entre los congregados está Nicasio que, como es habitual, sonríe mientras sus ojos transpiran desavenencia. Felicito de nuevo a Toño con sonrisa impostada y voy hacia Nicasio.
Nos damos la mano, intercambiamos alguna banalidad, y pronto pasamos a hablar de temas laborales, ese pequeño reducto que nos une y nos separa del resto.
Más tarde, ya solo, de vuelta a casa, bajando por López de Hoyos, rodeado de ladrillo y polución, me parece estar ante el final de una era.
No me intranquiliza especialmente.

2.11.19

viernes

1)El parque del barrio siempre había sido territorio comanche. Dominio de la tribu de las mamis y sus risueñas camadas, los solteros y solitarios nunca éramos bienvenidos, despertábamos sospechas.
Por ejemplo, un día, al avistarme, la mamá del niño pelirrojo, centinela en la entrada, lanzó una mirada en morse de alarma a la mamá de las gemelas, que desde la fuente, la replicó sobre el grupo principal y más abundante de las otras mamis que intercambiaban consejos sobre guarderías donde los columpios. Para cuando ya llegué el centro del parque, la red de comunicaciones había funcionado a la perfección, y todas las mamis me miraban desafiantes y anteponían sus cuerpos entre las camadas y yo.
Salí de allí cauteloso y en silencio, como en la escena final de Los Pájaros.
Huelga decir que no volví a intentar pasear por unas tierras tan hostiles.
Pero como a un nuevo rico al que de repente le permiten entrar en un selecto club privado del que siempre ha sido rechazado, ahora la posesión de un bebé, que encima es especialmente mono, me permite entrar hasta en la zona vip del parque, la de los bancos de madera, e incluso sentarme de igual a igual entre las mamis de más abolengo.
Es un mundo curioso que estoy descubriendo. Los ritos de sociabilidad son un poco complejos, pero poco a poco los voy descrifrando. Por ejemplo, hay que agradecer siempre las sugerencias de las mamis cuyos hijos tienen como mínimo un mes más que el propio, porque son fuente de sabiduría, y hay que asentir admirativamente ante las exhibiciones de sacrificio que hacen las mamis, por muy livianas o falsas que sean. También hay que entender que los papis somos la minoría en el parque, y eso nos obliga es ser discretos y humildes.
Pero sobre todo, y subrayemos el sobre todo, hay que abandonar el parque antes de las siete de la tarde, porque con el ocaso las camadas vuelven a sus cunas, y entonces las mamis se quitan la piel de mamis y vuelven a ser mujeres.   
2) Tengo un martilleo en mi cabeza y la boca me sabe a vómito. Oigo al Charlie roncar en el pasillo, pero no le veo. No hay luz. Durante unos segundos temo haberme quedado ciego, pero me agarro al móvil, que tiene batería, y éste me deslumbra. No estoy ciego, sencillamente he vuelto a beber. Me doy asco, estoy especialmente deteriorado. Me intento levantar, pero me mareo y vomito. Unos minutos después, o tal vez unas horas después, consigo arrastrarme hasta donde resopla el Charlie. Le sacudo un poco y le pregunto que por qué no hay luz.
-La cortaron la semana pasada pero tengo una linterna en el cajón de la entrada- murmura.
Con la pantalla del móvil anunciando que queda poco, muy poco, para perder esa leve fuente de luz, llego hasta la entrada. Súbitamente la pantalla del móvil se ennegrece. Pero como ya estoy delante del cajón, no me resulta difícil abrirlo y con el tacto puedo encontrar la linterna. Es un aparato grande y con muchos botones. La identifico, recuerdo que es una linterna militar que el Charlie se trajo de la mili.
Al azar presiono un botón que resulta ser el de señal de alarma. La habitación de tiñe de rojo y restalla una sirena. Me asusto, y desde la nada una voz femenina que me grita que apague eso de una maldita vez.
Me desconcierta oír una voz femenina en el sótano del Charlie.
Ya en silencio, y con la luz blanca y frontal, apunto con la linterna hacia donde vino la voz, y veo tumbada en el sofá, con las manos cubriéndose los ojos, desnuda de cintura para abajo, a la madre de las gemelas.
Trago saliva, pero mi saliva es más bien vómito rezagado y hediondo, y me dan arcadas. Me tambaleo, toso con fuerza, y finalmente vomito de nuevo.
-¡Puto asco!
A mis pies escucho otra voz femenina. En el suelo, cubierta solo por mi vómito, está la madre el niño pelirrojo. Con mueca de absoluta repugnancia empieza a quitarse el vómito. Me mira con tanto odio que instintivamente aparto el foco y la dejo en tinieblas.
Huyendo de allí, tropiezo y se me cae la linterna, que se apaga, y tras dos pasos mal dados, finalmente pierdo el equilibrio y también acabo en el suelo.
Allí me doy cuenta, por la forma y el olor, que mi cabeza está sobre la cama de felpa del gato, que seguramente está escondido bajo la cama de Charlie, como suele hacer cuando hay visitas. Por primera vez desde que amanecí me siento cómodo. Buen invento lo de la felpa, pienso. Mis párpados se cierran. Mi último pensamiento es el deseo de que cuando despierte, las dos mamis se hayan ido.
3) Bukowski impera en el bar con su porte displicente. Inclinado sobre la barra, su espalda es un símbolo de desprecio hacia todo y todos. Me siento a su lado, y pido whisky on the rocks, aunque no tengo muy claro qué es eso.
Sin mirarme, y después de dar un sorbo a su bebida, me dice:
-Chaval, tu texto de antes es una mierda.
-Pero señor Bukowski -me justifico-, intenté escribir como usted. Hasta vomité…
Entonces se incorporó, evidenciando la enormidad de su cuerpo. Me miró con desprecio y gritó:
-¿Alguna vez he vomitado dos veces en alguno de mis relatos? ¡Una vez es realismo sucio, dos es solo sucio!¡Una guarrada, vamos!¡Y sobre la madre del niño pelirrojo, nada menos, con la cruz que tiene la pobre!¡Vete de aquí, me das asco!
Cabizbajo y triste, salgo del bar, consciente de que si hasta he asqueado al señor Bukoswki, algo he tenido que hacer muy mal, muy mal.