30.12.19

Cómo acabar con la contracultura, de Jordi Costa

En el 2018 apareció el libro Cómo acabar con la contracultura de Jordi Costa, o sea que en la vorágine de novedades en la que vivimos ya era un producto caduco que no merecía figurar en lugares preeminentes de las librerías. Sin embargo un pequeño guiño de Pedro Almodóvar en su última película, Dolor y gloria, le ha devuelto a la actualidad. Cómo acabar con la cultura es el libro que desdeña en una escena el personaje que interpreta Antonio Banderas, que como es sabido es el alter ego del propio director.
Que la referencia sea displicente no deja de ser un juego de ironías; Almodóvar sabe que está suscribiendo su contenido y haciéndole una publicidad impagable al libro.
Jordi Costa es un experto en cine que se mueve en el mundo de los estudios culturales patrios. Colaboró en el trabajo colectivo Ct o la cultura de la Transición con un capítulo sobre la cinematografía española marginal.
Por supuesto no es baladí que las treinta páginas iniciales de Cómo acabar con la cultura sean un análisis de filmografía del manchego, desde una primera obra tan inteligente y contracultural como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, a sus últimas películas, en las que Jordi Costa ve todavía cargas de profundidad y un pequeño broche final a la contracultura española desde la Transición.
Almodóvar aparece como un epifenómeno de los últimos cuarenta años de vida sociocultural del país.

El resto de los capítulos hacen justicia al subtítulo, que anuncia que se trata de “Una historia subterránea de España”, lo que es muy sincero y por otro lado inevitable: si ya las historias canónicas son discutibles, contar al libre arbitrio la intrahistoria del underground cultural español es como para curarse bien en salud y alegar que es “una historia” y no “la historia”.
El libro está bien escrito; se nota que hay muchas horas de investigación detrás. Nos habla de unos creadores minoritarios como nos podría hablar de otros igual de interesantes, eso queda claro desde el principio. Jordi Costa cita con respeto otros libros similares al suyo, como Culpables por la literatura (que se centra en la poesía) o Los setenta a destajo (que es una crónica personal); ambos libros describen el mismo periodo y prácticamente no repiten los personajes referenciados. Lo que desde luego es formidable, significa que hubo tantos y tan buenos creadores haciendo cosas heterodoxas en los años setenta que se pueden escribir varios y excelentes estudios cubriendo distintos campos y todavía quedarían terrenos por tratar.     
En este libro hay mucho cine. Además de Almodóvar, encontramos aproximaciones a otros directores menos conocidos (Javier Aguirre, los hermanos García-Pelayo…) Pero sobre todo hay mucho comic; el comic español desde Hermano Lobo, todavía en el franquismo, aparece reivindicado como espacio de libertad.
El tema de la música híbrida de los años setenta, esa especie de flamenco psicodélico, también tiene buen desarrollo, y se nos habla de grupos tan célebres como Triana u otros olvidados como Smash.
El último capítulo es un tanto desconcertante porque considera contracultura actual a los youtubers, sobre todo a Soy una pringada, tesis un tanto discutible aunque no del todo descartable.  
Este libro tiene cosas muy loables, como empezar marcando distancias con la contracultura norteamericana, algo que es de rigor y necesidad. Por supuesto que no es el mismo fenómeno en ambos lados del Atlántico. Lo de aquí es necesariamente más cutre, pero como dice Jordi Costa siguiendo al gran maldito Pau Malvido, precisamente eso le dotó de una estética propia y sobre todo una dimensión lumpen que los hermanos mayores hippies norteamericanos no tenían.
También es de agradecer que no sea un ejercicio de nostalgia e impugnación del presente. Aquí no encontramos la típica matraca continua de la autenticidad perdida y lo falso que es todo ahora.
Como flaquezas del libro, señalaremos que para quien no tenga interés en el comic, igual le agota tanto espacio dedicado al mismo; además no tiene índice onomástico y le faltan imágenes acompañando al texto, algo que hubiera sido muy pertinente.

jueves


Una vez probé algo que me dijeron que era Yajé. A los cinco minutos me descomponía en una taza de wáter mientras veía estrellitas blancas cayendo sobre mi cabeza. No me pareció aquello un viaje que mereciera la pena volver a hacer.
Sin embargo, Harold, un primo de Chía, me dice que pertenece a un grupo interesantísimo de exploradores místicos acaudillados por un chamán muy bueno, que tengo que irme con ellos un día y tomar de nuevo Yajé con expertos. Asegura que él ha ampliado su conciencia, que ahora se siente otra persona.
Eso es lo que me ha echado para atrás. Llevo años macerando prejuicios, consolidando manías y sublimando temores –eso que llaman convertirse en adulto-, y me da mucha pereza tener que volver a empezar al darme cuenta de que no soy quien pensaba. Ya estoy mayor para revelaciones, o tal vez solo cansado.
Gracias primo, pero no.

22.12.19

Políticas de la nueva carne, de Jorge Fernández Gonzalo


La joven editorial barcelonesa Holobionte es un remanso de futuro; su temática es la vanguardia y el posthumanismo. En su breve catálogo priman los libros que cartografían tendencias y anuncian cómo será el mañana. Les debemos las traducciones de algunos de los filósofos más influyentes de la actualidad, como Nick Land o Quentin Meillassoux. Se nota que eligen bien lo que publican; todos sus libros son importantes. Además sus ediciones tienen una presentación inmejorable, con unos diseños excepcionales, icónicos.

Como lanzan pocas obras al mercado, y todas son buenas, les sigo con especial interés.

Políticas de la nueva carne. Perversiones filosóficas de David Cronenberg de Jorge Fernández Gonzalo es su última aportación. Y su primer traspiés.

Ya había varios estudios previos sobre el cineasta canadiense y el tema de la nueva carne, como los señalados en la bibliografía, y la verdad es que Políticas de la nueva carne no aporta nada nuevo a lo ya publicado. Y en cuanto a los análisis filosóficos, que como nos anuncia el autor en las primeras páginas, quieren seguir la estela del carismático pensador Slavoj Zizek, aquí se quedan en unos brochazos desganados y sin brillo, lejos del maestro referenciado.

Para quién no haya leído nada sobre Cronenberg, ni ninguno de los textos de Zizek (o de cualquier filósofo de peso que hable de cine), igual esta lectura le resulta nutritiva; desde luego está bien escrito y la portada es una pequeña obra de arte. Pero a quién tenga algo más de kilometraje, le va a saber a plato recalentado.

En la introducción y un par de anexos finales se dice más o menos escuetamente todo lo que se quiere decir: David Cronenberg es el gran anunciador de la “nueva carne”, que según se deduciría aquí, es una naciente relación del cuerpo con lo inorgánico, una fusión con la máquina, una sexualidad donde lo abyecto ha sido normalizado y ha transcendido la biología. El ser humano se encuentra en los albores de un nuevo paso evolutivo, ya sea por vía genética o tecnológica, y Cronenberg nos presenta los escenarios posibles.

Las veinte películas del cineasta corresponden cronológicamente a los veinte capítulos principales del libro, que se divide en dos partes según las dos supuestas etapas creativas de su filmografía, la teratológica y la perversa (la primera sería un estudio de monstruosidades exteriores, la segunda de las interiores). El problema es que como es lógico, no todas las películas tienen el mismo interés ni ameritan un apartado propio, así que muchos capítulos son sencillamente resúmenes de películas que luego no tienen importancia en el conjunto, y que se cierran con un par de frases interpretativas difusas y sin profundidad.

La mayor parte de las ciento sesenta y cuatro páginas de Políticas de la nueva carne no son de hecho más que sinopsis argumentales como las que encontramos en Wikipedia, salpimentadas eso sí con las inevitables citas de Deleuze y Lacan, para darle así cierto empaque intelectual y hípster.  

Aunque la verdad es que citar constantemente a estos autores se ha convertido ya en tal postureo cultureta que empieza a tener tintes paródicos.

(Por si alguien anda un poco despistado aquí, Gilles Deleuze era un filósofo francés un tanto difícil de leer, que se lleva mucho en ambientes académicos, aunque ya empieza a ser un poco vintage. Y Jacques Lacan era un psicoanalista imposible de entender, aburridísimo, y que sin embargo sí sigue teniendo un toque chic esta temporada.)

Lo particular de ambos pensadores es que son muy enrevesados y muy dados a enunciar conceptos epatantes. Sus escoliastas nos los presentan por ello como portadores de un saber arcano que solo unos pocos iniciados pueden transmitir. Nunca se nos explica el corpus teórico que pudieran tener, si no que se alude a él como a un saber oracular.

Por ejemplo, el capítulo sobre Videodrome (1983), que se supone que es la película más personal del director y la que merecería un análisis más exhaustivo, no llega a las seis páginas, y la mayoría de ellas se pierden con el consabido resumen argumental. En seguida se mete la protocolaria alusión a Deleuze -“devenir maquínico”- pero sin explicarnos a lo que se refería el filósofo ni decirnos en cuál de sus libros aparece aquello. Lo que nos lleva a pensar que Fernández Gonzalo no sabe explicar lo del “devenir maquínico” pero conoce la frase y la introduce para lucirse, o que “devenir maquínico” no es más que lo sus palabras indican, convertirse en máquina, pero entonces la pregunta es para qué presentar una idea tan básica rimbombantemente respaldada como concepto deleuziano.

La cuestión finalmente es que el capítulo queda sin desarrollar, como esperando un despertar de nuestra imaginación que lo complete, pero claro, eso sería lírica, no divulgación.

Así que hay muchos otros libros que leer antes que este, que malbarata una idea prometedora y claramente lo hace por pereza de su autor. Esperamos que sea solo un paso mal dado por los responsables de Holobionte, del que aprenderán para no repetirlo. Una editorial tan específica y sustentada en el prestigio no puede permitirse este tipo de artefactos defectuosos.   

19.12.19

martes


Hay dos maneras de narrar un hecho, una Espectacular y otra Real.
La Espectacular recurre a la elipsis, como en el cine, y se centra en los momentos álgidos y con aura de excepcionalidad.
La Real, empero, no obvia lo sucio, desmitificador e incluso aburrido que tiene todo lo que ha acontecido.
No son nada más que dos maneras de narrar un mismo suceso y por lo tanto ambas son legítimas.
Vamos a ilustrar este argumento con un ejemplo reciente.
No hace muchos días, los tres simpáticos personajes ya conocidos por todos nosotros, el Charlie, Nicasio y el tal Juan, estaban anclados en un herrumbroso bar de la Elipa, algo beodos y como siempre rijosos, pretendiéndose masculinos y sin embargo interesantes, cuando el Charlie, tras darle un largo sorbo a la cerveza, anunció bien alto:
-¡Anoche me follé a una modelo!
Nicasio, ya saben, el que va de intelectual, empezó a dar botes en la silla y a balbucear algo así como “¡cuenta, cuenta!”, mientras el tal Juan daba golpes en la mesa y exclamaba con gesto simiesco “¡muy grande, tío, muy grande!”     
¿Qué provocó tal reacción?
Sin duda la frase “Anoche me follé a una modelo”, paradigma de proposición Espectacular.
¿Era acaso mentira?
No. Charlie tuvo la noche anterior un encuentro de carácter sexual con una mujer que en algún momento de su vida trabajó como modelo publicitaria.
Sin embargo, en la versión Real, Charlie habría tomado un largo sorbo de cerveza y habría explicado a continuación:      
-Anoche Susi, la vecina que fue modelo en los años setenta y que por lo tanto tiene edad para ser mi madre, volvía a casa, borracha como de costumbre, cuando me la encontré en las escaleras. Me vio y dijo, “oh un hombre”, y se abalanzó sobre mí. A los pocos minutos, justo cuando yo pensaba que estaba siendo un semental, se quedó dormida. Esta mañana, resacosa y con voz de estertor, ha venido a mi sótano y dubitativa me ha preguntado que si yo fui el de las escaleras, y que si lo fui, que si había visto su colgante porque no lo encuentra. Sí, no. “Ah, pues vaya espero que no se entere mi hombre, él me regaló el colgante”. Y se ha ido.
Sabemos, por la mirada esquiva de Charlie y por su negativa a “entrar en detalles”, que él mismo tenía serios reparos sobre la manera de narrar los hechos. Y si no fuera por el jolgorio reinante y el afecto que le dispensaban sus amigos, incluso sospechamos que en su fuero interno se sentía solo y triste.
¿Qué podemos aprender de esta anécdota?
Pues que a veces necesitamos de la narración Espectacular, esa que habla del brillo y no de la aspereza, del querer ser y no del ser, porque la narración Real a menudo no es más que monotonía y desamparo, y de eso ya tenemos todos demasiado en nuestras vidas.  

12.12.19

lunes

La burguesía progre tiende a citar mucho a Marx cuando dijo que la religión era el opio del pueblo. Lo hacen malinterpretándolo. Marx, claro está, jamás hubiera salido con un silogismo tan clasista: la religión entontece, los obreros son mayormente religiosos, los obreros son tontos. Él a lo que se refería es a que la vida del pueblo trabajador es tan desgarradora que necesita recurrir a la ilusión religiosa como lenitivo frente al dolor. Por supuesto que la religión es absurda, pero da esperanza y un fondo ético a millones de personas, desde nuestras abuelas a los niños mineros de África.

Los frívolos ataques a las iglesias y a los creyentes demuestran una falta total de conocimiento de lo que es el mundo de hoy. Aquí, en los desolladeros del globo, las misiones religiosas son el último bastión frente a la infrahumanidad, el principio de toda resistencia y un ejemplo de compromiso en todas sus consecuencias: los misioneros y misioneras son los únicos occidentales que se implican totalmente, llegan a pasar hambre con los hambrientos, a morir con ellos y por ellos, son los únicos que se convierten en ellos.

La religión hoy es un síntoma y un principio de solución. Hace más bien que mal. Pero para entenderlo hay que salir de los barrios residenciales del Norte-y a eso no parecen dispuestos nuestros simpáticos bufones anticlericales.

10.12.19

domingo

Philip Roth y Michel Houellebecq son buenos.

Su valor reside en que desmitifican esa patraña que se ha venido a llamar liberación sexual. El sexo es para la mayoría de la población mundial un territorio de soledades, sordideces y fracasos. Es, en definitiva, parte del problema -por más que el Espectáculo quiera plantearlo como un botín conquistado y repartido igualitariamente.

5.12.19

Ecología o catástrofe. La vida de Murray Bookchin, de Janet Biehl


Murray Bookchin (1921-2006) fue un teórico anarquista y líder del movimiento ecologista estadounidense. A principios de los años ochenta publicó el celebrado La ecología de la libertad, que aquí se tradujo en los noventa y que todavía circula en ambientes afines, junto con otras traducciones de su escasa obra. Recientemente Virus Editorial se ha encargado de la edición española de su biografía, Ecología o catástrofe. La vida de Murray Bookchin, de su discípula Janet Biehl.
Este libro pasa de las seiscientas páginas, pero se lee bien, es ameno; además los de Virus han hecho un buen trabajo con el diseño y la traducción. Biehl conoció a Bookchin en sus últimos años, y ella entra tangencialmente en la narración también al final, pero desde luego no hay muchos detalles estrictamente vitales de ninguno de los dos. No sabemos por ejemplo si Bookchin se casó o tuvo hijos, o si le gustaba el jazz o el cine mudo. Más bien, siguiendo el hilo de la larga vida y militancia del biografiado, la autora aprovecha para escribir una historia del movimiento ecologista estadounidense y por ende mundial.
Bookchin nació en Nueva York dentro de una familia rusa. Fue comunista en su juventud, pero poco a poco fue separándose del marxismo y de la obediencia soviética para inclinarse hacia un anarquismo más propio de las tradiciones estadounidenses. Tras las Segunda Guerra Mundial incorporó la lucha antinuclear al movimiento ecologista que él, junto con otras personalidades, estaba configurando. Muy preocupado por mantener un buen nivel teórico, que él mismo consideraba muy bajo en su campo ideológico, mantuvo diálogos con los pensadores y activistas más importantes de su tiempo.    
Precisamente aquí entra una de las grandes bazas de Ecología o catástrofe, su índice onomástico.
Por ejemplo, hay muchas páginas dedicadas a los encuentros entre Bookchin y Lewis Mumford. Este urbanista era algo mayor, y sus teorizaciones sobre un municipalismo ecologista y libertario causaron gran impresión a Bookchin. Las megalópolis que entonces estaban naciendo, y en las que hoy tantos habitamos, hacen un daño irreparable a la naturaleza. Cómo subsanarlos es una de las muchas propuestas que se hacen desde el ecologismo, y es uno de los grandes temas en La ecología de la libertad.
(Lewis Mumford por cierto está siendo traducido por Pepitas de Calabaza y recomendamos su lectura, es apasionante).
Otro que aparece mucho en el libro es Herbert Marcuse. Este filósofo, tan decisivo en los movimientos contestatarios de los años sesenta, fue un referente para Bookchin, ya que fue de los primeros en defender que con la tecnología podíamos concebir una civilización post-escasez en la que sería innecesario mantener unas formas de represión moral que hasta entonces parecía inevitable. La tecnología puede liberarnos, sostenía. Según Biehl la influencia fue recíproca, y Marcuse incorporó la causa ecologista en sus últimos libros, en los que cita a Bookchin.
En el terreno político, Bookchin intentó sacar adelante varios grupos y partidos, pero sobre todo tuvo éxito como amigo y consejero del Partido Verde alemán, que es el que más lejos de entre sus pares llegó dentro del poder institucional. También es curioso que su gran adversario político fuera Bernie Sanders, que ha alcanzado gran relevancia en los últimos años, pero que aquí es un poco el malo de la película, y se nos presenta como un trepa poco amigo de los procesos democráticos.    
La caída del Muro de Berlín provocó cierta lástima en Bookchin, que seguía emocionándose al ver ondear la bandera roja y escuchar la Internacional, pero lo que más le soliviantó fue en lo que sucedió luego, cuando los marxistas pasaron a convertirse en postmodernos relativistas, meros analistas de textos y defensores de supuestas minorías.
Bookchin tenía una visión ética anticapitalista muy clara y universalista en la que la naturaleza y sus cuidados eran la base, no ningún relato subjetivista en búsqueda de hegemonías. Nunca quiso escandalizar al ciudadano medio con provocaciones gratuitas, puesto que buscaba convencer a la mayoría social para que se unieran a la defensa de la naturaleza, no convertirse en un grupo de presión cuyo poder derivara de su capacidad coactiva.
Ecología o catástrofe repasa, en suma, los grandes temas y debates políticos occidentales desde una perspectiva muy determinada, la del movimiento ecologista, y sin duda es una lectura interesante para los que quieran saber un poco más del mundo en el que moran.   

3.12.19

jueves


Parece ser que aquí también tendremos una city propia de ciudad económicamente importante. Se ha aprobado la reconversión de la estación de Chamartín en un distrito financiero con rascacielos y otras instalaciones modernas. Las obras empezarán ya este año. Me he paseado por esa zona siguiendo los planos donde se proyecta construir, he visto las torres que ya existen, y he seguido andando hacia la Ventilla.
Si bien mi antiguo barrio ha mejorado mucho desde que viví allí, el norte de Madrid sigue siendo una especie de postal de los dos países en una misma ciudad de Lenin. En La Ventilla o Tetúan todavía quedan infraviviendas sin agua corriente, plagados de ratas y gente analfabeta que vive bajo el umbral de la pobreza. Y a unos quinientos metros emergen las Cuatro Torres, la Castellana, hoteles de lujo… ese decorado montado para turistas e inversores.
Se supone que al construir un distrito financiero allí, los barrios cercanos pauperizados se reflotarán. De cualquier manera me ha impresionado saber que gran parte del paisaje de mi adolescencia pronto será demolido.

1.12.19

miércoles


Pablo es un vecino de la Ventilla del que llevaba años sin saber nada. Me encuentra por Facebook y, no sin cierta apatía por mi parte, me cita en el Rodilla de Plaza de Castilla.  El tipo ahora es barrigón y calvo, tiene aire frailuno. Viene con americana y corbata, emocionado, y me abraza y me pregunta por mis aventuras exteriores. Me dice que se ha casado y que tiene un hijo de un año, al que por supuesto ya ha hecho socio del Atleti, y que vende seguros.

Caigo en su interés por verme: quiere que me haga un seguro de vida.

Le digo que lo siento, que estoy sin dinero. Entonces se relaja y se pone a hablar de política, ametrallándome con tópicos. Luego pasa a las mujeres, que sin son todas unas no sé qué y les gusta hacer no sé cuantos. Remata con los inmigrantes, que han venido a aprovecharse de nuestras supuestas ventajas sociales y que habría que echarlos sin contemplaciones.

Si todos fuéramos como Pablo los humanos seguiríamos en las cavernas.