20.6.17

España es de todos




Hace unos días Miguel Pérez de Lema publicó un artículo en Triálogos en el que argumentaba que España había dicho no a Podemos en las últimas elecciones, imaginamos que porque ganó el PP. Como Miguel es amigo mío, y además le aprecio intelectualmente, me veo legitimado para enmendarle la plana desde el afecto.

El uso de España como arma arrojadiza entre conciudadanos me incomoda sobremanera. Es sabido que empezaron haciéndolo los liberales para criticar a los ultramontanos que parecían no tener más lealtad que la religiosa, y estos contraatacaron en el siglo XX mediante un mendaz silogismo: como España es constitutivamente católica, los enemigos de esta fe son enemigos de España.

Y así seguimos, mutatis mutandis, con la bandera y el sentimiento español atesorado por la mitad del país mientras que la otra ha aceptado con orgullo precisamente ser antiespañoles.

Quien haya viajado por el mundo habrá podido comprobar que esto no es habitual. En todos los países hay una conciencia nacional más o menos intensa que no está necesariamente capitalizada por una facción política. En Iberoamérica las izquierdas y derechas –signifique esto lo que signifique-  comparten sin problemas la bandera; en Europa, si bien hay un peso superior del patrioterismo entre conservadores, jamás sería noticia, como fue aquí, que un candidato socialista enarbolara la bandera nacional. 

Lo de nuestro país en una anomalía que de la que se acusa con razón al franquismo. Ese régimen abusó tanto del españolismo que se acabó identificando con él y creando una reacción contraria. Pero la verdad es que otros países padecieron regímenes peores que también se envolvían en los colores patrios y no se ha dado el mismo fenómeno: una vez finiquitados los gobiernos despóticos, las sociedades civiles exigían la devolución de los símbolos arrebatados, y los ensalzaban y les daban una nueva vitalidad.

Aquí no se dio algo similar con la Transición. No hubo una exigencia de democratizar el patriotismo de tal manera que todas las corrientes políticas pudieran enraizarse en él. Es más, se dejó que se convirtiera en algo casposo y carca, un bastión reaccionario, mientras que los particularismos regionalistas fueron alabados como algo innovador y progresista.

Sin duda hubo algún interés internacional en ello, ya que España es un país potencialmente antisistémico que es mejor tener doblegado y sin orgullo, no vaya a ser que le dé por querer imponer condiciones o recuperar su marina mercante. Paralelamente, además, en el interior la criminalización de lo unitario favorecía la creación de taifas varias a las que poder arrimarse en busca de cargos públicos y subvenciones.

Pero hubiera fácil superar estos escollos, ya que hay pocos países del mundo con tantos intelectuales y de tanto nivel que se han consagrado a la creación de una narrativa identitaria nacional -recordemos que los sentimientos identitarios nacionales no son otra cosa que narraciones creadas por intelectuales-. Había infinidad de maneras y para todos los gustos de volver a ser españoles descomplicados: desde María Zambrano a Manuel de Falla, desde los románticos liberales a los iberistas modernos, desde las historias de la intrahistoria a los Descubridores. El horizonte temático del que tirar era inabarcable. Pudo haberse hecho; medios no faltaban: aquí había y hay un Estado que funciona.

El Estado español tiene, como todos los Estados europeos, unos fabulosos aparatos ideológicos con los que podría haber impuesto un discurso hegemónico en el que la nación fuera un punto de encuentro que nadie pone en duda, una forma de “sentido común” que dejara a sus detractores en el bando de los oscurantistas, que lo vergonzante fuera no sentirse español.

Los distintos gobiernos que han controlado el Estado son culpables de no normalizar la idea de España. Y en esto se incluye al Partido Popular, que ha gobernado con dos mayorías absolutas, y cuyos líderes solo sacan la bandera y dan vivas bien alto cuando les conviene, o sea, mientras que saquean y hunden a la sociedad dejándola sin futuro, irritando todavía más los sentimientos adversos de los ciudadanos que ven cómo se usa un patriotismo cutre casi como coartada criminal.


Este es el panorama se encontró Podemos. Ellos no crearon un sentimiento antiespañol. Ni lo suscriben. Sus líderes se formaron siguiendo los populismos latinoamericanos y se nota que les gustaría poder seguirles en sus discursos patrióticos. No lo hacen porque no pueden, porque  ningún gobierno previo se ha preocupado por reformular una identidad española postfranquista integradora.     

Aunque imagino que los ataques del artículo mencionado van en referencia a las supuestas connivencias con los nacionalismos periféricos. Los de Podemos tienen que sumarse tangencialmente a estos porque durante cuarenta años los gobiernos nacionales no han cumplido y han dejado crecer y adquirir un peso sobredimensionado a las “nacionalidades”; ahora para tocar poder hay que pactar con ellas.

Pero no parece que a los podemitas les agraden y que bailen especialmente a su son. De hecho han intentado más que nadie en las últimas décadas crear una renovada españolidad. Son los primeros que en mucho tiempo se han tomado al país en serio. Errejón propuso, por ejemplo, crear un nuevo día nacional el 19 de Marzo en honor a las Cortes de Cádiz, buscando una “fecha cívica y patriótica que recoja las sensibilidades para que todo el mundo se encuentre cómodo”. Algo que no pareció ni plantearse el Presidente, que prefiere aburrirse y aburrir entre tanques y pamelas el 12 de Octubre, fecha que tendría que ser sencillamente el día de Colón, ya que poco tiene que ver con el Estado-nación moderno o sus Fuerzas Armadas actuales.

Así que sostener que España dijo no a Podemos es una demagogia facilona que mancilla el nombre de la patria. ¿Qué es España en esa proposición entonces?¿¡el PP!?¿el guetto de Intereconomía?¿el votante zombi que elige a los corruptos?¿el “cuñao” al que molestamos los que tenemos estudios superiores?¿los vendepatrias que se arrodillan ante Merkel?  Si fuera así, me temo que yo tendría que sumarme a la lista en enemigos de España. Sin embargo, no caeré en esa visión exclusivista. Sé que Podemos -un partido al que jamás he votado- es tan España como el que más.

En cuanto a mí, soy español y quiero un país amable con todos, incluso con los que no piensan como yo, o especialmente con ellos; por eso no exigiré nunca exhibicionismos rojigualdas ni privaré a nadie de su condición española.

13.6.17

Orgulloso del orgullo

Freud tuvo sus más y sus menos aciertos, pero lo que nadie le puede negar es que supo cartografiar un continente que antes solo se había oteado: el subconsciente. Gracias a él sabemos que la consciencia no es más que la punta de iceberg, que debajo hay una masa de determinaciones que se van sedimentando desde el día uno de nuestro nacimiento -si no antes-, y que son decisivos en nuestra personalidad. Así que podemos engañar y engañarnos, pero no hay manera de acallar nuestros verdaderos deseos e instintos, que claman desde el amordazamiento y se cobran sus venganzas en cuanto pueden.

Lo que reprimimos reaparece como síntoma, sentencia Freud. Nuestra sexualidad, por ejemplo, por más que intentemos “normalizarla”, adaptarla a las exigencias sociales, está ahí, atrincherada, y nos hará malas pasadas si no la aceptamos como es. Cuando es una sociedad entera la que se acogota el resultado es catastrófico; el precio que hay que pagar por la represión sexual es una sociedad violenta y enferma.

Así que ya hemos entendido que si andamos metiéndonos en las vidas eróticas de los demás se crea una apariencia de tranquila homogeneidad, pero bajo ella habrá un magna de represiones y síntomas incontrolables que irrumpirán de alguna manera u otra. En el mejor de los casos, simplemente nos dejarán en ridículo cuando nos delanten en el momento más inoportuno.

Durante siglos millones de personas que amaban secretamente a otras personas de su mismo sexo han sido obligadas ha vivir una vida que no era la suya. Se les ha condenado -y a sus parejas impuestas- a la infelicidad y a llevar una doble vida, o hundirse en la autonegación y en el silencio. 

Afortundamente la humanidad está saliendo de este estado de represión e intenta -en la mayoría de los países al menos- no seguir forzando a nadie a habitar en la mentira. Antes seguramente se intuía, pero ahora ya sabemos con certeza, gracias a Freud, que la represión completa no es posible, que una sociedad no puede negar su componente de homosexualidad.


Se lo debemos a Freud; y a unos cuantos valientes, claro.

A finales de los sesenta un grupo de gays en Nueva York se hartó de las palizas y los abusos de la policía e inició una revuelta, los disturbios de Stonewall, que duraron varios días; más adelante, para conmemorar aquellos eventos, se hizo una marcha que originó lo que hoy es el fenómeno global del Día del Orgullo Gay. Al principio todo fue poco a poco; y primero solo en Estados Unidos, luego en otros países. 
Hoy millones de personas acuden al llamado de gay pride en docenas de ciudades del globo.

Lo que tiene de carnavalesco recuerda precisamente a los carnavales, aquellas antiguas celebraciones paganas de la Edad Media, en las que un día al año las gentes salían a hacer lo que los trescientos sesenta y cuatro días restantes no podían hacer. Cuando se acabó el control eclesial de la sociedad, los carnavales se hicieron innecesarios. Ya no había represión que mitigar.

Ojalá pronto podamos decir que no hace falta ni hablar del orgullo gay porque nadie necesite reivindicar su identidad sexual. De momento queda trabajo por hacer porque sigue habiendo discriminación. Todavía es necesario políticamente; y por supuesto sigue haciendo falta la celebración militante, el tono festivo, como una bella catarsis anual donde el motto “Si tu pluma les molesta, clávasela” hace las veces de grito de guerra.

El Día del Orgullo Gay también es una magnífica imagen de la liberación humana ¿alguien se imagina algo así hace treinta años?¿no es evidente que vamos hacia mejor? Los gays han salido de sus armarios para reinar en las calles. Si esto ha sido posible, cualquier cosa es posible. La humanidad rompe con sus ataduras y supersticiones, camina hacia la reconciliación con su libertad.

La mejor noticia que podríamos tener es que este año Madrid será capital global del evento. Vendrán multitudes de cada rincón del planeta para llenar nuestra ciudad de alegría y liberación. Merecerá la pena estar ahí para reír, abrazarse y beber a la salud de nuestro tiempo que, a pesar de todo lo malo que tiene, cada día es menos represivo y abierto; o sea, más sano desde un punto de vista freudiano.

11.6.17

Vindicación del homonacionalismo

wikipedia
La homosexualidad ha transitado durante siglos criminalizada y oculta en las periferias de la sociedad, primero como pecado y luego como enfermedad. Se obligó a innúmeras generaciones a vivir como quienes no eran, a querer a quienes no podían querer. No importaba destrozar vidas, arrojarlas a la inautencidad y la sordidez; lo que se buscaba era que en apariencia fuéramos todos felices y normalizados heterosexuales.

Afortunadamente la mayoría de las sociedades entendieron que esto estaba mal y abrazaron los derechos LGTB como parte de su patrimonio cívico, como un pilar innegociable de la libertad. Que en tan poco tiempo se haya prácticamente vencido el prejuicio homofóbico, tan arraigado y longevo, será pronto estudiado y asimilado como un momento culminante de liberación en la historia de la humanidad.

Hay partes del mundo, en cambio, que no participan de este proceso; allí se tortura, encarcela y mata a las personas que aman a otras personas de su mismo sexo.

El sentido común nos llevaría a pensar que los gays de todo el mundo deberían de simpatizar con los países donde se respeta a sus pares. Sin embargo el sentido común no rige en la esfera pública

Vivimos tiempos extraños. Están sucediendo los mayores cambios sociales y desarrollos científicos que se recuerdan tal vez desde el inicio de la Modernidad, y los intelectuales y otros muñidores de quejas, en lugar de centrarse en cuestiones importantes y graves, se dedican a buscar causas políticas absurdas a las que dan solemnidad acuñando además términos de lo más pintorescos.

Por ejemplo, existe un movimiento llamado pinkwashing que se dedica a denunciar que los gobiernos que toman partido por los derechos de los gays lo hacen solo por postureo y con el único interés de dejar en mal lugar a otros, principalmente islámicos. Además acusa a los gays que se identifican con los países gay-friendly de ser “homonacionalistas”, es decir “nacionalistas”, un término de evidentes connotaciones negativas y ajenas al horizonte de tolerancia en que se supone que alguien que ha sufrido la discriminación tiene que moverse.

La cuestión es absurda. Preferir las latitudes donde se te respeta y a los que podrías viajar sin problemas, en lugar de aquellas donde querrían arrojarte al vacío desde un edificio o someterte a las pruebas más humillantes, no es nacionalismo, es supervivencia. Estigmatizar de “homonacionalistas” a quienes se identifican con Israel, por ejemplo, el único Estado democrático de la región, frente a las satrapías homofóbicas que lo amenzan, es una abyección intolerable.

Además los militantes del pinkwashing reconocen implícitamente algo aterrador y deleznable: no niegan que haya regímenes cruelmente homofóbicos, simplemente consideran que esto no es lo prioritario, ya que estos regímenes están en el lado bueno de la causa antioccidental y antisemita, que es más importante, por lo que no viene a cuento echarles nada en cara. Es decir, no solo no hay que denunciar que maten a hombres por el mero hecho de ser gays, es que además hay que asumir que no se va a hacer nada al respecto, que esas muertes son solo daños colaterales en una guerra justa.

Que existan tarados como los del pinkwashing no es raro, ya que sabemos que en política cualquier majadería encuentra quien la defienda (y rentabilice) . Pero que existan tantos gays que bajen la cabeza ante su cantinela, y callen ante los insultos a países libres mientras se glorifica a los de las lapidaciones y ahorcamientos, da que pensar sobre el poder de estas hegemonías de pacotilla que silencian a las mayorías.

Tal vez deberíamos de empezar por exhibir todos como una medalla el insulto que nos arrojan: “homonacionalista”. Seamos homonacionalistas sin prejucios. Si estar con el matrimonio gay, la igualdad de derechos y las leyes antidiscriminación es ser homonacionalista, pues lo somos. Si estar en contra de la violencia y la represión contra el colectivo LGTB es ser homonacionista, pues adelante y a mucha honra.

Y es más, que este Orgullo Gay que está por venir sea homonacionalista, que aprovechemos para recordar a los gays del mundo que sufren persecuión. Ondeemos las banderas de los países amigos, rechacemos las de nuestros enemigos y las de los que nos piden que callemos. No toleremos la homofobia en ningún caso; tampoco a sus cómplices.

10.6.17

El libro contra la muerte, de Elias Canetti


Elias Canetti (1905-1994) es célebre y difundido, sin embargo no ha entrado en el olimpo de los grandes literatos del siglo XX a pesar de tener un Premio Nobel. Sus libros autobiográficos son buenos, los de aforismos se leen con gusto, y su opus sociológico Masa y poder tiene momentos sublimes a pesar de ser un texto bastante irregular. En general es un autor que escribe muy bien pero sus ideas son menos brillantes de lo que él se cree. Queda poco poso tras la lectura; es mejor escritor que intelectual. Si no se diera tantos aires de cargar con el peso del mundo sobre sus espaldas sería menos grandilocuente y más agradable, cercano a otros autores como Zweig o Joseph Roth, con los que comparte orígenes, siglo y desdichas.  

Una perseverancia temática en sus obras, y la más sobresaliente,  es el odio a la muerte. Su literatura pasa por distintas etapas, cultiva distintos géneros y habla de mil asuntos, pero a lo que no concede respiro en todos sus libros es a las diatribas contra la finitud humana. Es su sello personal.

Es sabido que en todas las religiones y civilizaciones la muerte se consideraba como la culminación de la existencia, y su presencia estaba normalizada en la vida colectiva. Con la Modernidad se fue apartando de la vida cotidiana y hoy está totalmente “reprimida” en el sentido freudiano. Ya ni siquiera es preciso el luto en los funerales, que se tratan de banalizar como si fueran un evento social más.

Por eso las admoniciones de Canetti resultan revitalizantes e inolvidables. Odia la muerte de cualquier persona, y odia toda narrativa que la dulcifique u omita. No hay mucho que hacer ante el fallecimiento de nuestros semejantes o el sabernos mortales, pero tampoco hay que callarse.  Él se cruza de brazos y con gesto gruñón dice que no quiere morirse ni que se muera nadie. Y que todo aquél que hable de líricos viajes finales o redentores reencuentros con divinidades le parece un impresentable y un cobarde. No hay paz posible con la expiración, aceptarla es perder la dignidad.

Proyectó toda su vida escribir un libro contra la muerte. Sin embargo no lo llegó a hacer. Ahora, con los bocetos y apuntes que preparó para ello, y recortando fragmentos de su obra publicada, sus editores han cosido El libro contra la muerte. Nos es propiamente el libro imaginado por Canetti, pero le hace justicia. Son casi cuatrocientas páginas de hermosa bilis existencial contra el horror máximo de la condición humana; una sucesión de aforismos y textos breves, epatantes algunos, flojos otros, pero aulladores todos.

Toda la idea que subyace en las páginas es un imposible: un mundo en que el ser humano no muera. La cuestión es que la ciencia empieza a musitar que tal vez eso sea posible algún día. Seguramente investigar cómo alargar la vida, o plantearse un futuro en que los cuerpos caduquen pero las mentes se conecten a redes digitales planetarias para ser eternas, es algo que a nuestro autor le hubiera gustado.

Las últimas páginas de El libro se corresponden con la primera guerra del Golfo, que Canetti vivió con singular amargura. Son demasiado circunstanciales y contradicen el tono del resto del libro, pero resultan igualmente interesantes. No oculta que querría ver a Sadam muerto, le parece un nuevo Hitler. Cree en la pena capital contra los asesinos para salvar a la humanidad, en ejecutar a los criminales para que la diferencia entre el bien y el mal, entre la culpabilidad y la inocencia, estén claras.

3.6.17

Manifiesto por un Madrid Distrito Capital


Nos estamos deslizando hacia un mundo cuántico desde instituciones decimonónicas. El desastre está garantizado ¿Qué es toda esta maquinaria dispuesta para evitar que seamos sujetos a la altura de los tiempos?¿De dónde viene este caduco pensamiento binario que nos hace ser partícipes de nuestro propio sometimiento? Un Estado dentro de globalidad todavía parece necesario, pero ¿para qué más políticos, más instituciones de las estrictamente necesarias?¿por qué tantas botas pateando nuestra cara?
 
Benedict Anderson, el gran estudioso y desmitificador del nacionalismo, cuenta en su imprescindible Comunidades imaginarias que las unidades administrativas, por muy artificiales que sean al principio, terminan provocando cierta sensación de pertenencia, de patria.

Tal vez eso explica cómo ha podido filiar a seis millones de ciudadanos, a los que nada aporta, este absurdo y oneroso engendro llamado Comunidad Autónoma de Madrid. Un tinglado político que nos presentan como realidad inamovible y sin la que no podríamos vivir, pero que es de hecho de reciente invención: se constituyó en 1983. En los más de mil años de existencia de la ciudad de Madrid, o en los casi doscientos de la provincia, jamás ha habido un autogobierno aquí - y no nos había ido mal, por cierto.

¿A quién beneficia este nuevo régimen localista?¿para qué sirve?¿por qué no podríamos ser un Distrito Capital -MADRID D.C.- directamente vinculado al Gobierno de España, que aunque suele estar dirigido por ineptos, es el único que legítimamente puede administrar este cruce de identidades que es el territorio de Madrid?¿por qué duplicar las incompetencias si con una basta y sobra?¿por qué no votar directamente al Delegado del Gobierno y que nos represente en Moncloa, en lugar de elegir a un “presidente” autonómico con su propia corte, su propia burocracia y sus propios dispensarios de prebendas?

La CAM es el departamento de relaciones públicas del cártel del ladrillo, la sala de juntas de las élites extractivas, el Plan B de los que no han podido medrar en sitios mejores. Solo eso. En todos estos años no ha hecho nada por la educación, el bienestar o el desarrollo tecnológico; nada al menos que no hubiera podido hacer el Estado por menos dinero. La CAM solo es un desorbitado sobrecosto, un impuesto revolucionario clientelista sin el que nos ahorraríamos miles de millones de euros cada año.

Como las encomiendas y el caciquismo, las comunidades autónomas son la representación en el siglo XXI de la tradicional hostilidad española a la racionalidad económica. Aquí lo importante no es que la economía funcione, si no las necesidades de las oligarquías, que en nuestro país han sido siempre especialmente mediocres y cortos de miras. De ahí su sempiterna oposición a la idea de un mercado nacional unificado, dinámico y competitivo.

Para mantener la desestructura económica fomentan una superestructura social cainita que la valide. Solo hay que escucharles. No utilizan argumentos racionales para justificar sus satrapías, porque no los hay, únicamente chantajismos emocionales. Es la nauseabunda estrategia legitimadora de la casta política española: cuartear la solidaridad con paralogismos que encrespen el alma del debate político, siempre los “hunos contra los hotros”, si dices tal eres de cual, porque los de cual siempre dicen tal, y por ello no debemos mirarte a la cara. Buscan emponzoñar a la ciudadanía futbolizando sus afectos, hacernos detestar al vecino, que es nuestro igual, y culparle de nuestras desdichas. Todo en aras a un proyecto sistémico para torpedear en España la existencia de una sociedad civil fuerte y cohesionada, una que se niegue a compartir pancartas con sus explotadores, una con fuerza para afirmar NOSOTROS DECIMOS BASTA.

Por supuesto, los serviles utilizaran esta estrategia contra quien disiente de la CAM, y lo tienen fácil porque aquí la mayoría o hemos nacido fuera o lo han hecho nuestros padres. Por eso podrían intentar reprocharnos nuestra condición forastera para desacreditarnos y decirnos que si no nos gusta la autonomía que nos vayamos, que no amamos suficiente al terruño. Bien podemos recordarles que no necesitamos ganarnos el derecho a vivir en esta provincia, y menos la libertad para opinar sobre su política ¡No ha nacido quien pueda taparnos la boca! Aquí no hacemos juramentos de fe nacionalista: Madrid es tierra abierta y con vocación global, permeable e individualista, no toleramos guiones encorsetadores sobre lo que significa ser madrileño. No los ha habido nunca y no vamos a permitir que los haya ahora.

Tenemos que estar alerta, militantemente alerta, con esos intentos de importar modelos de convivencia extraños a Madrid que buscan establecer ciudadanos de primera y de segunda basándose en la oriundez. Estamos viendo cómo la CAM y sus gravosos medios de comunicación intentan emular modelos periféricos de adhesión basados en culpar a inmigrantes u a otras regiones españolas de la desaceleración económica. En España los políticos controlan tres cuartas partes de la economía. Si ésta no funciona ellos son los responsables, no el campesino o el hermano de ultramar. Y ojo también con el castellanismo de colmillo izquierdo que no casualmente está ruidoso últimamente: defienden una identidad impostada para nuestra provincia, además de excluyente. Madrid nunca ha sido castellana más que geográficamente.

El patriotismo no es el último refugio de los canallas, es su primer sustento. Cuando alguien que usa coche oficial pide lealtad a la tierra y a sus instituciones, hay que darse por desvalijado. Pueden ahorrarse sus ripios y lágrimas. No nos conmueven. No nos asustan. Podemos vivir sin ellos. La Provincia de Madrid sería mucho mejor sin la Autonomía ¡Desarticulémosla!

¡La Comunidad Autónoma de Madrid es cara, pesebrista y retardataria para el progreso económico y social!¡Exigimos su disolución!
MADRID DISTRITO CAPITAL.

1.6.17

El erasmismo y la hispanofobia como error epistemológico

wikipedia

En los estudios de humanidades a menudo nos topamos con prejuicios enraizados que se dan por válidos a pesar de su notoria falsedad. Uno de ellos es la hispanofobia. Parece ineludible que cualquier texto académico que busque el aplauso tiene que echar pestes contra España y su legado. Es lo habitual. Si se trata de comparar naciones europeas, por supuesto que los ingleses, holandeses y franceses han pasado por la historia cantando el “oh happy day” y regalando cultura a desdichados ignorantes, mientras que los españoles se han dedicado a la rapiña y las hogueras inquisitoriales.

Esto es algo tan integrado en la mentalidad europea, la nuestra incluida, que nadie lo pone en duda. Sin embargo hemos de preguntarnos cuánto hay de cierto en esta retórica.

Cuando los documentos, los hechos y el sentido común nos demuestran que no todo es blanco y negro en las historias nacionales europeas, el planteamiento se torna meramente epistemológico: ¿Cómo puede ser que autores prestigiosos y libros de supuesto rigor científico se empecinen en esta distorsión del saber occidental?¿Por qué nadie señala que las interpretaciones malintencionadas nos hacen vivir en el error? 

Una muestra: el erasmismo español.
Se nos dice que durante siglos España fue un horizonte de sombras, fanatismo religioso y estrechez de miras. Se pone como ejemplo el fracaso del erasmismo patrio y que el propio Erasmo de Rotterdam, el más célebre humanista del siglo XVI, no quiso nunca venir a España, un país demasiado retrógrado para él, y que la carta que envió al inglés Tomás Moro explicándose y diciendo aquello de “non placet Hispania” enuncia claramente su merecido repudio a este territorio tan ajeno a la civilización occidental.     

Pero ¿por qué hasta los propios españoles dan por hecho que si un tipo del norte de Europa habla mal de España debe de tener necesariamente razón?¿no estamos ya en lo que se puede entender como mentalidad colonizada?

Ya da que pensar, incluso si aceptamos esta versión “oficial” sobre la supuesta cerrazón intelectual hispánica, cuando sabemos que fue el Cardenal Cisneros, el hombre más poderoso del Reino en aquél tiempo, el que invita personalmente a Erasmo a enseñar en la Universidad de Alcalá; y que el receptor de las quejas sea precisamente Moro, que fue decapitado por oponerse al anglicanismo.

(Aunque ya sabemos, gracias a Elvira Roca, que si el rey de Inglaterra manda matar a un católico, o miles, no es por intolerancia religiosa, es que es un visionario político avanzado a su tiempo, nos explica la serie de televisión Los Tudor; porque lo de asesinar vilmente es cosa de católicos, que son unos carcas todos, para los protestantes matar es el no va más de la modernidad y el realismo político).

Pero si indagamos un poco más profundamente -o sin ir más lejos leemos el Erasmo y España de Marcel Bataillon, título por cierto harto específico para el libro canónico que se supone que todo el mundo tendría que consultar para hablar del tema-, vemos qué es lo que realmente sucedió: El Cardenal Cisneros quiso contar con el pensador holandés para su recién inaugurada universidad, pero éste, que por muy progre avant la lettre que fuera también era un antisemita furibundo, no quiso venir porque le parecía que aquí había demasiados judíos, o como dice en una carta a un amigo: “Los judíos abundan en Italia; en España apenas hay cristianos. Tengo miedo de que la ocasión presente haga que vuelva a levantar su cabeza esa hidra que ya ha sido sofocada”. 

O sea, que el gran humanista para el que nuestro retrógrado país no estaba preparado sencillamente lamentaba que aquí hubiera demasiado converso y poco cristiano de abolengo; además por lo que parece le aterraba bajar al sur de Europa porque temía que unos diabólicos narizotas se escondieran debajo de su cama y le hicieran la circuncisión a traición mientras dormía.

En cuanto al celebérrimo “non placet Hispania”, aparece en efecto en un párrafo de una carta a Moro cuyo contenido completo es: “Todavía no he tomado una decisión alguna en cuanto a la elección de mi residencia. España no me seduce; pues has de saber que el Cardenal de Toledo me llama allá de nuevo: Alemania, con sus estufas y sus caminos infectados de bandidos, no me dice nada tampoco. Aquí [en Lovaina], demasiados ladridos y ninguna recompensa: aunque tuviera el mayor deseo de ello, no podría mantenerme aquí demasiado tiempo. En cuanto a Inglaterra, me asustan sus motines y me horroriza la servidumbre”.

O sea, que de hecho Flandes, Alemania e Inglaterra salen peor paradas en sus inclementes diatribas. Sin embargo lo que se cita hasta la náusea es el “non placet Hispania”, ¡que llegó a encabezar una exposición reciente en Salamanca inaugurada por los Reyes!

Así que tenemos claro que Erasmo era un botarate, por decirlo en términos clásicos, y que su repulsa a nuestro país se basaba en criterios deleznables. Su obra sin embargo es buena; estamos todos de acuerdo en que es humanística, bella y ejemplo de liberalidad. De ahí que el hispanófobo sonría tranquilo porque eso significó, sostiene, que no pudo tener eco en la península y los pocos erasmistas que hubo fueron perseguidos por la malvada Inquisición; o sea, el tópico de que “el erasmismo fracasó en España”.

Estamos ante otra falsedad que se acepta como buena a pesar de que todas las evidencias en contra. 

La verdad es que no hubo país europeo donde el erasmismo cuajara tanto. Como dice José Luis Abellán: “Erasmo fue holandés pero el erasmismo fue español”. Se puede entender como el Renacimiento español, sin nada que envidiar a otros. Aquí la visión erasmista llegó a todo el mundo, desde el último letrado del último pueblo hasta al propio Carlos V, que conoció bien el erasmismo y convirtió su teoría de la “universitas christiana” en nada menos que la narrativa de poder de su imperio. Por supuesto todos los clérigos medios e incipiente burguesía, principalmente los que no podían probar pureza de sangre, abrazaron la idea erasmista del “cuerpo místico de Cristo”, que igualaba en una proyección metafórica horizontal a todos los cristianos, formando indistintamente parte de un cuerpo cuya cabeza era el hijo de Dios. Tampoco hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que la locura de don Quijote, esa que no sabe mentir y así desvela inocentemente las hipocresías sociales, viene directamente del Elogio de la locura de Erasmo, libro que Cervantes claramente conocía.

Y por si quedara alguna duda, Erasmo de Rotterdam en persona, al final de su vida, reconoció que en ningún país se le había leído y comprendido tan bien como en España. En una de sus últimas cartas, cuando un discípulo le describe desde Toledo la gran aceptación que su obra está teniendo,  exclama, melancólico: “¿Por qué no me habré dirigido allá, en lugar de haberme marchado a Alemania?”.


El asunto mencionado es, si se quiere, baladí. Pero no deja de ser representativo de la hispanofobia como error epistemológico. Cualquier manual de historia o filosofía que diga que Erasmo no enseñó en la Universidad de Alcalá porque era demasiado "liberal" para ello, o que en un país tan tenebroso nunca pudo tener repercusión una obra tan humanística, es sencillamente un mal manual que perpetúa falsedades. Cuando esto se hace masivamente, con otros períodos históricos y en todos los campos del saber, estamos ante un serio problema para las ciencias humanas y la manera que tienen de interpretar los asuntos de la contemporaneidad.

La hispanofobia es racista, ridícula y aburrida; pero sobre todo es errónea y merma la credibilidad de cualquier autor que caiga en ella.