15.5.21

Sobre el Popol Vuh

 


La amalgama o silogismo de la falsa identidad es el razonamiento de los que no tienen capacidad de razonar. Es sabido que esta falacia argumentativa consiste en establecer una relación de identidad entre dos sujetos diferentes pero que tienen alguna característica común:  Hitler era vegetariano, Katty Perry es vegetariana, no te puedes fiar de Katty Perry. Además de una cansina, repetitiva y mezquina estrategia de confrontación política, también puede ser una trampa para quien camine desprevenido. Es posible caer en ella involuntariamente, desde la ingenuidad. Por ejemplo, la innegable instrumentalización de todo lo que suene a indigenismo iberoamericano puede llevarnos a asociarlo instintivamente con los populismos y la hispanofobia. Pero dejarnos manipular por esas amalgamas es precisamente lo que quieren que hagamos gentes que son democráticamente deficientes.   

Nuestro deber es incorporar lo indígena al canon cultural hispánico. Máxime porque como bien explica Severo Martínez Peláez en La patria del criollo, de lo indígena precolombino realmente ya queda muy poco; casi todo lo que hoy entendemos por indígena está mediado por la presencia de misioneros y virreyes españoles, desde los ropajes (antes los indígenas iban desnudos, lo que hoy consideramos sus ropas tradicionales es cómo se vestían los campesinos extremeños del siglo XVI) a la religiosidad (que aunque conserve ciertos ritos ancestrales es eminentemente cristiana).

Un ejemplo de todo esto es el magnífico y no muy celebrado Popol Vuh, que es un relato sagrado de los mayas k´iche´, y que hoy conocemos en forma de libro transcrito en maya pero con alfabeto latino por un fraile dominico llamado Francisco Ximénez de Quesada (1666-1722). Los mayas desconocían la escritura y esta leyenda fundacional donde se explica la creación del universo y los seres vivos se transmitió oralmente desde innúmeras generaciones atrás hasta que, presumiblemente ya en siglo XVI, un indígena al que los frailes habían enseñado a escribir lo convirtió en manuscrito.

Esta primera versión se ha perdido y la que tenemos es la revisión que hizo de aquél primer escrito Ximénez de Quesada que, como ejemplo de lo que hemos sostenido al principio, la “cristianizó” convirtiendo el relato fundacional maya en algo asimilable por el catolicismo (obviamente la pérdida del original es una tragedia, pero no debemos condenar al buen fraile, que seguramente sólo quería defender a los indígenas demostrando que si sus textos sagrados eran de alguna manera cripocristianos era porque Dios les dio la gracia de entender la Revelación y por ello no podían ser esclavizados ni maltratados).

El hecho es que ya en las primeras líneas, Ximénez de Quesada introduce dentro del poema unos versos en los que dice que el Popol Vuh narra la creación del mundo pero que le falta “el instrumento [el cristianismo] para ver con claridad /llegado del otro lado del mar”.  Por ello ha existido mucho debate sobre si el Popol Vuh es un relato autóctono, y en qué grado, o incluso si es una invención propiamente hispánica. Desde luego la mano de Ximénez de Quesada es evidente y la organización del texto es demasiado occidental, pero en el año 2009 un arqueólogo llamado Richard D. Hansen encontró un panel en la ciudad maya de El Mirador, Guatemala, del año 200 a.C. que representa a los míticos héroes gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, cuyas aventuras narra el texto. En ciudades próximas se hicieron hallazgos similares con escenas y personajes del relato mítico. Así que si bien la narración que nos ha llegado está claramente filtrado por el fraile, las leyendas sí son primigeniamente mayas.

A este respecto tenemos que justificar que lo consideremos un libro de lo que en categorías occidentales llamaríamos “época antigua”, ya que aunque la versión final se deba a un español del siglo XVII, el origen del relato original se pierde en siglos anteriores, y es desde luego una mitología que explica la creación sin atisbo alguno de ciencia, completamente premoderno.

 

El Popol Vuh, que también conocido como “Libro del Consejo”, se ha traducido varias veces y con más o menos fidelidad al original en maya. En Penguin Clásico tenemos la que han hecho dos académicas mexicanas, Michela E. Craveri y Laura Elena Sotelo, que han respetado al máximo la poética maya, tal vez en prejuicio de su accesibilidad para el lector actual. La introducción de esta edición está a cargo de ellas mismas y es sin duda una gran ayuda para adentrarse en el texto (La página de Wikipedia también es bastante informativa).

Hay partes que son épicas y perfectamente inteligibles, pero lastimosamente el Popol Vuh está demasiado alejado de nuestro imaginario cultural como para poder recomendarse su lectura a un público no específicamente interesado en el tema.  La métrica es semántica y basa su ritmo en la repetición de conceptos, algo que leído en versión española queda un tanto extraño.  Sin embargo en youtube se puede escuchar parte de la lectura que hace del texto maya el profesor René Acuña, donde la repetición de palabras tiene una potencia estética perceptible aunque desconozcamos lo que dicen.    

El texto empieza con la creación del mundo en tiempos remotos, y termina mencionando a algún conquistador. Al principio no se dividía partes y era todo un flujo narrativo sin capítulos. Pero en 1861 el abate Charles Étienne Brasseur de Bourbourg lo publicó en francés con seis partes diferenciadas, que se convirtieron en las canónicas, y por primera vez con el título con el que hoy lo conocemos, Popol Vuh, ya que el manuscrito de Ximénez de Quesada se llamaba Historia de la provincia de Santo Vicente de Chiapa y Guatemala.

(La edición de Penguin Clásico tiene cuatro partes porque sus responsables han preferido reagrupar los capítulos así. Desconocemos la versión canónica de Basseur así que no podemos juzgar lo acertado de esta decisión, pero acatamos la estructura de esta edición).

La primera parte narra cómo los dioses crean el mundo. Luego generan a los animales, que pronto se convierten en malditos porque no saben rendir culto a los dioses, por lo que estos les castigan convirtiéndolos en alimento. Para tener criaturas dignas de ellos intentan crear a los hombres, pero los primeros los hacen con barro y no duran mucho; luego los intentan hacer con madera, pero no desarrollan sentimientos, así que como tampoco sirven los dioses los convierten en monos. Mientras, los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, hijos de dioses, tratan de asesinar al mezquino dios Vucub Caquix, pero no lo consiguen.

Estos mismos gemelos son los protagonistas de la segunda parte. Engendran a otros gemelos y se enfrentan a los dos hijos de Vucub Caquix. Hay mucha magia y mucha lucha sangrienta en una sucesión de dioses hermanos enfangados en una violencia mimética continua que seguramente haría las delicias de René Girard. Al final los gemelos principales vuelven del inframundo para convertirse en el sol y la luna (para seguir un poco el hilo de tantos dioses es de mucha ayuda el índice de personajes de la Wikipedia).

En la tercera parte tenemos los primeros linajes de hombres y mujeres, y sus formaciones pre-políticas. Tras tanto fracaso originando hombres, los dioses se pasan al maíz como elemento base, y éste sí resulta ser un buen material para crear humanos.  Los hombres y mujeres de maíz tienen hijos y la humanidad empieza su andadura. Lo malo es que también empieza los conflictos entre las ahora diversas tribus, cada una con su idioma, y hay guerras rituales. 

La cuarta parte y concluyente cuenta la migración de los hombres de maíz a la tierra mítica de Tulan, donde fundarán su reino kìche`, aunque también tendrán que guerrear con otras tribus y no habrá paz. A raíz de tanta lucha se consolidarán las grandes familias y los señores sagrados kìche`, los últimos de los cuales ya serán españoles.

El último verso del Popol Vuh nos recuerda que ya todo esto narrado se perdió y que aquel reino estaba donde estaba entonces la ciudad de Santa Cruz, hoy Santa Cruz del Quiché en la República de Guatemala.

 

Como ya hemos dicho, este libro sagrado y fundacional no es una lectura fácil, si bien leer sobre él sí es harto interesante. Hay que decir que tampoco la Eneida nos resulta accesible hoy, aun siendo un texto fundacional de nuestra civilización. Por otro lado, nosotros tenemos como españoles de bien la obligación moral e histórica de salvar e incorporar en el canon cultural de la humanidad estos textos indígenas. La otra opción es dejar que lo hagan los que vienen con agenda política, y entonces este legado quedará una vez más mancillado e instrumentalizado. 

1.5.21

Filosofía y carnaval, de Eugenio Trías

 

En uno de sus poemas de principios de los años ochenta el poeta colombiano Raúl Gómez Jattin escribió los versos:  El paisaje moral / de tus contemporáneos / te afectó como una lepra blanca.

Eso del moralismo ambiental como una enfermedad que, envuelta en el color de la inocencia, mata corroyendo la carne es una imagen harto expresiva. En concreto Gómez Jattin se refiere aquí al conservadurismo social de su época, que a un excéntrico “pansexual” como él llevó a la locura y a una muerte por (probable) suicidio.

Nosotros podemos entender a aquella generación de nacidos a mediados del siglo XX a la que la vida se les hacía demasiado estrecha entre curas y tradiciones, y a las que una nueva escolástica marxista que imperaba en los márgenes sociales tampoco les convencía.

Por supuesto aquellas espesuras fraguaron a los postmodernos, unos nihilistas cansados de todo y que sólo querían divertirse.

En el terreno de la filosofía española, los equivalentes al poeta colombiano son los llamados neo-nietszcheneanos de la Transición, aquellos jóvenes enfrentados a la moral nacional-católica, que a su vez eran escépticos ante los libros rojos, y que finalmente optaron por ser irreverentes y tomárselo todo a risa.

Fernando Savater y Eugenio Trías son sus más famosos representantes.

Soy bastante posterior a ellos y reconozco que tiendo a tener demasiadas fobias, por lo que siempre he visto en ambos a unos viejos farsantes que se incorporaron al cotarro sin despeinarse, convirtiendo su nihilismo juvenil en mero pesebrismo acomodaticio. Pero también tiendo a ser desleal a mis fobias y replantearme mis asqueamientos.

La verdad es que los primeros libros de ambos autores, escritos en los estertores del franquismo contra la moral imperante en su época, se pueden releer hoy como un grito contra el moralismo en general, sin concretar el contexto.

Tras la tregua descomedida de la postmodernidad, con el todo vale y viva la fiesta, ahora vivimos nuevos tiempos de oscurantismo. Nosotros también estamos sometidos a unos poderes que pontifican y deciden las fronteras entre el bien y el mal, y condenan como a herejes a los que osan a pensar por sí mismos.

Hoy nuestra lepra blanca ha mutado, pero es igual de dañina. Hemos salido del mundo tradicional para someternos a una nueva religión progre hipermoralizante y metomentodo.

De Savater ya he hablado aquí.

A Eugenio Trías le conozco menos, pero por lo que he leído puedo asegurar que si fuera francés sería ya un lugar común de la filosofía europea. Todos los culturetas citarían lo de la “razón fronteriza” y “el cerco hermético” para lucir jerigonza en los eventos sociales.

Su Filosofía y Carnaval, que se publicó por primera vez en 1971, no es un buen libro. Demasiado juvenil y demasiado fascinado por Foucault, pero su ataque a la idea de un yo puro y delimitado, su desenfadada apuesta por las máscaras y las subjetividades, chocan con la lepra blanca actual, que nos quiere encorsetados en identidades de victimarios y víctimas.

Trías se ríe de eso, y de la idea de progreso, y de la razón de Estado, y de la emotividad como arma política. Y como todo eso ha vuelto con fuerza desde la crisis del 2008, él y la contracultural filosofía neo-nietszcheneana de la Transición española vuelve a tener sentido. 

La transvaloración de los valores que promulgaba Nietzsche es tan necesaria como hace cuatro o cinco décadas, tal vez más, porque hay unos nuevos predicadores frailunos que se meten en nuestras braguetas, en nuestras conciencias, y que nos amenazan con excomulgarnos si no anhelamos sus cielos.

Leído hoy, la Filosofía y Carnaval nos dice que ante la lepra blanca de lo woke, debemos recuperar la risa dionisiaca, celebrar la locura de ser incorrectamente libres.