30.12.19

Cómo acabar con la contracultura, de Jordi Costa

En el 2018 apareció el libro Cómo acabar con la contracultura de Jordi Costa, o sea que en la vorágine de novedades en la que vivimos ya era un producto caduco que no merecía figurar en lugares preeminentes de las librerías. Sin embargo un pequeño guiño de Pedro Almodóvar en su última película, Dolor y gloria, le ha devuelto a la actualidad. Cómo acabar con la cultura es el libro que desdeña en una escena el personaje que interpreta Antonio Banderas, que como es sabido es el alter ego del propio director.
Que la referencia sea displicente no deja de ser un juego de ironías; Almodóvar sabe que está suscribiendo su contenido y haciéndole una publicidad impagable al libro.
Jordi Costa es un experto en cine que se mueve en el mundo de los estudios culturales patrios. Colaboró en el trabajo colectivo Ct o la cultura de la Transición con un capítulo sobre la cinematografía española marginal.
Por supuesto no es baladí que las treinta páginas iniciales de Cómo acabar con la cultura sean un análisis de filmografía del manchego, desde una primera obra tan inteligente y contracultural como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, a sus últimas películas, en las que Jordi Costa ve todavía cargas de profundidad y un pequeño broche final a la contracultura española desde la Transición.
Almodóvar aparece como un epifenómeno de los últimos cuarenta años de vida sociocultural del país.

El resto de los capítulos hacen justicia al subtítulo, que anuncia que se trata de “Una historia subterránea de España”, lo que es muy sincero y por otro lado inevitable: si ya las historias canónicas son discutibles, contar al libre arbitrio la intrahistoria del underground cultural español es como para curarse bien en salud y alegar que es “una historia” y no “la historia”.
El libro está bien escrito; se nota que hay muchas horas de investigación detrás. Nos habla de unos creadores minoritarios como nos podría hablar de otros igual de interesantes, eso queda claro desde el principio. Jordi Costa cita con respeto otros libros similares al suyo, como Culpables por la literatura (que se centra en la poesía) o Los setenta a destajo (que es una crónica personal); ambos libros describen el mismo periodo y prácticamente no repiten los personajes referenciados. Lo que desde luego es formidable, significa que hubo tantos y tan buenos creadores haciendo cosas heterodoxas en los años setenta que se pueden escribir varios y excelentes estudios cubriendo distintos campos y todavía quedarían terrenos por tratar.     
En este libro hay mucho cine. Además de Almodóvar, encontramos aproximaciones a otros directores menos conocidos (Javier Aguirre, los hermanos García-Pelayo…) Pero sobre todo hay mucho comic; el comic español desde Hermano Lobo, todavía en el franquismo, aparece reivindicado como espacio de libertad.
El tema de la música híbrida de los años setenta, esa especie de flamenco psicodélico, también tiene buen desarrollo, y se nos habla de grupos tan célebres como Triana u otros olvidados como Smash.
El último capítulo es un tanto desconcertante porque considera contracultura actual a los youtubers, sobre todo a Soy una pringada, tesis un tanto discutible aunque no del todo descartable.  
Este libro tiene cosas muy loables, como empezar marcando distancias con la contracultura norteamericana, algo que es de rigor y necesidad. Por supuesto que no es el mismo fenómeno en ambos lados del Atlántico. Lo de aquí es necesariamente más cutre, pero como dice Jordi Costa siguiendo al gran maldito Pau Malvido, precisamente eso le dotó de una estética propia y sobre todo una dimensión lumpen que los hermanos mayores hippies norteamericanos no tenían.
También es de agradecer que no sea un ejercicio de nostalgia e impugnación del presente. Aquí no encontramos la típica matraca continua de la autenticidad perdida y lo falso que es todo ahora.
Como flaquezas del libro, señalaremos que para quien no tenga interés en el comic, igual le agota tanto espacio dedicado al mismo; además no tiene índice onomástico y le faltan imágenes acompañando al texto, algo que hubiera sido muy pertinente.

jueves


Una vez probé algo que me dijeron que era Yajé. A los cinco minutos me descomponía en una taza de wáter mientras veía estrellitas blancas cayendo sobre mi cabeza. No me pareció aquello un viaje que mereciera la pena volver a hacer.
Sin embargo, Harold, un primo de Chía, me dice que pertenece a un grupo interesantísimo de exploradores místicos acaudillados por un chamán muy bueno, que tengo que irme con ellos un día y tomar de nuevo Yajé con expertos. Asegura que él ha ampliado su conciencia, que ahora se siente otra persona.
Eso es lo que me ha echado para atrás. Llevo años macerando prejuicios, consolidando manías y sublimando temores –eso que llaman convertirse en adulto-, y me da mucha pereza tener que volver a empezar al darme cuenta de que no soy quien pensaba. Ya estoy mayor para revelaciones, o tal vez solo cansado.
Gracias primo, pero no.

22.12.19

Políticas de la nueva carne, de Jorge Fernández Gonzalo


La joven editorial barcelonesa Holobionte es un remanso de futuro; su temática es la vanguardia y el posthumanismo. En su breve catálogo priman los libros que cartografían tendencias y anuncian cómo será el mañana. Les debemos las traducciones de algunos de los filósofos más influyentes de la actualidad, como Nick Land o Quentin Meillassoux. Se nota que eligen bien lo que publican; todos sus libros son importantes. Además sus ediciones tienen una presentación inmejorable, con unos diseños excepcionales, icónicos.

Como lanzan pocas obras al mercado, y todas son buenas, les sigo con especial interés.

Políticas de la nueva carne. Perversiones filosóficas de David Cronenberg de Jorge Fernández Gonzalo es su última aportación. Y su primer traspiés.

Ya había varios estudios previos sobre el cineasta canadiense y el tema de la nueva carne, como los señalados en la bibliografía, y la verdad es que Políticas de la nueva carne no aporta nada nuevo a lo ya publicado. Y en cuanto a los análisis filosóficos, que como nos anuncia el autor en las primeras páginas, quieren seguir la estela del carismático pensador Slavoj Zizek, aquí se quedan en unos brochazos desganados y sin brillo, lejos del maestro referenciado.

Para quién no haya leído nada sobre Cronenberg, ni ninguno de los textos de Zizek (o de cualquier filósofo de peso que hable de cine), igual esta lectura le resulta nutritiva; desde luego está bien escrito y la portada es una pequeña obra de arte. Pero a quién tenga algo más de kilometraje, le va a saber a plato recalentado.

En la introducción y un par de anexos finales se dice más o menos escuetamente todo lo que se quiere decir: David Cronenberg es el gran anunciador de la “nueva carne”, que según se deduciría aquí, es una naciente relación del cuerpo con lo inorgánico, una fusión con la máquina, una sexualidad donde lo abyecto ha sido normalizado y ha transcendido la biología. El ser humano se encuentra en los albores de un nuevo paso evolutivo, ya sea por vía genética o tecnológica, y Cronenberg nos presenta los escenarios posibles.

Las veinte películas del cineasta corresponden cronológicamente a los veinte capítulos principales del libro, que se divide en dos partes según las dos supuestas etapas creativas de su filmografía, la teratológica y la perversa (la primera sería un estudio de monstruosidades exteriores, la segunda de las interiores). El problema es que como es lógico, no todas las películas tienen el mismo interés ni ameritan un apartado propio, así que muchos capítulos son sencillamente resúmenes de películas que luego no tienen importancia en el conjunto, y que se cierran con un par de frases interpretativas difusas y sin profundidad.

La mayor parte de las ciento sesenta y cuatro páginas de Políticas de la nueva carne no son de hecho más que sinopsis argumentales como las que encontramos en Wikipedia, salpimentadas eso sí con las inevitables citas de Deleuze y Lacan, para darle así cierto empaque intelectual y hípster.  

Aunque la verdad es que citar constantemente a estos autores se ha convertido ya en tal postureo cultureta que empieza a tener tintes paródicos.

(Por si alguien anda un poco despistado aquí, Gilles Deleuze era un filósofo francés un tanto difícil de leer, que se lleva mucho en ambientes académicos, aunque ya empieza a ser un poco vintage. Y Jacques Lacan era un psicoanalista imposible de entender, aburridísimo, y que sin embargo sí sigue teniendo un toque chic esta temporada.)

Lo particular de ambos pensadores es que son muy enrevesados y muy dados a enunciar conceptos epatantes. Sus escoliastas nos los presentan por ello como portadores de un saber arcano que solo unos pocos iniciados pueden transmitir. Nunca se nos explica el corpus teórico que pudieran tener, si no que se alude a él como a un saber oracular.

Por ejemplo, el capítulo sobre Videodrome (1983), que se supone que es la película más personal del director y la que merecería un análisis más exhaustivo, no llega a las seis páginas, y la mayoría de ellas se pierden con el consabido resumen argumental. En seguida se mete la protocolaria alusión a Deleuze -“devenir maquínico”- pero sin explicarnos a lo que se refería el filósofo ni decirnos en cuál de sus libros aparece aquello. Lo que nos lleva a pensar que Fernández Gonzalo no sabe explicar lo del “devenir maquínico” pero conoce la frase y la introduce para lucirse, o que “devenir maquínico” no es más que lo sus palabras indican, convertirse en máquina, pero entonces la pregunta es para qué presentar una idea tan básica rimbombantemente respaldada como concepto deleuziano.

La cuestión finalmente es que el capítulo queda sin desarrollar, como esperando un despertar de nuestra imaginación que lo complete, pero claro, eso sería lírica, no divulgación.

Así que hay muchos otros libros que leer antes que este, que malbarata una idea prometedora y claramente lo hace por pereza de su autor. Esperamos que sea solo un paso mal dado por los responsables de Holobionte, del que aprenderán para no repetirlo. Una editorial tan específica y sustentada en el prestigio no puede permitirse este tipo de artefactos defectuosos.   

19.12.19

martes


Hay dos maneras de narrar un hecho, una Espectacular y otra Real.
La Espectacular recurre a la elipsis, como en el cine, y se centra en los momentos álgidos y con aura de excepcionalidad.
La Real, empero, no obvia lo sucio, desmitificador e incluso aburrido que tiene todo lo que ha acontecido.
No son nada más que dos maneras de narrar un mismo suceso y por lo tanto ambas son legítimas.
Vamos a ilustrar este argumento con un ejemplo reciente.
No hace muchos días, los tres simpáticos personajes ya conocidos por todos nosotros, el Charlie, Nicasio y el tal Juan, estaban anclados en un herrumbroso bar de la Elipa, algo beodos y como siempre rijosos, pretendiéndose masculinos y sin embargo interesantes, cuando el Charlie, tras darle un largo sorbo a la cerveza, anunció bien alto:
-¡Anoche me follé a una modelo!
Nicasio, ya saben, el que va de intelectual, empezó a dar botes en la silla y a balbucear algo así como “¡cuenta, cuenta!”, mientras el tal Juan daba golpes en la mesa y exclamaba con gesto simiesco “¡muy grande, tío, muy grande!”     
¿Qué provocó tal reacción?
Sin duda la frase “Anoche me follé a una modelo”, paradigma de proposición Espectacular.
¿Era acaso mentira?
No. Charlie tuvo la noche anterior un encuentro de carácter sexual con una mujer que en algún momento de su vida trabajó como modelo publicitaria.
Sin embargo, en la versión Real, Charlie habría tomado un largo sorbo de cerveza y habría explicado a continuación:      
-Anoche Susi, la vecina que fue modelo en los años setenta y que por lo tanto tiene edad para ser mi madre, volvía a casa, borracha como de costumbre, cuando me la encontré en las escaleras. Me vio y dijo, “oh un hombre”, y se abalanzó sobre mí. A los pocos minutos, justo cuando yo pensaba que estaba siendo un semental, se quedó dormida. Esta mañana, resacosa y con voz de estertor, ha venido a mi sótano y dubitativa me ha preguntado que si yo fui el de las escaleras, y que si lo fui, que si había visto su colgante porque no lo encuentra. Sí, no. “Ah, pues vaya espero que no se entere mi hombre, él me regaló el colgante”. Y se ha ido.
Sabemos, por la mirada esquiva de Charlie y por su negativa a “entrar en detalles”, que él mismo tenía serios reparos sobre la manera de narrar los hechos. Y si no fuera por el jolgorio reinante y el afecto que le dispensaban sus amigos, incluso sospechamos que en su fuero interno se sentía solo y triste.
¿Qué podemos aprender de esta anécdota?
Pues que a veces necesitamos de la narración Espectacular, esa que habla del brillo y no de la aspereza, del querer ser y no del ser, porque la narración Real a menudo no es más que monotonía y desamparo, y de eso ya tenemos todos demasiado en nuestras vidas.  

12.12.19

lunes

La burguesía progre tiende a citar mucho a Marx cuando dijo que la religión era el opio del pueblo. Lo hacen malinterpretándolo. Marx, claro está, jamás hubiera salido con un silogismo tan clasista: la religión entontece, los obreros son mayormente religiosos, los obreros son tontos. Él a lo que se refería es a que la vida del pueblo trabajador es tan desgarradora que necesita recurrir a la ilusión religiosa como lenitivo frente al dolor. Por supuesto que la religión es absurda, pero da esperanza y un fondo ético a millones de personas, desde nuestras abuelas a los niños mineros de África.

Los frívolos ataques a las iglesias y a los creyentes demuestran una falta total de conocimiento de lo que es el mundo de hoy. Aquí, en los desolladeros del globo, las misiones religiosas son el último bastión frente a la infrahumanidad, el principio de toda resistencia y un ejemplo de compromiso en todas sus consecuencias: los misioneros y misioneras son los únicos occidentales que se implican totalmente, llegan a pasar hambre con los hambrientos, a morir con ellos y por ellos, son los únicos que se convierten en ellos.

La religión hoy es un síntoma y un principio de solución. Hace más bien que mal. Pero para entenderlo hay que salir de los barrios residenciales del Norte-y a eso no parecen dispuestos nuestros simpáticos bufones anticlericales.

10.12.19

domingo

Philip Roth y Michel Houellebecq son buenos.

Su valor reside en que desmitifican esa patraña que se ha venido a llamar liberación sexual. El sexo es para la mayoría de la población mundial un territorio de soledades, sordideces y fracasos. Es, en definitiva, parte del problema -por más que el Espectáculo quiera plantearlo como un botín conquistado y repartido igualitariamente.

5.12.19

Ecología o catástrofe. La vida de Murray Bookchin, de Janet Biehl


Murray Bookchin (1921-2006) fue un teórico anarquista y líder del movimiento ecologista estadounidense. A principios de los años ochenta publicó el celebrado La ecología de la libertad, que aquí se tradujo en los noventa y que todavía circula en ambientes afines, junto con otras traducciones de su escasa obra. Recientemente Virus Editorial se ha encargado de la edición española de su biografía, Ecología o catástrofe. La vida de Murray Bookchin, de su discípula Janet Biehl.
Este libro pasa de las seiscientas páginas, pero se lee bien, es ameno; además los de Virus han hecho un buen trabajo con el diseño y la traducción. Biehl conoció a Bookchin en sus últimos años, y ella entra tangencialmente en la narración también al final, pero desde luego no hay muchos detalles estrictamente vitales de ninguno de los dos. No sabemos por ejemplo si Bookchin se casó o tuvo hijos, o si le gustaba el jazz o el cine mudo. Más bien, siguiendo el hilo de la larga vida y militancia del biografiado, la autora aprovecha para escribir una historia del movimiento ecologista estadounidense y por ende mundial.
Bookchin nació en Nueva York dentro de una familia rusa. Fue comunista en su juventud, pero poco a poco fue separándose del marxismo y de la obediencia soviética para inclinarse hacia un anarquismo más propio de las tradiciones estadounidenses. Tras las Segunda Guerra Mundial incorporó la lucha antinuclear al movimiento ecologista que él, junto con otras personalidades, estaba configurando. Muy preocupado por mantener un buen nivel teórico, que él mismo consideraba muy bajo en su campo ideológico, mantuvo diálogos con los pensadores y activistas más importantes de su tiempo.    
Precisamente aquí entra una de las grandes bazas de Ecología o catástrofe, su índice onomástico.
Por ejemplo, hay muchas páginas dedicadas a los encuentros entre Bookchin y Lewis Mumford. Este urbanista era algo mayor, y sus teorizaciones sobre un municipalismo ecologista y libertario causaron gran impresión a Bookchin. Las megalópolis que entonces estaban naciendo, y en las que hoy tantos habitamos, hacen un daño irreparable a la naturaleza. Cómo subsanarlos es una de las muchas propuestas que se hacen desde el ecologismo, y es uno de los grandes temas en La ecología de la libertad.
(Lewis Mumford por cierto está siendo traducido por Pepitas de Calabaza y recomendamos su lectura, es apasionante).
Otro que aparece mucho en el libro es Herbert Marcuse. Este filósofo, tan decisivo en los movimientos contestatarios de los años sesenta, fue un referente para Bookchin, ya que fue de los primeros en defender que con la tecnología podíamos concebir una civilización post-escasez en la que sería innecesario mantener unas formas de represión moral que hasta entonces parecía inevitable. La tecnología puede liberarnos, sostenía. Según Biehl la influencia fue recíproca, y Marcuse incorporó la causa ecologista en sus últimos libros, en los que cita a Bookchin.
En el terreno político, Bookchin intentó sacar adelante varios grupos y partidos, pero sobre todo tuvo éxito como amigo y consejero del Partido Verde alemán, que es el que más lejos de entre sus pares llegó dentro del poder institucional. También es curioso que su gran adversario político fuera Bernie Sanders, que ha alcanzado gran relevancia en los últimos años, pero que aquí es un poco el malo de la película, y se nos presenta como un trepa poco amigo de los procesos democráticos.    
La caída del Muro de Berlín provocó cierta lástima en Bookchin, que seguía emocionándose al ver ondear la bandera roja y escuchar la Internacional, pero lo que más le soliviantó fue en lo que sucedió luego, cuando los marxistas pasaron a convertirse en postmodernos relativistas, meros analistas de textos y defensores de supuestas minorías.
Bookchin tenía una visión ética anticapitalista muy clara y universalista en la que la naturaleza y sus cuidados eran la base, no ningún relato subjetivista en búsqueda de hegemonías. Nunca quiso escandalizar al ciudadano medio con provocaciones gratuitas, puesto que buscaba convencer a la mayoría social para que se unieran a la defensa de la naturaleza, no convertirse en un grupo de presión cuyo poder derivara de su capacidad coactiva.
Ecología o catástrofe repasa, en suma, los grandes temas y debates políticos occidentales desde una perspectiva muy determinada, la del movimiento ecologista, y sin duda es una lectura interesante para los que quieran saber un poco más del mundo en el que moran.   

3.12.19

jueves


Parece ser que aquí también tendremos una city propia de ciudad económicamente importante. Se ha aprobado la reconversión de la estación de Chamartín en un distrito financiero con rascacielos y otras instalaciones modernas. Las obras empezarán ya este año. Me he paseado por esa zona siguiendo los planos donde se proyecta construir, he visto las torres que ya existen, y he seguido andando hacia la Ventilla.
Si bien mi antiguo barrio ha mejorado mucho desde que viví allí, el norte de Madrid sigue siendo una especie de postal de los dos países en una misma ciudad de Lenin. En La Ventilla o Tetúan todavía quedan infraviviendas sin agua corriente, plagados de ratas y gente analfabeta que vive bajo el umbral de la pobreza. Y a unos quinientos metros emergen las Cuatro Torres, la Castellana, hoteles de lujo… ese decorado montado para turistas e inversores.
Se supone que al construir un distrito financiero allí, los barrios cercanos pauperizados se reflotarán. De cualquier manera me ha impresionado saber que gran parte del paisaje de mi adolescencia pronto será demolido.

1.12.19

miércoles


Pablo es un vecino de la Ventilla del que llevaba años sin saber nada. Me encuentra por Facebook y, no sin cierta apatía por mi parte, me cita en el Rodilla de Plaza de Castilla.  El tipo ahora es barrigón y calvo, tiene aire frailuno. Viene con americana y corbata, emocionado, y me abraza y me pregunta por mis aventuras exteriores. Me dice que se ha casado y que tiene un hijo de un año, al que por supuesto ya ha hecho socio del Atleti, y que vende seguros.

Caigo en su interés por verme: quiere que me haga un seguro de vida.

Le digo que lo siento, que estoy sin dinero. Entonces se relaja y se pone a hablar de política, ametrallándome con tópicos. Luego pasa a las mujeres, que sin son todas unas no sé qué y les gusta hacer no sé cuantos. Remata con los inmigrantes, que han venido a aprovecharse de nuestras supuestas ventajas sociales y que habría que echarlos sin contemplaciones.

Si todos fuéramos como Pablo los humanos seguiríamos en las cavernas.

29.11.19

sábado

En un bar de Tirso de Molina, herrumbroso y sucio, nos reunimos unos cuantos diletantes del pensamiento los domingos al mediodía. Estamos leyendo poco a poco los tres volúmenes del opus de Immanuel Wallerstein sobre el sistema-mundo. Son mil quinientas páginas en conjunto donde el historiador marxista destripa los últimos cinco siglos de existencia occidental conjugando varios saberes (economía, sociología, epistemología, filosofía…).

Ajenos todos a la academia, mis contertulios tienen muy buen nivel, y se traen preparados los capítulos semanalmente. Utilizando a Wallerstein como marco, cada uno lleva la temática hasta otros terrenos y trata de cartografiar la situación actual de nuestro mundo. Tras estos maratones cerebrales quedamos agotados pero satisfechos de entender -acaso solo atisbar- un poco más de la realidad.           

Cuando se disuelve la tertulia, me queda tiempo para merodear por el centro y tal vez quedar con algún amigo. El último domingo quedé con A, que es una post ninfa (ya tiene 31 años) que ha descubierto a Bolaño. Me habla maravillada de los juegos metaliterarios, de lo ingenioso de alguno de sus cuentos, de la creación de espacios míticos en la literatura…y yo me aburro hasta lo indecible.

Tal vez acaba siendo una pérdida, pero cuando uno se sumerge en grandes pensadores para desentrañar sus complejidades, estos autores de mediopelo como Bolaño, Borges, Cortázar y compañía se presentan como meros divertimentos parvularios, como el consuelo de los que no pueden ir más allá. Puedo disfrutar de Stephen King, que sabe asustarte con estilo, y tal vez podría hacerlo con estos otros autores si nadie se empeñara en presentarlos como alta literatura cuando no son más que cuenteros con poquísimo alimento intelectual. 

(Sobre esto por cierto hay un dato entrañable en la biografía de Estanislao Zuleta: el filósofo colombiano sufría por no poder decirles a sus amigos, para riesgo a herirles, que detestaba leer a Borges.) 

11.11.19

jueves


Escucho una vez más la canción del grupo manchego Surfin bichos, Gente abollada. Habla de personas cerrando bares, solitarias y adictas, bordeando la locura. El estribillo dice “gente abollada, luces en la ciudad”, y se intercala entre descripciones de personajes concretos abatidos en lugares que huelen a orín y derrota.     
Describe líricamente una realidad y por ello amplia mi horizonte expresivo.
Más de una vez me la he tarareado al ver por la mañana los residuos andantes de la noche madrileña.
Algo que sería imposible en inglés. Dented people, city lights”, dice mi traductor de Google. Eso nunca que me hubiera emocionado, casi ninguna canción en un idioma que no dominamos puede servir a nuestra formación sentimental.
La imposición de canciones inglés hace que nos perdamos cierta poética que nos vendría bien. Los cantantes podrían tener algo de educadores; ayudarnos a poner en palabras lo que pensamos, lo que vemos, lo que nos duele. En Estados Unidos y Reino Unido sucede, pero allí escuchan las canciones en su idioma.
Además es grotesco. Guachu guachu. Nuestras abuelas eran esos seres ridículos que caminaban con velas en procesión recitando el rosario. Nosotros los que íbamos a homilías rockeras a gritar guachu guachu, ¡guachuuuu!

8.11.19

lunes

Tenemos unos vecinos que son una pareja algo mayor que nosotros y que se pasan el día discutiendo. Sus chillidos reverberan en los pasillos y es habitual que ella se vaya a casa de sus padres anunciando a gritos que se va para siempre.
"Para siempre" dura hasta el día siguiente.
Ella habla mucho con Chía, y le ha dicho que no quiere dejar a su novio porque el sexo con él es excelente.
Argumentación que actualmente se escucha mucho cuando alguien no se atreve a iniciar una nueva vida. Comparte podio en su falsedad y cobardía con aquella más clásica de “no nos separamos  por el bien de nuestros hijos”.

4.11.19

jueves


A nuestra edad la especie se escinde en dos tribus cada vez más impermeables entre sí, la de los que tienen hijos y la de los que no.
Aunque seguramente sería más feliz entre seres estériles, estoy atrapado en el mundo de los papis risueños que se reúnen en los parques y se ametrallan con consejos para evitar la gripe.
Hoy se presenta un nuevo bebé y tengo que ir a celebrarlo.
Me citan en la Plaza de Prosperidad. Por fin ha empezado el frío y caminar por Madrid deja de ser un tormento de sed y sudores.
Toño ha sido padre. Llego y le veo sonriente. Le rodean una docena de miembros de la asociación. Hay buen ambiente.
Toño me abraza y agradece mi visita. Le doy el regalo, un sonajero con la cara de Goffy.
En el centro de la comitiva, en un carrito algo deshilachado, está el bebé.
-¿Cómo se llama el recién llegado?-, pregunto.
-Zoe-, responde Toño con amabilidad.
Veo que tiene un gorro rosa.
-¡Ah!¡Qué bien, es una niña!
Se hace el silencio. Toño me mira algo incómodo y responde:
-No vamos a darle una identidad sexual por el momento. Le hemos llamado Zoe por ser un nombre neutro. Ya elegirá en su momento si quiere ponerse etiquetas.
Una señora con vestido morado y pelo verde que está a su espalda asiente orgullosa.
Me empieza a sobrar el abrigo.
-Pero…¿nació con pene o vagina?-, pregunto algo cortante.
-Órgano masculino. Sí. Al principio me decepcionó. Luego lo hablé con mi compañera y decidimos que no teníamos que criarlo como a un hombre, como parte del problema. Así que Zoe va a crecer si género definido.
Miro al niño y me hundo en un sentimiento de piedad infinita.
Entre los congregados está Nicasio que, como es habitual, sonríe mientras sus ojos transpiran desavenencia. Felicito de nuevo a Toño con sonrisa impostada y voy hacia Nicasio.
Nos damos la mano, intercambiamos alguna banalidad, y pronto pasamos a hablar de temas laborales, ese pequeño reducto que nos une y nos separa del resto.
Más tarde, ya solo, de vuelta a casa, bajando por López de Hoyos, rodeado de ladrillo y polución, me parece estar ante el final de una era.
No me intranquiliza especialmente.

2.11.19

viernes

1)El parque del barrio siempre había sido territorio comanche. Dominio de la tribu de las mamis y sus risueñas camadas, los solteros y solitarios nunca éramos bienvenidos, despertábamos sospechas.
Por ejemplo, un día, al avistarme, la mamá del niño pelirrojo, centinela en la entrada, lanzó una mirada en morse de alarma a la mamá de las gemelas, que desde la fuente, la replicó sobre el grupo principal y más abundante de las otras mamis que intercambiaban consejos sobre guarderías donde los columpios. Para cuando ya llegué el centro del parque, la red de comunicaciones había funcionado a la perfección, y todas las mamis me miraban desafiantes y anteponían sus cuerpos entre las camadas y yo.
Salí de allí cauteloso y en silencio, como en la escena final de Los Pájaros.
Huelga decir que no volví a intentar pasear por unas tierras tan hostiles.
Pero como a un nuevo rico al que de repente le permiten entrar en un selecto club privado del que siempre ha sido rechazado, ahora la posesión de un bebé, que encima es especialmente mono, me permite entrar hasta en la zona vip del parque, la de los bancos de madera, e incluso sentarme de igual a igual entre las mamis de más abolengo.
Es un mundo curioso que estoy descubriendo. Los ritos de sociabilidad son un poco complejos, pero poco a poco los voy descrifrando. Por ejemplo, hay que agradecer siempre las sugerencias de las mamis cuyos hijos tienen como mínimo un mes más que el propio, porque son fuente de sabiduría, y hay que asentir admirativamente ante las exhibiciones de sacrificio que hacen las mamis, por muy livianas o falsas que sean. También hay que entender que los papis somos la minoría en el parque, y eso nos obliga es ser discretos y humildes.
Pero sobre todo, y subrayemos el sobre todo, hay que abandonar el parque antes de las siete de la tarde, porque con el ocaso las camadas vuelven a sus cunas, y entonces las mamis se quitan la piel de mamis y vuelven a ser mujeres.   
2) Tengo un martilleo en mi cabeza y la boca me sabe a vómito. Oigo al Charlie roncar en el pasillo, pero no le veo. No hay luz. Durante unos segundos temo haberme quedado ciego, pero me agarro al móvil, que tiene batería, y éste me deslumbra. No estoy ciego, sencillamente he vuelto a beber. Me doy asco, estoy especialmente deteriorado. Me intento levantar, pero me mareo y vomito. Unos minutos después, o tal vez unas horas después, consigo arrastrarme hasta donde resopla el Charlie. Le sacudo un poco y le pregunto que por qué no hay luz.
-La cortaron la semana pasada pero tengo una linterna en el cajón de la entrada- murmura.
Con la pantalla del móvil anunciando que queda poco, muy poco, para perder esa leve fuente de luz, llego hasta la entrada. Súbitamente la pantalla del móvil se ennegrece. Pero como ya estoy delante del cajón, no me resulta difícil abrirlo y con el tacto puedo encontrar la linterna. Es un aparato grande y con muchos botones. La identifico, recuerdo que es una linterna militar que el Charlie se trajo de la mili.
Al azar presiono un botón que resulta ser el de señal de alarma. La habitación de tiñe de rojo y restalla una sirena. Me asusto, y desde la nada una voz femenina que me grita que apague eso de una maldita vez.
Me desconcierta oír una voz femenina en el sótano del Charlie.
Ya en silencio, y con la luz blanca y frontal, apunto con la linterna hacia donde vino la voz, y veo tumbada en el sofá, con las manos cubriéndose los ojos, desnuda de cintura para abajo, a la madre de las gemelas.
Trago saliva, pero mi saliva es más bien vómito rezagado y hediondo, y me dan arcadas. Me tambaleo, toso con fuerza, y finalmente vomito de nuevo.
-¡Puto asco!
A mis pies escucho otra voz femenina. En el suelo, cubierta solo por mi vómito, está la madre el niño pelirrojo. Con mueca de absoluta repugnancia empieza a quitarse el vómito. Me mira con tanto odio que instintivamente aparto el foco y la dejo en tinieblas.
Huyendo de allí, tropiezo y se me cae la linterna, que se apaga, y tras dos pasos mal dados, finalmente pierdo el equilibrio y también acabo en el suelo.
Allí me doy cuenta, por la forma y el olor, que mi cabeza está sobre la cama de felpa del gato, que seguramente está escondido bajo la cama de Charlie, como suele hacer cuando hay visitas. Por primera vez desde que amanecí me siento cómodo. Buen invento lo de la felpa, pienso. Mis párpados se cierran. Mi último pensamiento es el deseo de que cuando despierte, las dos mamis se hayan ido.
3) Bukowski impera en el bar con su porte displicente. Inclinado sobre la barra, su espalda es un símbolo de desprecio hacia todo y todos. Me siento a su lado, y pido whisky on the rocks, aunque no tengo muy claro qué es eso.
Sin mirarme, y después de dar un sorbo a su bebida, me dice:
-Chaval, tu texto de antes es una mierda.
-Pero señor Bukowski -me justifico-, intenté escribir como usted. Hasta vomité…
Entonces se incorporó, evidenciando la enormidad de su cuerpo. Me miró con desprecio y gritó:
-¿Alguna vez he vomitado dos veces en alguno de mis relatos? ¡Una vez es realismo sucio, dos es solo sucio!¡Una guarrada, vamos!¡Y sobre la madre del niño pelirrojo, nada menos, con la cruz que tiene la pobre!¡Vete de aquí, me das asco!
Cabizbajo y triste, salgo del bar, consciente de que si hasta he asqueado al señor Bukoswki, algo he tenido que hacer muy mal, muy mal.

6.10.19

martes

Camino por los pasillos ajados y grises de la Complutense. Acudo a una reunión de esas burocráticas y autocomplacientes que solo sirven para justificar gastos y horas de despacho. Rumio mi desagrado cabizbajo. No quiero ver caras, no quiero estar allí. Preferiría ir a prenderle fuego a una perrera y sentarme tranquilamente a escuchar los aullidos y crepitaciones.

De repente, al pasar por la zona de las fotocopiadoras, escucho que me llaman.
Me giro y veo a Nicasio.
Nicasio me gusta ya solo por su aspecto. Me recuerda a eso que decía Baroja de Galdós, que se notaba que se vestía exclusivamente por no ir desnudo. Nicasio lleva siempre la misma ropa discreta –tiene varios vaqueros y camisas iguales, para no tener que pensar en qué ponerse cada mañana-, y su rostro es el más neutral imaginable. Es un notable alumno de los cursos de doctorado y sin embargo, al contrario que sus compañeros, busca pasar desapercibido.  
Originario del extrarradio, desclasado tanto o más que yo, Nicasio vuelve al barrio todas las semanas, y en la Casa del Pueblo enseña como voluntario historia y literatura a toda a una inclasificable gama de parados, amas de casa, currelas y punkis.

Empezamos a charlar. Le pregunto por las lecciones que imparte y veo que está algo decepcionado con ello, pero mantiene la sonrisa.
-La señora Julia, panadera y una de mis alumnas favoritas, ha dejado de venir a mi curso de introducción a la literatura -me comenta.
-¿No le gustaba? -pregunto.
-¡Qué va! Si estaba encantada. Al principio le costaba leer. Empezó poco a poco con libros de niños y luego me pedía bibliografía y la tía se lo leía todo. Al final ya estábamos con Kafka. Pero ha venido esta mañana y me ha dicho: “mire usté, don Nicasio, yo voy a tener que dejar este curso porque cuanto más vengo y más leo más cuenta me doy de lo ceporro que es mi marido y lo tontos que son mis hijos. Empieza a complicarme la vida. Tengo que elegir y elijo quedarme con ellos, así que lo siento pero no puedo seguir viniendo”.
No se me ocurre nada que decir. Opto por darle una palmadita en la espalda.
Me despido de él y sigo mi camino de suplicio hacia la reunión.

2.10.19

lunes

En El animal moribundo Philip Roth dice que cuando hacemos el amor nos vengamos de la vida.
Habría que matizar que algunas veces el sexo es tan grotesco, cosificador y degradante que más bien parece la venganza en nuestra carne de un dios ofendido.

1.10.19

martes

Abro un cajón en casa de Charlie buscando unas tijeras.
Encuentro documentos sobre un donativo a unas religiosas del Perú. Resulta que sin decírmelo mi amigo está mandando dinero para que abran un centro sanitario en los Andes. Da la sensación de que lo está pagando él solo, ya que va por los seis mil euros en tres años. Hay fotos de niños indígenas, monjas sonrientes y cartas de agradecimiento.
Justo al lado, en el mismo cajón, también veo condones, vaselina, bolas chinas, esposas y una fusta.
Somos una generación que debe su educación sentimental a Luke Skywalker y a Rocco Siffredi. Cierto eclecticismo era inevitable.

24.9.19

El imperio del Bien, de Philippe Muray


Philippe Muray (1945-2006) fue un autor francés que adquirió cierto renombre en su país tras su muerte. Michel Houellebecq sostiene que es uno de sus maestros. Escribió bastante, pero se ha traducido poco de él a nuestro idioma; aquí permanece desconocido. Recientemente ha aparecido El imperio del Bien, uno de sus libros más celebrados. Sin embargo, tal vez porque ha llegado por una editorial pequeña, o por su contenido conservador, no parece que haya causado especial impacto. También podría ser que el estar escrito en un estilo “puntillista” a lo Céline (Muray biografió a este escritor) haya mermado su recepción.
El imperio del Bien es un panfleto contra el chantaje humanitario y buenista al que vivimos sometidos en la actualidad. Teniendo en cuenta que apareció en 1991, está claro que tuvo bastante de profético. Por supuesto Muray no se opone a las causas justas en sí, que considera que “forman parte de lo obvio”, sino a su utilización abyecta con fines políticos. Indignarse por “la pobreza, el aparheid o los incendios forestales” es lo normal, nos dice, pero no hay necesidad de estar todo el día exhibiendo esa indignación. Son los aspavientos moralistas, convertidos en totalitarios e incontestables, contra lo que se rebela. Para Muray hay un “Bien” con mayúsculas, que es mezquino y con vocación de linchamiento (“Bajo las cruzadas filántrópicas, se esconde, lo repito una vez más, la inoculación homeopática de un terrible veneno: la pasión por la persecución”), y otro “bien” con minúsculas que es el cotidiano, el de la gente corriente, y que paradójicamente está más amenazado por el “Bien” politizado que por el mal ontológico de toda la vida.
Las frases que va disparando son certeras y pétreas. Pocos textos son tan citables como éste. Podríamos sacar docenas de sentencias o párrafos con los que salpimentar cualquier artículo. Da para una cuenta de twitter por sí solo. En sus doce capítulos va desgranando a este enemigo difuso, y por ello temible, que nos rodea y como un nuevo culto viene a sustituir a la religión, ya que nos obliga a creer en él sin pensar por nosotros mismos (“El Bien es la respuesta anticipada a todas las preguntas que no nos hacemos”).
La influencia de la Internacional Situacionista de Guy Debord es evidente y reconocida en continuas referencias. Muray habla del Espectáculo en el sentido que le daba Debord: una realidad creada por los medios de comunicación gracias a la acumulación de capital y que ha venido a suplantar a la realidad objetiva, es la consolidación de la más formidable maquinaria de alienación jamás creada. 
El Bien, añade Muray, sería el contenido que tiene ahora el Espectáculo, similar a una especie de hegemonía de las “almas bellas” que tanto aborrecía Hegel.
El Bien, al no tener correspondencia con la realidad “real”, no necesita demostrarse. Es mera sentimentalidad (“cordicópolis: la dictadura del corazón”). Se trata de un idealismo filosófico absoluto alérgico a cualquier inmanencia. En el Bien nos movemos exclusivamente en el mundo de las nobles aspiraciones. No se le puede juzgar por sus acciones, que pueden ser terribles, solo por sus intenciones benefactoras. Hay que vivir continuamente descubriendo la “luna de las Buenas Obras”.
Por supuesto el Bien adora el pasado. Allí encuentra un mal, ya teatral, que necesita para “proseguir con su larga batalla de evidencias, su epopeya del pleonasmo” . Y lo busca en el pasado porque “es tranquilizador revivir problemas que ya están solucionados”. Para ello “mantiene vivas, como fuego de campamento, las hogueras del conflicto”. Ondea siempre un “mal ficticio” para evitar así que le surja un adversario real contra el que seguramente no tendría nada que hacer.
En la construcción del imperio del Bien juega un papel fundamental la “nostalgia de lo penal”. El Bien exige muchas leyes, infinitas leyes, para cambiar las costumbres. Hay que obligar al ciudadano de a pie a ser benefactor.

El Imperio del Bien es, en suma, un libro es inagotable; merecería un estudio más exhaustivo. Aquí solo podemos reseñarlo a matacaballo. Vivimos tiempos complicados en los que el poder se presenta sonriendo por el colmillo izquierdo y envuelto en una forma “pastoral” que, como sostenía el Foucault de la última etapa, no se contenta con someternos, sino que además quiere que se lo agradezcamos.
Como respuesta a esto Philippe Muray señala, protesta y grita enseñando el dedo medio.  

10.9.19

Las aventuras de la vanguardia, de Juan José Sebreli

Juan José Sebreli es un prolífico autor argentino de distribución un tanto irregular en España; varios de sus libros no han llegado aquí. Los que sí están son los tres que conforman su trilogía en defensa de la modernidad: El asedio a la Modernidad, volumen inaugural que se centra en la política, El asalto a la razón, sobre la filosofía anti-moderna, y Las aventuras de la vanguardia, que estudia a las vanguardias alzadas contra lo que paradójicamente las han hecho posibles. Hay un cuarto libro, independiente pero que también sigue el hilo, llamado Dios en el laberinto, en el que cartografía la situación de la religión en nuestro tiempo.

Las aventuras de la vanguardia es la única de estas obras que lastimosamente no ha tenido reediciones en papel desde su aparición, ya en el 2002, pero se puede encontrar en versiones digitales. Es un libro extenso y erudito en el que Sebreli demuestra su buen hacer y su compromiso con la modernidad liberadora promulgada por Jürgen Habermas y otros filósofos afines, una modernidad que esté enraizada en la Ilustración y sea refractaria a los irracionalismos tanto antiguos como postmodernos.
En las primeras páginas ya encontramos el tema del libro. La modernidad no encuentra un arte que la respalde en las vanguardias artísticas, éstas más bien son una impugnación sistemática de todos los valores que representa, como el individualismo, el laicismo, la ciencia...Ya desde el romanticismo alemán, antesala de las vanguardias del siglo XX, pensadores acomplejados por la Ilustración francesa como Shelling se dedicaron a exaltar un arte que se fusionaba con la vida, erigiendo a un supuesto genio artístico como sumo sacerdote de la nueva religión de arte como fin en sí mismo.
A partir de ahí se abre una senda en la historia occidental que minusvalora la ciencia y la razón en favor de fuerzas telúricas y pasionales que vindican el pasado, y que miran al Oriente para inspirarse e idealizan la locura y las drogas... y así llegamos a la postmodernidad que hasta ayer mismo imperaba incontestada en nuestras vidas.
El repaso que hace Sebreli desmitifica unas corrientes y unos creadores a los que nos han enseñado a venerar como si fueran transgresión social cuando con demasiada frecuencia han tenido el apoyo de los  poderosos. La Bauhaus, por ejemplo, fue realmente una secta esotérica de pirados alemanes subvencionados que le pusieron empaque al capitalismo norteamericano. Le Corbussier fue un arquitecto y urbanista cuyas escasas construcciones fueron un fracaso total y que solo ha logrado posteridad por sus trabajos teóricos. Andy Warhol un pretencioso que consideraba un mérito aburrir a sus espectadores. Los naturalistas británicos unos cursis que abominaban de la ciudad para reflejar una naturaleza que no era real sino mística...
Quizá el único reproche que se le puede hacer al libro es que desmonta todas las vanguardias con buenos argumentos (irracionalismo, elitismo aristocratizante, mercantilización de la subversión...) pero tampoco presenta una alternativa. En las últimas páginas parece que va a esbozar una teoría estética en favor del clasicismo, pero se queda en el esbozo. No tenemos claro si Sebreli cree ya en la viabilidad del arte. Los teóricos del arte actuales, gente especialmente denostada aquí, han propugnado su fin, y tal vez Sebreli les de por una vez la razón y crea que no hay nada que lamentar.
Por ejemplo, una de las pocas referencias positivas que hace de un artista es de Edward Hopper, porque refleja individualidades que luchan por seguir viviendo, pero su obra es ya de hace bastantes décadas.

De cualquier manera, Las aventuras de la vanguardia es un libro esencial que busca desenmascarar a los enemigos de la modernidad. Estos trabajan desde distintas disciplinas. Aquí los vemos utilizando el arte y sus plataformas para crear un arte que vuelva a “reencantar en mundo”, afirma Sebreli invirtiendo la fórmula weberiana. Para ello no dudan en volver a misticismos y pedanterías, alejar al pueblo del arte, coaligarse con totalitarismos y crear espacios literalmente inhabitables.
Ahora se trata de ser conscientes de ello y no dejarnos amilanar por estos farsantes.