10.12.16

Andrés Caicedo

Ahora me voy, dejando un reguero de tinta sobre el manuscrito.


Andrés Caicedo nació en Cali en 1951 y se suicidó en la misma ciudad 25 años después. Toda su breve vida y obra es una acerba rebelión contra el ambiente social e intelectual que le tocó padecer. En una atmósfera -imaginamos- cargada de existencialismos y libros rojos, Caicedo reivindica el cine americano, la alegría, el goce e incluso cierta frivolidad. Desconocido fuera de Colombia, aquí es un referente contracultural.

Dejó varios cuentos, piezas teatrales e infinidad de críticas de cine. Pero su libro más célebre es ¡Qué viva la música!, cuya primera edición salió el día que Caicedo se finiquitó. En esta novela el narrador-protagonista es una ninfa postindustrial que deambula por Cali rodeada de espesos marxistas y aburridos seres simplones. A ella le apasiona el rock -la música me recompone- y su melena rubia. Sufre entre tanta mediocridad. Recurre a las drogas, tiene desengaños sentimentales e inicia el Descenso. Aquí llega tal vez la parte más interesante, cuando lo que empieza como un relato adolescente se convierte en el testimonio final del autor. Se rompe con el estilo y el hilo argumental. Las últimas páginas no son ya novela, sino los aullidos de un agonizante.


Olvídate de que podrás alcanzar alguna vez lo que llaman "normalidad sexual", ni esperes que el amor te traiga paz. El sexo es el acto de las tinieblas y el enamoramiento la reunión de los tormentos. Nunca esperes que lagrarás comprensión con el sexo opuesto. No hay nada más disímil ni menos dado a la reconciliación. Tú practica el miedo, el rapto, la pugna, la violencia, la perversión y la vía anal, si crees que la satisfacción depende de la estrechez y la posición dominante. Si deseas sustraerte a todo comercio sexual, aún mejor.

Otro libro suyo de reciente aparición es Mi cuerpo es una celda. Se trata de una compilación de textos hecha por Alberto Fuguet. Encontramos fragmentos autobiográficos, críticas de cine y cartas. El resultado es irregular, desde las soporíferas listas de las películas que exhiben en su barrio hasta las brillantes cartas que escribe en su periplo estadounidense. Al final se incluye la nota de despedida que dejó a sus padres.

Andrés Caicedo debió de arrastrar un spleen inmisericorde. Pero su genialidad es indiscutible y da pena que no resistiera un poco más. Primero porque seguramente hubiera escrito grandes obras. Segundo porque el mundo que anhelaba llegó pocos años después. Hubiera podido ver la eclosión de la cultura Pop y de la fiesta postmoderna en los 80. Contemplaría la marginación de esos intelectuales politizados que tanto le aburrían y a Warhol encumbrado como gurú de una era militantemente banal. Si no se hubiera matado, o por lo menos no lo hubiera hecho tan pronto, tal vez hubiera conocido cierta indulgencia entre su mundo interior y el mundo exterior.

9.12.16

Noticia de Guatemala


Si el indio es un resultado colonial –como lo demuestra el análisis histórico- entonces su cultural es también colonial, y la explicación de dicha cultura sólo puede hallarse en el estudio de la situación y las funciones desempeñadas por el indio en el régimen colonial.
Severo Martínez Peláez

El indio tal y como lo vemos hoy en Guatemala (y toda Latinoamérica) es resultado de quinientos años de aplastamiento. Sus ropas, sus canciones y cultos están configuramos por el dominio español y luego criollo.  Ya no hay un indio prehispánico,  todos han sido depurados. Hasta en el menor de sus actos y palabras está presente el dominio europeo.

Uno de los mayores equívocos eurocéntricos es creer que defender la cultura del indio actual es una manera de rescatar lo que queda de su mundo primigenio. Pero defender la circunstancia del indio en bloque es perpetuar su servidumbre.

El indigenismo es la última canallada que Occidente ha perpetrado a los indígenas.

Militantes blanquísimos y sofisticados, burgueses bohemios al Lonley Planet pegados, se emocionan ante el folklore indígena, que desde la ropa al baile, de la cocina a sus festividades, no es más que la interiorización de la derrota y la pobreza. Si tanto le gustan a los indigenistas españoles las culturas fosilizadas, que sean coherentes y salgan a la calle vestidos de goyescos, vivan de la aceituna y tiren cabras desde los campanarios.

Quien de verdad quiere a los indígenas defiende para ellos la integración de la vida republicana, adelantos técnicos que mejoren sus cosechas e igualdad de género. Ciudadanía y bienestar a fin de cuentas. Sólo hay que escucharlos, a los más jóvenes sobre todo: esperan ir a la universidad y viajar, no ser objeto para turistas

En Guatemala hoy hay hambruna. Con el 80% de la dieta indígena dependiendo del maíz, si la cosecha no es buena los niños de mueren de hambre. Y la cosecha no es buena en gran parte porque los indígenas cultivan el maíz en las laderas de las montañas como manda la tradición (o sea, porque son las tierras que nadie quería, y las únicas que se les permitió usar), en pequeñas cantidades y sin buscar otra cosa que la mera supervivencia. Esos maizales queda muy bien en las postales, pero son un desastre. Tendrían que cultivar en llano y en torno a los ríos. Buscar la tecnificación y comercialización, tratar de diversificarse. Dejar, en suma, su “cultura”, tan hostil al progreso.

En las comunidades indígenas hace falta tecnología, educación y dinero. No molestos europeos que ven exotismo donde sólo hay subdesarrollo.

5.12.16

El teatro


El teatro requiere una predisposición mayor por parte del espectador. En él todo es falso; notoria y desprejuiciadamente falso. Hay casi que figurarse el contexto, como cuando los niños juegan con cochecitos de juguete imaginado que la alfombra de la casa en una pista de carreras. No es tan versátil como el cine, que tiene la opción de rodarse en escenarios reales, con millares de extras, o que incluso puede transformarse luego en la sala de montaje.

Y sin embargo, o tal vez por ello, el teatro resulta más auténtico. Lo primero, claro, porque los actores respiran con el público. Están vivos y colean en todo momento ante el espectador, que es libre de mirar la parte que quiera del escenario sin que su mirada esté encauzada por la cámara. Así, no hay actor teatral que pueda salirse del foco, a ninguno le está permitido bajar la guardia, porque aunque esté en una esquina sin diálogo, ajeno al centro de la acción, puede ser el objeto de atención de alguien. Por otro lado tiene el inconveniente de que no hay primeros planos reveladores de emociones, pero en su lugar los cuerpos enteros interpretan y se relacionan sin ocultamientos. Seguramente por ello el teatro es más duro para un actor, ya que no solo no hay repetición de toma posible; es que además no hay manera de salvar una mala actuación reordenando posteriormente los planos.

La segunda y principal característica que hace a las artes escénicas más auténticas es la ausencia de localizaciones múltiples, que las convierte en una forma de expresión artística accesible a colectivos o incluso a individualidades, como por ejemplo una perfomance de un grupo de amigos, o un solo actor, en la calle. Mientras, el cine, aun en sus formas más independientes y rudimentarias, requiere de máquinas, canales y lugares de distribución, incluso en internet. Necesita en suma, mediación externa.

Y la mediación externa es siempre una forma de poder. Algo que se ha salido del dominio del autor y ha quedado intervenido por intereses económicos o estatales. Es muy difícil que una película hable con la libertad con que lo puede hacer una compañía de teatro de barrio. El cine se hace siempre desde arriba y es normativo; el teatro es posible hacerlo desde abajo y que sea un acontecimiento surgido desde el cuerpo social.

En España en concreto, donde casi todo el cine se rueda con dinero público  -es decir, es un cine gubernamental- y su distribución se hace a golpe de ley en las televisiones, se ve claramente que es una narrativa de poder supeditada a su utilidad política. Raramente en una película española vemos las preocupaciones o esperanzas realmente vigentes entre la ciudadanía.

El teatro a menudo es subvencionado y a veces parece un circo, pero seguramente al tener menos influencia y ser menos permanente, pasa más desapercibido y tiene más de arte popular; padece menos filtros y por ello es potencialmente más libre.  Si quisiéramos tomar el pulso a lo que se crea en un lugar y un tiempo determinado, el teatro es mejor cauce. Hay por supuesto inconvenientes, como que al ser tan fugaz exige una disposición mayor de tiempo, ya que si no vemos a ver una obra en un plazo de tiempo determinado,  luego no saldrá nunca en DVD y habremos perdido la oportunidad para siempre. Encima por lo general es más caro que otras formas de ocio y no hay manera de verlo “pirateado”.

Pero a pesar de todo hay que ir, para ver cómo respira la ciudad, para ver qué hacen sus habitantes, qué dicen.

1.12.16

Diario, de Peter Moen

Imagen: www.lasombradegrumm.blogspot.com.es

Tal vez en tiempos venideros se tendrá la impresión de que la parte de nuestra literatura que menos ha surgido de propósitos literarios es la más vigorosa: todos esos relatos, cartas, diarios que han brotado en las grandes batidas, en los cercos y desolladeros de nuestro mundo. Tal vez en aquellos tiempos futuros se verá que en el De profundis alcanzó el ser humano una hondura que roza los cimientos y que quebranta el fuerte poder de la duda. De esto se sigue la pérdida de la angustia.

En las anotaciones de Peter Moen, que fueron encontradas en el pozo de ventilación de su calabozo, puede verse el modo en que se presenta esa operación, incluso allí donde fracasa; Petter Moen fue un noruego que murió en las cárceles alemanas y del que puede decirse que es un descendiente espiritual de Kierkegard.

La emboscadura. Ernst Jünger

Petter Moen nació en 1901 dentro de una familia de fuertes creencias religiosas. Tras la ocupación nazi de Noruega pasa a coordinar la prensa clandestina. En febrero de 1944 es arrestado y confinado a una celda de aislamiento. Allí se las apaña para escribir su Diario. Lo hacía agujereando con un clavo un rollo de papel higiénico hasta crear letras. Luego arrojaba los textos por el ventilador. En Septiembre es trasladado con otros 400 militantes noruegos a Alemania. El barco en el que van topa con una mina y sólo cinco de ellos sobreviven. Moen no estaba entre ellos, pero sí un amigo que conoce la existencia de los papeles, que tras la guerra son encontrados, descifrados y, en 1949, publicados.

Hay libros que han sido escritos mientras el verdugo afilaba el hacha en el cuarto de al lado. No se puede esperar de ellos trama o estilo, sólo testimonio. La sangre es de verdad. El Diario de Moen es inconexo y su lectura no es grata; conmueve su desnudez. En frases y párrafos cortos, Moen cuenta que la fe que tuvo de niño no ha pasado la prueba del calabozo de la Gestapo. Y le falta coraje, ha delatado a un compañero y se siente un cobarde. Habla de su mujer y de la victoria, de las relaciones con otros presos y la libertad. Es la despedida de un hombre ante el patíbulo.

Pero lo que más llama la atención es la religiosidad existencialista de Moen, como nos señala Jünger. Dios está prácticamente en todas las páginas. Sin embargo casi no es interpelado directamente. Es un monólogo que espera ser leído por sus pares y escuchado in situ por Dios: o sea, lo que de siempre se ha llamado una Confesión, que tal vez hubiera sido un título más adecuado en este caso.

Coda
Existe un equivalente checo a Moen. Julius Fucik era militante del Partido Comunista y fue arrestado, torturado y ejecutado por los alemanes en 1943. Su libro se llama Reportaje a pie de horca, y fue escrito gracias a la ayuda de un guardián de la prisión que de daba papel y lápiz y que finalmente se encargó de salvar los textos. Se nota que el Reportaje está más elaborado. Aquí se nos narra lo que es ser torturado y la inflexibilidad de las convicciones. A Fucik su fe no le ha abandonado, por lo que todo el horror de alguna manera tiene un sentido. No duda que va a ser ejecutado y escribe para la posteridad.

Sus últimas palabras son: El telón se levanta. Hombres: os he amado ¡estad alerta!


1.11.16

Pierre Drieu La Rochelle. Vivir para inmolarse

www.philippesollers.net

Él sólo era capaz de una acción hermosa: destruirse.
Esa destrucción sería su homenaje a la vida, el único del que sería capaz.

En Pierre Drieu La Rochelle (París 1893-1945) la herida supura. Es el maldito entre los malditos, al atormentado, el colaboracionista, el chivo expiatorio. Dedicó toda su obra a hablar de decadencia y suicido. Al final consiguió ser coherente: tras la Liberación, rechazó huir, justificó su adhesión a Vichy y le ahorró balas a los gaullistas con una sobredosis de barbitúricos. Dejó libros que hoy sólo se encuentran en bibliotecas y librerías de viejo, todo está descatalogado. Para leerle hay que escarbar aquí y allá.

Sin embargo leer sobre él sí es accesible. Además de en Internet, hay varias biografías publicadas. La más reciente y divulgada es la de Enrique López Viejo, Pierre Drieu La Rochelle, El aciago seductor (Ed. Melusina), muy recomendable como introducción al autor y a la época. Además no quiere justificar retroactivamente a Drieu. Lo presenta tal cual era, un dandi, fascista y misántropo que utilizaba a las mujeres para ascender socialmente, un tipo a veces delirante, frustrado y rencoroso que toda su vida quiso morir. Imposible que nos resulte indiferente.

Como escritor nunca fue valorado como merece. Sin duda sus afinidades juegan en contra. O tal vez no es un literato propiamente dicho, no hay grandes novelas en su haber, ni grandes personajes. Sus libros –los que conozco al menos- son autobiografías en las que enumera y exhibe sus apestosos eccemas.

Leí hace años el magnífico Gilles, que cuenta la historia de un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial que busca su sitio en la Francia de los veinte. Tras pobrar con el matrimonio, la socialdemocracia, el arte y demás vicios pequeño burgueses, decide que lo suyo es el fascismo y la autodestrucción. Termina marchando a España en plena guerra civil para unirse al alzamiento y poder morir en combate.

También recuerdo El fuego fatuo, de la que Louis Malle hizo una adaptación, digna pero demasiado libre, y que escrita en 1931 presenta con una modernidad pasmosa la adicción a la heroína. El protagonista, Alain (esta vez no es un trasunto del autor, sino de un amigo), deambula por las calles de París, mangoneando y a la caza del pico. Sólo por el pasaje final, narrado con frialdad, en la que Alain se pega un tiro en el corazón, Drieu ya merecería ser reivindicado.

Y hace poco conseguí Relato secreto y Exordio, publicados juntos y póstumamente. López Viejo lo considera de lo mejorcito, yo no diría tanto. El primero es el diario último –termina dos días antes de que se suicidara- y el segundo una especie de alegato ante un posible tribunal de la Resistencia. No se arrepiente. Reclamo la muerte es su última frase.

En fin. Eso es todo.

19.10.16

Humor y muerte

(Imagen: wikipedia)

En la enfermería de Kaligath, Calcuta, los pacientes llegan muchas veces ya sin posibilidades.  Alguien los ha recogido en las calles y llevado allí para que mueran tranquilos, perdiéndose en la oscuridad cósmica sin que nadie parezca recordar habérselos cruzado jamás. Casi siempre expiran silenciosamente, sin molestar a nadie, entre los vocacionales cuidados de las Hermanas y de los muchos voluntarios internacionales que éstas convocan, sobre todo en vacaciones.

El recinto es grande, con docenas de camas enfiladas en tres hileras, con dos pasillos entremedias. No hay separación, todo es abierto. Huele a intestinos, sudor y desinfectante. Cuando uno de los pacientes expira se le cubre con una sábana y se imposta la normalidad. Todos seguimos con nuestra rutina de atenciones y limitadas conversaciones anglobengalíes. A veces las autoridades tardan mucho en venir a retirar los cuerpos, y hay que seguir durante horas pretendiendo que no tenemos un cadáver en la sala (cadáver que anuncia, claro, el futuro próximo de la mayoría de los presentes).

Un día un leproso expiró justo a la hora del almuerzo. Lo tapamos, y con sonrisas forzadas nos pusimos a repartir la comida. Por mucho que fingiéramos todos estábamos incómodos. Igual es un exceso maniático, pero a los pacientes se les hace extraño comer al lado de un muerto.  Como aquello no estaba funcionando el almuerzo amenazaba con eternizarse, o simplemente suprimirse.

Philip, un voluntario francés, decidió distendernos. Se fue hacia la cama del muerto, se inclinó y, exagerando su acento, le ofreció un planto: “Monsieur…do you want a tasty dish of rice?…monsieur…oh la lá…why don´t you answer?...oh la lá…you are so rude, monsieur!” Y dio media vuelta gesticulando indignación.

Todos rieron, hasta la monja al cargo, y eso es mucho decir.

¿Qué sucedió en ese momento?¿Cómo pudimos ser tan irreverentes? Un sentimiento de culpa me ha reverberado durante mucho tiempo.

Henri Bergson tiene un ensayo llamado La risa donde dice que solo nos reímos en dos condiciones: una, cuando hemos suspendido nuestras emociones y moralidad, y vemos al Otro como a un objeto; y dos, cuando estamos en grupo, porque la risa tiene significación social. Ambos casos se daban, claro. Podríamos añadir que para el humor macabro necesitamos una tercera condición: miedo real ante la muerte y sus absurdos.

14.10.16

Crónica de un aplastamiento: Jack Henry Abbott

http://www.thesmokinggun.com

Le dije hace tiempo que no conozco otro camino. Nadie, sisiquiera 
usted, aunque usted es quien más se ha aproximado y eso, en sí, es un hecho patético, me ha tendido una mano para ayudarme a ser un hombre mejor. Nadie.

Jack Henry Abbott nació en 1944. Fue hijo de un soldado americano y de una prostituta china. Creció en distintos hogares de acogida, donde nunca llegó a integrarse, y a los dieciséis años fue enviado a un reformatorio. Con dieciocho años trató de cobrar un cheque sin fondos y lo encarcelaron. A los veintiuno mató a golpes a otro preso y recibió una condena de 19 años. Intentó fugarse y pasó casi un lustro en una celda de asilamiento. En 1977 inició una correspondencia con Norman Mailer que acabaría recopilándose como el libro En el vientre de la bestia. Cartas desde la prisión. El éxito editorial y la presión de Mailer ayudaron a que consiguiera la condicional en 1981. Después de un mes en la calle, y tras una discusión, mató a un joven. Volvió a prisión, donde se suicidaría en el 2002.  

Sólo había vivido 12 semanas de su vida adulta en libertad.
 
Su libro queda como testimonio de una vida aplastada. La cartas son más bien aullidos donde desgrana lo que es la prisión, el aniquilamiento del individuo, el sadismo de los guardianes, las palizas, las castas y traiciones de los propios presos. Describe lo que es sobreponerse al aislamiento sensorial, al abuso constante, a las drogas disfrazadas de tranquilizantes que le obligan a tragar.
 
Abbott es capaz contarlo. Su escritura es poderosa. En los cinco años que se pasó en aislamiento sólo podía tener contacto una vez al mes con su hermana, que le facilitaba libros seleccionados por un librero amigo. Abbott lo leyó todo y se nota: clásicos de la literatura, Hegel, existencialistas, Russell, poesía y Marx. Sobre todo a Marx. Con él analiza todo el sufrimiento y la opresión que le rodea. Desde su celda imagina un mundo donde los pobres y humillados de las periferias caen justicieros sobre los poderosos. Abbott ha forjado sus ideas revolucionarias a partir del dolor y el daño inflingido a su carne y a sus nervios durante una vida entre rejas (Mailer). La conciencia política le mantiene vivo, con mente de acero.
 
En otras cartas deja claro que quiere entender al Hombre, tiene una necesidad casi infantil de sentir emociones positivas. No he tenido contacto corporal con otro ser humano en casi veinte años excepto la lucha, en actos de violencia. No cree en Dios y carece de una visión purificadora de la muerte, ni todo el horror que ha vivido le lleva al alivio de cierto sentido religioso. Abbot no hace las paces. Jamás he aceptado que soy responsable de lo que me ha ocurrido. El adoctrinamiento en esa creencia nunca ha tenido éxito conmigo. Esa es la única razón de que haya pasado tanto tiempo en la cárcel.

En el vientre de la bestia no se lee impunemente. Como Abbott hay millones de personas encerradas hasta incapacitarlas para la vida en el exterior. Gente cuyo delito inicial fue la pobreza: no pudieron pagar su libertad y el Estado los convirtió en criminales. Es la intrahistoria de los sumideros del planeta.


13.10.16

Poder pastoral y Estado del bienestar


Henry Kamen anda diciendo por ahí que la economía española está creciendo no a pesar de que carecemos de gobierno, sino gracias a ello. La gente está moviendo su dinero precisamente porque no hay una administración pelmaza promulgando normativas que nadie entiende y desacelerando así la prosperidad económica, que es lo que el Cotarro acostumbra a hacer de vez en cuando por si la cosa va demasiado bien y hay cambios estructurales que descoyunten así el juego de poderes que se han montado.

El storytelling  oligárquico en España insiste mucho en que sin ellos descenderíamos al averno y nos comeríamos a los ancianos para merendar. Por ello están estoicamente obligados a defender el capitalismo de Estado en el que vivimos, donde el aparato estatal controla directamente el 48% del PIB. Es decir, es una economía abandonada a las prebendas y compadreos entre empresarios y políticos, con un anemiado sector financiero internacional que no llega al 5%.

(Paradógicamente las corporaciones financieras globalizazadas que nos quieren presentar como amenazas a nuestra calidad de vida son de hecho marginales en el horizonte económico nacional; los que realmente juegan con nuestras existencias lo hacen desde despachos oficiales. Aquí nuestras carteras dependen de Rajoy y Florentino Pérez, no de Bill Gates o George Soros; es la situación que hasta Marx consideraba el peor escenario posible: la fusión del poder estatal y el económico).

Se nos dice que es necesario el intervencionismo estatal para que exista el llamado Estado del Bienestar, lo que en parte puede ser cierto, pero se nos miente al justificar así el intervencionismo a priori. Puede entenderse que el Estado cobre impuestos sobre los beneficios del mercado, o sea que intervenga a posteriori para así financiar hospitales y escuelas, pero es inadmisible que se nos traten de convencer de que es necesario que el Estado usurpe de entrada el papel de principal agente económico. La seguridad y protección social de la ciudadanía no requiere que los políticos decidan quién hace negocios y cómo, o peor, que los hagan ellos mismos.

El ejemplo más claro es Irlanda, que aparece en prácticamente todas las listas como el país de economía más liberalizada del mundo y que sin embargo tiene un Estado del Bienestar a la altura del de los escandinavos, como podemos dar razón los miles y miles de españoles que hemos tenido la fortuna de vivir ahí y de disfrutar de sus seguros para el desempleo y ausencia de burocracias varias.

Que las gentes menos favorecidas tengan el respaldo de sus conciudadanos está fuera de duda, que nadie deba de preocuparse por las tarifas del médico a la hora de acudir a él también. Lo que es deleznable es que eso se convierta en la justificación para medrar en todos los ámbitos de la vida social, y que además tengamos que estar agradecidos por ello.

Michel Foucault analizó lo que es el poder y sus argumentos legitimadores. De todas las formas que describió tal vez el más inquietante es el “Poder pastoral” que aparece en El sujeto y el poder, que es la manera que tiene el Estado moderno de incorporar las funciones que antes eran propias de las iglesias. Ahora el Estado es “pastoral”: se preocupa por todos nosotros y la salvación  de nuestras almas ciudadanas; además va un paso más adelante, ya que con su infinita misericordia va a encargarse también de que no pasemos hambre ni frío, e incluso va a proteger nuestros sentimientos en caso de que alguien los hiera. Por supuesto solo nos pide una contrapartida, que le entreguemos nuestra libertad con una sonrisa de agradecimiento.

12.10.16

Planeta de ciudades basura, de Mike Davis


Se nos dice que la mayoría de la población mundial vive en ciudades, pero no se nos explica que “ciudad” está entendido es su sentido más amplio, incluyendo las periferias hiperdegradadas de los países subdesarrollados. El slum* es la realidad en la que viven más de mil millones de personas en todo el planeta. Son océanos de infraviviendas que crecen en torno a los centros urbanos, hechas de material desechado, sin planificación ni servicios, sin autoridad estatal, a veces violentos y siempre insalubres. Pueden cobijar a unos centenares de personas, como en Europa, o a millones, como en Kenia. Sus habitantes están excluidos del bienestar, pero no necesariamente del Sistema. Muchos trabajan, pero sus sueldos no les permiten pagar el transporte, por lo que tienen que buscar alojamiento cerca de sus empleos; en el Sur, allí donde hay bonanza económica -zonas financieras, centro comerciales,…- crecen los asentamientos a una distancia prudencial, para que los friegaplatos y conserjes puedan ser puntales sin tener que pagarles en autobús.

En vastas regiones del globo es la forma urbana predominante, el equivalente de la marcha a la ciudad que caracterizó la modernidad europea. Sin embargo el slum no es muy tratado en círculos intelectuales e inexistente en la cultura de masas. Visitarlo una vez en la vida o, por lo menos, ser conscientes de su existencia es necesario para entender en mundo en el que vivimos.

Mike Davis publicó en España Planeta de ciudades miseria, que los expertos en la materia consideran flojo, pero que a los que no lo somos nos sirve como impagable introducción al tema. Davis se aproxima aquí a la características generales del slum y pronostica que será el escenario geopolítico del futuro.

En este libro se explica que ha crecido paulatinamente en los últimos años ante la desidia de los gobiernos afectados, que no han sabido o querido atajar estos lugares caóticos donde las enfermedades se expanden con facilidad y cualquier manifestación de la Naturaleza supone desastres humanitarios, ya que la construcción de infraviviendas se tolera porque se hace precisamente donde el terreno no vale nada por inhabitable: colinas con desprendimientos, en torno a ríos con crecidas, tierra fangosa, proximidad antihigiénica a vertederos…

También se niega cualquier conato de idealización anarquizante. En efecto, la autoridad estatal no existe en el slum (“la policía sólo entra para cobrar sus sobornos”) pero esto no ha generado autogobierno ni sentimiento comunitario. Priman las bandas y el abuso del menos débil contra el más débil. Las ONG occidentales son nefastas por canalizar la escasez de medios hacia el clientelismo y sólo las diversas sectas religiosas hacen las veces de sociedad civil.

A la vez se produce, al estar todo tan relacionado con la concentración de riqueza, un status quo de guerra no declarada en la que la minoría opulenta vive aterrorizada en condominios ultravigilados y la mayoría pauperizada reconcentra un odio que explota en distintas formas de violencia. De haber un proletariado en el sentido marxista existe aquí.

Podemos no querer ver el slum, hasta que caiga sobre nuestras cabezas.

La desalentadora dialéctica de zonas de seguridad contra lugares urbanos demoníacos nos lleva a una oscilación siniestra e incesante: noche tras noche helicópteros de combate acechan enemigos desconocidos en las estrechas calles de barrios miserables, arrojando fuego sobre chabolas o coches que huyen. Por la mañana la miseria replica con suicidas que provocan grandes explosiones. Si el imperio puede desplegar las tecnologías represivas de las que habla Orwell, sus oponentes tienen a los dioses del caos de su parte.

Davis termina así Planeta de ciudades miseria, anunciando la nueva expresión de la lucha de clases.

En una entrevista posterior pone de ejemplo ilustrativo la película Black Hawk Derribado. En ella se cuenta la derrota real sufrida por un comando de élite estadounidense en Somalia. Con toda la superioridad de su parte, son vencidos cuando los habitantes del slum convierten la ciudad en un avispero.

*En español tenemos docenas de voces que lo nombran -ranchos, chabola, invasiones, barriadas, poblados…- pero su acepciones varían demasiado según los países, a veces son específicos de la realidad nacional y con frecuencia se refieren a las construcciones individuales pero no a su conjunto, o al urbanismo pero no a la estructuras. Así que por abreviar, y porque el término inglés es universal, unívoco y se refiere a la casa, su ubicación y al concepto, recurrimos a él: SLUM.


10.10.16

Biopoder y depilación


El Biopoder está disponible en cremas, píldoras y aerosoles.
Tiqqun

En Asfixia de Chuck Palahniuk hay un momento en que una loca sale corriendo desnuda, y al describir su vagina totalmente depilada, el narrador sugiere que le recuerda “una ranura por la que pasar la tarjeta de crédito”. No es baladí la metáfora económico-consumista.  Caitlin Moran en Cómo ser mujer abomina de la modas rasuratorias. Cuando hace cuentas de lo que hay que gastarse en cremas y otras vainas afirma que “por fin han conseguido que las mujeres tengamos que pagar por tener coño”. Luego se pone a recordar cómo empezó todo, y explica que fue muy rápido, que en los años noventa lo normal era la peludez, pero que con el nuevo siglo, en poco más de un año, ir completamente lampiña se convirtió en un imperativo social.

El fenómeno es fascinante. Es prácticamente imposible encontrar ya un matojo de los de toda la vida –eso ahora es vintage-, todas las mujeres han pasado por el aro. Y si todavía queda alguna hippie vergonzante, por lo menos se lo reduce hasta casi invisibilizarlo.  Luego además hay derivados de esto. Si los labios vaginales quedan demasiado sobreexpuestos, o sea poco infantiles, ya hay cirugía para recortarlos. Si el ano se desvela como poco chic, hay operaciones de blanqueo.

¿Bajo qué clase de poder molecular vivimos que puede meterse a decidir hasta lo que hacemos con nuestros bajos? O sea, los vendedores de cosméticos se reúnen, hacen estudios sobre cómo sacar más dinero, y deciden que van a convencer a las mujeres que tener pelo es sucio y poco fashionista. Y si solo fuera eso las mujeres podrían utilizar maquinillas eléctricas, que lo rebajan hasta el mínimo, pero no. Eso no es suficiente; necesitan abrasarse, hacerse cortes, echarse cremas, que salgan granitos: comprar en suma los carísimos productos salvíficos que ellos venden.

Cuando ya han conseguido que las mujeres tengan cuerpos inorgánicos, perfectos y onerosos constructos, la conjura de los vendedores de cosméticos se frota las manos, y decide ampliar mercado apuntando hacia los hombres. Como el ideal del macho alfa despreocupado y oloroso no es proclive a mirarse al espejo y derrochar en su cuerpo, deciden crear un nuevo ideal. “Mediante el uso de imágenes de la subcultura homosexual masculina, la publicidad comienza a exhibir el cuerpo masculino según su mito propio de la belleza”, ya advertía en los años ochenta Naomi Wolf en El mito de la belleza, cuando el “metrosexual” se estaba todavía configurando.

Así que ahora los hombres también. Entrar en un vestuario masculino produce desconcierto ¿cómo puede un varón rasurar y muscular su cuerpo hasta transformarlo en una versión más grande del Ken de Barbie?¿qué clase de hombre se depila las cejas como Ronaldo y no piensa que pierde su dignidad instantáneamente?

Lo peor es que si ahora los de los cosméticos calculan que van a ganar más dinero revirtiendo la moda, lo harán sin que esto suponga una vuelta a la naturalidad. Por ejemplo hasta hace poco se llevaban las cejas femeninas prácticamente inexistentes. Cuando la tendencia fue de nuevo tenerlas frondosas, miles de mujeres tuvieron que ir a implantarse pelo, ya que tras tanto tiempo quitándoselo dejó de salir. Por supuesto los implantes salían a miles de euros (o sea, que seguramente alguien algún día pronto hará fortuna repoblando las cejas de millones de canis futboleros de extrarradio español).

Vivimos en una era extraña.

3.10.16

Futuro primitivo, de John Zerzan


John Zerzan (n.1943) es un teórico anarquista norteamericano cuyos postulados contra la tecnología y a favor del anarco-primitivismo pueden parecer maximalistas y un tanto absurdos. Y de hecho lo son; pero sus análisis del mundo en el que vivimos son sin embargo brillantes y merecen ser leídos. Es un autor que tiene su público, sobre todo en Estados Unidos, y se considera que fue el referente intelectual del Bloque Negro que protagonizó los disturbios de Seattle en 1999.

A raíz de la relevancia que tuvo por este hecho se tradujo a nuestro idioma Futuro primitivo, texto publicado originalmente en 1994, y del que hay dos ediciones españolas fácilmente hallables en la red. Una de ellas (retitulada El Malestar en el tiempo) tiene un antílogo, o sea un prólogo crítico, del recientemente fallecido Gustavo Bueno, que consideró que una forma de homenaje a Zerzan era presentarle una “beligerancia sistemática”.

Futuro primitivo se forma de varios ensayos, uno homónimo y tres o cuatro más, dependiendo de la edición. Como dice Bueno, los textos huyen del discurso filosófico y se acercan sin complejos al panfleto, lo que les dan accesibilidad. Zerzan tenía por entonces el aura de intelectual marginal que vivía humildemente en Eugene (Oregón) con trabajos mal pagados y leyendo y escribiendo en sus ratos libres. Se nota que hay más de intuiciones y vivencias que de innúmeras horas de lecturas universitarias en sus escritos, lo que se agradece.

“Futuro primitivo” es el más famoso de sus escritos, no necesariamente el mejor, donde propone lo que será una constante en su obra, la anticivilización. Para Zerzan hubo algo que se perdió en el tránsito del paleolítico al neolítico. Seres humanos con una inteligencia igual a la nuestra vivieron durante miles y miles de años en grupos nómadas de cazadores recolectores, sin jerarquías, ni propiedad, ni desigualdades entre sexos; sin embargo la aparición de la agricultura hizo que hubiera especialización en el trabajo, los chamanes se convirtieron en jefes y apareció la cultura simbólica; o sea que se inició lo que hoy llamamos civilización, que realmente ha sido recientísima  -solo 2500 años-  y ocupa solo el 1% de la historia del ser humano en el planeta, ya que los primeros restos del homo sapiens datan de hace casi 200 000 años. La conclusión es que es antinatural que vivamos en ciudades, con tecnología y clases sociales, desarraigados de la Naturaleza. Pero el reverso no es fácil ni deseable. Zerzan tampoco se acaba de creer que la solución sea irnos a vivir a las montañas para vivir de la caza. Él de hecho vive en una ciudad y usa gafas graduadas. La intención parece más bien que va por una reivindicación estética de lo feral y una búsqueda de formas de organización más libres, menos jerárquicas y libertarias. La meditación que hay de fondo sin embargo sobre la condición humana y la cuestión de cómo seríamos sin lenguaje simbólico, o sea del paso de la Naturaleza a la Historia, es interesante y poco explorado en la historia del pensamiento occidental.

Los tres ensayos restantes –en la edición de Ikusager, la de Bueno- son análisis del mundo actual, y sin duda al no arrojar propuestas descomedidas son más dignas de una valoración pormenorizada.

El primero es “Piscología de las masas desdichadas”,  donde plantea una corrección a Marx: no es la miseria material la que conducirá la revolución sino el sufrimiento psíquico el que finalmente hará que la gente explote. Zerzan muestra un panorama bastante verosímil de la sociedad estadounidense, extrapolable a cualquier otro país occidental, donde la psiquiatrización de la sociedad mediante antidepresivos es lo único que puede contener unos índices de suicidio elevadísimos y unas tasas de enfermedades mentales que afectan a grandes sectores de la población. El texto subvierte muchos de los postulados marxistas sobre la conciencia revolucionaria para encontrar un nuevo sujeto revolucionario, las masas desdichadas. Habrá revolución porque esta civilización nos separa de la Naturaleza, nos aísla de la comunidad y no es capaz de darnos un sentido existencial.  Gustavo Bueno le reprocha aquí su “estipe teológica”, ya que el hombre no ha venido aquí ni a ser feliz ni infeliz. De cualquier manera este razonamiento no serviría para desarticular llegado el caso a las masas desdichadas en acción, ya que no se sentirían invalidadas por este razonamiento.

Le sigue “Tonalidad y totalidad”, que es un estudio contra la música en general, omnipresente en nuestras vidas, cosificadora y alienante, y sobre todo a la tonalidad occidental, que limita las posibilidades expresivas de la expresión musical. Zerzan despliega conocimientos de melómano y a veces el profano se puede perder. Pero la idea general está clara: el tipo de música que se hace hoy es mediocre y serial, y solo sirve para manipular nuestras emociones y ocultarnos que no somos más que peones en un engranaje que se ha salido de todo control.

Al último de los ensayos “El malestar en el tiempo”, Gustavo Bueno le reprende que  a pesar de ser una reflexión sobre el tiempo no se cite a Heidegger o a Bergson. Sin embargo eso hace seguramente que no se convierta en un ladrillo y se pueda leer de un tirón aun siendo denso filosóficamente. Aquí Zerzan explica que el tiempo se empezó a medir por la agricultura y para gestionar los pagos, y luego San Agustín lo hizo lineal. Desde entonces la medida del tiempo se perfeccionó hasta el presente, que vivimos una vida estructurada por el segundero.  Por supuesto sin relojes no habría sistema industrial y las posibilidades humanas se ampliarían.

Hay dos ensayos que hubieran complementado muy bien esta edición, pero sin embargo aparecieron en la antología Cultura del apocalipsis, junto con apologías satánicas y teorías conspiranoicas, algo que desmerece a Zerzan, que al no cobrar ni registrar sus obras se queda sin derecho a decidir quién le publica. Se trata de “Contra el arte” y “La agricultura, motor maligno de la civilización”. Ambos tienen títulos tan específicos que casi no hace falta explicar su contenido. El primero sigue un poco las ideas del autor contra la música, resaltando que durante un millón de años los hombres no crearon arte, y que sólo lo empezaron a hacer con fines alienantes, como todo forma de lenguaje simbólico. El segundo busca un pivote sobre el que hacer descansar el mito de la caída original del hombre. En este caso es la agricultura, con la que para él  todo se echó a perder (así como en otros autores es la presa hidráulica la que inició la división de poderes). Este ensayo, como todo trabajo que busca explicación en tiempos remotos, no es más que especulación, pero está muy bien elaborada.

17.9.16

Una ventana al mundo


Una ventana al mundo puede ser una oportunidad para evitar el destino de algunos organismos: la autofagia.
José Ferrater Mora

Los españoles se ahogan entre sus propios espumarajos, tal vez por costumbre. Siguen con pleitos decimonónicos en tiempos cuánticos. Hay mil sucesos locales y globales que podrían encarar, pero prefieren seguir resentidos y biliosos, acusando de sus miserias al vecino, que en la mayoría de los casos está tan vapuleado como ellos mismos. El Cotarro lleva cuarenta años emponzoñando a la ciudadanía convenciéndonos de que entre zurdos y diestros, centro y periferia, creyentes y no creyentes, la convivencia es imposible y el odio legítimo. Ahora que sabemos que todo era un circo para mangonear mejor, la rabia se reorienta hacia los que se beneficiaban de plantar cizaña. Es un buen primer paso, pero sigue sin superarse el abotargamiento de quien lleva demasiado tiempo encerrado en una casa con parientes que detesta.

¿Por qué no abrimos una ventana al mundo? Que entre aire. En lugar de regodearse en el olor a cerrado, en las paredes mohosas, echemos un ojo al paisaje exterior, y es más, salgamos. Individualmente desde luego funciona; no es lo mismo conversar con alguien que ha vivido en el extranjero y habla idiomas, que con quien no se ha movido de su barrio. El primero gana por lo menos en perspectiva. Y seguramente sucedería algo similar si a grandes capas de la población, que aunque físicamente no puedan viajar, se les mostraran con inteligencia las vivencias en otras latitudes.

En lugar de noticias tendenciosas sobre otras regiones o sensibilidades políticas nacionales, que se hablara en las televisiones de otras formas de convivir, mejores o peores, que se dan en otros países. Que la reforma educativa en Letonia sea más noticiosa que el último exabrupto de un político nacionalista, que la vida de los indígenas amazónicos ocupe el espacio antes destinado a descalificar a los votantes del partido político opositor.

Los medios de comunicación no son inocentes. Trabajan con ahínco para convertirnos en unos histéricos. Crean premeditadamente una narrativa de crispación y resentimiento que tratan de imponer como si fuera la realidad, luego lo injertan sobre el cuerpo social y a menudo fructifica. Pero nuestros vecinos, nuestros amigos, los compañeros de trabajo, no son en realidad como dice la televisión que son, no están sempiternamente encabronados. En general están a otras cosas, son felices o desdichados por cuestiones que nunca se reflejan en ningún programa televisivo.

Y viven en España sin estridencias, no la ven como un dilema metafísico o un desagarro permanente.

Si dejaran las matracas pesimistas y biliosas, y sobre eso de estar todo el día mirándose el ombligo nacional, las cosas mejorarían. España no es un tema tan sugestivo, mientras que lo que sucede fuera de sus fronteras a menudo lo es. O los avances de la ciencia, o los estrenos de los teatros, o la situación de las ballenas antárticas. Hay infinidad de cosas que podríamos mirar por las pantallas, que son las ventanas globales, y que nos interesarían.

3.9.16

Rajoy y el olvido del logos


Emilo Lledó explica que la palabra “razón” deriva de ratio, que es la manera que tuvo Cicerón de traducir el término griego logos. Pocos errores idiomáticos han empobrecido tanto a nuestra civilización. El logos para los griegos era una forma de sabiduría, y en su variante política designaba a la convivencia y a la virtud cívica (logos viene de legein, que significa escuchar, discurrir). Sin embargo con su sustitución por ratio, y tras el interludio religioso, se convirtió casi en estadística, en un tecnicismo sin alma moral; o sea la malhadada razón instrumental que padecemos hoy, donde todo es cálculo numérico de medios y fines, un imperio de las cifras.

Esto explica algo de la situación política que vivimos, ya que el hecho de que se considere que la razón –en este caso, razón política- tiene que ver más con la aritmética que con la ética es lo que lleva a los seguidores de Rajoy a considerar que este señor tiene legitimidad para ser presidente. Pero los griegos, que eran bastante más listos que nosotros, dirían que esto es un error, que la dignidad, el honor y el buen funcionamiento de la polis son más importantes que los números, y que hay que evitar que la democracia degenere en demagogia.

El líder del PP podría haber ganado las elecciones por el 99% de los votos e incluso así no debería ser presidente. La democracia no es la dictadura de la mayoría, es el imperio de la ley y la ejemplaridad pública. Si el número de votos se puede imponer sobre la decencia nacional y los valores ilustrados, entonces habría que castrar a los violadores o rechazar a los refugiados, ya que según las estadísticas la mayoría de los españoles son partidarios de estas medidas.

Un político que mandó mensajes a un tipo como Bárcenas diciéndole que no se preocupara y resistiera, que dio una rueda de prensa a través de una pantalla de plasma en momentos críticos para el país, y que ha malgastado una legislatura convirtiendo el gobierno en una satrapía casposa sencillamente no puede dirigir un país europeo occidental en pleno siglo XXI.  Y el ratio numérico puede decir misa.

En la competición por el puesto a peor presidente de las últimas décadas Rajoy y Zapatero andan a la par. Pero hay cuestiones de honorabilidad que trascienden las estadísticas, y que por mucho que un obtuso como don Mariano piensen que a nadie le importan, lo hacen, y dejan en mejor posición a Zapatero: éste al menos tuvo el coraje, o la vergüenza torera, de irse cuando se dio cuenta de que era un estorbo para el país.  Tuvo un comportamiento, finalmente, a la altura de las circunstancias.

Ya que nuestro ínclito presidente en funciones no llega ni a eso, solo nos queda respaldar a los que se oponen a su nombramiento, a los que resisten estoicamente  a las presiones para que claudiquen y se abstengan.  El logos, o si se prefiere el sentido común, les avalan. De momento ayer volvieron a salvar el honor de España. Desde aquí nuestro agradecimiento.

25.8.16

Azahara Alonso. Una conversación a propósito de Bajas presiones


Azahara Alonso (Oviedo, 1988) es licenciada en Filosofía. También tiene el Máster de Escritura Creativa del Hotel Kafka de Madrid, donde suponemos que fue buena alumna porque se quedó de coordinadora. Es una de las responsables de Ámbito Cultural, la página cultureta de El Corte Inglés. Mientras escribe críticas literarias aquí y allá acaba de publicar su primer libro, Bajas presiones, que está teniendo una buena  aceptación. Se trata de una colección de aforismos muy en la estela de Cioran, con ciertos efluvios de Gómez de la Serna, y sobre todo mucho estilo propio. Sorprendidos gratamente por su calidad, le hacemos algunas preguntas sobre la obra.

Azahara, lo siento, la pregunta es inevitable: ¿por qué Bajas presiones?
No tienes que disculparte, únicamente ocurre que la pregunta es tan ambigua como el título: ¿preguntas por la razón de ser del libro? ¿Por el título? Supongo que te refieres más bien a esto último.
En el libro hay un letimotiv relacionado con “los días sin sol”, sintagma que fue el título durante unos meses y casi hasta su publicación. La verdad es que no me gustaba: si el libro es primerizo, no quería que también lo fuese su título, y “Los días sin sol” me sonaba totalmente a eso. Y aunque decidí cambiarlo, mantuve la intención de dejar en un lugar central ese hilo conductor. Bajas presiones surgió tanto por esos días nublados (o sin sol, que no es lo mismo) como por el juego de palabras obvio, la necesidad de relativizar en la atmósfera creada/transmitida, con temas tan de peso y recurrentes como la muerte o la literatura, que son constantes en el libro.

Sí, me refería al título. Y ahora me refiero a la forma, que salvo que me corrijas, la vamos a llamar generalizando “escritura fragmentaria”, ya que alterna aforismos, sentencias y alguna greguería ¿No has tenido miedo de ser demasiado joven para escribir un tipo de género que suele exigir mucha madurez y lecturas? Me viene a la cabeza Rafael Sánchez Ferlosio, que advierte del “fraude de la profundidad” que pueden tener los textos cortos…
Pues te corrijo, te corrijo, y ya lo siento: tanto las greguerías como las sentencias son un tipo de aforismos. Poca sentencia hay en Bajas presiones, o al menos de eso se trataba, ya que en ninguno de los aforismos pretendí ofrecer doctrina o resolución moral. Podría considerarse un libro de escritura fragmentaria si los textos que lo integran respondieran a una idea que los aglutinase y les diese sentido, pero creo que los aforismos que lo componen responden de manera autónoma, tanto en la forma como en el contenido, independientemente de que luego puedan tener relación entre sí, pero se trata esta de una relación horizontal, temática, no jerárquica.
Aclarado esto, te diré que una puede tener miedo a muchas cosas pero no a ser algo, en este caso, “demasiado joven”. El contexto de un libro me parece relevante a modo de curiosidad, pero nunca como justificante de los fallos o aciertos del mismo. Volviendo al tiempo, si bien para las rutinas de la vida me he mantenido siempre dentro de los tiempos culturalmente compartidos, creo que en la literatura me ha gustado buscar el atajo del acceso para permanecer instalada cuanto antes en el espacio del aprendizaje. Un ejemplo es que empecé a leer (en el sentido más elemental) a los tres años, así que a los seis, cuando nos enseñaban en el colegio, había errado y me habían corregido tantas veces ya en lo básico, que podía ir aprendiendo cosas nuevas. El género del aforismo me ha gustado extraoficialmente desde que tenía unos trece o catorce años y, oficialmente, desde que descubrí a Cioran y otros a los dieciocho. Las lecturas relacionadas con mis intereses en la filosofía, mezcladas siempre con recomendaciones puramente literarias, generaron un batiburrillo que disfruté mucho y que encontró su máxima expresión en ese género. Y cuando una disfruta leyendo aforismos (o lo que sea) y luego se lanza a escribir, su pensamiento se ordena con mayor facilidad en esos cánones, por llamarlos de algún modo. El miedo al ridículo o a la pretenciosidad aparece (si aparece) con la escritura de un libro de cualquier género si nos paramos a pensar en cómo será recibido. Yo he tratado de sortear la autocensura y he escrito el libro que me apetecía en el género que me apetecía. Botella al mar y a otra cosa. Afortunadamente, por ahora, para expresarnos nadie nos exige una lista de lecturas o un certificado de madurez.

Vamos a agarrarnos algo que has dicho: no tener miedo a ser algo, que implica no tener miedo a definirse e incluso a categorizarse. Abundan los aforismos en los que defiendes el uso de la palabra, la necesidad de conocer y conocerse. Hay uno donde dices que las palabras son ladrillos nada menos que de “la civilización”, o ese otro en el que dices que identificar la angustia es un logro del lenguaje ¿Es tu libro una vindicación de la palabra, una defensa del lenguaje frente a Nietzsche o la postmodernidad?
Esa es una de las posibles lecturas, supongo, incluso quizá la comparto. Creo que hay en el libro una querencia por el lenguaje, una fe en él que es fundada porque asume, al mismo tiempo, las limitaciones que ya se le conocen. Pero esa lectura no fue motor; a lo sumo, cristalización. Y va con humor. Es decir, no he tratado de defender nada, en contra de lo que sugerías.

Otra cosa, y ya no me aventuro a interpretar nada, dejo que te expliques tú. Las referencias a la pareja como tormentos compartidos o asociación frente a la poligamia. Suena demasiado pragmático, casi como si tuviéramos pareja solo por cobardía frente a la vida o a los otros…
No, no, aventura e interpreta todo lo que quieras, a mí me parece que para eso está el libro. En el caso de los aforismos a los que te refieres, sobre la pareja, la idea era darle una nota de humor y enunciar al mismo tiempo cosas que me parecen indiscutibles: la pareja es una asociación contra la poligamia, al menos la ideal. La pareja es una compañía, en muchos sentidos, y un/a compañero/a sostiene los tormentos (también, claro está, las alegrías, pero esto tiene menos gracia). Tal como están las cosas o las parejas que conozco, y ya siento generalizar, me parece que tener una pareja y que funcione es lo menos cobarde que puedo imaginar: conocer, querer, cuidar y compartir y que todo esto sea recíproco y se sostenga en el tiempo es algo admirable.

Sin duda he leído esos aforismos en un momento más cínico de mi vida…pero me quedo con mi interpretación, que para eso están, en efecto, los aforismos. Vamos a cerrar con uno que podría aparecer encabezando libros sobre sociología contemporánea: “La tecnología hace extrovertido al solipismo”; como casi todos los tuyos se pueden interpretar de muchas maneras, como cantinela tecnófoba en plan “antes nos mirábamos a los ojos al hablar”, o más optimista “nunca nos hemos mirado a los ojos al hablar y ahora por lo menos nos lanzamos señales de humo por la red” ¿hacia dónde tiras tú?¿Qué relación tienes con el mundo actual?¿Añoras otros tiempos donde se desayunaba más relajadamente?
Es simpático que me hagas la última pregunta, porque desde hace unos años la hora del desayuno es el momento de mayor paz de mis días: madrugo para poder desayunar con toda la calma del mundo y con un libro y un cuaderno a mano. Así que no, no añoro, y tampoco tengo claro que sea el pasado la época en la que se disfrutaba de esa calma, creo que es algo más relacionado con las facilidades de horario de cada uno.
Es cierto que tengo una tendencia demasiado marcada a la nostalgia, pero en el caso del aforismo que mencionas hacía referencia, íntimamente, a la manera que tienen muchas personas de enfrentarse al mundo: hay gente realmente metida en sí misma (quizá nosotros también) que, gracias a las teclas y las pantallas, contacta con más facilidad de lo que exige la presencia física, al menos en un inicio. Es un poco el espíritu de los tiempos, todos somos, creo, más extrovertidos que antes. El contexto lo favorece.

15.8.16

Podemos. Desesperación o desesperanza


Julián Marías, nunca suficientemente vindicado, decía que hay que distinguir los tiempos desesperados de los desesperanzados. Los primeros no necesariamente son consecuencia del fracaso, ya que puede que provengan de un gran cambio que haya trastocado los cimientos sociales y que la desorientación momentánea empuje a buscar nuevos horizontes, a menudo con vigor y expectativas renovadas. Los tiempos desesperanzados sin embargo son mucho más negativos porque se esfuma toda ilusión de mejora, se prescinde del futuro e impera la creencia de que la situación puede perpetuarse indefinidamente hasta la hecatombe final; el desesperanzado ni siquiera desespera, advierte Marías, porque ya todo le da igual.

Los resultados de las últimas elecciones, parece obvio, nos han arrojado a tiempos desesperanzados. No hay ya posibilidad de que recuperemos la dignidad como país y no va a haber reformas: la casta ha salvado sus muebles. Una victoria electoral que se nutre principalmente de millones de pensionistas y funcionarios -es decir gente a la que la economía les da igual porque tienen unos ingresos garantizados- ha encumbrado a un presidente gris cuyo único programa es el inmovilismo.

La desesperanza se propaga y los más jóvenes sienten que tienen que buscar otras latitudes donde vivir si quieren sacarle rédito a sus estudios; o quien tiene hijos pequeños sabe que estos crecerán en una sociedad mediocre y amoral, con uno de los peores sistemas educativos de Occidente. Y los que salimos adelante como buenamente podemos nos refugiamos en el cinismo o el apoliticismo, cruzando los dedos, esperando no bajar un peldaño más en los próximos meses en nuestra calidad de vida.

¿Habría cambiado algo de esto si las cosas hubieran sido diferentes tras las elecciones de Diciembre? Seguramente no mucho, desde luego no profundamente, pero al menos nos moveríamos en otro escenario, uno tal vez más vertiginoso pero innovador y de alguna manera ilusionante.

Si Podemos, o más concretamente Pablo Iglesias, se hubiera abstenido ante el intento de formar gobierno de Pedro Sánchez, o le hubieran permitido ser presidente dos años -o dos meses-, si hubieran tenido una actitud menos prepotente y más flexible Mariano Rajoy estaría ya en el vertedero de la Historia y el Partido Popular sería un partido en descomposición. Eso no hay que olvidarlo. Por supuesto que nunca fue la intención de Pablo Iglesias que Rajoy saliera fortalecido, seguro que no entraba en sus planes el motto troskista de “cuanto peor mejor”; fue solo un error de cálculo, pero en política los errores de cálculo se han de pagar, más cuando el responsable ejerce de intelectual visionario y la embarrada ha sido tan espectacular.

Sin embargo no parece que el líder podemita tenga intención de asumir sus faltas, no da la impresión de que esté pensando en hacerse a un lado o replantear la estrategia. Nos topamos entonces con un problema grave: el líder de Podemos no solo no consigue movilizar ya a su electorado, lo que es preocupante, es que además su presencia sí consigue activar al electorado conservador, que básicamente votan a un insustancial para cortarle el paso a él.

Ahora ya está claro que Pablo Iglesias es el arma de Rajoy para perpetuarse en el poder. A todos estos burgueses bolivarianos les ha tomado la delantera Pedro Arriola, mucho más al tanto sin duda de cómo piensa el español de a pie. Ya han tenido dos ocasiones en los últimos meses para ganar las elecciones, o al menos ser decisivos, pero claramente han fallado y tocado techo electoral.

Podemos tiene que sumirse en la desesperación, correr riesgos, tal vez cambiar de ruta, repensarse, buscar nuevas ideas y otros liderazgos; o sea, entender que vienen tiempos duros que pueden anunciar una nueva pleamar. La alternativa es seguir como hasta ahora y convertirse también en indolencia, confundirse con la acidia ambiental, perder toda esperanza, caminar apáticos de la mano de Iglesias hacia la mayoría absoluta de Rajoy.

Desesperación o desesperanza. Es imperativo elegir ya.

1.8.16

Hegemonía


Podemos es el fenómeno político de nuestro tiempo. Son unos chicos leídos que hacen posible lo que parecía imposible: sacar a una parte de la ciudadanía de su sempiterno apoliticismo. Nadie pone en duda que tiene su mérito lo que han conseguido, y que son el aviso de que este sistema no funciona y de que existe una generación caduca que se aferra al poder y otra que puja por tomar el mando. El fracaso en las elecciones del domingo no creo que pueda alegrar a ningún ciudadano de bien, ya que ha sido el respaldo al inmovilismo y la corrupción frente a unos jóvenes que –seguramente con propuestas erradas- por lo menos están intentando cambiar las cosas.

Rajoy es un ser gris que considera a sus conciudadanos seres inmorales que solo piensan en su bolsillo y a los que el futuro les da igual. Por ello no ha hecho ninguna reforma a pesar de haber tenido mayoría absoluta y ha estimado que el saqueo de las arcas públicas será perdonado cuando vuelva a haber dinero para todos circulando en las calles. O sea que traslada su propia mediocridad interior al paisaje que le rodea. Ni planes educativos, ni despolitización de la justicia, ni saneamiento de las instituciones. Nada. Que su falta total de patriotismo se envuelva paradójicamente en la bandera nacional hiere el corazón de cualquier español que quiera a su país.

Por ello debe de haber pocos votantes suyos que no se hayan enfrentado a un dilema ético al elegir a alguien que apela a lo peor de nosotros mismos; solo una minoría será la que le habrá votado con entusiasmo. (Seguramente a estas alturas incluso ni siquiera su otrora heroico partido, el mismo que él ha destruido, ése que defendía la libertad frente al terrorismo, despierta ya admiración sincera. ¿De verdad no había nadie más digno para encabezar al Partido Popular?)

La cuestión entonces es encontrar una explicación a que más de siete millones de españoles hayan elegido sin la más mínima convicción a este señor. Se dice que es por miedo a las hordas bolivarianas que venían a arrebatarles su prosperidad económica y que a la gente no le gustan los experimentos. Habría que preguntarse si está tan claro que esto que vivimos es prosperidad y si es indiscutible que un gobierno morado fuera a hundir la economía. Por otro lado, sin duda Podemos tiene un perfil excesivamente intelectual en un país donde los libros parece que asustan; además sus propuestas son demasiado metropolitanas para un cuerpo electoral donde prevalece el campo y las provincias.

También es cierto que lo de describirlos como unos estalinistas come-niños se ha hecho desde medios afines al Gobierno, porque incluso si los podemitas gozaran de mayoría parlamentaria, en este contexto globalizado, dentro de la Unión Europea y con la obligación de presentarse a elecciones cada cuatro años, sería imposible que abrieran gulags en los Pirineos por mucho que quisieran. De hecho Syriza gobierna en Grecia y no ha pasado nada de lo profetizado por agoreros.

Seguramente los millones de personas que han votado a Rajoy lo han hecho más bien irritados por la nada disimulada voluntad de hegemonía de Podemos. La hegemonía es esa idea fetiche que consideran un arma ideológica y que ha sido probablemente lo que les ha costado el triunfo. La gente es como es y no quiere que le digan cómo vivir su vida, aunque sea una vida en los lindes de la pobreza. Los dirigentes podemitas huelen a altivos ingenieros sociales que vienen a dejar sin tapitas en el bar ni derby los domingos al español medio, para convertirlo así en un ilustrado y moderno escandinavo que come arenque y hace nudismo. Eso al español medio le suena a injerencia, no a mejora.

No hay que olvidar la advertencia de Julián Marías, que decía que la gente tolera que le cambien un sistema político pero no un sistema social. Debemos transformar el sistema político, sin duda, pero sin inmiscuirnos en los hábitos y creencias de nuestros compatriotas, que ya cambiarán gradualmente al haberse modernizado las estructuras socioeconómicas. La superstición, el fútbol, los nacionalismos, la incultura…, todas estas lacras no se combaten con decretos gubernamentales; se desgastan con reformas educativas, racionalizado la economía y dinamizando a la sociedad, entre otros cosas.  Y se hace así, como de tapadillo,  sin olvidar nunca que el pueblo se siente feliz como es, o sea que es socialmente conservador.

14.7.16

Hijos de Torremolinos, de James A. Michener

wikipedia

Vagar de noche por Torremolinos es como navegar por una cloaca en una barca con la quilla de cristal.

En ese vergel del letraherido que es la Cuesta de Moyano en Madrid encuentro un libro cuyo título llama mi atención: Hijos de Torremolinos de James A. Michener. No tiene solapa, así que no sé exactamente de qué va. Como cuesta dos euros lo compro. Son casi 800 páginas y decido investigar antes de ponerme a leer algo que bien podría ser infumable.

Casi no hay información en internet. De Michener aparece que luchó en la Segunda Guerra Mundial, viajó mucho por España, murió en 1997 y que escribió docenas de best sellers. De Hijos de Torremolinos en concreto se dice que es una novela sobre jóvenes buscando su camino en los sesenta. El título original era The Drifters -algo así como Los vagabundos-, pero para su traducción española decidieron cambiarlo metiendo “Torremolinos” en el título. Esto se explica comercialmente ya que, por lo que veo en Wikipedia, esta ciudad originó bastante literatura cuando estuvo de moda en los sesenta. Hay cinco ediciones españolas en 1973 (dos años después de su publicación es EEUU) y otra de bolsillo en 1975; luego el silencio. Parece que tuvo una leve repercusión pero pasó pronto al sepulcro de lo descatalogado.

El libro tiene carencias que tal vez explican que no tribute como una obra maestra del siglo. Por ejemplo, por coherencia con la historia, Michener quiere evitarnos a un narrador omnisciente, por lo que recurre a un trasunto suyo, también veterano de la II GM, para narrar. Este personaje, un analista financiero llamado Fairbanks, conoce a los protagonistas tangencialmente y sin embargo describe sus acciones y pensamientos, cuando muchas veces es imposible que los pudiera conocer. O sea, acaba siendo un narrador omnisciente absurdo por la falta de pericia del autor.

Sin embargo, si le damos una oportunidad como literatura (involuntariamente) juvenil, resulta un libro entretenido, con personajes bien definidos (mejor los masculinos, ellas están demasiado idealizadas por las hormonas del autor) y ciertas estampas de una época medianamente logradas.

Cada uno de los doce capítulos se abre con una serie de citas, tanto de autores clásicos como del propio Michener, que se integran perfectamente en el texto, un poco a esa manera orgánica de William T. Vollmann, otro autor también muy de citas y de extensiones mastodónticas.

Los primeros seis capítulos cubren casi la mitad del libro y recuerdan a las películas de los setenta. Los personajes se presentan por separado, contando largamente su historia, explicando su devenir hasta que se acaban conociendo todos en Torremolinos. Son menores de 22 años, tres chicos y tres chicas de distintas nacionalidades que huyen de sus familias y orígenes. Vietnam, Oriente Medio y la descolonización de África han caído sobre sus vidas y acuden a la ciudad donde todo es diversión y juventud.

Ya en Andalucía se meten a vivir en una casa inmunda y a trabajar en un bar inmundo. Hay mucho sexo y LSD. Cuando tras unos meses allí, pierden la intensidad, se compran una furgoneta Volkswagen y se ponen a viajar. De Portugal pasan a los San Fermines. En ningún momento parecen ser conscientes de que viven en dictaduras, es más, hablan de libertad y una policía permisiva que no se mete en asuntos de drogas. De lo que sí se percatan del auge de la economía del ladrillo. En los trayectos por el litoral español lamentan las horribles construcciones que agreden el paisaje (Parecía como si España hubiera invitado a su rincón suroriental a una asamblea de los peores arquitectos del mundo y les hubiera dado un encargo: “Transformen esta costa en una apoteosis de la fealdad”)

De Europa pasan a Mozambique. Van conociendo a otros jóvenes y a otra gente no excesivamente saludable. La convivencia se va perjudicando cuando alguno de los personajes pasa a la heroína y las relaciones entre ellos se emponzoñan. Suben hasta Marrakech, donde una de las chicas muere por desnutrición e infecciones en su brazo adicto. El grupo se deshace y siguen viajes por separado.

La historia, leída hoy, puede resultar tópica y adolescente. Pero el mundo de los mochileros es así. No hay mucha más realidad que endulzar. El propio Fairbanks, al final, se pasma de la poca formación que tienen los chicos. Básicamente son niñatos enfadados con sus padres y muchas ganas de trajinar. Tras desfogarse volverán a sus vidas burguesas y occidentales. Siempre claro, hay alguno al que la cosa le sale mal, carga su jeringuilla con material desechado y se queda en la cuneta. Pero lo normal es hacerse solo unos rasguños, pasar alguna descomposición intestinal, y sobrevivir sin más a este ritual de paso moderno.

12.7.16

Memoria por correspondencia, de Emma Reyes


Memoria por correspondencia de Emma Reyes merece como pocos el calificativo de "libro importante".Se trata de un conjunto de cartas que esta artista colombiana mandó desde París durante varios años al historiador Germán Arciniegas, su amigo y compatriota, y que por idea y mediación de Gabriel García Márquez se acabaron publicando. Emma Reyes relata sus primeros años de vida en su Bogotá natal con gran belleza y talento narrativo. Las primeras cartas nos remiten a cuando ella tiene cuatro años y vive junto a su hermana y un niño al que llaman Piojo en una habitación lúgubre y misérrima, donde es regularmente maltratada por una señora de nombre María, que nunca supo si era su madre o no. Luego, en las siguientes cartas, es abandonada con su hermana en una estación de tren, y ambas pasan a estar tuteladas por las monjas de un orfanato, donde siguen recibiendo abusos y desprecios, si bien algunas de las religiosas son también amorosas y buenas con ellas.

La historia se cuenta siempre desde los ojos de la Emma Reyes chiquilla, sin dar explicaciones adultas. Vemos y entendemos lo mismo que ella; o sea, no mucho. El horror en el que crece aparece ininteligible, como le sucede siempre a un niño. Pero también hay irrupciones de dignidad y afecto personificados en una serie de visitantes que aparecen y desaparecen salvando la capacidad de querer de las niñas, que pueden conocer así otras existencias más sanas, no tan fraguadas en la marginalidad y violencia.

Si Memoria por correspondencia fuera un documental, seguramente nos avisarían antes de emitirlo de que algunas imágenes podrían herir la sensibilidad del espectador. Afortunadamente no lo es, y la sordidez, infortunio y podredumbre en que viven las niñas protagonistas aparecen envueltos en un halo de esperanza y humanidad que nos hace seguir con la lectura. Es una historia de superación y victoria sobre el destino, ya que Emma Reyes salió adelante a pesar de todo: emigró a Francia, se convirtió en una celebrada pintora y, con el tiempo, pudo incluso amparar a decenas de jóvenes artistas colombianos que iban como ella en busca de nuevos horizontes.

El libro se publicó por primera vez en Colombia en el 2012 y pronto se convirtió en un fenómeno social. A España llega ahora de manos de Libros del Asteroide, que como es habitual en ellos, presenta una edición cuidada. Además, esta Memoria viene complementada con algunos textos donde otros autores nos dan información sobre la autora y su desgarradora vida.

Ernst Jünger decía que tal vez en el futuro se pensará que la parte más vigorosa de la literatura del siglo XX haya sido precisamente la que surgió sin propósitos literarios, como muchas de las cartas, diarios y memorias que se escribieron para dar noticia de lo que sucede en las periferias del mundo, y que finalmente han quedado como testimonio de la condición humana.

Memoria por correspondencia tiene algo de esto. No es una obra para llevar a la playa; requiere cierto recogimiento y dedicarle un tiempo, ya que inevitablemente nos moverá algo dentro. Pero bien es cierto que esta lectura quedará en nosotros: no es otro libro que habremos leído, es un libro que habrá llegado a formar parte de nuestra vida. O de nuestras vidas, si lo compartimos con amigos.