23.9.21

Distributismo: ¿Otra economía es posible?


Septiembre nos despierta de un verano bajo una sombrilla playera para arrojarnos de nuevo a una realidad política crispada, extraña y, en cierta manera, caricaturesca. Frente a la avalancha de malas noticias y recibos de la luz estratosféricos podemos consolarnos reencontrándonos con los amigos de siempre, con nuestras nunca bien ponderadas rutinas, y con los podcasts de Triálogos, que vuelven cargados de energía e invitados de primera.

En este primer podcast del nuevo curso contamos con Sergio Fernández Riquelme, profesor de la Universidad de Murcia, director de La Razón Histórica y autor de varios libros, el último de los cuales, Distributismo. La economía social de Chesterton de la editorial Letras Inquietas, nos presenta.

 

¿Qué es el distributismo?

El libro es pedagógico y claro, y así es también el profesor hablando. Entre su exposición inicial, y las respuestas que da a las impetuosas preguntas de los tres contertulios de Triálogos, podemos seguir el hilo histórico de esta propuesta ética para humanizar la economía que surgió a finales del siglo XIX a partir de la doctrina social de la Iglesia Católica, y que en la Inglaterra de la época tuvo un especial desarrollo teórico entre los católicos G.K Chesterton y H. Belloc.

Básicamente el distributismo busca extender la propiedad entre toda la ciudadanía, o sea, que el ideal del capitalismo no se reduzca a una minoría oligárquica que controle toda la producción, pero evitando en todo momento la tentación estatista de los colectivismos varios que tantos estragos han causado en Europa. Es un camino medio entre el liberalismo y el socialismo en el que cada persona es dueña de su trabajo, su casa y su vida. Se vertebra en la familia y en la comunidad, y su visión antropológica es hondamente cristiana.   

Su condición de proyecto católico en un contexto religioso hostil, y su incapacidad para encontrar una posición clara entre sus adversarios políticos, llevó al distributismo a ser una corriente no del todo madura, más voluntarista que viable, que no ha tenido un gran peso en el mundo intelectual occidental. Aunque ha habido, como nos cuenta nuestro invitado, algunos epígonos y cierto resurgir en el mundo anglosajón, pero, paradójicamente, en los países católicos el distributismo es un gran desconocido.

De cualquier manera, el caos que provoca la acumulación depredadora del capitalismo financiero nos lleva a despolvar los viejos libros de Chesterton buscando otra forma de entender la economía. Los tiempos que vivimos parecen darle la razón.

Y para este viaje de descubrimiento teórico Sergio Fernández Riquelme es un guía de excepción.

15.9.21

Dune, segundos antes de ser un taquillazo



El estreno de la nueva adaptación cinematográfica de la novela Dune de Frank Herbert es inminente. A poco buena que sea ya será mejor que la que perpetró David Lynch en los años ochenta, que es visualmente desagradable y narrativamente confusa. Como la nueva versión viene respaldada por grandes estudios seguramente llegará de la mano de una gran campaña publicitaria que nos imponga cierta “mercadotecnia Dune”, y si además tiene éxito comercial la película opacará a la novela. No creo que esto sea necesariamente sacrílego, pero igual es un buen momento para hablar del texto original ahora, antes de que no podamos leerlo sin pasar por el filtro de esta nueva superproducción. 

 

¿Qué nos cuenta Dune?

El universo Dune se compone de al menos una docena de novelas, las seis primeras de ellas escritas por Frank Herbert, las últimas por su hijo Brian con ayuda del escritor Kevin J. Anderson. Hay que tener mucho tiempo libre y ganas para leérselas todas (yo no lo he hecho), pero para atisbar el sistema social y político que plantea basta remitirse a la nutrida página de Wikipedia al respecto y a los vídeos del canal Ideas of Ice and fire de youtube. También hay en línea una estupenda biografía sobre el escritor, FrankHerbert de Tim O´Reilly, que es en gran parte un estudio sobre la primera novela de la saga

El origen del universo de Dune se remonta a un futuro próximo y está explicado en la trilogía Leyendas de Dune, que son tres precuelas que coescribió el hijo basándose en las notas que dejó Frank Herbert. La humanidad ha sido reducida a la esclavitud por una inteligencia artificial llamada Omnius, que tiene un ejército de “máquinas pensantes” a su servicio. Hay una rebelión de los humanos, la llamada yihad butleriana, que termina triunfando tras una sangrienta y épica batalla en la que los hombres destruyen a las máquinas. La humanidad se encuentra entonces en la tesitura de que tiene que crear una nueva civilización desde el principio en la que no vuelva a ser posible que una máquina autónoma tome el control. Deciden crear una nueva religión que tendrá como piedra basal y principal dogma la prohibición total de crear nada similar a una mente humana: en adelante podrá haber máquinas siempre y cuando no puedan operar por sí mismas ni tengan la más mínima capacidad de realizar operaciones complejas. Por ejemplo, podrá haber rudimentarias naves interestelares pilotadas por hombres, como una suerte de galeones espaciales, pero no una simple calculadora de bolsillo. Esta nueva religión da lugar a una nueva civilización que durará sin grandes cambios nada menos 10.000 años, justo cuando empieza la primera, la original y genuina, la más famosa novela de la saga.

Dune de Frank Herbert se publicó en 1965 y está considerada una de las novelas de ciencia ficción más exitosas de todos los tiempos. Cuenta la historia del ocaso de un decadente imperio galáctico donde gobiernan de facto una serie de familias aristocráticas enfrentadas entre sí. El protagonista, Paul Atreides, es un adolescente hijo de uno de estos nobles, uno de los menos tiránicos, que es asesinado por otros aristócratas que sí son malísimos, y que están coaligados con el emperador. Con ayuda de los fremen, los nativos del planeta Arrakis -también conocido como Dune-, que le ven como a un mesías, se acaba vengando y haciéndose con el trono imperial.

En la evolución de personaje de Paul, Frank Herbert recurre a todos los tropos y convenciones mitológicas sobre el viaje del héroe. Pasa pruebas, vence enemigos, domina al dragón (en este caso los gusanos gigantes de Arrakis), y al final se casa con la hija del emperador y acaba haciéndose con el poder. Pero el novelista le da a todo esto una vuelta genial para convertirlo precisamente en una advertencia contra los liderazgos mesiánicos. Recordando los orígenes de Dune, Herbert dice,  Comenzó con un concepto: hacer una larga novela sobre las convulsiones mesiánicas que periódicamente se infligen en las sociedades humanas. Tenía la idea de que los superhéroes eran desastrosos para los humanos.

O´Reilly explica en su libro que esta novela es una respuesta a la serie Fundación de Isaac Asimov. Allí había un salvador muy inteligente llamado Hari Sheldon que planeó cómo salvar a la humanidad. Aquí se nos dice que ese tipo de gente suele causar hecatombes. 

 

Interpretaciones posibles

Como análisis político, el universo Dune es impagable. En estas novelas se cuenta que toda la economía de la nueva civilización gira en torno a la extracción del melange, un mineral que se extrae de Arrakis y que sirve para los viajes interestelares. Es decir, es una economía del sector primario sin ningún tipo de influencia del sector terciario; es lo que hoy se llamaría un “despotismo hidráulico”. Además, toda la producción posterior está en manos de la C.h.o.a.m, que es una corporación perteneciente a las grandes familias aristocráticas que dominan la galaxia. Y el transporte está monopolizado en exclusiva por el súper poderoso Gremio del Comercio, que se comporta como un cabildo, y pone y quita al emperador si ve sus intereses amenazados. En cuanto a las naves espaciales y todo lo relacionado con la poca tecnología que tienen, se fabrica todo únicamente en Ixia, el único planeta industrial.

Es decir, no hay libre competencia, ni innovación, ni el menor atisbo de “destrucción creativa”. La consecuencia es la vuelta a un orden aristocrático donde la movilidad social es nula, ha vuelto la esclavitud, y las mujeres tienen que elegir entre las labores domésticas o ingresar en la orden de las Bene Gesserit, una especie de monjas (Herbert dice que las imaginó como mujeres jesuitas) que sustituyen a las máquinas en lo referente al trabajo intelectual. Son ellas, por ejemplo, las que hacen los cálculos.

Para los que se oponen a las nuevas tecnologías, en Dune podemos encontrar un modelo de lo que sería un universo sin ellas. Erradicar la tecnología avanzada solo sería posible con una prohibición universal, que tendría que basarse en algo tan inapelable como una religión, ya que las leyes estatales y aun globales no serían tan eficientes. En efecto, la religión propuesta en Dune prohíbe el desarrollo de cualquier forma de máquina que pueda equipararse a una mente humana, y se aplica en toda la galaxia, aunque se sospecha que en el planeta Ixia sí tienen formas de IA que les ayudan a construir las naves espaciales.

Porque ¿cómo sería un mundo sin libre mercado ni computadoras? ¿Dónde encontramos un modelo social coherente de ese planteamiento? El imaginario de Dune es un buen modelo de la utopía anti libre mercado y anti desarrollo tecnológico.

1.9.21

El Barroco según Eugenio Trías



Eugenio Trías (1942-2013) fue un filósofo barcelonés con un amplio campo de intereses, si bien se centró en la estética. Tuvo gran reconocimiento en vida y publicó docenas de libros. Su obra ofrece un mapa conceptual propio y una amplitud de intereses que le hace muy atractivo; además escribe bien y su estilo rezuma un entusiasmo que le hace grato. No es osado asegurar que, debido al provincialismo inverso de nuestro mundillo académico, si hubiera nacido en París y escribiera en francés sería uno de los autores más citados en las universidades hispánicas.

De sus libros mejores -porque también los tiene malos- que a su vez no sean de difícil acceso para el profano destacamos Lo bello y lo siniestro, que es un estupendo acercamiento a algunas categorías de la estética, como lo bello, lo sublime, lo siniestro, y lo barroco. Aunque el libro tiene una unidad, los capítulos se pueden leer independientemente. 

Esto es lo que haremos con el último de ellos: “Escenificación del infinito (Interpretación del barroco)”.


 Este capítulo no es muy largo pero sí muy denso. Se trata de un análisis de la condición del Barroco en el que casi no hay fechas ni ubicaciones geográficas; es una aproximación al fenómeno como corriente, o como espíritu, si se quiere decir así. Nos parece el complemento perfecto del libro de Valverde porque Trías se puede ubicar entre los intérpretes herederos de Eugenio d´Ors, al que hemos dejado de lado al principio, y que hablaba del Barroco más como un “eon” que atraviesa la historia que como un período determinado. Trías no referencia la polémica mencionada, pero es evidente que la conoce, y toma un partido dorsiano un tanto matizado porque si bien parece primar lo abstracto también quiere llevar sus reflexiones a lo concreto.

En este texto, que se publicó por primera vez en 1981, Trías muestra cierta valentía e impermeabilidad a las modas, ya que en unos tiempos poco propicios para ello defiende el Barroco y sobre todo su dimensión espiritual. También está claro que leyó el libro de Valverde porque hay ciertas ideas de aquél con las que se confronta (aunque sin citarle), como hablar del Barroco como Renacimiento invertido, o la insistencia en la paradoja de un arte desbordante en un contexto racionalista (que para Trías no es tal porque demostrará que el Barroco es racionalista también).

Sin embargo, en Valverde hay una sobria voluntad pedagógica que le lleva a no asumir riesgos en su explicación que puedan confundir al estudiante. Trías empero, que tenía lectores fuera de la universidad, le da a sus pocas páginas la profundidad y el lance que le falta a aquél.

Para Trías desde los griegos la infinitud ha estado mal valorada en las artes occidentales. No se  entendía o se despreciaban la idea de la falta de límites, y se consideraba un error de planteamiento. Sin embargo el Barroco quiere rehabilitar el infinito desde los fundamentos formales del Renacimiento, que se había agotado al limitarse a un espacio geométrico, inmanente, y en última instancia, abstracto (el Renacimiento aparece en estas páginas como contrapunto, y hay que decir que el filósofo no parece tenerlo en alta estima, porque siempre es un contrapunto fallido frente a la potencia barroca).

La cesura que supone Descartes ha dividido la filosofía entre la razón y la locura, lo racional y lo sensible, la claridad y la confusión. Sin embargo, después de él los hombres no pueden dudar de que tras los posibles engaños del mundo, está el yo-pienso, y sobre todo la gran evidencia de la rex extensa que es Dios, una base sólida sobre la que construir cualquier propuesta artística.

El Barroco se levanta racionalmente sobre el infinito y a él apunta, como se ve en las pinturas barrocas o en la espiral que se percibe en el interior de las bóvedas de las iglesias, que es una línea de expansión hacia el infinito. Trías sostiene que este estilo siempre nos está diciendo lo mismo, que “lo presente está invadido y envuelto por lo invisible; lo finito, por un torbellino de infinitud”. Lo ejemplifica con la música: “Una fuga de Bach no tiene por qué acabarse. Se oye como un despliegue polifónico lanzado a espacios siderales”.

Cuando se trata de hacer un análisis de las distintas artes, Trías evita hacer apartados como en el texto de Valverde, o como cualquier texto más académico haría, y va introduciendo sus disquisiciones un poco aleatoriamente (no habla de literatura o filosofía barroca, por cierto).

Como ya hemos mencionado, celebra la música de Bach, y dice que frente a la -cómo no- simpleza musical del Renacimiento, el Barroco introduce polifonías armónicas que subrayan lo dicho de que lo infinito no es sinónimo de caótico.

De la escultura elogia su conciliación entre el movimiento y el reposo, así como sucede con la arquitectura, cuyas fachadas invitan a pararse a mirar desde una perspectiva, para retomar el paso de nuevo hacia otra perspectiva (aquí no entra a hablar de las innovaciones técnicas de la arquitectura barroca, por lo que podemos asumir que suscribe la idea de Valverde, de que el Barroco no innovó técnicamente en demasía).

Sobre la arquitectura añade que no es lo mismo colocar en un centro geométrico un obelisco, como hace el renacimiento, que un organismo vital, “una escena” como el Barroco. En el primer caso el paseante se siente un punto atemporal en una estructura perfecta donde queda abolida la muerte, pero también el flujo de la vida. En el espacio barroco sin embargo es temporal, invita a caminar, transitar y metamorfosear; la muerte está al acecho aquí, hay drama y evolución.

En las últimas páginas de “Escenificación del infinito (Interpretación del barroco)” Trías insiste mucho en esto último, que el Barroco nos avisa de que la muerte es inevitable, y que ésta es el despertar del sueño que es la vida. Pero no hay nada que temer, ya que “la meta es el infinito”.