26.1.18

Materiales para una crítica del futbolismo III

De las cosas que más llaman la atención del fútbol es el acallamiento de su disidencia. Salvo el libro de Sebreli, que no se distribuye en España, no hay obras que lo ataquen frontalmente. Los intelectuales guardan una vez más silencio ¿Por qué es fácil encontrar en los medios defensores y detractores de todas las posturas políticas imaginables pero nadie que señale al fútbol como una onerosa carga social y económica para el país? Es más fácil encontrar críticos del sistema económico, de la Iglesia o de la prensa rosa que de este deporte. La situación es desconcertante. Por mucho poder que los presidentes-capos de los equipos tengan, por muy fuertes que sean los cárteles que parasitan en torno a este mundo, en las redes, en las editoriales independientes o en las asambleas vecinales se deberían de haber formado ya corrientes de opinión denunciando la situación.

Tal vez lo que hace del fútbol hegemónico es algo que tiene más que ver con la sociedad postmoderna donde tenemos a bien levantarnos cada mañana: el miedo a ser considerado elitista. La postmodernidad –que sigue vigente a pesar de lo que muchos autores digan- es el todo vale. Federico García Lorca es igual que Alejando Sanz, Chaplin que Torrente, Tolstoi que el Atlético de Madrid; sostener lo contrario es ser antidemocrático ya todo lo que venga nimbado como “cultura popular” ha de ser respetado.

Es el rentable juego que hacer pasar como productos hechos por la gente artificios diseñados desde el poder. Porque el fútbol (football) fue creado por la aristocracia inglesa, e impuesto es España por Manuel Fraga desde el Ministerio de Información. El Franquismo tuvo que orientar su política mediática y educativa para desterrar la tauromaquia e insertar en fútbol en todos los ámbitos de la sociedad española. En la actualidad es un ámbito oligárquico deficitario que se sostiene solo con dinero público. El pueblo no participa en nada lo relacionado con el fútbol, solo lo padece.

Y sin embargo, con la legitimidad que el otorga el creerse respaldado por la cultura dominante,  el futbolero sigue sonriendo insidioso cuando decimos que no nos gusta el fútbol, y nos llama culturetas e intelectualoides. Hay que responderle que lo opuesto al fútbol no son los libros o la música clásica. Lo opuesto es sencillamente la siempre grata promesa de un territorio cualquiera donde la creatividad individual y colectiva todavía es posible.

De hecho somos contrarios al fútbol porque creemos en las posibilidades del ser humano. Tenemos la certeza de que casi nadie tiene naturaleza lanar, como aparentan cuando se homogenizan en unos colores y eslóganes. Si el tiempo dedicado al fútbol se dedicara a la cultura o la ciencia, a la solidaridad o el ecologismo, esta sociedad sería irreconocible. Quienes no creen en la gente son los que defienden el fútbol como mal menor, como narcótico, o como único entretenimiento posible porque los aficionados no dan más de sí. Oponerse al fútbol, en cambio, es una forma de apostar por las potencialidades humanas.

Terminamos con una cita de Bernardo Hernández, directivo de Google:

En España hay un ecosistema que favorece el fútbol y por eso somos campeones del mundo. En el cole, en el recreo juegas al fútbol. Los domingos cuando te vas al campo juegas al fútbol. Los padres, cuando ven que el niño despunta un poco lo llegan a los centros de alto rendimiento de los equipos importantes. Se juegan ligas de fútbol y los equipos están gestionados como sociedades anónimas. Se traen a los mejores del mundo a jugar a nuestra liga. Se destinan muchas decenas de millones de euros a la inversión en que se tenga la calidad. Existe la atención mediática de media hora de telediario donde te hablan sólo de fútbol. Imagina ahora que eso mismo se hiciera con la iniciativa empresarial: media hora en el recreo, fines de semana con tus amigos, el padre te lleva a un taller. Tendríamos los mejores emprendedores del mundo, porque en el fondo hay una técnica detrás de todo esto.

8.1.18

Materiales para una crítica del futbolismo II

Eugenio Noel nació en Madrid en 1885 y murió en Barcelona en 1936. Seguidor de Joaquín Costa, consagró su vida a las campañas anti flamencas, en las que incluía como simbióticos el cante y los toros, ambos igualmente responsables para él del retraso español. Fue el único ensayista hasta entonces que dedicó su obra a combatir las corridas, lo que le llevó a la fama y a los hospitales, ya que no era raro que los aficionados de apalearan tras alguna conferencia. Sus libros, olvidados hoy, no resultan sobresalientes pero sí merecedores de mejor fortuna editorial.  Lo que es indudable es su presencia capital en la cultura española del primer tercio del siglo. Unamuno y Azorín le escribieron y escribieron sobre él; Ortega le consideraba, según cuenta el propio Noel en su Diario, uno de los grandes escritores de su generación, y tal vez era verdad porque Ortega medió para que Espasa publicara dos de sus libros.

Las arengas anti taurinas fueron perdiendo eco en vida del propio Noel; pero como nos recuerda Rosario Cambria en su imprescindible Los Toros: tema polémico en el ensayo español del siglo XX, Noel tuvo unos años, sobre todo en la década de los diez, de prevalencia absoluta en la polémica taurina. Un ambiente intelectual fervorosamente antitaruino que no pudo dejar indiferente a nadie del gremio, donde presumir de afición era algo así como hacerlo de halitosis.

O sea, que hasta mediados del siglo XX, los toros provocaban en los intelectuales indiferencia o rechazo, y solo una minoría se dedicó a ensalzarlos. Después perdieron interés, pues ya no son un fenómeno de masas (en la actualidad solo el 7% de los españoles de reconoce seguidor de la Fiesta).

El gran opiáceo pasó a ser el fútbol.

El fútbol es un ejemplo nítido de cultura populista, que nada tiene que ver con la cultura popular: no surge del pueblo, como los toros que llevan siglos de arraigo y son sin duda cultura popular aunque no nos guste reconocerlo. El fútbol, al contrario, nace de decretos y políticas estatales concretas para hacer de algo venido del Inglaterra, en muy poco tiempo, una supuesta "cultura popular" española. No hay duda de que sin la maquinaria político-mediática, el fútbol, que ni siquiera es rentable económicamente, no hubiera podido llegar a España y  hoy no tendría la audiencia que tiene.

El fútbol llegó antes, pero con el franquismo se movilizaron grandes esfuerzos para homogeneizar los gustos de las masas. Auparon al el deporte rey y fomentaron rivalidades entre equipos para canalizar las tensiones regionales. El panorama futbolero actual es creación directa del régimen anterior  (Recomiendo leer Franquismo y fútbol de Duncan Shaw, donde se explican la disposiciones de Fraga y otros para imponer el fútbol).

La respuesta de los intelectuales fue al principio la misma que ante los toros: indiferencia y rechazo, dejando solo para una minoría populista y neoromántica las vindicaciones. Se asumía, con toda la razón, que la dictadura utilizaba el fútbol para aborregar a un pueblo sometido.

Sin embargo en la actualidad lo que prevalece entre los creadores de opinión y escribientes es una aclamación sistemática y acrítica del espectáculo (y eso que ahora hay muchas más retransmisiones que antes). No hay ningún personaje público que quiera hablar por los millones de españoles a los que el fútbol no nos importa ni lo más mínimo -o incluso nos disgusta- y cuando sucede, como en el caso de Sánchez Dragó, se atribuye la disidencia a una excentricidad suya, cuando hace unas décadas lo excéntrico era defender el fútbol.

Pero hoy lo guay no es solo defender el fútbol, sino hacerlo desde el nivel más bajo. Cuando Pérez de Ayala escribía elogios de los toros, lo hacía con belleza y profundidad. Aunque creamos que los intelectuales no deberían legitimar la escabechina de la plaza, por lo menos le reconocemos talento. Pero lo alucinante de las columnas de Javier Marías o las procacidades de David Gistau, es que hablan de fútbol como lo haría un hooligan -y además cobran por ello.

¿Dónde radica el problema?¿Por qué no hay en nuestro tiempo un Eugenio Noel que lance campañas antifutboleras, cuando es evidente que el futbolismo es uno de los mayores problemas sociales de la actualidad, y que mientras no sea encarado -o por lo menos pensado- no habrá recuperación nacional posible?

2.1.18

Materiales para una crítica del futbolismo I


Ojalá el fútbol entonteciera al país y ojalá pensaran en el fútbol tres días antes y tres días después del partido. Así no pensarían en otras cosas más peligrosas.
Vicente Calderón

Es un tópico decir que los días en que hay partidos de fútbol importantes las calles se quedan desiertas. La verdad es que paseo por el centro mientras están retrasmitiendo la final de la Champions, y la capital rezuma viandantes que se mueven felizmente ignorantes de lo que 22 gañanes en calzoncillos hacen en las pantallas de televisión.

 ¿Es realmente tan popular el fútbol como nos dicen? Luis María Ansón asegura que el teatro tiene anualmente más espectadores presenciales que el fútbol; además las mediciones de audiencias televisivas hablan de un máximo de diez millones de televidentes en los súper partidos imprescindibles que se supone que no hay que perderse –lo que significa que más de tres cuartas partes de los ciudadanos pasan de verlos.

O sea, si no es tan importante socialmente como nos dicen ¿es al menos rentable económicamente? La verdad es que no lo es, y la Liga en su conjunto ha sido reflotada varias veces con dinero público. Los equipos deben hoy a la Agencia Tributaria millones y millones de euros que no pagan por una especie de bula que tienen, ya que vivimos en un país en que  una anciana puede ser desahuciada de su casa por no pagar cien euros, pero un club deficitario puede gastarse 500 millones en un fichaje.

Una vez que descartamos lo que supuestamente deberían de ser los sustentos de  este tipo de fenómenos, el apoyo popular y la plusvalía, nos queda preguntarnos el porqué de toda esta maquinaria mediática que no nos deja ni a luz ni sombra, que nos atosiga con el deporte rey a cada momento de nuestra existencia.

La respuesta es que el fútbol es una ideología. Configura una sociedad determinada con todos los mensajes que manda directa o indirectamente. Está orientado a controlar a los sectores menos ilustrados de la población, a los que impone un modelo de masculinidad primaria (aunque últimamente un poco ambigua si nos fijamos en las cejas de Ronaldo); y luego les sugiere que enriquecerse depende más de la suerte y la picaresca que del trabajo esforzado. Los futbolistas son así paradigmas de la máxima culminación existencial que se tolera para los desheredados: convertirse por azar en un nuevo rico políticamente inofensivo que derrocha su dinero en horteradas (véanse los pendientes de Ronaldo).

Los pobres son los verdaderos aficionados, son lo que lloran y son felices únicamente por las vicisitudes de su equipo. Y además son los únicos que realmente pagan por el fútbol, les cuesta sus ahorros. Los poderosos más bien pretenden que les afecta para sentirse parte de un supuesto pueblo, o directamente utilizan el deporte para medrar desde la indiferencia afectiva (como Florentino Pérez).

Y por supuesto que no todos los pobres son aficionados, y también los hay en las clases medias. Porque hay una variante psicológica que trasversaliza el perfil del aficionado: la profunda mediocridad existencial. El aficionado es alguien con una vida sin brillo, con una individualidad débil, que necesita sentirse parte de algo superior. De ahí que hable en primera persona del plural, “vamos a ganar”, cuando él no va hacer absolutamente nada.

El fútbol se ceba con los menos afortunados económica e intelectualmente, es otra manera que tienen los de arriba de someternos. De ahí que los que han nacido con más talento y ceros en la cuenta bancaria, cuando se ponen el plan populista a defender lo indefendible, se convierten en un ejemplo de abyección moral.