30.1.19

Nicolás Gómez Dávila, un pensador reaccionario colombiano



INTRODUCCIÓN

Vivir con lucidez una vida sencilla, callada, discreta, entre libros inteligentes, amando a unos pocos seres.
EI, 206

Nicolás Gómez Dávila se guardó bien de dejar biografía. No hay casi información sobre su vida, mucho menos de hitos relevantes sobre los que armar una interpretación de su personalidad y obra. Casi inevitablemente surgió la leyenda: era un odiador de su tiempo y sus compatriotas que optó por la reclusión,un eremita atrincherado en una de las bibliotecas personales más grandes del país, un pensador refractario a cualquier influencia de las circunstancias.
Sabemos que nació en la capital de Colombia el 18 de Mayo de 1913, en el seno de una familia rica y prestigiosa que contaba con el prócer Antonio Nariño entre sus ancestros. A los seis años se traslada con sus padres a Francia, donde estudia en un colegio benedictino, del que ni si quiera a sus amigos e hijos quiso nunca especificar el nombre. Pronto enfermó de neumonía y tuvo que guardar cama durante dos años, siguiendo sus estudios con profesores particulares. Además en algún momento de su juventud sufrió un accidente jugando al polo que lo dejó incapacitado de por vida para grandes esfuerzos físicos. A los 23 años regresa a Bogotá y se casa con Emilia Nieto Ramos. Tendrán tres hijos. En 1949 construye en el barrio de El Nogal una hermosa casa de estilo inglés, donde Gómez Dávila empieza a reunir los 30.000 volúmenes en el idioma original en su mítica biblioteca; leía en francés, alemán, inglés, griego y latín. Sin embargo jamás cursó estudios universitarios. En 1959 recorre Europa durante seis meses con su mujer. Nunca más volvió a salir de Colombia. Murió en el 17 de Mayo de 1994.
La reseña que escribe Mario Laserna Pinzón, que fue amigo suyo, para la Selección de Escolioscontradice un poco la visión al uso del pensador. Nos cuenta que poseyó un negocio textil en el centro de Bogotá que iba a supervisar una o dos veces por semana; que era consejero del Banco de la República; que era socio y asiduo visitantedel Jockey Club; y que su dedicación fue fundamental para la construcción la Universidad de Los Andes, la universidad privada más importante que existe en Colombia, y la única del país que hoy figura entre las doscientas mejores del mundo.
Además Laserna describe a un Nicolás Gómez Dávila afable y humilde, al que sus amigos llamaban Colacho, y que organizaba tertulias en su casa. El gran poeta y crítico Juan Gustavo Cobo Borda da razón también de estas reuniones dominicales, a las dice que asistían Álvaro Mutis y Ernesto Volkening.  Y Hernán Alejandro Olano García amplía la lista de contertulios con, entre otros, el ex presidente Alberto Lleras Camargo, el crítico Hernando Téllez y hasta un joven Gabriel García Márquez, que según parece dijo una vez que “si no fuera de izquierda, pensaría en todo y para todo como Gómez Dávila”.
La admiración que despertó en vida fue, empero, bastante circunscrita a los círculos intelectuales del acaudalado norte de Bogotá. No ayudó desde luego el propio desprecio de Gómez Dávila a publicitarse o publicitar sus libros.
El primero de ellos fue Notas, que se publicó en México en 1954 en una edición no comercial para regalar a sus amigos. Se trata de un cuaderno de notas, bosquejos, de casi quinientas páginas donde se adivinan ya los temas de toda la obra posterior y donde figuran algunos escolios.

29.1.19

lunes



Pareciera que el Charlie duerme en un ataúd durante el día. Le conozco desde hace años y creo que nunca le he visto bajo la luz del sol. Alguna vez que le he sugerido hacer algo a media tarde me ha mirado con gesto receloso, como si fuera una propuesta absurda o temeraria. Así que como es habitual me cita por la noche; esta vez en el In Dreams de Tribunal, que en honor a la verdad es un sitio bastante afable donde no me siento disminuido por parroquianos mucho más guapos y molones que yo. Allí todavía no excluyen a quien no acredite una acendrada modernez.
Estamos sentados en el sillón vintage, o sea viejo e incómodo, que hace guardia en la puerta de los servicios, divagando sobre lo miserable de la condición humana, cuando vemos que que Galo viene hacia nuestra posición.
Galo es una vieja gloria de la Movida, amigo de Charlie, tangencialmente amigo mío, que siempre vaga por el centro de Madrid como si una maldición bíblica le hubiera condenado a no poder salir nunca de sus límites. Pasa de los sesenta años pero viste como si tuviera quince, con pantalones anchos y chaqueta militar. Tiene el cuerpo lleno de tatuajes, que le trepan por el cuello y le llegan a la cara. El poco pelo que le queda intenta formar una cresta rubia, pero semeja una corona carcomida. Se ha horadado las orejas para ponerse unos pendientes étnicos inmensos, que parecen dos campanas colgantes.
Nos saluda con cordialidad. Esa cordialidad protocolaria de los noctívagos que no acaba de cuajar para los mundanos, y que es más bien una indiferencia de suaves maneras. Nos estrecha la mano sin mirarnos, pendiente de los laterales, como por si apareciera otro conocido que hubiera que saludar, alguien que mereciera más su tiempo que nosotros.
Esperamos a que salga del baño y cuando lo hace tiene una actitud más amable, como si quisiera rectificar su displicencia previa. Nos pregunta humildemente que si puede acompañarnos y se sienta en una silla frente a nosotros. En seguida capitaliza la conversación con temas autobiográficos. Nos cuenta que está preocupado por la salud de su querido amigo Alberto, Alberto García-Alix matiza, con el que se metía de joven unas juergas de aúpa, añade.
Aunque siento ciertos reparos hacia él, encuentro interesante escuchar sus vivencias de aquella época, por lo que le pido, así sin concretar, que nos cuente cosas, que nos explique cómo eran esos tiempos y cómo los vivió.
Sentado, Galo estira el cuello, adquiere un gesto solemne, sus ojos se orientan al vacío. Empieza a rememorar; hincha sus palabras.
Se remonta a la década de los setenta para aclarar que él estuvo en primera línea antes de que el felipismo capitalizara la autenticidad y frescura de lo que los jóvenes hacían en esta ciudad; sin embargo el mayor peso de sus narraciones lo tienen episodios ya de los años ochenta, como sus colaboraciones con Ouka Leele, un connato de pelea con Pedro Almodóvar, o las borracheras que se cogía con su amigo Antonio, Antonio Vega, en el Penta, y cómo le sugirió a éste que incluyera una referencia al local en su canción  “La chica de ayer”.
Esa historia es en la que más se centra. Nos informa de que antes, para llegar al Penta, había que salir corriendo del metro porque las calles estaban llenas de yonkis feroces que atracaban a discreción. Si los modernos y sus carteras sobrevivían al trayecto se llegaba al garito, que entonces era innovador porque era una discoteca en la que también se podía comer algo y además cerraba muy tarde, así que era el último reducto cuando la noche empezaba a desfallecer.
Nos cuenta que era habitual ver a Antonio, Antonio Vega, siempre tímido y solitario en una esquina, y que se acabaron haciendo amigos, y que aquella amistad le cambió la vida y que es quién es por las noches que pasó con Antonio, Antonio Vega, y que el Penta era mágico, que estaba lleno de gente creativa con ganas de hacer cosas, y que entonces todo era empezar de cero, y una libertad como nunca se ha vuelto a experimentar, y mucho sexo libertino y fraternidad a raudales.
Se le velan los ojos y sugiere llevarnos al Penta para revivir todo aquello, para que también nosotros conozcamos aquél Madrid real y transgresor. 
Aceptamos y salimos en peregrinación, un tanto eufóricos, canturreando aquello de luego por la noche al Penta a escuchar canciones que consiguen que te pueda a amar.
Mientras atravesamos la calle Fuencarral Galo repite consignas extasiado, que si rupturismo, tíos, que si aquello no se ha vuelto a repetir, que si el Penta era el cruce de caminos de las almas inquietas de aquél país que renacía de sus letargos…
En solo diez minutos llegamos a nuestro destino. Nos detenemos unos instantes ante la puerta, reverenciales, preparándonos ansiosos para la epifanía.
Entramos. No hay clientes; las paredes son rojas y el suelo pulcro; suena David Bisbal y solo nos encontramos con un camarero ojeroso que nos saluda al entrar. La decoración es auto referencial, con ubicua mercadotecnia ochentera, imágenes retro de tiempos de gloria, y emblemas de marcas de cervezas internacionales.
Nos desinflamos súbitamente y solo quedan nuestros cuerpos abollados.
Galo, avergonzado nos mira y con sonrisa incómoda nos musita:
-Bueno, chicos, yo ya he hablado mucho, ahora os toca a vosotros contarme algo.

22.1.19

Acerca de la felicidad y la muerte, de Eduardo Tijeras



De Eduardo Tijeras ya hemos hablado aquí. Es un autor malditísimo del que casi no hay información. Sabemos que nació en Morón de la Frontera en 1931, pero desconocemos si ya se las ha visto con la muerte, tema ubicuo en su obra, o si sigue vivo. Sus libros se encuentran solo en tiendas de segunda mano; de momento todos los que hemos leído nos han parecido de gran interés. Tiene una buena aproximación a Pío Baroja, su Bajo Guadalquivir es un estudio regional excelente, y  seguimos pensando que El estupor del suicidio es un libro definitivo en su campo.

Francisco Umbral le hace alguna referencia en sus crónicas y le describe como alguien que paseaba su tristeza por el mundillo literario. Desde luego Acerca de la felicidad y la muerte no anuncia a un autor de esos que brillen en el jolgorio de una fiesta de fin de año. El libro es de 1971 y aparentemente no ha habido reediciones. Son varios ensayos independientes sobre los que sobrevuela cierta unicidad con la idea de una “razón adversativa”, que busca sin esperanza razones para entusiasmarse por la vida. El capítulo más largo y central es en el que trata de domeñar el suicidio de Cesare Pavese, que vincula por cierto este libro con El estupor del suicidio, en el que se dedica mucho espacio a la autoinmolación de escritores. 

Acerca de la felicidad y la muerte tiene una prosa nítida; no es nada sobrecargada ni grandilocuente, como suele pasar con estos textos doloridos. Se lee con una inquietante facilidad teniendo en cuenta lo que plantea. Casi no hay palabras estridentes y todo se expone con claridad, sin tener que buscar en los recovecos lo que supuestamente quiere decir el autor. Sus citas y las lecturas en las que se apoya son los propios de la época -el existencialismo francés principalmente-, y se nota que Tijeras está enterado de lo que se piensa en el mundo en su tiempo.

Hay que decir que el motto que anima el libro es un poco trillado, con eso de que, o se cree en el progreso o en el hombre como medida de todas las cosas, pero que conciliar ambas posturas es una contradicción insalvable, ya que el progreso destrona necesariamente al hombre como centro del mundo. Por otro lado, en esas estaban por la época, y por esas siguen hoy algunos autores mucho más promocionados y mucho más flojos que Eduardo Tijeras.

Leyendo hoy Acerca de la felicidad y la muerte, que evidentemente ha envejecido y nos acercamos a él por intereses más bien históricos, Tijeras se nos aparece hoy como un antihéroe del existencialismo católico español, de esos que siempre llevaban chaqueta y corbata oscuras a pesar de su juventud y el calor, compungidos porque ya no pueden creer en el Dios de sus madres, enamorados de chicas yeyé, soñando con otra vida lejos de aquí…algo así como el protagonista de Nueve cartas a Berta, película con la que comparte zeitgeist y que se puede ver como complemento para sumergirse en las angustias de los jóvenes del franquismo en los momentos previos a la politización total de los años setenta.

16.1.19

Enemigos públicos, Houellebecq-Levy

Querido Bernard-Henri Lévy:
Todo, como se suele decir, nos separa, excepto un punto fundamental: tanto usted como yo somos individuos bastante despreciables.
Michel Houellebecq

Merodeando por la cuesta de Moyano me he encontrado con una sorpresa: Michel Houellebecq -el sismógrafo, el gran cabrón o, en definitiva, el autor vivo más interesante- publicó hace unos años un libro de correspondencias con Bernard-Henri Lévy, tal vez el mejor ejemplo de intelectual mediático, anodino y sobrevalorado que se pueda concebir.
Enemigos públicos. La cosa prometía. Lo he degustado al momento.

El duelo de titanes rezuma tan mala leche como se podía esperar y hace las veces de confesión, autobiografía y exhibición de apestosos eczemas. Son mails intercambiados entre enero y junio del 2008, por lo que coinciden con la publicación de la autobiografía de la madre de Houellebecq, muy insultante con su retoño. Nuestro héroe contesta con toda la contundencia esperada -ya sabíamos que odia a su madre, hasta en eso tiene estilo- y cuenta, no tan paradójicamente, con la solidaridad de Lévy. Ambos se saben perseguidos por una legión de odiadores profesionales que utilizan cualquier arma disponible. Y por encima de todo priman la fraternidad de los cabezas de turco voluntarios.

Houellebecq y Lévy por lo demás, dedican las trescientas páginas a marcar distancias entre sí y con el mundo, a autodenigrarse y a la vez defenderse. Recuerdan sus infancias, divagan sobre política, religión y sus libros. El primero explica por qué pasa de todo, y el segundo argumenta que todavía es necesario el compromiso y posicionarse. Se despiden, claro está, sin concilio posible.
Magnífico, hasta Lévy cae bien.

11.1.19

miércoles


Un día caminamos por la ciudad. Vemos un policía con bigotito que nos da el alto y que nos dice que como sigamos por esa calle nos lleva al cuartelillo, y nos caerán hostias hasta debajo de la lengua. Irritados y humillados, pero claramente conscientes de que hemos sido víctimas de un poder despótico, nos volvemos a casa. Luego llamamos a otros amigos que han tenido el mismo ingrato encuentro; tal vez decidamos ir todos juntos para hacer frente al policía, o sencillamente nos lameremos las heridas sintiéndonos hermanados por la injusticia.

Un segundo día caminamos por la ciudad. En la misma bocacalle una hermosa responsable municipal de movilidad nos dice que podemos pasar sin ningún problema, porque la ciudad es de todos y todos somos ciudadanos libres de esta metrópolis abierta y progresista. Lo único malo, matiza, es que si seguimos ella se decepcionaría, y sería una pena porque está convencida de que somos buena onda y no querríamos en ningún caso que ella se sintiera mal. Además, qué demonios, su turno acaba pronto y hoy tiene ganas de fiesta. Pero podemos pasar, nos insiste, es nuestra decisión. Por supuesto no lo hacemos, y cuando volvemos más tarde para irnos de marcha con ella nos dice que nos hemos equivocado al interpretar sus palabras, que tiene un novio guapo, alto y rico, y que por supuesto no va a ir a ningún sitio con nosotros.

Cabizbajos y tristes, extrañamos la honestidad del policía que nunca nos prometió nada y, a su manera, nos trató con respeto. Es un poder honesto.


Hay una tríada temática conversacional muy recurrente en las jaurías de varones ebrios y rumberos: fútbol, actividad intestinal y escarnio festivo a uno de los contertulios.
Para poder adaptarse a ese nivel presumo que habría que golpearse la cabeza hasta provocarse un daño neural.

8.1.19

resentimiento

       
Solo sabemos portarnos con decencia frente al mundo cuando sabemos que nada se nos debe.
Sin mueca dolorida de acreedor frustrado.
Nicolás Gómez Dávila

El gran teórico del resentimiento en el siglo XX se supone que es Max Scheller. A mí este señor me parece un poco un filósofo de esos que han aupado desde la academia para evitar que se encumbren por sí mismos otros más valiosos. Su teoría es un poco floja y demasiado claramente construida para frenar al marxismo. De hecho yo no me atrevería a llamar resentimiento, como hace él, a lo que experimentan las víctimas de la explotación, o desde luego no la metería en el mismo saco que el mero resentimiento existencial del que habla Nietzsche.
Un autor que tampoco ha aguantado bien el paso del tiempo es Gregorio Marañón. Sin embargo en su defensa podemos decir que su teoría del resentimiento está maravillosamente expuesta y sintetizada en apenas una docena de páginas en la introducción de Tiberio, historia de un resentimiento, una novela histórica que dejo para quien tenga afición a las mismas.
Marañón empieza explicando que el resentimiento es una pasión que se incuba largo tiempo; está lejos de ser una efusión espontánea.  No se debe tanto a la crueldad de una agresión, ya sea real o no, como al receptor de la misma. Una misma agresión puede ser perdonada de inmediato por uno o resentida eternamente por otro. Lo que determina el calado del resentimiento es la persona. El generoso perdona porque se reconcilia o porque es un pánfilo; el resentido sin embargo es medianamente inteligente pero no consigue amar lo que le rodea, se duele y siempre considera que no ha tenido la vida que merecía. No es necesariamente malo ni su resentimiento explota en una violencia catártica; el resentido de hecho puede morirse plácidamente mascando bilis sin que nadie de sus allegados supiera de sus oscuridades anímicas.
A diferencia del odio o la envidia, el resentimiento no tiene un objeto concreto en el que canalizarse. El resentido abomina de algo tan abstracto como es su destino; el éxito social de los otros, el mismo que él siente que le es negado, es uno de sus principales nutrientes. Marañón dice que la adolescencia es una etapa crítica para el germen de esta triste pasión, que surge al sentirse minusvalorado en la competencia con sus pares. La timidez, la fealdad, la ingratitud y sobre todo la frustración sexual son decisivas. Si el resentido no consigue llegar a una tregua con el mundo cuando crece, y no suele hacerlo, tiene difícil solución.
Hay muchas máscaras con las que puede encubrirse el resentido, sigue Marañón. Citaremos aquí tres ejemplos: uno es por la política, que es un imperio de resentidos. Otra es la ejemplaridad moral; los resentidos pueden ser unos grandes hipócritas y presentarse como excelsos ciudadanos, como por ejemplo hacen los puritanos, que disfrazan su incapacidad para amar de virtud. Luego está el humor insano, ése que se utiliza no para sobreponerse ante las desdichas, sino para crearlas al escarnecer a quien se sale del guion y busca su propio camino; o sea, el resentido utiliza el humor como forma de control social.            
Marañón concluye que el resentimiento es más bien incurable, porque su única medicina es la generosidad, y eso es un poco difícil cuando ya se llevan demasiados kilómetros caminando con la llaga en los tobillos.     

2.1.19

Hay todo un mantra social que insiste constantemente en la idea de que hay que recuperar el relato nacional español. Se apilan libros en la tiendas que "demuestran" que ésta es una nación muy antigua, incontables articulistas se desviven defendiendo que es mejor que permanezcamos unidos, y cada dos por tres hay alguna exposición en algún museo de la ciudad que pretende revitalizar nuestro sentimiento patriótico.    
La cuestión es que llevamos así dos siglos. Pocos países habrán tenido tantos intelectuales y artistas, y desde luego tan sobresalientes, al servicio de la creación de una identidad nacional como España. 
Ya hay docenas de relatos nacionales posibles que podrían cohesionar a país. Historias patrias, música efervescente, escritores heroicos...hay para elegir. Muchos países de Hispanoamérica o Europa de Este son mucho menos discutidos que el nuestro teniendo mucho menos bagaje nacional-cultural detrás. No hay una María Zambrano, un Sorolla o un Falla ecuatoriano o lituano, y allí nadie duda de que son una nación. 
Aquí no falta intelecto comprometido; falta voluntad y política de Estado. 

O dicho de otro modo: no es necesario escribir ya Los Episodios Nacionales porque Galdós ya cumplió. Lo que hace falta es entender por qué ningún gobierno ha considerado oportuno adaptarlos como serie de televisión. 
(y por supuesto no es por cuestión económica, han producido series más caras.)