Desde los años noventa se han venido creando miles y
miles de Organizaciones No Gubernamentales -Ongs- que presentan una
serie de caracterísiticas muy determinadas. Paradójicamente dos de estas
características, tal vez las más importantes, se reflejan en lo
equívoco del nombre, que no podría ser más desacertado.
Así,
“Organizaciones” es un término érroneo en muchos de los casos. Gran
parte de ellas no son organizaciones porque eso implicaría que requieren
una coordinación compleja de un mínimo de personas autónomas con
opiniones divergentes. Pero ¡hay muchas Ongs que son unipersonales!
Todos las hemos visto; en reuniones o conferencias se presenta un
fulano/a esgrimiendo que él/ella es una Ong; puede incluso que tenga
donantes, tal vez algún voluntario, pero la “organización” es él/ella,
no hay más personas que haya que hacer trabajar en una misma dirección o
ante las que justificarse.
Hay otras Ongs que pueden llegar a
tener media docena de voluntarios o trabajadores, o incluso muchos más,
pero tampoco son organizaciones en el sentido moderno, ya que eso
supondría que tienen cierto grado de despersonalización y
profesionalización; sería más acertado hablar de “comunidades”, donde
todos se conocen, se consideran insustituibles, se aman u odian, y las
funciones internas que cumplen son intercambiables, ya que priman los
afectos y veteranía sobre las capacidades reales. Este tipo de grupos
suelen tener un jefe que lleva décadas en el cargo, al que nadie le tose
y todos adoran. Por supuesto el crecimiento como colectivo está
gustosamente estancado; si se ampliaran los objetivos el equilibrio
interno se tambalearía, sería algo dramático, por eso nadie quiere
cambios aunque estén nadando en fango. Estas comunidades funcionan por
inercias y costumbres, su rentabilidad o utilidad social es nimia, pero
dan sentido a la vida de sus miembros y permiten que algún insustancial
se sienta importantísimo al mandar sobre sus pocos acólitos.
(Hay
un tercer grupo, claro, que sí se puede decir que ameritan llamarse
organizaciones. Las grandes Ongs, por lo general lo son; si alguien se
va, se le reemplaza, o si no cumplen las expectativas se cambia a quien
haga falta. La organización en sí, su filosofía, o incluso el logotipo,
son más importantes que cualquiera de sus miembros. Greenpeace o
Anmistía Internacional seguirían existiendo aunque se renueve totalmente
su personal, por ejemplo).
En cuanto a la segunda parte del
término, lo de “no gubernamental” parece casi una broma. De hecho las
Ongs son mayoritariamente gubernamentales, o sea financiadas por el
Estado, lo que contradice no solo el posicionamiento “crítico” que a
menudo exhiben, es que el nombre es sencillamente un oxímoron. El poder
político mediatiza todos y cada uno de los movimientos, y sobre todo
evita así que surga una verdadera sociedad civil
que ejerza de contrapeso. Porque hay que decir claramente que las Ongs
no solo no representan a una sociedad civil vertebrada, es que al estar
subvencionadas son la garantía última de que ésta no exista.
Tal
vez el origen de esta problemática venga de un error conceptual muy
extendido en España: identificar lo estatal con lo público, o sea con lo
bueno; y lo privado con todo lo demás, o sea con lo malo. De hecho, lo
estatal es lo estatal, es decir, como el nombre indica, del Estado, o
sea de los políticos y funcionarios; y lo público es lo que no es
estatal, lo que es de todos: las iniciativas ciudadanas, las empresas,
asociaciones, fundaciones, iglesias, etc; todo aquello donde no hay
necesariamente políticos metiendo las narices. Una asociación ecologista
que se funda con el dinero de una parroquia o una tienda de frutos
secos no es una iniciativa privada, es de hecho la quintaesencia de la
inciativa pública, de gente de a pie. Pero si se crea con dinero de un
ayuntamiento o un ministerio, es una asociación estatal, que no pública.
Llamemos a las cosas por su nombre; hemos caído en la trampa
lingüistica de los políticos, que además nos hacen ver todo lo que no
sea dinero estatal como sospechoso e intrínsecamente perverso.
(Por
supuesto aquí también hay excepciones. Hay Ongs que no existen gracias a
las limosnas gubernamentales y se mantienen gracias al dinero público,
es decir, el que voluntariamente le dan personas o entidades
independientes).
Ya al margen de la
etimología, otra cuestión sangrante que hemos mencionado solo a
vuelapluma es lo de que sean miles y miles las Ongs existentes ¿Para qué
tanta ONG? O dicho de otro modo: ¿Por qué no se fusionan las que ya
hay?
No es fácil encontrar datos sobre las organizaciones
registradas, porque además el caos de administraciones hace difícil en
cómputo, pero seguramente son miles. ¿Qué servicio prestan tantas?
¿Realmente hacen falta más de diez Ongs en todo el país? Solo diez
potentes, democráticas y útiles, capaces de influir o de hacer
retroceder al emporio político-económico cuando se inmiscuyen donde no
deben. Solo con lo que se ahorrarían en gastos de oficina merecería la
pena pensarlo. Serían dinámicas y sin miedo a crecer; voceros de la
sociedad civil, no como ahora, que son grupúsculos áfonos. Servirían
además para involucrar a más ciudadanía en las tomas de decisiones
colectivas. Diez únicas Ongs, plurales, trasversales y libres, serían el
15M en acto. Podrían tener líderes reconocidos por la gente,
llegar al millón de afiliados, y tal vez tener capacidad de movilizar a
cientos de personas en pocas horas. Por ahora son solo como aquél
chiste de La Vida Brian con lo del Frente Popular de Judea y los disidentes.
En
el ámbito sanitario, por ejemplo, hay cientos ¿Es imprescindible que
Médicos sin Fronteras, Medicus Mundi, Médicos del Mundo,... sean
organizaciones distintas? Los interesados en seguir así argumentarán que
tienen filosofías diferentes, que unas actúan en distintos campos que
otras, pero ¿Por qué no se unifican y mantienen departamentos diferentes
pero coordinados?¿Si se juntaran no podrían incluso permitirse tener un
campus en algún lugar, con buena tecnología, medios y hasta un hospital
propio para refugiados?¿O un programa de radio o algo así para
concienciar e informar?¿O cualquier cosa que se propusieran?
Sin
embargo todo parece indicar que en el satus quo cohabitan dos
cuestiones: Uno, el divide y vencerás, y otro, los egos mal gestionados.
Por supuesto hay interés político en que las Ongs sean muchas y
débiles, en lugar de pocas y fuertes. Además en este sector hay gente
que no es especialmente brillante pero que necesita sentirse el rey del
mambo, por ello prefieren mantenerse en ligas regionales en lugar de
jugar la Champions, porque allí no sabrían que hacer y les barrerían.
Son conscientes de que protestando con la mano mendicante se vive mejor
que tomando decisiones y siendo políticamente definitorios.
Por
otro lado, la sobreabundancia de estos grupos en los mismos ámbitos
sociales es un problema para su funcionalidad, ya que se pisan terrenos,
o no llegan a dónde deberían llegar por tener las capacidades mermadas
por hacerse la competencia. Tratándose de cuestiones a veces tan graves
como la lucha contra la exclusión, el hecho resulta moralmente
repugnante.
Un ejemplo: En Madrid hay infinidad de Ongs,
asociaciones, parroquias, y hasta a algún perturbado mental que otro,
que se dedican a mitigar el drama del sinhogarismo. Los resultados
distan mucho de ser buenos, ya que son grupúsculos de poco peso, que no
se coordinan, y dejan áreas geográficas y capas enteras de población sin
cubrir. Solo el Samur Social -o sea, la CAM, o sea, el Estado- tiene
realmente capacidad para lidiar con el problema. La ciudadanía por sí
misma no pinta nada en el tema. Si hubiera una o dos asociaciones
potentes que movieran a miles de voluntarios, y que a su vez estuvieran
vinculadas a otras en otras ciudades o países, con líneas de acción
elaboradas a medio y largo plazo, instalaciones propias, etc. esto no
sería así, y tal vez podríamos plantearnos la erradicación de
sinhogarismo en nuestro país en menos de un lustro. Pero mientras las
cosas sigan como hasta ahora no hay nada que hacer.
Cuando dentro
de la Iglesia Católica un iluminado dice que quiere crear una orden
religiosa nueva, primero tiene que demostrar que es necesaria, que no
existe ya una que cumpla con tales funciones. Ese sería un buen enfoque
para las Ongs, de las que hay tantas que rarísimo sería el campo de
actuación en el que no hubiera ya alguna. Así, si un cantamañanas va al
Registro y presenta la documentación para la constitución de la enésima
asociación para salvar las ballenas, o dar sopa a los pobres, o llevar
medicinas a la India, debería de ser advertido de que ya existen
asociaciones así, y en consecuencia jamás va a recibir ni un euro
estatal. Es más, tendrá que pagar con dinero de su bolsillo, o del que
quién tenga a bien dárselo, todos los gastos de mantenimiento e
impuestos anuales por el registro. Así que mejor se lo piensa.
Las
necesidades de nuestra sociedad, de los pueblos del mundo, la
naturaleza, los animales, y todos los ámbitos de acción de las Ongs son
un tema demasiado serio como para permitirse tanta tontería. Éstas no
solo muchas veces no ayudan, sino que torpedean que otros lo hagan, o
empeoran con su accionar la situación. Además dilapidan el dinero
público y estatal e internamente funcionan como satrapías de
egomaníacos.
Empecemos por no aceptar su
chantaje moral; criticarlas no es ser antisolidarios, es precisamente
exigirles que cumplan su muy necesaria función: ser sociedad civil. Y
para ello hace falta que cambien radicalmente, y si no lo hacen, que se
disuelvan o las disuelvan.