24.6.19

El mito del rey filósofo, de Danilo Cruz Vélez

Danilo Cruz Vélez fue uno de los filósofos colombianos más respetados del siglo XX. Afortunadamente sus Obras Completas se han reeditado en el 2015 en seis magníficos y cuidados volúmenes. Ya no es necesario escarbar en las bibliotecas para encontrar algún ajado texto suyo. Y aunque estos volúmenes se pueden leer sin intermediarios, hay además un libro independiente pero complementario de entrevistas que le hizo Rubén Sierra Mejía y que aporta información y contextualización, La época de la crisis. Aquí el filósofo echa la vista atrás cuando ya no tiene ningún trabajo nuevo pendiente, y revisa críticamente lo que escribió desde su juventud hasta el final.

Sobre su estudio El mito del rey filósofo, que corresponde al tercer tomo de las Obras Completas, dice que el hilo conductor del mismo es la confusión entre filosofía y política, y aboga por una separación entre ambas disciplinas. Incide, imaginamos, en que hay un hilo conductor porque el texto se compone de tres partes independientes y de extensión y profundidad desiguales. Como es habitual en los libros contemporáneos de filosofía, se trata claramente un conjunto de trabajos publicados previamente por separado en revistas  y ensamblados en forma de libro a posteriori. Algo que resta unicidad pero a menudo facilita la lectura, como es este caso.

La primera parte es una investigación sobre el mito del rey-filósofo en Platón. Ocupa la mayor parte del conjunto y es la más trabajada. Su interés es mayúsculo. La filosofía política platónica se analiza como una evolución, con los antecedentes históricos, las propias peripecias del filósofo en su intento por aplicar sus doctrinas, sus repliegues y sus conceptualizaciones. Por supuesto Platón fue el primero que confundió la política y la filosofía, pero las turbulencias de la Atenas de la época dejaba poco tiempo para la vida contemplativa, ideal del filósofo al que no fue fiel ya que se embarcó repetidamente en la acción. El discípulo de Sócrates cumplió con su labor de ciudadano a la hora de defender la justicia en la polis, y  también cambió la tradición más bien pasiva en que vivían los filósofos hasta entonces.

Marx protagoniza la segunda parte, que es más breve, pero el de Tréveris aparece tarde, ya que Cruz Vélez sigue con Platón e introduce a Hegel, porque por supuesto es necesario poner en antecedentes. Con Marx la filosofía se supedita ya completamente a la política, si bien él mismo se interesó mucho por la filosofía griega. Frente a Platón, para Marx los filósofos no tienen que ser los guardianes del Estado sino sus más fieros contradictores.

Y la tercera parte, de apenas unas veinte páginas, gira en torno a Heidegger, que con su hitlerismo entierra el ideal del rey filósofo, ya que aquí sería el “rey” el que toma el mando de la filosofía. Cruz Vélez fue alumno del filósofo alemán, y guarda un buen recuerdo de sus años de formación (cuenta su experiencia en La época de la crisis), pero aquí no escatima en criticas a su maestro, si bien lo hace desde un punto de vista filosófico, sin querer sentirse superior al cargarle con la culpa.

El mito del rey filósofo es en suma un libro de gran interés. Aunque el lector le niegue la mayor, que la filosofía y la política han de caminar por distintos senderos, encontrará una utilisíma y muy bien escrita introducción al tema y a las obras de estos tres titanes del pensamiento. 

12.6.19

Historia de la poesía colombiana, de Juan Gustavo Cobo Borda


Hay manuales supuestamente pedagógicos que consiguen espantar al lector. Tendrían que servir como puerta de entrada a una materia, tal vez ser un primer paso hacia a la maestría, y sin embargo son enrevesados y pedantes hasta el sadismo, como indicando que el tema es demasiado complicado, que mejor ni intentarlo y emplear el tiempo en cuestiones más sencillas, más aptas para una mente poco evolucionada.  
A mí esto me pasa con la poesía, soy incapaz de captar su brillo. He recurrido a varios manuales introductorios que solo han reafirmado mis inseguridades; parece que es un arte demasiado complejo y para el que carezco de capacidades. No entiendo la poesía, pero desde luego entiendo menos los libros escritos precisamente para explicármela.

Afortunadamente llegó a mis manos Historia de la poesía colombiana. Siglo XX de Juan Gustavo Cobo Borda. Por supuesto se limita a poetas del país sudamericano, pero es un repaso útil, entretenido y accesible a profanos. Parte de José Asunción Silva a principios de siglo pasado, y termina con autores que todavía están vivos. Intercala contextualizaciones históricas básicas, así como ejemplos y análisis de gran interés. La edición, como todas las de Villegas Editores, es de gran belleza, con su icónico lomo dorado; también, como casi todas las publicaciones de esta editorial, hubiera requerido de un corrector que puliera algunos fallos, pero no hay nada excesivamente grave.  
Cobo Borda se lamenta de que los grandes poetas colombianos no son conocidos fuera de su país, lo que es tan cierto como triste. Desde luego los poemas que reproduce causan impresión (no sabría decir si eso significa que hablamos de buena poesía).
Aquí se recomiendan una serie de nombres. Luego hay que hacer los deberes e ir a las bibliotecas y a Google a buscar los textos completos.

Los poetas de la primera mitad del siglo XX están luchando por aclimatarse a la modernidad y al modernismo, y lo consiguen, pero su sensibilidad ya no es la nuestra. Los referenciados más antiguos, como Silva, de Greiff o Barba Jacob son nombres más o menos conocidos para el colombiano medio (por ejemplo Silva sale en los billetes de 5000 pesos) y su poesía, o tiene más interés histórico que artístico, o es realmente para avezados debido a su estilo complejo.
A partir de la mitad del siglo XX (y de esta Historia) las cosas empiezan a parecerse más a nuestro tiempo. Los poetas que se tratan entonces en este libro se diversifican, y algunos se citan solo a matacaballo. Lastimosamente, el propio Juan Gustavo Cobo Borda, siendo el mismo poeta, se autoexcluye por modestia, cuando la verdad es que uno se queda con las ganas de saber más de él.
En 1955 aparece la revista Mito de Gaitán Durán, que tendrá una gran importancia a la hora de renovar el ambiente intelectual colombiano. Y en los años sesenta los nadaístas de Gonzalo Arango, esos beatniks andinos que todavía hoy resultan atractivos. Ambos acontecimientos están bien detallados.
El autor demuestra tener especial querencia, entre otros, por Mario Rivero y por Raúl Gómez Jattin. El primero escribe poesía urbana para explicar cómo es la llegada de millones de campesinos a las grandes ciudades, olvidando así los paisajes de naturaleza propios de la poesía tradicional. Todo ello en unos versos inteligibles y gratos. Un descubrimiento que agradecer a este libro.
Raúl Gómez Jattin, sin embargo es el que más hechiza. Hay una biografía apasionante sobre él, Arde Raúl de Heriberto Fiorillo, en la que se describe su locura y genialidad. Acabó marginal y pobre, adicto a todo y tirándose debajo de un autobús. En la antología  Amanecer en el valle del Sinú, encontramos unos poemas magníficos e inolvidables sobre el odio inflexible a la propia madre, el rechazo orgulloso a los valores sociales, y cierta piedad del que se autoinmola hacia los que siguen adelante con sus vidas.
Solo por haberme hecho llegar a la obra de Gómez Jattin, y demostrar que la poesía también va conmigo, mis lealtades eternas a Juan Gustavo Cobo Borda.

5.6.19

Quiero aprender, de Adela Jiménez Madrid


Hay escuelas tristes. Los niños entran muy pequeños en ellas queriendo pintar o cantar, soñando con ser astronautas o arquitectos, ametrallando a sus mayores con preguntas sobre el funcionamiento de las cosas o los porqués de la vida. Pero pronto algo cambia y en pocos años se desmotivan y pierden la chispa; ya solo quieren jugar al fútbol y salir al paso, nada les interesa; no desean aprender más. Seguramente sucedió que encontraron unos profesores sin vocación que no quisieron potenciar sus espíritus aventureros y ayudarles a encontrar su propio camino. Porque para los malos docentes es más fácil burocratizar la educación, y lidiar sólo con números y no con mentes intranquilas.

Quiero aprender (Ópera prima, 2019) parece un libro escrito contra este fenómeno. Es la tercera obra de Adela Jiménez Madrid, tras las anteriores Ciudadanos de primera y La suerte de aprender.
La autora es una Catedrática de Física y Química en institutos de secundaria que atesora nueve décadas de existencia, la mayor parte de ellas dedicada al aprendizaje y a la enseñanza. En este libro revisita todas las etapas de su propia vida. Empieza con su primera infancia antes de la Guerra Civil, el nacimiento de su fascinación por el conocimiento, sus periplos familiares por distintas ciudades y hasta una estancia en África. Más adelante vienen sus años en Barcelona como una jovencísima profesora. Le sigue su madurez como docente en Madrid, con cientos de alumnos pasando por su vida, y sin duda ella transformando las de ellos.
Y siempre, en cada página, transpira el amor por la pedagogía y la pétrea convicción de que la educación lo es todo y la humanidad tiene un horizonte de libertad gracias ella.

El libro está muy bien escrito; tiene un prosa ágil y clara. Desde luego son noventa años de gran lucidez en una mujer que se nota que lo ha leído todo.
Hay una parte en la que describe el surgimiento de su compromiso cristiano con la sociedad. Cuenta sus relaciones con grupos católicos en los años cincuenta; su crecimiento intelectual, a veces conflictivo, dentro de ellos. Leído hoy resulta de un gran interés, ya que se tiende a minusvalorar eso que podríamos llamar el existencialismo católico español, como si hubiera sido carente de relevancia, cuando la realidad es que sacó lo mejor dentro de lo posible de aquellas generaciones de jóvenes de la postguerra.
Sin abandonar la fe, pero insertándose de distinta manera en su tiempo, también hay un capítulo dedicado al Instituto de Potencial Humano de Madrid, que era la rama española de la Programación Neuro Lingüística (PNL) creada en California por Richard Bandler y John Grinder. Por lo que la cuenta la autora, su implicación en este proyecto tuvo una gran importancia en su trayectoria, pero este episodio lo trata muy por encima y  lastimosamente nos quedamos sin saber más de esta corriente que por lo que parece actualmente está un poco decaída.

Otro de los pilares que vertebran el libro es el tema de lo que ella llama generación silenciosa”. Son los españoles que hoy tienen más de setenta años, los que ya han visto a muchos de los suyos irse y ellos mismos se están marchando -“nos estamos marchando”, anuncia Adela Jiménez Madrid-, perdiéndose así todo el bagaje de experiencias de una generación de hombres y mujeres a los que les cambiaron el mundo varias veces y varias veces se adaptaron sin grandilocuencias ni reclamos.
Además esta generación configura una categoría sociológica nueva originada por las innovaciones médicas. Son personas de edad avanzada que tienen la cabeza en perfecto funcionamiento; cuerpos de ochenta con intelectos de treinta. La autora nos dice que la sociedad no está preparada para incorporarlos, pero tendrá que aprender a hacerlo. Hay una nueva clase de jubilados a los que les queda todavía  demasiado entusiasmo y conocimiento como para aparcarlos en un geriátrico de Torremolinos.

Quiero aprender es en suma un libro fructífero que cierra una biografía pero abre nuevos caminos de reflexión. 

3.6.19

La ética del pensamiento, de Michel Foucault


Leer hoy a Michel Foucault (1926-1984) presenta ciertas particularidades. Su influencia ha sido tal que cualquier acercamiento a sus libros nos despierta el efecto de una canción de la que ya nos sabemos la melodía. Sin embargo, si prestamos atención, descubrimos que conocíamos la melodía, pero no habíamos prestado atención a las letras. Un pensador tan importante y citado como él presenta un alto grado de fetichización; sus conceptos tienen amplia difusión (y devoción) y se acaban adulterando. Es raro, por ejemplo, encontrar un texto de filosofía política contemporáneo donde no se hable de “biopoder” o “muerte del hombre”, pero eso no quiere decir que los términos acuñados por Foucault se utilicen como fueron concebidos originalmente. En algunos casos, como en el de los filósofos Agamben o Negri, se emplean para superarlos en en el mejor sentido hegeliano. Otras veces se desvirtúan un poco para servirse de ellos epistemológicamente, como en la teoría postcolonial. Las más de las veces se simplifican por militantes ajenos a la academia para ser ondeados como banderas en la revuelta (lo que seguramente hubiera agradado al filósofo, por cierto).
Gracias a la biografía de Didier Eribon, que sigue siendo la mejor de las existentes, sabemos que su vida no fue fácil. Sus perserverancias intelectuales no son aleatorias, no provienen solo de la curiosidad. Si es el gran filósofo de los poderes, de la locura y las formas de dominio social, lo es porque sufrió todo ello en su carne. Su propio cuerpo fue escenario de batallas. Y como era lógico, una obra teórica armada para resistir desde las identidades subalternizadas se convirtió en una referencia. Hoy cualquier movimiento emancipatorio, desde gays a feminismo, presos a psiquiatrizados, inmigrantes a refugiados, puede describir su lucha en palabras foucaultianas.
Porque además este filósofo presenta una gran ventaja sobre otros de sus pares más crípticos: se le entiende bien. No utiliza más jerigonza de la necesaria, es claro en sus postulados; tal vez porque él sí tiene algo sustancioso que decir.
Durante mucho tiempo se acusó a Foucault de ser un teórico del dominio incapaz de ver una salida para la humanidad. Marshall Berman decía de él que presentaba “rasgos sádicos” y que sus ideas eran “barrotes de hierro” en los que enjaulaba al hombre diciendo que no había liberación posible. Edward Said acabó alejándose de él porque le consideraba eurocéntrico. Y su supuesta inclinación final hacia el liberalismo de Hayek también es tema de polémica entre sus seguidores. 

Sin embargo la publicación reciente de algunas de sus últimas lecciones deja claro que sí empezaba a pensar cómo sería de la sociedad occidental sin control y la liberación de los pueblos del Sur.
Sobre esta última época en la que las preocupaciones éticas prevalecen frente a otras hay un libro bastante logrado de Jorge Álvarez Yágüez, El último Foucault. Voluntad de verdad y subjetividad en Biblioteca Nueva. Y en esta misma editorial se ha publicado en el 2015 La ética del pensamiento, una compilación de conferencias, artículos y entrevistas hechas a Foucault a finales de los años setenta y principios de los ochenta, y que también corre a cargo de Álvarez Yágüez.
Este doctor en Filosofía por la Universidad Complutense prologa el libro con un largo texto de más de setenta páginas que se centra en la época final y en la “vuelta” a Kant. Para quien desconozca las fases previas del pensamiento de Foucault este prólogo no le dirá mucho, ya que da por hecho su conocimiento. Por otro lado, si bien es interesante, tampoco ayuda excesivamente a contextualizar los capítulos que componen en libro, porque aunque aparecen referenciados, el verdadero soporte del prólogo son los libros principales de Foucault.
La ética del pensamiento se compone, como hemos dicho, de entrevistas, conferencias y algún artículo suelto. A diferencia de las grandes obras del filósofo aquí nada nos conmociona. El lector curtido en Vigilar y Castigar o la Historia de la sexualidad verá que estos otros son textos claramente secundarios. Y quien entre en el cosmos foucaultiano por primera vez a través de este libro, no verá la riqueza y el desafío que supone este autor. Sencillamente se trata de un libro para especialistas en Foucault.
El capítulo con más enjundia es tal vez el 16, “El sujeto y el poder”, que por otro lado ya era conocido. Como bien dice Álvarez Yágüez en una nota a pie de página, el tema de estudio es el poder pastoral, que es un concepto fundamental que sin embargo no suele ser muy tratado en las exégesis. Esta forma de poder es especialmente desasosegante, porque es sin duda la forma de poder que padecemos en la actualidad. Se trata de la incorporación al Estado del paternalismo y guiamiento espiritual que habían estado ejerciendo las iglesias durante siglos. El Estado ya no solo nos reprime, es que además nos cuida y tenemos que estar agradecidos. Se encarga de nuestra sanidad, nuestra educación y bienestar moral, sabe lo que nos conviene. Esto supone que tiene capacidad imponernos una subjetividad, convertirnos en “sujetos”, en el sentido de inmovilizados en un discurso ajeno. Nuestra lucha tiene que ser convertirnos en “sujetos”, en el otro sentido, en el de autónomos y dueños de nuestra subjetividad. Luchando descubrimos quiénes somos.
Por supuesto, además de este capítulo, hay alguna otra parte sugestiva en el libro, como los apuntes autobiográficos, su negativa a aceptar la homosexualidad como forma principal de identidad, o que comente que trabajó para el primer gobierno de Mitterand, pero poco más. Todo lo que dice Foucault aquí lo ha dicho más y mejor en otros libros.
Hay que felicitarse empero por la publicación de La ética del pensamiento. Indica que en nuestro idioma se está publicando practicamente toda la obra del filósofo francés, lo que da muestra del buen funcionamiento de las editoriales españolas, argentinas y mexicanas que se están encargando de ella. Frente a los agoreros, lo cierto es que casi todo nos acaba llegando, incluso lo secundario.