1.11.16

Pierre Drieu La Rochelle. Vivir para inmolarse

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Él sólo era capaz de una acción hermosa: destruirse.
Esa destrucción sería su homenaje a la vida, el único del que sería capaz.

En Pierre Drieu La Rochelle (París 1893-1945) la herida supura. Es el maldito entre los malditos, al atormentado, el colaboracionista, el chivo expiatorio. Dedicó toda su obra a hablar de decadencia y suicido. Al final consiguió ser coherente: tras la Liberación, rechazó huir, justificó su adhesión a Vichy y le ahorró balas a los gaullistas con una sobredosis de barbitúricos. Dejó libros que hoy sólo se encuentran en bibliotecas y librerías de viejo, todo está descatalogado. Para leerle hay que escarbar aquí y allá.

Sin embargo leer sobre él sí es accesible. Además de en Internet, hay varias biografías publicadas. La más reciente y divulgada es la de Enrique López Viejo, Pierre Drieu La Rochelle, El aciago seductor (Ed. Melusina), muy recomendable como introducción al autor y a la época. Además no quiere justificar retroactivamente a Drieu. Lo presenta tal cual era, un dandi, fascista y misántropo que utilizaba a las mujeres para ascender socialmente, un tipo a veces delirante, frustrado y rencoroso que toda su vida quiso morir. Imposible que nos resulte indiferente.

Como escritor nunca fue valorado como merece. Sin duda sus afinidades juegan en contra. O tal vez no es un literato propiamente dicho, no hay grandes novelas en su haber, ni grandes personajes. Sus libros –los que conozco al menos- son autobiografías en las que enumera y exhibe sus apestosos eccemas.

Leí hace años el magnífico Gilles, que cuenta la historia de un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial que busca su sitio en la Francia de los veinte. Tras pobrar con el matrimonio, la socialdemocracia, el arte y demás vicios pequeño burgueses, decide que lo suyo es el fascismo y la autodestrucción. Termina marchando a España en plena guerra civil para unirse al alzamiento y poder morir en combate.

También recuerdo El fuego fatuo, de la que Louis Malle hizo una adaptación, digna pero demasiado libre, y que escrita en 1931 presenta con una modernidad pasmosa la adicción a la heroína. El protagonista, Alain (esta vez no es un trasunto del autor, sino de un amigo), deambula por las calles de París, mangoneando y a la caza del pico. Sólo por el pasaje final, narrado con frialdad, en la que Alain se pega un tiro en el corazón, Drieu ya merecería ser reivindicado.

Y hace poco conseguí Relato secreto y Exordio, publicados juntos y póstumamente. López Viejo lo considera de lo mejorcito, yo no diría tanto. El primero es el diario último –termina dos días antes de que se suicidara- y el segundo una especie de alegato ante un posible tribunal de la Resistencia. No se arrepiente. Reclamo la muerte es su última frase.

En fin. Eso es todo.