26.2.20

El arte de la novela, de Milan Kundera


Milan Kundera es un celebérrimo autor checo cuyos libros suelen ser excelentes y además gozan de buena acogida entre los lectores. En sus novelas, repletas de digresiones filosóficas, demuestra que es un tipo con kilómetros de rodaje vital y que atesora innúmeras lecturas. Pero también tiene libros de no ficción que son complementos y enriquecimientos de sus ficciones.
El arte de la novela, por ejemplo, es un ensayo que tiene siete capítulos autónomos de distintos géneros, pero que en conjunto se puede leer como una única propuesta estética.
El primer capítulo se llama “La desprestigiada herencia de Cervantes” y es nada menos que un manifiesto literario. Kundera reivindica la novela como el género por excelencia de la modernidad, además de ser la manera que tiene el hombre moderno de llegar a hacerse preguntas y encontrar respuestas con una profundidad que la propia filosofía no puede. Para Kundera, la novela y la modernidad caminan en paralelo y juntas llegan a las “paradojas terminales”, que un gran filósofo como Husserl no consiguió vadear, nos dice, pero que los novelistas como Kafka o Musil sí han sabido cartografiar: ¿somos libres en un mundo que mañana puede quedar arrasado por la guerra? ¿sin valores universales no se abre las puertas en Europa a la sinrazón?¿hay privacidad y derecho en una sociedad controlada por la burocracia estatal?...
El segundo capítulo es una entrevista, de las raras que ha concedido a lo largo de su carrera Milan Kundera, y resulta esclarecedor, ya que no suele hablar con tal transparencia de sí mismo. Volverá a haber una entrevista en el capítulo cuarto, esta vez centrada en la influencia de la composición musical en sus novelas.
Y el tercer capítulo es una valiosísima introducción a la trilogía de Los sonámbulos de Herman Broch; lectura de esas apabullantes y ante las que tendemos a rendirnos, pero que de aquí salimos animados a afrontar. Está claro que Broch es uno de los maestros de Kundera. Fue él uno de los primeros que desarrolló la idea de kitsch, tan importante posteriormente para el autor checo, y el que le hizo ver que las grandes desgracias políticas del siglo XX vienen porque el ser humano es un animal simbólico, no racional, y por ello se deja arrastrar por los símbolos, cuya creación maneja con especial destreza el comunismo. Cuando esta ideología señala algo como el “mal absoluto”, el “géiser de símbolos” por excelencia, como la guerra de Vietnam, se moviliza a multitudes; sin embargo la invasión soviética de Afganistán, igual de terrible, quedó “simbólicamente muda”, en la periferia, y nadie movió un dedo contra ella, porque sus adversarios liberales no dominaban el arte de la creación de símbolos.      
El quinto capítulo es una explicación de la importancia de Kafka para entender nuestro tiempo. Se centra mucho en las “técnicas de culpabilización” descritas en La condena, donde un acusado es condenado sin razón y tiene que darle al acusador los motivos para hacerlo. Una culpa en busca del delito. Como ante los comisarios políticos, tenemos que colaborar con el poder que quiere condenarnos haciéndonos nosotros mismos culpables de alguna manera. En la URSS, nos dice Kundera, las llamadas “autocríticas” era posicionarse al lado de los acusadores.
El capítulo siguiente es un diccionario de términos kunderianos que han aparecido dispersos en sus otros libros, implícita o explícitamente. “Infantocracia”, “homo sentimentalis”, “levedad”, … así hasta sesenta y cinco que darían para un estudio pormenorizado de muchos de ellos. Se trata de una fuente de ideas y argumentos impagable para combatir a los nuevos populismos de todo signo derivados de antiguos totalitarismos. Lástima que vivamos tiempos de rendición porque Kundera en general, y estas páginas en particular, son todo un alegato por la libertad.
El último capítulo es un discurso en Jerusalén en el que hace una breve recapitulación de sus obsesiones y trayectorias.
El arte de la novela es un libro fructífero y luminoso. Lástima que no desarrolle todo mucho más (no llega a las doscientas páginas). Desde luego leído desde el punto de vista de la filosofía, hay que reconocer que las buenas novelas llegan a unos lugares donde la filosofía, esclava de sus propios vicios y limitaciones, no llega. Esto, lejos de ser algo malo, simplemente nos lleva a preguntarnos qué interés hay en seguir por caminos sin salida y negarse a reconducir las investigaciones filosóficas.
En cuanto a la cuestión de lo político, Kundera, un exiliado del comunismo, se niega a ponerse etiquetas y aun a considerarse susceptible de lecturas ideológicas, lo que le hace especialmente político, claro, porque es disidente de un mundo cultural europeo donde casi todos los escritores parecen haberse sumado a la Gran Marcha hacia adelante de la izquierda que tan bien describió en La insoportable levedad del ser.

25.2.20

domingo


Acudo en Lavapiés a una performance trasgresora subvencionada por el Ayuntamiento. Uno de los actores sale vestido de monje y orina sobre una Biblia. Luego nos exhorta a abandonar las religiones alienantes y sobre todo a la puta Iglesia, y que no hay Dios, que el amor es la única fuerza que mueve el universo, y que por ello nos amemos como hermanos, nos abracemos como amigos, follemos como amantes. 
Da la sensación de que cree que lo que dice es algo epatante y que nos está abriendo los ojos.
Salgo de allí más refractario que nunca hacia el anticlericalismo de parvulario. El Vaticano tiene sin duda un departamento de marketing mejorable, pero es un buen rompeolas frente a charlatanes progres y vendehúmos new age.
Me sumo con orgullo a la ya extensa y honorable lista de católicos sentimentales.


García-Viñó era un escritor y crítico literario iracundo y genial. Sostenía que para que mereciera la pena leer a un novelista éste tenía que ser también un ensayista de nivel, que tuviera libros de no ficción igual de buenos que de ficción. Así demostraba que estábamos ante alguien que no solo sabía contar historias, sino que además tenía buenas capacidades intelectuales. Albert Camus era su referente.
Por supuesto vivimos tiempos más relajados en las exigencias de méritos. Y mucha gente se opondrá a García-Viñó defendiendo que un novelista tiene que escribir novelas entretenidas y no ir por la vida de atlante de la sabiduría. Pero servidor se ha quedado un poco con la copla, y se siente más tranquilo, por decirlo de alguna manera, cuando el novelista en cuestión, cuyo libro va a costarle dinero y tiempo, tiene en su haber buenos textos ensayísticos, del tema que sean.
Está muy bien eso de leer una novela “de un tirón”, pero está aun mejor si viene con buen alimento intelectual.

21.2.20

sábado


Charlie me llama. Lucy, su última novia psicópata, le ha pedido que hagan por fin su juramento luciferino. Deben cortarse el uno al otro en la palma de la mano, y luego tienen que juntarlas y que su sangre mezclada caiga sobre el busto de Aleister Crowley. Lucy le ha dicho que es muy importante para ella, que nunca ha llegado tan lejos con un chico como para pasar por este ritual, y que en su mundo es como casarse.
Le he dado la enhorabuena, y hasta me emocionado cuando me ha pedido que sea su arcángel negro de honor (no, yo no tengo que tajarme nada).





El metro de mi barrio lleva un mes cerrado y sigo olvidándome cada día y saliendo de casa calculando las distancias como si todo fuera normal. O sea que llevo un mes llegando tarde a todos los sitios. Me siento como una rata pauloviana especialmente lerda.

13.2.20

jueves


Hoy es dieciséis de Agosto y Nicasio, Charlie y yo celebramos un año más el natalicio de Bukowski.
Nos hemos puesto bermudas y unas camisas retro setenteras. Intentamos fumar aunque resultamos patéticos por las toses. Recitamos versos de su poesía y tratamos de reconstruir diálogos de sus novelas. Solo hemos desayunado cerveza y al medio día ya vamos medio bolingas.  Maldecimos, gesticulamos y caminamos como haría él. Nos sentimos inmersos en su literatura.
El plan es ir a la hípica a perder dinero en las apuestas.
A Eva, la hermana pequeña de Nicasio, le divierte vernos hacer el ridículo y nos acompaña.
Nicasio sabe que siempre nos hemos querido acostar con su hermana. De ahí ese gesto biliar, esa mueca de insulto contenido que exhibe de vez en cuando. En su defensa hay que decir que ni Charlie ni yo somos precisamente buenos partidos.
Eva conduce y llegamos al hipódromo de La Zarzuela. Ninguno habíamos estado antes y comprobamos que no se parece al hipódromo de Los Ángeles, que no conocemos pero que sabemos que es sublime por los libros de Bukowski.
El de aquí sin embargo es un poco ricachón de variante hortera, una especie de club social para quienes no se pueden permitir un verdadero club social. No vemos a los perdedores orgullosos, a los borrachines geniales o a las musas afligidas que tendrían que poblar el recinto. Hay más bien españoles medios; gente aseada y alegre.
Pero nos han dejado entrar a pesar nuestras pintas y eso ya es bastante.
Apostamos al azar por un caballo llamado Púlsar, y desde las gradas vemos que llega el último.
Nicasio es el único que quiere seguir apostando y aprovechamos que se va para bukowskear con su hermana.
-Querría derramar ginebra sobre tu cuerpo para lamerlo - le dice Charlie.
-Pero quedaría toda pegajosa -responde ella con mueca de desagrado.
-Solo soy feliz cuando escucho a Brahms -declamo yo probando algo más lírico.
-No me gusta el glam-rock -me replica con sorna.
Es evidente que Eva es demasiado sobria y equilibrada como para ser una de las mujeres locas que amamos en la obra de Bukowski, pero nos traído en su coche y de alguna manera parece querernos.
Cuando Nicasio vuelve vemos que se tambalea un poco. Quizá es el que más se ha impregnado del espíritu etílico del día. Anuncia que ha apostado por un caballo llamado ¡Linda Lee!
-¡Linda Lee! -repetimos Charlie y yo al unísono.
-¡Linda Lee! Como la última novia de Bukoswki -matizo yo luego para que Eva, que mira escéptica, sepa de qué hablamos.
Empieza la carrera y desde el principio queda claro que Linda Lee es una campeona. Solo a media vuelta pierde por unos segundos el primer puesto, pero en seguida se recupera y saca varios metros de distancia al grupo. Su victoria es arrolladora.
Gritamos, nos abrazos, celebramos. Somos los únicos en las gradas que parecen así de contentos. Cuando vamos a cobrar lo que esperábamos iba a ser una modesta suma, resulta que son dos mil euros. Nadie creía en Linda Lee y eso incrementa el premio. Perplejos, aceptamos una parte en un cheque y otra en vales para dentro de la Hípica.
Nos compramos una ropa más en sintonía con el lugar en la tienda oficial. También aprovechamos para sacarnos el abono de temporada.
Vamos a uno de los restaurantes lujosísimos que hay; nos dan una buena mesa y el camarero parece ser auténticamente amable con nosotros. Pedimos platos que no sabemos muy bien que son y disfrutamos de un magnífico almuerzo tardío. Con tanta comida se nos baja ya lo que quedaba de alcohol en nuestras venas.
Paseando al atardecer vemos que están haciendo fotografías a grupos de socios. Un señor con aspecto de directivo se fija en nosotros; sonríe y nos invita a formar parte del álbum anual. Nos unimos encantados. Cuando acaba la sesión el mismo directivo hace las veces de buen anfitrión y nos presenta a los otros socios. Hay buena química y nos meten en el grupo de wasapp. Uno de los tipos resulta ser diseñador gráfico y se compromete a ayudar a Eva a encontrar trabajo. Una señora dice ser de una fundación y le ha interesado el proyecto de Nicasio, así que valora financiarlo. Charlie desaparece a los cinco minutos con dos modelos de una marca de relojes. Y Amelia una de las socias, joven y guapa, se despide de mí diciendo que no dude en escribirle por privado si quiero acompañarla el domingo que viene en la grada vip; le juro que me interesa su oferta.
Al anochecer, Eva nos lleva a cada a uno a nuestra casa. En el coche creo que Nicasio, Charlie y yo pensamos lo mismo, que no ha sido finalmente un día muy bukowskiano, pero que nada que alegar.

6.2.20


Sartre habla de la escasez material como base de las sociedades y motor de la Historia.
Al haber poco de lo necesario para sobrevivir y ser muchos los necesitados, las relaciones se acaban basando en la lucha por la posesión de los bienes.
Ahora sabemos que Sartre no se ajusta al mundo de hoy porque la economía postfordista y la revolución agrícola de los setenta han hecho que sí haya alimento, ropa, techo y demás para todos los habitantes del orbe.
El problema no está en la producción sino en la distribución, o lo que es lo mismo, el acaparamiento de lo producido.
O sea, hemos pasado de una fatalidad existencial, la escasez, a un problema técnico solucionable, la distribución.
Pero en lugar de cambiar el paradigma, todo el pensamiento que sucedió a Sartre en Francia, y que aquí repite el intelectual colonizado, es postestructual, antihumanista, foucaltiano. Todo es una guerra de poder de todos contra todos. No hay salida.
Habría que entender por qué cuando ya existen las posibilidades técnicas para una liberación humana, los pensadores han decidido certificar que ésta es imposible.

5.2.20

Una ficción distópica


flickr

La noche rezuma bullicio. Estoy esperando en un concep-coffe de moda, uno que antaño fue una reprografía a la que la digitalización convirtió en exotismo arqueológico. Las fotocopiadoras hacen ahora las veces de mesas incómodas pero pintonas y tenemos que sentarnos de lado en minúsculos taburetes. He pedido la especialidad del lugar, un té birmano que me produce acidez, y se ha enfriado porque no quiero acabármelo antes de que llegue Rita y lo vea.
En una mesa de al lado un grupo de chicas y chicos glutean a pesar del aviso en la entrada en contra de hacerlo, pero ya nadie en Madrid se toma estas prohibiciones retrógradas en serio. Una señora de aspecto magrebí que está barriendo el suelo ladea la cabeza impostando al verlos una cierta desaprobación, pero se nota que ya está acostumbrada y que en el fondo le da igual.
Esta escena anticipa la charla que voy a tener que encarar por enésima vez con Rita, y siento una leve punzada en el estómago aderezada con agrura de teína oriental.
Miro a la wallscreen de mi izquierda para intentar distraerme. No hay sonido, pero las infografías anuncian que es un programa de vídeos musicales vintage. Es un especial sobre el trap, cuentan, el género que anticipó el mundo actual. En las imágenes se ven planos de un tipo con un cono de helado tatuado en la cara, que se intercalan con los de una modelo con kimono que bebe champagne de un cuenco como si fuera una gata.
A mi derecha, la otra wallscreen emite un especial, el enésimo de la semana, sobre el blanqueamiento. Que si para mí era una cuestión de principios, grita una concursante de Operación Triunfo mientras muestra el retrato del Ché Guevara que se ha laseado, que si ser presidente del gobierno no implica que viva al margen de la sociedad, asegura Pablo Iglesias mientras nos glutea el escudo constitucional.
Empiezo a sentirme desubicado, pero fin aparece Rita, que me saluda entusiasmada y se sienta. La veo bellísima, pero intento no fijarme en eso porque le he prometido no cosificarla más. Intercambiamos alguna banalidad; y aunque no dice nada, me doy cuenta de que está orgullosa de que haya pedido por fin algo moderno para beber, y no alguna excentricidad de las mías como agua o un batido de chocolate. Su mirada brilla y hace un mohín inocente con la boca que yo sexualizo mezquinamente. Temo que mi machismo interiorizado delate mi deseo y que Rita me someta de nuevo a un boner shaming público, así que soy yo el que saco el dichoso tema de mi blanqueamiento para distraer mis pensamientos rijosos y opresores.
-He pensado que tienes razón, cariño, voy a blanquearme -le digo sin atreverme a mirarla.
-¡Por fin te unes a los albos! -exclama con alegría.
Se levanta y me da un abrazo. Yo me quedo rígido porque sé que es como quiere que reaccione ante sus muestras de compañerismo intersexual. Pero luego, en lugar de volver a sentarse, se queda unos segundos mirándome de pie con una dulzura desafiante en los ojos. Tras unos segundos se lleva las manos al botón de los pantalones y se lo desabrocha.
-¿Sabes qué?- me dice con una tierna sonrisa- quiero glutearte mi último diseño.
Entonces se gira, inclina su espalda hacia delante, agacha la cabeza, se baja los pantalones, y con las dos manos separa al máximo sus glúteos, dejándome ver un puño morado sobre lo que años atrás fue sencillamente un ano. 
-¿Qué te parece? -me pregunta volteando la cabeza desde la altura de sus tobillos.
-Formidable, formidable -le digo convencido de mi sinceridad.
Satisfecha, Rita se sube los pantalones y regresa a su taburete. Sin esperar mis respuestas empieza a perorar:
-Está bien que empieces por blanquearte, luego ya decidiremos qué te laseas, qué diseño hablaría mejor de ti. Cada vez es más barato relasearte, no te preocupes. A ti te pegaría un libro bien grande y aburrido, pero si luego no nos convence pues vuelves al blanco. Aunque la verdad, creo que tu personalidad va con quedarse sin nada, invisibilizado. Lo importante es que dejes de ser retro, con esa cosa horrible ahí. Pero pasar ser albo es un buen comienzo ¡Por fin voy a poder llevarte a mis eventos sociales!
Confirmo repetidamente con la cabeza que estoy de acuerdo con todo lo que dice.