Milan Kundera es un
celebérrimo autor checo cuyos libros suelen ser excelentes y además gozan de
buena acogida entre los lectores. En sus novelas, repletas de digresiones
filosóficas, demuestra que es un tipo con kilómetros de rodaje vital y que atesora
innúmeras lecturas. Pero también tiene libros de no ficción que son
complementos y enriquecimientos de sus ficciones.
El arte de la
novela, por ejemplo, es un ensayo que tiene siete capítulos autónomos de
distintos géneros, pero que en conjunto se puede leer como una única propuesta
estética.
El primer capítulo
se llama “La desprestigiada herencia de Cervantes” y es nada menos que un manifiesto
literario. Kundera reivindica la novela como el género por excelencia de la
modernidad, además de ser la manera que tiene el hombre moderno de llegar a
hacerse preguntas y encontrar respuestas con una profundidad que la propia
filosofía no puede. Para Kundera, la novela y la modernidad caminan en paralelo
y juntas llegan a las “paradojas terminales”, que un gran filósofo como Husserl
no consiguió vadear, nos dice, pero que los novelistas como Kafka o Musil sí
han sabido cartografiar: ¿somos libres en un mundo que mañana puede quedar
arrasado por la guerra? ¿sin valores universales no se abre las puertas en Europa
a la sinrazón?¿hay privacidad y derecho en una sociedad controlada por la
burocracia estatal?...
El segundo capítulo
es una entrevista, de las raras que ha concedido a lo largo de su carrera Milan
Kundera, y resulta esclarecedor, ya que no suele hablar con tal transparencia
de sí mismo. Volverá a haber una entrevista en el capítulo cuarto, esta vez
centrada en la influencia de la composición musical en sus novelas.
Y el tercer
capítulo es una valiosísima introducción a la trilogía de Los sonámbulos
de Herman Broch; lectura de esas apabullantes y ante las que tendemos a
rendirnos, pero que de aquí salimos animados a afrontar. Está claro que Broch es
uno de los maestros de Kundera. Fue él uno de los primeros que desarrolló la
idea de kitsch, tan importante posteriormente para el autor checo, y el
que le hizo ver que las grandes desgracias políticas del siglo XX vienen porque
el ser humano es un animal simbólico, no racional, y por ello se deja arrastrar
por los símbolos, cuya creación maneja con especial destreza el comunismo.
Cuando esta ideología señala algo como el “mal absoluto”, el “géiser de
símbolos” por excelencia, como la guerra de Vietnam, se moviliza a multitudes; sin embargo la invasión soviética de Afganistán, igual de terrible, quedó “simbólicamente
muda”, en la periferia, y nadie movió un dedo contra ella, porque sus
adversarios liberales no dominaban el arte de la creación de símbolos.
El quinto capítulo
es una explicación de la importancia de Kafka para entender nuestro tiempo. Se
centra mucho en las “técnicas de culpabilización” descritas en La condena,
donde un acusado es condenado sin razón y tiene que darle al acusador los
motivos para hacerlo. Una culpa en busca del delito. Como ante los comisarios
políticos, tenemos que colaborar con el poder que quiere condenarnos
haciéndonos nosotros mismos culpables de alguna manera. En la URSS, nos dice
Kundera, las llamadas “autocríticas” era posicionarse al lado de los
acusadores.
El capítulo
siguiente es un diccionario de términos kunderianos que han aparecido dispersos
en sus otros libros, implícita o explícitamente. “Infantocracia”, “homo
sentimentalis”, “levedad”, … así hasta sesenta y cinco que darían para un
estudio pormenorizado de muchos de ellos. Se trata de una fuente de ideas y
argumentos impagable para combatir a los nuevos populismos de todo signo
derivados de antiguos totalitarismos. Lástima que vivamos tiempos de rendición
porque Kundera en general, y estas páginas en particular, son todo un alegato
por la libertad.
El último capítulo
es un discurso en Jerusalén en el que hace una breve recapitulación de sus
obsesiones y trayectorias.
El arte de la
novela es un libro fructífero y luminoso. Lástima que no desarrolle todo mucho
más (no llega a las doscientas páginas). Desde luego leído desde el punto de
vista de la filosofía, hay que reconocer que las buenas novelas llegan a unos
lugares donde la filosofía, esclava de sus propios vicios y limitaciones, no
llega. Esto, lejos de ser algo malo, simplemente nos lleva a preguntarnos qué
interés hay en seguir por caminos sin salida y negarse a reconducir las
investigaciones filosóficas.
En cuanto a la
cuestión de lo político, Kundera, un exiliado del comunismo, se niega a ponerse etiquetas y
aun a considerarse susceptible de lecturas ideológicas, lo que le hace
especialmente político, claro, porque es disidente de un mundo cultural europeo donde
casi todos los escritores parecen haberse sumado a la Gran Marcha hacia
adelante de la izquierda que tan bien describió en La insoportable levedad del ser.