wikipedia |
Cioran
dice en Historia y utopía que tanto la
edad de oro propuesta por Hesíodo como el Edén bíblico definen “un mundo
estático en el que la identidad no deja de contemplarse a sí misma, donde reina
el eterno presente, tiempo común a todas las visiones paradisíacas, tiempo
forjado por oposición a la idea misma del tiempo”. Pareciera
que estuviera hablando de cierto anhelo del neomarxismo contemporáneo: una
identidad mirándose el ombligo, relatándose sempiternamente sus desdichas; un
horizonte de amor en el que no hay conflicto porque ya solo hay un gran todo de
diversidad homogénea; un cosmos sin tiempo, ya que el tiempo siempre juega en
contra del adanismo.
Sin embargo esto que pisamos es lo que hay, lo real. Modernidad y capitalismo cabalgan juntos. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La destrucción creativa avanza y nuestras certezas de hoy mañana serán pavesas.
Estamos
en los albores de una era posthumana y la mayoría de los filósofos se encogen en
posición fetal, sollozando que no quieren jugar a un juego que no entienden y
del que además no van a ser protagonistas.
Hay algunos sin embargo que se salen del guion; por lo menos afrontan que no
hay alternativa a la civilización tecnocapitalista y aceptan pensar desde este
marco epistemológico. Son los llamados aceleracionistas, bien cartografiados en
Aceleracionismo, la antología de Caja
Negra que apareció en el 2017.
Unos
quieren acelerar la desintegración del capitalismo, otros se maravillan con el
mundo proteico en el que habitamos. De entre los últimos destaca Nick Land, que
es el primero y más pujante de esta corriente y contra el que piensan todos
los demás. En Aceleracionismo
encontramos dos textos suyos. “Colapso” y “Crítica del Miserabilismo
Trascendental”.
El
primero es de 1994 y emula una descarga de bits, un mensaje encriptado. No es
fácil de leer, pero merece la pena el esfuerzo. En el primer párrafo anuncia que
estamos en una singularidad tecnocapitalista que se autosofistica derruyendo el
orden social. “En tanto los mercados aprenden a manufacturar inteligencia, la
política se moderniza, incrementa la paranoia e intenta tomar el control”. El
Estado ha tomado nota y lucha por imponerse frente a la desregulación
económica, pero tiene las de perder, ya que su lógica está obsoleta. El colapso
del que habla es propio del imaginario ciberpunk noventero de un mundo
controlado por China, con drogas sintéticas por doquier y el hombre
modificándose con ayuda de las máquinas. Sostiene que la modernidad es una
“cultura caliente”, y éstas son “innovadoras y adaptativas. Siempre destruyen y
reciclan culturas frías”. Al final el viejo orden institucional sucumbirá ante sus
metrófagos, esas infecciones inteligentes que prefieren mantener a su anfitrión
con vida.
El
segundo texto, “Crítica del Miserabilismo Trascendental”, es del 2007 y solo
necesita cuatro páginas para convertirse en imperecedero. Empieza resaltando
cómo el marxismo contemporáneo ha renunciado a cualquier propuesta económica, y
siguiendo la estela de la Escuela de Frankfort, se limita a hacer críticas
culturales y a debatir sobre ideas, casi como un neoplatonismo de baratillo.
También ha dimitido de cualquier combate por la historia, ya que sospecha que
le es hostil.
Sencillamente
se congratula en salmodiar sobre lo malo que es el mundo, como un monoteísmo
actualizado. Se convierte así en el Miserabilismo Trascendental.
De
hecho, de Marx ya solo queda “un manojo psicológico de resentimientos y
descontentos, reductible a la palabra ‘capitalismo’ en su empleo negativo e
impreciso: como el nombre que todo lo lastima, escarnece y defrauda”. Se acepta
que el capitalismo es la manera más rápida de conseguir lo que deseamos (tener
y no ser, gran drama), y por ello es execrado. Tanto como el tiempo, el otro
gran ogro. “De ahí el silogismo Miserabilista Trascendental: el tiempo está del
lado del capitalismo, el capitalismo es todo lo que me entristece, por lo tanto
el tiempo debe ser malo”. O sea, que a recluirse en tribalismos y tecnofobias.
Sin
embargo el capitalismo sigue acelerando, creando novedades y nuevas formas de
inteligencia. El desafío de comprender mientras se siente vértigo debería estimular
intelectualmente, sin embargo los miserabilistas prefieren convencernos de que
eso les hace desgraciados.
Ante lo nuevo y fascinante que genera el capitalismo el Miserabilismo Trascendental se aburre, todo le parece un cataclismo. Sus sueños son pararlo todo, lo que sería respetable, pero a lo que no tiene derecho es a que esos sueños sean considerados como una “verdadera tesis”. Porque quien es infeliz en esta era de innovación y posibilidades lo sería en cualquier otro horizonte, así que no hay que tomárselo en serio, concluye Land.