25.12.20

Hijos de hombres como síntoma

 

Hijos de hombres es una novela distópica publicada en 1992 por la autora británica P.d. James. Tuvo bastante éxito en su momento y todavía hoy se considera una de las novelas más influyentes del siglo XX. En el 2006 Alfonso Cuarón realizó una adaptación cinematográfica que también tuvo una gran acogida y que para muchos cinéfilos es una de las mejores películas de los últimos tiempos. 

Novela y película comparten un mismo marco argumental: en un futuro próximo han dejado de nacer niños, por lo que la humanidad parece condenada a la extinción. Impera un ambiente de fatalismo y depresión, y en Inglaterra, donde transcurre la acción, se ha impuesto un régimen autoritario. El protagonista es Theo, un funcionario gubernamental que recupera las ganas de luchar por un futuro mejor cuando descubre que después de dos décadas de infertilidad generalizada ha nacido de nuevo un bebé.

La película sin embargo no es fiel a la novela. Cuarón se separa muy pronto del texto original y lleva su versión por otros derroteros (Nada que reprocharle por ello, claro; es libre de hacerlo y de hecho nos entrega una producción cinematográfica de gran profundidad y valor artístico).

Como es lógico hay infinidad de artículos y videos analizando tan importante película.  Pero lo que no hemos encontrado son estudios que analicen las diferencias de enfoque entre la película y la novela, que es algo que no carece de relevancia: Cuarón ha utilizado como base para una película eminentemente política lo que sin duda alguna es una novela religiosa y orientada hacia cuestiones teológicas.

P.d. James es una autora cristiana y humanista, y su Hijos de hombres versa sobre la desesperanza de los hombres y la gracia de Dios. El mismo título viene de una oración anglicana: “Tú eres Dios desde la eternidad y por los siglos de los siglos. Conviertes al hombre en destrucción; de nuevo dices: Vuelve, hijos de los hombres”.

La novela empieza en enero del 2021. Theo, que es un antiguo académico, va a la iglesia a diario. Las referencias bíblicas son continuas y se habla constantemente de cuestiones filosóficas y éticas desde una perspectiva cristiana. Hay algo también de política; Theo es primo de Xan, el dictador de Inglaterra. Un grupo de feligreses de la parroquia le piden que vaya verle aprovechando que son familia para convencerle, entre otras cosas, de que mejore la calidad de vida de los jornaleros extranjeros que trabajan en Inglaterra. Luego Julian, una antigua alumna de Theo, se queda embarazada. El niño nace ya al final del libro. Theo, que ha matado a Xan poco antes, le hace una cruz en la frente al bebé con la sangre del parto. La novela termina con un claro símbolo de que Dios le ha dado una segunda oportunidad a la humanidad. Es un final optimista porque anuncia una vuelta de la fe cristiana.

Por otro lado la película se sitúa unos años más tarde, en el 2027. Aquí Theo es un antiguo militante izquierdista que trabaja para el gobierno. Es nihilista y parece esperar sin mayores estridencias el fin de la humanidad. Le secuestra un grupo terrorista proinmigración y antigubernamental. Su exmujer y antigua camarada resulta ser la líder de la banda. Le piden que vaya a ver a Nigel, su primo, que esta vez no es dictador pero sí un alto cargo del Estado. Necesitan que le consiga un visado para una exiliada africana que está en peligro de deportación. Más adelante averiguamos que esta chica está embarazada, y poco después da a luz a una niña. Todos los personajes buenos, o sea, izquierdistas, van muriendo para salvar a esta niña de las malvadas fuerzas gubernamentales. En la escena final de la película Theo muere también, pero antes consigue llevar a la madre y al bebé hasta una especie de barco de Greenpeace llamado Tomorrow propiedad de una ONG bondadosa llamada The human Project. Aunque Theo no sobrevive el mensaje aquí también es optimista, ya que mientras haya personas comprometidas y grupos con conciencia social, la humanidad tiene porvenir.

 

La novela es una gran pregunta sobre Dios; la película nos dice que el izquierdismo es la respuesta para todos los males del mundo. El imaginario religioso de P.j. James pasa a ser propaganda política en Cuarón. El largometraje está repleto de guiños a la situación del momento de su rodaje -principios del siglo XXI- y a las inquietudes de las clases medias progresistas occidentales de entonces. En aquellos años el mal absoluto era George W. Bush y la guerra de Iraq, y aquí se reproducen estampas como las torturas de Abu Gharaib, el drama de los exiliados, la insurgencia islámica y la militarización generalizada que vinieron como consecuencias de los ataques del once de septiembre. En las televisiones encendidas se nos explica que el neoliberalismo ha llevado a la economía al colapso y que Estados Unidos también es ahora también una dictadura.

Por eso consideramos a Hijos de hombres como síntoma. Que se haya llevado sin problema una tragedia cristiana, y por ello irresoluble fuera de la fe (o sea, irresoluble de facto), a un tratado de política, que por definición tiene solución mediante el buen uso del poder, es muy diciente de lo que es la izquierda: nada menos que una inmodesta paganización del cristianismo.     

Para P.j. James hay que creer en Dios para superar el nihilismo y las miserias de la existencia. Para Cuarón todo es más sencillo, solo hay que votar socialista y echar a Bush; prevalecerá el bien entonces y todos los males del mundo se evaporarán. Basta con creer en el poder de la izquierda.

Nos prometen un paraíso celestial en la tierra a golpe de políticas progres.

10.12.20

jueves

 

Identificarse como antifascista es seleccionar algo unánimemente condenado, algo que nadie normal defiende, y declararse su enemigo como si eso fuera un acto de valentía extraordinario. Pero no es más que instrumentalizar una obviedad. Es como abanderar la antipederastia. ¡Pues claro que eres antipederastia!¡claro que eres antifascista!¡Todos los somos! Nadie quiere pederastas o fascistas en sus calles. Lo malo es que a la tercera o cuarta vez en que insistes en que odias a los pederastas o a los fascistas uno empieza a sospechar que hay algo turbio detrás de tanta vehemencia.

Por ejemplo, cuando alguien remarca su antifascismo parece presuponer que los demás no lo somos. O que no los somos al menos completamente, lo que es lo mismo que insinuar que somos fascistas en algún grado. Y a partir de ahí, claro, queda a discreción del antifascista privarnos de legitimidad política. 

Para ello se adueñó de la obviedad en un primer momento.

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La monserga que abomina machaconamente contra el libre mercado se mueve en un plano meramente sentimental; no necesita ofrecer un modelo alternativo viable para considerarse legítima. Se limita a apelar a ciertos resortes psicológicos que hacen que todos nos evoquemos de repente habitando como por arte de magia en un ilocalizable país de Cucaña, un horizonte meloso, donde nos alimentamos de lo que la pacha mama nos regala, amándonos mucho, hermosos y solidarios, felizmente ignorantes de lo que es el dinero y la tristeza.

El problema es que frente a este anhelo tan potente como irrealizable nada puede la grisura de unas estadísticas que mejoran cada año, o el aburrimiento de unas leyes que permiten prosperar, o la banalidad de que nos saquen muelas sin dolor, o tener un computador que a veces olvidamos que no siempre ha estado ahí.