15.12.21

Whiskas, Satisfyer, y Lexatin, de Esperanza Ruiz

 


Las redes sociales están con el runrún de que en España hay una nueva hornada de juntaletras políticamente conservadores agrupados bajo el rótulo de Generación Whiskas. Suelo ignorar los runrunes de las redes sociales porque sospecho que tras ellos habitan algoritmos hormonados desde el Valle de Silicio, pero esta vez me ha llamado la atención, y he encontrado un artículo que explica un poco el fenómeno.

El artículo aludido se titula literalmente “Generación Whiskas” (Google no tuvo que esforzarse mucho) y es de un religioso, Fray Vicente Niño. Apareció en la Revista Ecclesia, y es corto y certero. Define a la generación mentada así:

Comparte esa supuesta generación una acerada crítica al pensamiento cultural posmoderno progresista dominante. Tiene humor, cultura, inteligencia, convicciones católicas creyentes de fondo y un conservadurismo de inspiración europeísta (francesa, inglesa) con algún guiño a la tradición hispánica. Muestra un cierto apoliticismo de partidos implícito -que no explícito…- al no haber ninguna opción concreta que tome del todo sus banderas (aunque evidentemente Vox y el PP están en sus horizontes como mal menor). Gusta de una búsqueda estética de belleza unida al bien y a la justicia, y sobre todo despliega un desparpajo sin complejos que se ríe del continuo epíteto tan falto de contenido y de imaginación de “facha”. Hartos de que el progresismo se revuelque en su superioridad moral totalitaria de la corrección política -coartada para las más abyectas barbaries que no hacen sino el juego a los poderes económicos trasnacionales que desprecian lo más natural y sencillo de siempre-, hay una generación que quiere reaccionar en eso de la batalla cultural.

Luego menciona una serie de autores. Algunos muy célebres y otros no tanto, aunque la mayoría son todavía grandes desconocidos. La descripción que hace de las características comunes de la generación es sin embargo lo más relevante. Son cosas más o menos sabidas, como que el humor y la sana impertinencia están ahora en la derecha. También la voluntad de pensar: al izquierdista le basta con sentirse superior moralmente y que las grandes corporaciones mediáticas confirmen su visión kitsch de la realidad, pero quien navega a la contra del canon progre tiene que formarse intelectualmente. Para ser libertario, conservador o/y católico hay que haber hecho los deberes y saber argumentar, porque se enfrenta uno a la hostilidad de los poderosos hacedores de imaginarios hegemónicos.

En cuanto al nombre de Generación Whiskas, viene del libro de Esperanza Ruiz Whiskas, Satisfyer, y Lexatin, que son tres palabras que sintetizan la condición del poblador de la postmodernidad. Es una compilación de artículos que se leen rápido y gratamente, muy bien escritos, divertidos y puñeteros, como tiene que ser. Lo poco que sabemos de la autora es que es una farmacéutica de no excesiva edad. El artículo homónimo que da título al conjunto es el que ha alcanzado cierta notoriedad por perfilar certeramente al ciudadano/a medio de nuestro país, que es el que se deja llevar por la corriente, esa misma corriente que lleva al despeñadero de los ansiolíticos y las soledades masturbatorias (Fernando Díaz Villanueva le ha dedicado un podcast al libro, y lee en concreto el artículo de marras entero, por si alguien tiene interés en escucharlo).

 

Parece que la Generación Whiskas está sobradamente preparada. Hay mucho talento e ideas entre sus adscritos. Lo que no tienen son altavoces mediáticos. Está claro que para tener influencia social no basta con desarrollar argumentos, hace falta el poder para posicionarlos. O sea, que para construir la hegemonía gramsciana hay que tener mucho dinero detrás. Esperanza Ruiz es mejor escritora, por ejemplo, que muchos de sus colegas que han pasado por la televisión para promocionar sus libros. Pero no cumple con la obediencia debida y por eso no va. Vivimos en un mundo en que las corporaciones sonríen por el colmillo izquierdo, y mientras esto sea así a los intelectuales impertinentes sólo les queda esperar un reconocimiento minoritario, o sea, políticamente ineficaz. 

Pero bien por estos autores con nombre de gastronomía felina. A ellos les corresponde crear el relato y están cumpliendo. Ahora falta que sus contrapartes de la política entiendan que sin escudarse en un relato jamás podrán mantenerse en el poder. 

5.12.21

jueves

Que Martin Heidegger sea el filósofo más importante del siglo XX indica que tanto la filosofía del siglo XX como el propio siglo XX son de baja calidad. 


La falacia moral de pensar que si tú eres malo yo tengo necesariamente que ser bueno. Pero para la maldad no hay cupo cerrado; ambos podemos ser abyectos al tiempo. 


Una manera de volverse partidario de privatizar las administraciones públicas es leer a Von Mises. Otra manera es tratar más de dos minutos con un funcionario cualquiera. 


El PP es un PSOE que circula lento porque respeta las normas de tráfico.

 

El cine español se limita a confirmar lo que otros han dicho ya. No innova, tampoco formalmente. No tiene podio en la historia del cine universal porque para ello tendría que haber aportado alguna novedad a este arte. Es sólo un epígono a la historia del cine. El cine español es lo que queda al margen cuando hablamos de cine. Es, de alguna manera, un postcine.    

 

De joven el sexo te parece Disneylandia, pero con los años te das cuenta de que las entradas acaban saliendo demasiado caras, de que siempre hay que esperar un tiempo excesivo en las filas, y de que por alguna extraña casualidad tus atracciones preferidas suelen estar de reformas justo el día que vas. Gradual e inevitablemente te buscas otras aficiones.   

20.11.21

1985, de Anthony Burgess

 

1984 de George Orwell es una novela tan icónica que todos creemos conocerla bien aunque no la hayamos leído, ya que ha permeado en la cultura occidental para crear un imaginario que todos identificamos al instante. Hasta ha originado un adjetivo, “orwelliano”, que utilizamos a discreción en nuestra vida diaria. Pero conviene no dar por leído este libro, que es mucho mejor de lo que su trascendencia social deja ver. La prosa de 1984 es potente y sabia; siempre que ojeamos una página al azar nos cuenta algo sobre nuestro tiempo presente.

Esta novela es uno de los hitos culturales del siglo XX y es inevitable que haya generado inúmeros debates, epígonos, copias o/y homenajes. 1985 de Anthony Burgess, es un obvio ejemplo. Publicada originalmente en 1978 en el Reino Unido, Minotauro ha tenido a bien reeditarla este año en español en su cuidadísima colección de clásicos de la ciencia ficción.

Es un libro extraño, se compone de dos partes independientes. Una primera, que son artículos y reflexiones sobre la obra de Orwell, y luego una novela independiente, que más allá del guiño del título y de pertenecer también al género distópico, no se desarrolla en el universo de 1984, por lo que en ningún caso se podría considerar una continuación.

La primera parte es, en mi opinión, mucho más nutritiva. Burgess medita sobre el género distópico (que él prefiere llamar “cacotopía”), compara la novela reseñada con otras similares como Un mundo feliz o Nosotros, analiza las políticas implícitas del Gran Hermano, y hasta menosprecia su propia novela más célebre, La naranja mecánica.

La segunda parte es un relato de ciencia ficción en la que Inglaterra se retrata como un Estado fallido controlado por los sindicatos, y su protagonista es un profesor de historia que se convierte en un paria tras romper su carnet de afiliado, y como castigo por sus insolencias termina en un centro de reeducación. Está bien, es una novela políticamente heterodoxa y con mala baba, pero es un ejemplo de ese tipo de literatura en la que toda la trama parece subordinada a momentos en los que los personajes tengan excusas para soltar monsergas ideológicas. El conjunto no acaba de cuajar; aunque 1985 es una lectura grata, no podemos dejar de sospechar que si la hubiera publicado un autor con menos renombre, no ameritaría aparecer en una colección de clásicos.   

De cualquier manera, si bien ninguna de las dos partes tiene grandes aportaciones, sí que resulta una lectura curiosa. Viene con una introducción de Andrew Biswell, biógrafo de Burgess, que contextualiza todo y da datos interesantes, como que Orwell nació rico, fue a colegios finos, y toda su vida fue un intento por borrar su pasado y hacerse socialista, mientras que Burgess conoció una infancia con estrecheces, y terminó siendo conservador y elitista. Son cosas de la vida, esto suele pasar. Aunque si los comparamos intelectual y literariamente, Orwell es muchísimo más provechoso.   

8.11.21

Filosofía: quién la necesita, de Ayn Rand

 


Siempre consideré a Ayn Rand la Bruja Avería del liberalismo; una señora que en su empeño por defender lo indefendible acaba convertida en una caricatura de la amoralidad, facilitándole así la tarea a sus adversarios. Me desconcertaba que tuviera unos lectores tan fieles en Estados Unidos, y que su influencia entre ciertas minorías dinámicas de aquel país fuera tan profunda. Claro, que también tengo que reconocer que sólo había hecho una lectura superficial de su obra.

Sin embargo la Editorial Deusto se ha lanzado a republicar en español nuevas y cuidadas traducciones, y le he dado otra oportunidad. Compré Filosofía: quién la necesita, en parte porque pensé que sería un ataque contra la disciplina, y resultó que es un apasionado alegato a favor de la misma y una crítica a los impostores (véase Kant y sus herederos) que la han convertido en una forma de irrealismo. Se nota que Rand tiene formación filosófica, mala uva, y que no le importa pisarle los callos a los popes del gremio, lo que le hace a ratos subversiva y a ratos hilarante.

Filosofía: quién la necesita son dieciocho capítulos independientes y reunidos tras la muerte de la autora por su discípulo Leonard Peikoff. Es una buena selección y el orden es muy acertado. Empieza por los más densos filosóficamente y termina con los más circunstanciales. Peikoff recomienda que los legos en el universo randiano empecemos por el capítulo 7, que es una conferencia introductoria al objetivismo, el sistema filosófico de Rand. Doy razón de que es una sugerencia acertada, porque creo que no hubiera entendido nada si hubiera empezado por el principio.

Ahora que tengo unas nociones muy básicas de lo que decía esta buena señora, soy consciente de que me equivoqué y de que es mejor escritora de lo que suponía. También me doy cuenta de que su alegato por el egoísmo es menos literal de lo que yo pensaba. Sin embargo, ya estoy muy mayor, y muy ajado, como para aspirar a ser un hombre independiente, superior y productivo, que es el ideal randiano, y quiero seguir queriendo a mis semejantes y pensando que el mundo es mejor si nos ayudamos los unos a los otros. 

Ayn Rand me pilla cansado.

 

¿El randismo como hegemonía?

Para mí es tarde, digo, pero me intriga qué sucederá con la nueva traducción de las principales obras de la autora. Ahora que parece que se va a distribuir en condiciones por primera vez en España, nos queda saber si aquí surgirá una generación modelada por sus propuestas, como ya sucedió en Estados Unidos. Será interesante ver qué sucede, pero sigo pensando que nuestro país es demasiado católico en su ADN y dudo que alguien que sostiene que el altruismo es malo pueda tener mucho recorrido más allá de ciertas minorías. Aunque también me desagrada pensar que si estas minorías obtuvieran el poder eventualmente, tendrían la capacidad para imponer su nuevo ideal sobre una sociedad que les resultaría hostil.

Porque la otra cosa de hacerse mayor es que uno ya no quiere decirle a nadie lo que tiene que hacer. Cada día siento más rechazo por los colectivistas woke que se meten en nuestras vidas para decirnos qué comer, cómo desear y cuánto de culpables somos, y me posiciono sin dudarlo con las resistencias de la gente de la calle; estoy con la mayoría silenciosa que empieza a estar hasta el gorro del canon progre. Pero para mí no sería la solución imponer otro imaginario igualmente contrario a las convicciones mayoritarias, y el objetivismo randiano lo sería sin duda. Porque éste, como aquél, es potente, cohesionado y da respuestas fáciles. Tiene una antropología, una estética, y una teoría política; además exhibe cierto tono desafiante que resulta especialmente atractivo para soliviantar a los jóvenes. Lo tiene todo para ser una narrativa de poder; cumple con los requisitos.

Si el público randiano se queda en un colectivo bullicioso y con ganas de hacer cosas inspiradoras me parecerá magnífico. Si sale de esos márgenes, y poderes económicos y mediáticos lo apoyaran, y un grupo de poder hiciera bandera de ello para imponerse socialmente, me repugnaría tanto como lo hace el izquierdismo actual.

Las ideologías están bien cuando están a libre disposición del consumidor. Son aberrantes cuando se convierten en monopolios que entran en nuestros hogares. Me declaro enemigo de Gramsci y de todos sus pupilos.  

A lo primero que tendríamos que aspirar políticamente es a dejar de atragantar a las personas con hegemonías que les producen arcadas.   

23.10.21

Rodolfo Martínez, cartógrafo de los universos de Asimov


Aprovechando que Apple tv estrena la esperadísima adaptación de la saga Fundación de Isaac Asimov, en Triálogos hemos contactado con Rodolfo Martínez, probablemente el mayor experto de nuestro país en la obra del maestro de la ciencia ficción.
 
Directamente desde la dimensión que habita (también conocida como Cangas de Onís) Rodolfo -o Rudy, como le conocen sus amigos- ha respondido a nuestras preguntas y nos ha ayudado a comprender la profundidad que tienen los libros de Asimov.
 
Como es sabido, el escritor estadounidense creó una especie de “historia del futuro” en la que la humanidad empieza a expandirse por la galaxia con ayuda de los robots (Serie de los robots), luego ya sin ellos se configura un Imperio galáctico de miles de años (Trilogía del Imperio), y tras su declive el Imperio cede el puesto a la Fundación, que es una suerte de gobierno ilustrado (Saga de la Fundación).
 
Es fácil perderse entre tanta cronología milenaria y tantos millones de mundos.  Afortunadamente nuestro invitado publicó hace unos años La ciencia ficción de Isaac Asimov, un libro que todavía circula, y que es una impagable guía turística para nuestros viajes por el universo asimoviano. Utilizándolo como referente hemos hilvanado una conversación que, esperamos, sea para nuestra audiencia una buena puerta de entrada en la ciencia ficción en general y en la obra de Asimov en particular.  


9.10.21

El poder de los sin poder, de Václav Havel

 

Supongo que la mayoría de nosotros tenemos a las novelas de Milan Kundera como principal referencia de la Checoslovaquia comunista. Mucho más no sabemos, y se ha hecho un poco tarde para ir a comprobar en persona cómo era la vida allí. Así que lo que creemos saber es que era una dictadura no del todo criminal y no del todo paupérrima, pero donde había un estricto control político de las esferas pública y privadas, control que se ejercía mediante la omnipresencia de la propaganda y el chantaje emocional -el celebérrimo kitsch- que obligaba a comportarse de una manera determinada tanto en la calle como en el dormitorio. El castigo por desobedecer tanta emocionalidad socialista era la cárcel o el exilio.

Por otro lado, Václav Havel fue el primer presidente democrático del país, pero antes fue un disidente que escribió en la clandestinidad el manifiesto El poder de los sin poder, que según parece se convirtió en el samizdat checoslovaco por excelencia entre los que no sabían o no querían desfilar al compás de las consignas gubernamentales. No es difícil asociarlo con el ambiente que refleja Kundera; nos podemos imaginar a sus personajes desesperándose en el régimen que denuncia Havel.

 En la edición española de El poder de los sin poder, que debemos agradecer a la Editorial Encuentro, tenemos una introducción de Belén Becerril donde se nos explica que tras la fallida rebelión de Praga de 1968 la disidencia checoslovaca parecía aplacada. Pero unos años más tarde el régimen tuvo la ocurrencia de perseguir a un grupo local de rock psicodélico, The plastic people of the Universe, y originó así un nuevo movimiento de contestación que se canalizó en la Carta 77, literalmente una carta crítica firmada por 241 personas y hecha pública en 1977. Las autoridades prohibieron la distribución de la misiva y encarcelaron a sus instigadores, cuyo líder era Havel.

Entre entradas y salidas de la cárcel, y con el dolor por la muerte en prisión de su mentor, el filósofo Jan Patocka, Havel escribió este El poder de los sin poder. Supongo que la escritura clandestina no da para muchas florituras, o tal vez la traducción no es buena, pero lo cierto es que es un escrito estilísticamente espeso y algo reiterativo. Pero ha pasado a la historia por su importancia y calado, que es lo que nos interesa aquí.

Son unas ciento veinte páginas en las que se plantean cuestiones bastante generales, por lo que si bien se recomienda ser un checoslovaco bajo la bota comunista para aprehender todo su sentido último, cualquier lego puede entender a lo que se refiere; los temas tratados son de hecho universales.

Havel da al sistema que padece el nombre de “postotalitario”, porque es totalitario pero “distinto a las dictaduras clásicas”. Se caracteriza por no ser caudillista, ya que las cabezas visibles de la nomenklatura varían bastante y nunca se deja que ninguno tenga más peso que otro. La ideología es esencial para el mantenimiento de este poder sin bustos permanentes, y por ello es omnipresente y crea una realidad paralela. Pero con el tiempo, la ideología “expropia” el poder y en lugar de ser instrumento de los poderosos, hace que los poderosos tengan que servirle a ella. La ideología se convierte en el poder mismo.

Esta idea es especialmente impactante. El diagnóstico ilumina bastante nuestro mundo de lo políticamente correcto. Al final lo que acaba siendo el objetivo de los políticos es mantener a la ideología, o sea, que lo que pensaron que podrían utilizar como narrativa que legitimara su poder acaba instrumentalizándolos a ellos. Y como la ideología no parte del mundo de la vida, porque es irreal, se nutre de mentiras. Para subsistir éstas van haciéndose mayores y cada vez más insostenibles. Al final todo es una ficción que ya nadie cree, y que haya una rebelión o no depende ya de factores externos porque la legitimidad del sistema por sí mismo es nula.

 Hay una especie de parábola en la que reincide mucho el autor, que en gran medida vertebra el texto, y es la del tendero que entre las cebollas y las zanahorias de su tienda ha colocado un cartel con el eslogan: “¡proletarios del mundo, uníos!”. Havel se pregunta por qué lo ha hecho, ya que nadie le ha obligado a significarse. Le da vueltas y parece considerar todas las posibilidades: el miedo, la necesidad de que le dejen en paz, la sincera ilusión de formar parte de un proyecto colectivo…La conclusión a la que llega Havel es que cuando alguien hace algo así está diciendo que está con el poder, que quiere alinearse con los del monopolio de la violencia.

Y por supuesto no es difícil establecer un paralelismo con nuestra realidad política. Si un ciudadano hace suyos las soflamas del gobierno está anunciando, aunque sea indirectamente, que simpatiza con él, que cree en él. Se me ocurre como ejemplo ondear la bandera nacional o la bandera gay según qué partido político mande. No es un apoyo explícito al gobierno de turno, pero sí es la demostración de que se compra su discurso, que al final viene a ser lo mismo. Por supuesto el apoyo raramente se va a retribuir. El mindundi que aplaude no va estar nunca arriba; jamás pintará nada porque no le dejarían, pero por un momento puede sentirse partícipe del poder, pasajero de uno de los coches oficiales a los que se ve pasar desde la ventana.

Otro pasaje muy presente de El poder de los sin poder en nuestra cotidianeidad es la parte en la que se refiere a los carteles y pintadas. Lo llama creación de “panorama cotidiano del pueblo”, y es esa forma de diktat que implica cubrir un territorio con carteles y pintadas de un único movimiento político, no necesariamente el gubernamental. Da igual entonces que los vecinos no sean partidarios de la ideología representada, de alguna manera ya están presos de una forma de “auto-totalitarismo”: se sentirán coaccionados y tenderán a comportarse como una minoría precavida aun siendo mayoría.

Aquí nos vienen a las mientes las universidades públicas españolas. Sus muros denuncian torturas y anuncian revoluciones; parecen garabateados el día posterior a la toma del Palacio de Invierno. Sin embargo los estudiantes suelen estar al margen de ese imaginario. E incluso en los pasillos murmuran su disconformidad con él. Aunque su efecto coercitivo funciona y nadie se atreve a disentir públicamente, por si acaso.

La alternativa que ofrece Havel para salir del régimen comunista es la “dimensión noética”, o sea desvelar la verdad. En un mundo sobreideologizado, donde la realidad está oculta bajo la ficción propagandística, vivir según la realidad, al margen de la propaganda, es horadar el poder. 

No parece mucho, pero tampoco es nada; y parece que allí les funcionó.

23.9.21

Distributismo: ¿Otra economía es posible?


Septiembre nos despierta de un verano bajo una sombrilla playera para arrojarnos de nuevo a una realidad política crispada, extraña y, en cierta manera, caricaturesca. Frente a la avalancha de malas noticias y recibos de la luz estratosféricos podemos consolarnos reencontrándonos con los amigos de siempre, con nuestras nunca bien ponderadas rutinas, y con los podcasts de Triálogos, que vuelven cargados de energía e invitados de primera.

En este primer podcast del nuevo curso contamos con Sergio Fernández Riquelme, profesor de la Universidad de Murcia, director de La Razón Histórica y autor de varios libros, el último de los cuales, Distributismo. La economía social de Chesterton de la editorial Letras Inquietas, nos presenta.

 

¿Qué es el distributismo?

El libro es pedagógico y claro, y así es también el profesor hablando. Entre su exposición inicial, y las respuestas que da a las impetuosas preguntas de los tres contertulios de Triálogos, podemos seguir el hilo histórico de esta propuesta ética para humanizar la economía que surgió a finales del siglo XIX a partir de la doctrina social de la Iglesia Católica, y que en la Inglaterra de la época tuvo un especial desarrollo teórico entre los católicos G.K Chesterton y H. Belloc.

Básicamente el distributismo busca extender la propiedad entre toda la ciudadanía, o sea, que el ideal del capitalismo no se reduzca a una minoría oligárquica que controle toda la producción, pero evitando en todo momento la tentación estatista de los colectivismos varios que tantos estragos han causado en Europa. Es un camino medio entre el liberalismo y el socialismo en el que cada persona es dueña de su trabajo, su casa y su vida. Se vertebra en la familia y en la comunidad, y su visión antropológica es hondamente cristiana.   

Su condición de proyecto católico en un contexto religioso hostil, y su incapacidad para encontrar una posición clara entre sus adversarios políticos, llevó al distributismo a ser una corriente no del todo madura, más voluntarista que viable, que no ha tenido un gran peso en el mundo intelectual occidental. Aunque ha habido, como nos cuenta nuestro invitado, algunos epígonos y cierto resurgir en el mundo anglosajón, pero, paradójicamente, en los países católicos el distributismo es un gran desconocido.

De cualquier manera, el caos que provoca la acumulación depredadora del capitalismo financiero nos lleva a despolvar los viejos libros de Chesterton buscando otra forma de entender la economía. Los tiempos que vivimos parecen darle la razón.

Y para este viaje de descubrimiento teórico Sergio Fernández Riquelme es un guía de excepción.

15.9.21

Dune, segundos antes de ser un taquillazo



El estreno de la nueva adaptación cinematográfica de la novela Dune de Frank Herbert es inminente. A poco buena que sea ya será mejor que la que perpetró David Lynch en los años ochenta, que es visualmente desagradable y narrativamente confusa. Como la nueva versión viene respaldada por grandes estudios seguramente llegará de la mano de una gran campaña publicitaria que nos imponga cierta “mercadotecnia Dune”, y si además tiene éxito comercial la película opacará a la novela. No creo que esto sea necesariamente sacrílego, pero igual es un buen momento para hablar del texto original ahora, antes de que no podamos leerlo sin pasar por el filtro de esta nueva superproducción. 

 

¿Qué nos cuenta Dune?

El universo Dune se compone de al menos una docena de novelas, las seis primeras de ellas escritas por Frank Herbert, las últimas por su hijo Brian con ayuda del escritor Kevin J. Anderson. Hay que tener mucho tiempo libre y ganas para leérselas todas (yo no lo he hecho), pero para atisbar el sistema social y político que plantea basta remitirse a la nutrida página de Wikipedia al respecto y a los vídeos del canal Ideas of Ice and fire de youtube. También hay en línea una estupenda biografía sobre el escritor, FrankHerbert de Tim O´Reilly, que es en gran parte un estudio sobre la primera novela de la saga

El origen del universo de Dune se remonta a un futuro próximo y está explicado en la trilogía Leyendas de Dune, que son tres precuelas que coescribió el hijo basándose en las notas que dejó Frank Herbert. La humanidad ha sido reducida a la esclavitud por una inteligencia artificial llamada Omnius, que tiene un ejército de “máquinas pensantes” a su servicio. Hay una rebelión de los humanos, la llamada yihad butleriana, que termina triunfando tras una sangrienta y épica batalla en la que los hombres destruyen a las máquinas. La humanidad se encuentra entonces en la tesitura de que tiene que crear una nueva civilización desde el principio en la que no vuelva a ser posible que una máquina autónoma tome el control. Deciden crear una nueva religión que tendrá como piedra basal y principal dogma la prohibición total de crear nada similar a una mente humana: en adelante podrá haber máquinas siempre y cuando no puedan operar por sí mismas ni tengan la más mínima capacidad de realizar operaciones complejas. Por ejemplo, podrá haber rudimentarias naves interestelares pilotadas por hombres, como una suerte de galeones espaciales, pero no una simple calculadora de bolsillo. Esta nueva religión da lugar a una nueva civilización que durará sin grandes cambios nada menos 10.000 años, justo cuando empieza la primera, la original y genuina, la más famosa novela de la saga.

Dune de Frank Herbert se publicó en 1965 y está considerada una de las novelas de ciencia ficción más exitosas de todos los tiempos. Cuenta la historia del ocaso de un decadente imperio galáctico donde gobiernan de facto una serie de familias aristocráticas enfrentadas entre sí. El protagonista, Paul Atreides, es un adolescente hijo de uno de estos nobles, uno de los menos tiránicos, que es asesinado por otros aristócratas que sí son malísimos, y que están coaligados con el emperador. Con ayuda de los fremen, los nativos del planeta Arrakis -también conocido como Dune-, que le ven como a un mesías, se acaba vengando y haciéndose con el trono imperial.

En la evolución de personaje de Paul, Frank Herbert recurre a todos los tropos y convenciones mitológicas sobre el viaje del héroe. Pasa pruebas, vence enemigos, domina al dragón (en este caso los gusanos gigantes de Arrakis), y al final se casa con la hija del emperador y acaba haciéndose con el poder. Pero el novelista le da a todo esto una vuelta genial para convertirlo precisamente en una advertencia contra los liderazgos mesiánicos. Recordando los orígenes de Dune, Herbert dice,  Comenzó con un concepto: hacer una larga novela sobre las convulsiones mesiánicas que periódicamente se infligen en las sociedades humanas. Tenía la idea de que los superhéroes eran desastrosos para los humanos.

O´Reilly explica en su libro que esta novela es una respuesta a la serie Fundación de Isaac Asimov. Allí había un salvador muy inteligente llamado Hari Sheldon que planeó cómo salvar a la humanidad. Aquí se nos dice que ese tipo de gente suele causar hecatombes. 

 

Interpretaciones posibles

Como análisis político, el universo Dune es impagable. En estas novelas se cuenta que toda la economía de la nueva civilización gira en torno a la extracción del melange, un mineral que se extrae de Arrakis y que sirve para los viajes interestelares. Es decir, es una economía del sector primario sin ningún tipo de influencia del sector terciario; es lo que hoy se llamaría un “despotismo hidráulico”. Además, toda la producción posterior está en manos de la C.h.o.a.m, que es una corporación perteneciente a las grandes familias aristocráticas que dominan la galaxia. Y el transporte está monopolizado en exclusiva por el súper poderoso Gremio del Comercio, que se comporta como un cabildo, y pone y quita al emperador si ve sus intereses amenazados. En cuanto a las naves espaciales y todo lo relacionado con la poca tecnología que tienen, se fabrica todo únicamente en Ixia, el único planeta industrial.

Es decir, no hay libre competencia, ni innovación, ni el menor atisbo de “destrucción creativa”. La consecuencia es la vuelta a un orden aristocrático donde la movilidad social es nula, ha vuelto la esclavitud, y las mujeres tienen que elegir entre las labores domésticas o ingresar en la orden de las Bene Gesserit, una especie de monjas (Herbert dice que las imaginó como mujeres jesuitas) que sustituyen a las máquinas en lo referente al trabajo intelectual. Son ellas, por ejemplo, las que hacen los cálculos.

Para los que se oponen a las nuevas tecnologías, en Dune podemos encontrar un modelo de lo que sería un universo sin ellas. Erradicar la tecnología avanzada solo sería posible con una prohibición universal, que tendría que basarse en algo tan inapelable como una religión, ya que las leyes estatales y aun globales no serían tan eficientes. En efecto, la religión propuesta en Dune prohíbe el desarrollo de cualquier forma de máquina que pueda equipararse a una mente humana, y se aplica en toda la galaxia, aunque se sospecha que en el planeta Ixia sí tienen formas de IA que les ayudan a construir las naves espaciales.

Porque ¿cómo sería un mundo sin libre mercado ni computadoras? ¿Dónde encontramos un modelo social coherente de ese planteamiento? El imaginario de Dune es un buen modelo de la utopía anti libre mercado y anti desarrollo tecnológico.

1.9.21

El Barroco según Eugenio Trías



Eugenio Trías (1942-2013) fue un filósofo barcelonés con un amplio campo de intereses, si bien se centró en la estética. Tuvo gran reconocimiento en vida y publicó docenas de libros. Su obra ofrece un mapa conceptual propio y una amplitud de intereses que le hace muy atractivo; además escribe bien y su estilo rezuma un entusiasmo que le hace grato. No es osado asegurar que, debido al provincialismo inverso de nuestro mundillo académico, si hubiera nacido en París y escribiera en francés sería uno de los autores más citados en las universidades hispánicas.

De sus libros mejores -porque también los tiene malos- que a su vez no sean de difícil acceso para el profano destacamos Lo bello y lo siniestro, que es un estupendo acercamiento a algunas categorías de la estética, como lo bello, lo sublime, lo siniestro, y lo barroco. Aunque el libro tiene una unidad, los capítulos se pueden leer independientemente. 

Esto es lo que haremos con el último de ellos: “Escenificación del infinito (Interpretación del barroco)”.


 Este capítulo no es muy largo pero sí muy denso. Se trata de un análisis de la condición del Barroco en el que casi no hay fechas ni ubicaciones geográficas; es una aproximación al fenómeno como corriente, o como espíritu, si se quiere decir así. Nos parece el complemento perfecto del libro de Valverde porque Trías se puede ubicar entre los intérpretes herederos de Eugenio d´Ors, al que hemos dejado de lado al principio, y que hablaba del Barroco más como un “eon” que atraviesa la historia que como un período determinado. Trías no referencia la polémica mencionada, pero es evidente que la conoce, y toma un partido dorsiano un tanto matizado porque si bien parece primar lo abstracto también quiere llevar sus reflexiones a lo concreto.

En este texto, que se publicó por primera vez en 1981, Trías muestra cierta valentía e impermeabilidad a las modas, ya que en unos tiempos poco propicios para ello defiende el Barroco y sobre todo su dimensión espiritual. También está claro que leyó el libro de Valverde porque hay ciertas ideas de aquél con las que se confronta (aunque sin citarle), como hablar del Barroco como Renacimiento invertido, o la insistencia en la paradoja de un arte desbordante en un contexto racionalista (que para Trías no es tal porque demostrará que el Barroco es racionalista también).

Sin embargo, en Valverde hay una sobria voluntad pedagógica que le lleva a no asumir riesgos en su explicación que puedan confundir al estudiante. Trías empero, que tenía lectores fuera de la universidad, le da a sus pocas páginas la profundidad y el lance que le falta a aquél.

Para Trías desde los griegos la infinitud ha estado mal valorada en las artes occidentales. No se  entendía o se despreciaban la idea de la falta de límites, y se consideraba un error de planteamiento. Sin embargo el Barroco quiere rehabilitar el infinito desde los fundamentos formales del Renacimiento, que se había agotado al limitarse a un espacio geométrico, inmanente, y en última instancia, abstracto (el Renacimiento aparece en estas páginas como contrapunto, y hay que decir que el filósofo no parece tenerlo en alta estima, porque siempre es un contrapunto fallido frente a la potencia barroca).

La cesura que supone Descartes ha dividido la filosofía entre la razón y la locura, lo racional y lo sensible, la claridad y la confusión. Sin embargo, después de él los hombres no pueden dudar de que tras los posibles engaños del mundo, está el yo-pienso, y sobre todo la gran evidencia de la rex extensa que es Dios, una base sólida sobre la que construir cualquier propuesta artística.

El Barroco se levanta racionalmente sobre el infinito y a él apunta, como se ve en las pinturas barrocas o en la espiral que se percibe en el interior de las bóvedas de las iglesias, que es una línea de expansión hacia el infinito. Trías sostiene que este estilo siempre nos está diciendo lo mismo, que “lo presente está invadido y envuelto por lo invisible; lo finito, por un torbellino de infinitud”. Lo ejemplifica con la música: “Una fuga de Bach no tiene por qué acabarse. Se oye como un despliegue polifónico lanzado a espacios siderales”.

Cuando se trata de hacer un análisis de las distintas artes, Trías evita hacer apartados como en el texto de Valverde, o como cualquier texto más académico haría, y va introduciendo sus disquisiciones un poco aleatoriamente (no habla de literatura o filosofía barroca, por cierto).

Como ya hemos mencionado, celebra la música de Bach, y dice que frente a la -cómo no- simpleza musical del Renacimiento, el Barroco introduce polifonías armónicas que subrayan lo dicho de que lo infinito no es sinónimo de caótico.

De la escultura elogia su conciliación entre el movimiento y el reposo, así como sucede con la arquitectura, cuyas fachadas invitan a pararse a mirar desde una perspectiva, para retomar el paso de nuevo hacia otra perspectiva (aquí no entra a hablar de las innovaciones técnicas de la arquitectura barroca, por lo que podemos asumir que suscribe la idea de Valverde, de que el Barroco no innovó técnicamente en demasía).

Sobre la arquitectura añade que no es lo mismo colocar en un centro geométrico un obelisco, como hace el renacimiento, que un organismo vital, “una escena” como el Barroco. En el primer caso el paseante se siente un punto atemporal en una estructura perfecta donde queda abolida la muerte, pero también el flujo de la vida. En el espacio barroco sin embargo es temporal, invita a caminar, transitar y metamorfosear; la muerte está al acecho aquí, hay drama y evolución.

En las últimas páginas de “Escenificación del infinito (Interpretación del barroco)” Trías insiste mucho en esto último, que el Barroco nos avisa de que la muerte es inevitable, y que ésta es el despertar del sueño que es la vida. Pero no hay nada que temer, ya que “la meta es el infinito”.

15.8.21

El Barroco. Una visión de conjunto, de José María Valverde

 


De entre los honorables autores de fuente secundaria uno de los que más apreciamos es José María Valverde (1926-1996). Este poco rimbombante profesor barcelonés dejó mucho material escrito, y si bien no hay nada que se pueda estudiar como punto de inflexión en la historia del pensamiento universal, sus introducciones y análisis de los clásicos de la literatura y la filosofía, así como sus libros de contextualización histórica, están entre nuestras lecturas más agradecidas.

En un principio su obra completa iba a aparecer en cinco volúmenes en Trotta. Lastimosamente sólo han pasado a la imprenta cuatro de ellos, porque el quinto, que pretendía llamarse Intervenciones, no se ha publicado ni parece que lo vaya a hacer nunca por un pleito entre sus herederos.

De cualquier manera, los cuatro que sí tenemos son un placer para el intelecto. El primero, Poesía, reúne su obra poética completa, que es existencialmente católica y kierkegaardianamente marxista, muy en la línea de su tiempo. Los tres volúmenes siguientes agrupan por temas su obra académica. El segundo, Interlocutores, es un análisis de la obra de grandes autores clásicos: Goethe, Machado, Joyce,… (si tuviéramos que ejemplificar escuetamente el talento de Valverde señalaríamos que es un autor tan pedagógico que consigue hacer de Joyce no sólo un autor inteligible, sino hasta sugestivo). El tercero, Escenarios, se centra en sus estudios sobre estética, con Hegel al fondo de interlocutor. Y el cuarto, Historia de las mentalidades, nos trae sus estudios sobre historia de la filosofía y el arte (aquí se reedita su célebre Vida y muerte de las ideas. Pequeña historia del pensamiento occidental, que tan buena fortuna editorial ha tenido).

En este cuarto volumen es en el que encontramos su El Barroco, una visión de conjunto, que publicó originalmente en 1980 en la Biblioteca de divulgación de la Editorial Montesinos. Como es una obra generalista de consulta el autor evita utilizar un vocabulario enrevesado y no abusa de las citas. De hecho está redactado con el tono habitual de Valverde, al que no le gustaba escribir, pero como no le quedada otro remedio por imperativos laborales, lo hacía como a regañadientes, directo y sin relleno, lo que le hace paradójicamente claro y amable de leer.

El manual principia con el inevitable rastreo sobre el origen del término: “Barroco” era una palabra portuguesa que se refería a las perlas irregulares. Seguramente el nombre viene de ahí, pero lo que es seguro es que surgió como un insulto. Lo siguiente es averiguar a qué se pretendía despreciar. Aparece aquí la polémica en torno al Barroco que entretuvo a Eugenio d´Ors y J.A. Maravall. Para el primero Barroco es un “eon”, una fuerza espiritual, una voluntad que lucha por imponerse a través de la historia. Estaríamos entonces ante un estilo -en el sentido más amplio del término- que en parte seguiría vigente hoy. Para Maravall en cambio Barroco es el imaginario de un periodo histórico determinado y centrado en los países contra-reformistas.

Si bien la propuesta de d´Ors es atractiva, la que sigue Valverde -y nosotros con él- es la de Maravall.

Datar un período histórico es siempre problemático, y lo hacemos desde el escepticismo y asumiendo que las fechas son sólo boyas para orientarnos en los mares del tiempo. Valverde incluye una cronología final para enmarcar al Barroco que se inicia en el año 1540 con el Greco, los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola en 1542 y con la

convocatoria del Concilio de Trento en 1545. Esta misma cronología termina en 1767 con la publicación del Diccionario de la música de Rousseau y la muerte del pintor Tiépolo en 1770 (“en el siglo XVIII no se encuentra ya nada importante que llamar Barroco” dice Valverde en las primeras páginas).

Así que el período que vamos a estudiar se comprende, más o menos, desde el siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XVIII. Pero tampoco queremos reducirlo todo al historicismo extremo de hablar meramente de la “Era barroca”, donde las expresiones artísticas sean secundarias. Valverde cita a Benedetto Croce como ejemplo de autor que habla de Barroco meramente como época, no como arte, porque “lo que es barroco no es arte” sostenía el italiano.

El Barroco es para nosotros la expresión artística que prevaleció en los países católicos entre los siglos XVI y XVIII. Valverde no explicita una definición así, pero creemos que la suscribiría. Y como él tampoco nos atrevemos a hablar tan ligeramente de “Era Barroca” porque de hecho coincide con la consolidación del racionalismo en Europa. Resulta paradójico que un arte basado en la exuberancia y la desmesura triunfe precisamente en los albores del mundo moderno. También hay que resaltar que, salvo Baltasar Gracián, tal vez, no hay grandes obras filosóficas que se puedan etiquetar como barrocas.

Valverde explica este fenómeno e interpreta este estilo como una transición entre el “alto Renacimiento” y el Siglo de las luces, y si pudo existir cuando las élites económicas iban ya por otro camino es la prueba de que los cambios empiezan entre las minorías, mientras que el común de la gente sigue teniendo la mentalidad de sus antepasados. El Barroco era del pueblo; sería así un arte más popular y no de lo que hoy llamaríamos “alta cultura” (de hecho, tanto Valverde como los autores que referencia afirman que el Barroco fue hegemónico pero no único, convivió con estilos opuestos).

La estructura económica en la que se consolidó este estilo es el mercantilismo. El profesor barcelonés dedica un capítulo de su manual a esta contextualización. Insiste en él en que el Barroco es una transición entre “la expansión renacentista y la expansión dieciochesca”. Se descubre América y se abren rutas comerciales, pero los beneficios siguen siendo para minorías; el pueblo, como hemos dicho, sigue enraizado en la tradición.

El mercantilismo es una especie de “refeudalización” en el que cada nación lucha contra las demás por acumular oro y plata. A la larga lo que parece estar dando más fuerza a los reyes los acaba arruinando, y todo empieza a girar en torno a las deudas nacionales. Y aquí encontramos uno de los pocos momentos en los que Valverde se atreve a hablar de una mentalidad barroca generalizada, cuando afirma que el gusto por la abstracción está relacionada con un rechazo a la quebrada realidad económica, que causaba un malestar muy concreto.

En cuanto a lo teológico, la idea de un Dios único para la Cristiandad se había perdido en la época, pero el sustrato católico sigue sólido en sus territorios. En los países luteranos sí se ha producido un cambio que ha permeado todos los estratos sociales, pero allí el Barroco no cuajó si quiera como arte minoritario (en la Rusia ortodoxa sí, pero con su propia idiosincrasia).

En cuanto al estilo artístico, resulta difícil de definir en una serie de características y Valverde evita precisar. Justifica sus reticencias por la porosidad de las fechas y fronteras con otros estilos, como las que tiene con el manierismo o el rococó. Y lo que hace es analizar qué es el Barroco en las distintas formas de arte:

Sobre la pintura Valverde señala que el gran autor es por supuesto Velázquez, y que de hecho es tal cima que tras él hay retrocesos en cuanto a innovación se refiere. En general en la época se sacrifica la idea del centro óptico y en los márgenes de la pintura también hay focos de atención. Ya no hay, nos dice el profesor respaldándose en Arnold Hauser, la ingenuidad de creer que el cuadro refleja la realidad. El cartesianismo ambiental se traduce en la idea de que el artista transmite meramente su visión, aunque siguen existiendo presiones teológicas y políticas que impiden que se exagere esto como sucederá en el arte contemporáneo.

En la arquitectura es donde el Barroco alcanzará su mejor expresión, y sobre todo en Italia. Hay una versión un tanto extrema que es el rococó, pero por lo general el estilo barroco, aun siendo voluptuoso será más comedido. No hay grandes innovaciones técnicas desde el Renacimiento, aunque sí estilísticas. Y hay que resaltar que aunque la construcción de edificios siguiendo pautas barrocas desaparece, el mobiliario y la decoración típicamente barroca seguirá medianamente triunfante entre algunas minorías hasta el siglo XX.

Valverde no deja de ser un profesor de literatura, y le dedica a este género el estudio más profundo y extenso del manual. Destina dos capítulos al Siglo de Oro español. Aquí el término de “Barroco” no supone ningún dilema, cree que la literatura española de la época puede llevar esa definición sin ningún tipo de problema, siempre que no olvide que hubo una producción más clasicista y sobria en aquellos tiempos. Góngora es el gran exponente, junto con Quevedo. Ambos son herederos de la tradición católica, y los silogismos encubiertos y temas, aun secularizados, pueblan su obra. También se amplían recursos estilísticos y se juega con el idioma; Quevedo inventará palabras, por ejemplo. Cervantes, que aparece en muchas páginas si bien no queda claro que merezca el calificativo de barroco con el mismo entusiasmo que Góngora y Quevedo, recurre a unos juegos metaliterarios claramente barrocos. Sin embargo donde mejor trasluce el Barroco español es en el teatro, principalmente con Calderón, que representa la existencia como un teatro dentro del teatro, y cuya celebérrima sentencia de que “la vida es sueño, y los sueños sueños son” podría resumir el zeitgeist al que nos estamos refiriendo.

El Barroco, una visión de conjunto termina con un capítulo titulado “El Barroco en el pensamiento abstracto”, donde se incide en la cuestión de la naturaleza del Barroco. Se resalta que triunfa cuando la razón matemática empieza a convertirse en la koiné de su tiempo. Las últimas frases del libro dicen: “El pensamiento teórico, pues, ha representado, en la entraña de la época barroca, su elemento desbarroquizador con exigencia de otra época, el reinado de la Razón”.

Creemos que así se resume la tesis de este manual: Hay un período que podemos llamar Barroco, con un tipo de arte que tuvo esplendor, pero que no representaba las inquietudes de las minorías intelectuales y de la incipiente burguesía, que buscaba otro tipo de imaginario más proclive a sus intereses. Este tipo de pensamiento racionalista acabó prevaleciendo y enterró al Barroco, que se desvaneció cuando se generalizó la expansión económica del siglo XVIII.


29.7.21

Flores para Algernon, de Daniel Keyes

Isaac Asimov pensaba que Flores para Algernon era una novela escrita desde el alma humana. Cuenta en sus Memorias que fue un honor entregarle el premio Hugo a su autor, Daniel Keyes. Le entusiasmaba tanto el libro que al anunciar el galardón gritó ante la audiencia “¿Cómo lo ha hecho?¿cómo lo ha hecho?”.  A lo que el modesto Keyes, al llegar al escenario, le respondió que no lo sabía, y que si lo averiguaba por favor se lo dijera para poder repetirlo. 

(Keyes no volvería a publicar un libro de la calidad y profundidad de Flores para Algernon, así que igual sí es cierto que fueron las gentiles musas las que le inspiraron y él únicamente se dejó mecer por ellas…)

En esta novela de 1959 se nos cuenta la historia de Charlie Gordon, un treintañero  con una discapacidad intelectual que tras un experimento científico empieza a desarrollar gradualmente una superinteligencia, que luego pierde poco a poco para volver a su estado inicial. Le acompaña en este proceso el ratoncito Algernon, al que también operan para hacerlo muy listo.

Como sucede con algunos libros de ciencia ficción, -y el mencionado Asimov es un buen ejemplo- Flores se concibió como una novela adulta, pero el paso del tiempo la ha ido convirtiendo en una obra más bien orientada a lectores jóvenes; de hecho también circula una versión ilustrada para niños. Esto, lejos de ser algo negativo, me parece honrosísimo. Uno desearía ser adolescente para poder vibrar con las aventuras del bueno de Charlie Gordon y su compadre ratonil. Éste es uno de esos libros que dejan poso si los leemos cuando todavía somos maleables.

La cita de rigor con el que comienza la novela es de Platón, del mito de la Caverna seguramente, y habla de lo distintas que son las cosas cuando las vemos iluminadas. Es una interpretación posible, y es la que quiere transmitirnos Keyes, pero a mí me parece más una novela sobre el crecer. Charlie es como un niño y así le trata todo el mundo; cuando se hace inteligentísimo su madre ya no le comprende y descoloca a sus amigos. Él al principio lo pasa mal pero lo acaba sobrellevando con arrogancia autodefensiva, como cualquier joven.

Hay un pasaje glorioso en el que descubre que los científicos que le han mejorado, y a los que él venera como a dioses paternales, son de hecho menos inteligentes que él, y se pilla un enfado que semeja al de un preadolescente que descubre que sus padres no lo saben todo.

La narración es en primera persona. Charlie tiene problemas para escribir bien, y las primeras y últimas páginas son agotadoramente transcritas cómo escribiría alguien con una discapacidad. La crítica considera esto un hallazgo, pero a mí me parece lo menos genial de todo, si bien entiendo que era necesario.  Es un estilo coherente con la verosimilitud y malo para la literatura. Aunque no merma la calidad del conjunto; estamos ante una inolvidable y bellísima historia. 


16.7.21

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, de Emmanuel Carrère

 

Empecemos con una confesión: He leído varios libros de Emmanuel Carrère, pero ninguno me ha interesado nunca. Me parece el típico ejemplo de escritor mediocre cuyo único mérito es haber nacido en un país con una industria de alquimia cultural capaz de convertir cualquier flatulencia literaria en la última moda intelectual del momento.  O sea, que si en lugar de francés hubiera sido eslovaco o tailandés no le conocería ni el tato. 

Pero Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje a la mente de Philip K. Dick es una dignísima introducción a la obra del autor norteamericano y no un ejercicio masturbatorio al uso de Carrère (literalmente, ¿alguien sabe por qué hay tantas pajas en las novelas de Carrére?). Así que lo que interesa de este libro es el biografiado y no el ego inmarcesible del biógrafo, que afortunadamente aquí chupa poca cámara.

Personalmente de Philip K. Dick no sabía gran cosa, más allá del tópico de Blade Runner, pero después de leer este libro, que empecé a regañadientes, he engullido ya un par de sus novelas y sospecho que pronto tendré nuevo autor en mi pastoral.  Así que, quién lo iba a decir, estoy en deuda con Carrère por habérmelo descubierto.

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos nos cuenta la vida de este icono de la ciencia ficción, que tenía problemas psicológicos y afición a casarse, ya que lo hizo cinco veces. Tuvo además éxito como escritor ya en vida, y se dejó arrastrar por las turbulencias de su época, o sea, el LSD y la contracultura. Fue políticamente más bien libertario y a mediana edad, nos cuenta Carrère, se convirtió en un católico heterodoxo pero sincero, y su nueva fe pasó a ser el fondo filosófico de sus últimos relatos.

De las más de cuarenta novelas y colecciones de cuentos que publicó, aquí se reseñan sólo unos pocos ejemplos, pero los suficientes como para hacernos una idea de en qué consiste el universo de Philip K. Dick, que sobre todo gira obsesivamente en torno a la cuestión de qué diferencia hay entre la verdad auténtica y la verdad mediatizada por el poder. O sea, que nos mandan personas que no sabemos bien quiénes son -tal vez sean máquinas o alienígena-, y su principal arma es que ellos deciden qué es real y qué no.

Puro realismo en tiempos pandémicos. 

13.7.21

Manifiesto redneck, de Jim Goad

 

Jim Goad (n. 1961) es un escritor norteamericano que no parece el mejor de las personas. Es más, si una décima parte de lo que se cuenta en su perfil de Wikipedia es cierto, podríamos calificarle sin miramientos como abyecta escoria humana. Pero lo que nos trae aquí no es su lamentable desempeño vital sino su primer y potentísimo libro, el Manifiesto redneck.

Este libro-sismógrafo se publicó en Estados Unidos en 1997 y sólo recientemente ha aparecido en nuestro idioma. Este lapso de tiempo sin embargo sirve para que comprobemos cuánto del terremoto político que predecía se ha ido convirtiendo en una realidad social innegable. Y si bien los que ni somos estadounidenses ni vivimos allí tendríamos que tener más cuidado a la hora de opinar sobre la política de allí, podemos ratificar que por lo que cuentan los noticieros que Goad acierta. Y es más, traducir muchos de sus vaticinios al devenir de nuestro propio país.

El Manifiesto es un grito de cólera contra la omnipresencia de los temas raciales en los medios de comunicación. Goad sostiene que eso no es más que una cortina de humo para evitar la verdadera dialéctica política, que es la de las clases sociales. Estados Unidos no se divide entre negros y blancos, sino entre ricos y pobres. Los redneck, la basura blanca, los paletos blancos maltratados son lumpen a los que encima les acusa de ostentar un “privilegio blanco”. No son solamente explotados económicamente, son además la clase social más vilipendiada, ridiculizada y culpabilizada de crímenes históricos en los que no tuvieron parte ni beneficio.

Goad sueña con blancos pobres y negros pobres haciéndose conscientes de que les une la dificultad para llegar a fin de mes, y actuando en consecuencia.

Según la contraportada de la magnífica edición de Dirty Works, hasta el gran Chuck Palahniuk celebra el estilo de Goad. Hay que decir que el tipo escribe fenomenalmente bien. Son casi cuatrocientas páginas de adrenalina y frases inolvidables. Se nota que ha leído mucho y que sabe argumentar. Y desde luego tuvo buen ojo al intuir una rebelión de los blancos de clase baja contra lo “políticamente correcto” -lo “ideológicamente estreñido”, como dice él- cuando votaron en masa, en dos elecciones seguidas, por alguien como Trump, cuyo principal logro fue ser unánime anatemizado por las élites progres urbanas.

Aquellos fueron votos-peineta de gente muy cabreada. Ahora los que dirigen el cotarro pueden intentar comprender el origen de tanto rencor, y tratar de mitigarlo, o puede seguir metiéndole el dedo en el ojo todos los días la clase trabajadora desahuciada por el proceso de desindustrialización, hasta que vuelvan a saltar.

Entonces sabremos si Trump originó el terremoto, o por el contrario lo contuvo temporalmente.


1.7.21

H.P Lovecraft, de Michel Houllebecq

 

Hay libros que abren nuevos caminos. No tienen que ser necesariamente publicaciones estruendosas y magnificadas, también pueden ser minoritarias insolencias intelectuales que nadie esperaba y que poco a poco, sin hacer mucho ruido, aglutinan seguidores.

H.P Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida de Michel Houllebecq es un ejemplo.

Seguramente pocos de los lectores del novelista francés se habrán interesado por esta obra aparentemente secundaria, y dudamos de que esté entre lo más vendido de su catálogo. Sin embargo en los mundillos intelectuales contemporáneos tiene gran importancia. La consagración de Lovecraft como referente del realismo especulativo se debe en gran medida a esta obra. 

Para esta escuela de filosofía, que es muy nihilista y muy pesimista, hay que intentar comprender el cosmos prescindiendo de las redes de significados que ha creado el hombre. O sea, encarar lo real como si no existiéramos, a lo bruto, sin los relatos tranquilizadores que nos contamos para distraer el miedo que da sabernos materia finita y contingente del universo. 

Los monstruos lovecraftianos que habitan en los márgenes de la civilización, y que son indescriptibles, irracionales, y cuya naturaleza y sentido ignoramos, tributan como metáforas de lo que tratan de decirnos estos filósofos, que se puede simplificar diciendo que en cuanto nos salimos de nuestros espacios seguros de la cultura, el caos de lo real -el noúmeno kantiano- se convierte en un bicho muy feo que tiene tentáculos y quiere merendarnos.

Aunque no hemos leído lo suficiente a Lovecraft como para ponderar hasta qué punto es un autor consciente de las lecturas que se pueden hacer de su obra, sí parece seguro que fue Houellebecq y otros como él son los que encumbraron al escritor estadounidense como si fuera una especie de viajero que volvía cubierto de rasguños tras su periplo por las dimensiones incognoscibles.

De hecho Houellebecq equipara en este libro a Lovecraft con Homero y los cantares de gesta como creador de mitos. Lo que a su vez es la creación de otro mito, el mito Lovecraft como creador de mitos, que es lo que ha perdurado más que su prestigio literario. Aquí no se rehabilita al escritor, que ha quedado un poco anticuado, lo que se valora es la del visionario que supo crear historias en las que el horror sucede sin explicación ni consuelo, porque este puerco mundo es un sitio hostil que no nos quiere.

H.P Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida está magníficamente escrito y no hace falta haber leído nada del autor reseñado para disfrutarlo; en estas páginas lo que se glosa es el nacimiento de un nuevo subgénero: el “horror cósmico”. El mejor Houellebecq, con sus sentencias vitriólicas y sus opiniones sulfurosas, está aquí. Cada página encontramos alguna idea importante; es sencillamente un libro inolvidable y profundo. 

21.6.21

Los penúltimos días de Escohotado, de Ricardo F. Colmedero

 

Hay libros que son una tomadura de pelo y los podemos ultrajar sin sentimiento de culpa ya que sus responsables, o bien sabían lo que perpetraban, o bien fueron tan obtusos que ni siquiera se dieron cuenta del mojón que lanzaban al mercado. Luego hay otros libros que no son buenos, pero vemos que hay muchas ganas e ilusión detrás, y les oteamos fértiles ideas malbaratadas por falta de pericia; son un quiero y no puedo. Con estos da pena que elogiarlos sea mentir.

Los penúltimos días de Escohotado de Ricardo F. Colmedero está un poco en esta última categoría. No es un libro insalvable, pero desde luego no está a la altura de su propuesta. Su autor es un periodista que nos cuenta sus charlas con Antonio Escohotado, octogenario ya y de retiro en Ibiza. Colmedero no es un tipo especialmente curtido intelectualmente y desde el principio reconoce que casi no ha leído la obra del filósofo. Así que deja hablar mucho al maestro sin que los monólogos tengan contrapeso, y cuando los tiene, cuando Colmedero quiere opinar también, el contenido pierde nivel escandalosamente.

Alberto Olmos ha escrito una crítica recientemente en El Confidencial sobre esta obra, y él abomina de la pedantería de Escohotado mientras salvaguarda un poco el trabajo de Colmedero, al que elogia como columnista. Nosotros sospechamos que se conocen y que aquí sobrevuela la amistad, porque claramente el problema del libro es el entrevistador y no el entrevistado. 

Se nota que Colmenero quiso hacer algo liviano, e incluso puede que se caracterice a sí mismo de ignorante para resaltar el aura sapiencial de Escohotado, pero no funciona. Él sobra en el libro, no interesa lo que dice, que no es mucho y sin embargo resulta demasiado. Y lo peor es que no sabe sacarle partido al filósofo, que podría dar mucho más juego. Lo que el celebrado autor de la Historia general de las drogas dice aquí es por supuesto potente y transgresor, pero no está bien recogido ni cuenta nada que no hayamos escuchado ya en sus vídeos de youtube.

Quizá el problema es que Los penúltimos días pretende ser una primera toma de contacto con la obra de Escohotado, y para los que más o menos le seguimos todo aquí nos resulta redundante y manido. Lo único que aporta novedoso es el tono crepuscular de un maestro que está bastante peor de salud de lo que especulábamos, y que se siente próximo al final sin perder cierto porte estoico.  

Desde luego éste no será el libro definitivo sobre Escohotado, ni siquiera uno importante. Aunque lastimosamente es el único de momento. Que sepamos no hay biografías ni estudios de su obra, ni si quiera nos consta que se esté trabajando en tesis doctorales sobre él.  Pero la moda escohotadiana empezará pronto. Su hijo Jorge está encargándose de que nada se pierda, y mantiene la magnífica página web de La emboscadura, donde se puede descargar la mayor parte de la obra del filósofo, así que por lo menos no será un autor olvidado en el purgatorio de los descatalogados. Esperemos que los próximos textos sobre Escohotado que aparezcan en el futuro estén a cargo de autores con más kilometraje intelectual.